Cuando llegamos al campo de Hierbas Altas el Sol ya estaba muy por encima de las montañas orientales. Todos estábamos cansados por las aventuras de la noche. El resto de la manada nos esperaba en Confín del Bosque royendo perezosamente los trozos que habíamos podido salvar de lo que quedaba del caballo. Rissa contó a Ruuqo nuestro enfrentamiento con los de Pico Rocoso. Él escuchó atentamente y le lamió el morro hablándole en voz baja. No parecía preocupado. Los conflictos entre manadas eran tan corrientes como la lluvia y este no había terminado en pelea. Ruuqo estaba contento con la carne extra, y si estaba enfadado porque Rissa había permitido a Ylinn y los demás hacer una incursión en el lugar de reunión de los humanos no dijo nada sobre ello. Ignoró el olor de la carne del fuego que tenía que haber notado en el aliento de los lobos que tuvieron la suerte de conseguir un poco. Rissa dejó caer el trozo que había guardado para Trevegg. El viejo, tras un gruñido de agradecimiento, devoró la carne de un bocado.
Para mi tranquilidad, Rissa no dijo a Ruuqo que yo había intentado ir con los humanos y ordenó a los demás que no se lo contasen. De todos modos, cada vez que Borrla o Ruuqo se acercaban a Ruuqo mi estómago se encogía de miedo. Si pensaba que mi padre era un lobo del exterior y estaba buscando razones para deshacerse de mí, mi intento de ir con los humanos le daría la excusa que necesitaba. Pero no hablaron. Rissa le contó que Borrla había ayudado a Riil a cruzar el río y que había conseguido robar carne.
—Bien hecho, lobata —dijo Ruuqo—. Harás cosas buenas para la manada de Río Rápido.
Fue la primera vez que llamaba a uno de nosotros algo que no fuese «cachorro». Un lobato era un lobo que ya había hecho el cambio de lobezno, que es completamente dependiente de los otros, a miembro activo de la manada. Borrla casi explota de orgullo. Ruuqo también alabó a Unnan, y a Marra, algo que no debería haberme importado pero que no pude aguantar. Borrla se llevó las mayores alabanzas, tanto por su habilidad robando carne como por su valor en el río. Ylinn, Trevegg e incluso la arisca Werrna le hicieron grandes alharacas.
Cuando Borrla me descubrió mirándola vino contoneándose hasta mí, me echó el aliento en la cara y mandó el intenso y dulce olor de la carne quemada justo a mi nariz. Luego se volvió y me levantó la cola. Sentí que me inundaba la ira, pero me limité a alejarme. Entonces oí un silbido de alas sobre mí y un grito de disgusto de Borrla. Miré atrás y la vi saltar intentando atrapar a Tlituu, que revoloteaba sobre ella. Una gran cagada la alcanzó en el centro de la cabeza y le salpicó la cara y los ojos. Tlituu siguió bajando en picado sobre ella y luego revoloteaba sobre su cabeza y graznaba cuando ella intentaba alcanzarlo.
—La cachorra tiene mejor aspecto ahora.
Su pelo sucio es hermoso y blanco
gracias a la ayuda del cuervo.
Ylinn fue la primera en romper a reír, seguida por Minn y el resto de la manada.
—Más te vale aprender a moverte más deprisa, Borrla —dijo Rissa, y estornudó por el polvo que le había entrado en la nariz al bajar la cabeza hasta el suelo. Trevegg rió tanto que cayó patas arriba. Ruuqo se apuntó y saltó sobre el viejo mientras se revolcaba. Ylinn tumbó a Borrla panza arriba y cuando Borrla le gruñó casi se muere de risa.
—¡Eso te enseñará a no ser tan orgullosa, pequeña! —dijo estornudando. Dejó que Borrla se levantase y luego se tiró hacia un lado cuando Tlituu dejaba caer otra andanada. No acertó a ninguna de las dos. Frustrado, el cuervo volvió a por Borrla y ella corrió a buscar cobijo bajo el cuerpo de Rissa, que ya solo podía reír. El cuervo, al parecer sin munición, fue a posarse en una roca cercana.
La cara de Borrla estaba tensa por la ira, pero no podía enfrentarse a Rissa ni a los demás adultos. Con las orejas gachas y los hombros caídos, se alejó entre los árboles. Yo, que me sentía mucho mejor, ayudé a enterrar el resto de la carne robada cerca de los trozos de caballo que habíamos escondido antes. Mordí un pequeño bocado de ciervo viejo pensando que si no podía conseguir carne del fuego al menos podría quedarme aquella miseria. Pero Werrna me dio un golpe y me la quitó.
—No te has ganado esa comida, pequeña —dijo.
Apelé a Rissa, pero ella miró en otra dirección. Ahora era mi turno de alejarme gruñendo en voz baja mientras Ruuqo daba la orden de descansar hasta que refrescase. Los adultos se instalaron a la sombra y Rissa levantó la cabeza.
—Chicos —dijo—, podéis explorar los alrededores si no queréis dormir, pero no os alejéis.
Yo me aparté de los demás. No me gustaba que mi rango en la manada fuera tan bajo. Tenía que ser tan importante para la manada como Borrla o Unnan. ¿No me las había arreglado bien sacando más carne del caballo muerto que cualquiera de los demás y nadando tan bien como cualquier otro? Temía que la manada me cogiese manía por haber intentado ir con los humanos. Caminé hasta llegar al comienzo de la llanura de Hierbas Altas; Ázzuen me siguió. Entonces salió Borrla del bosque. Había conseguido limpiarse la cabeza de casi todo el estiércol de pájaro y olfateaba desde el límite de los árboles, a varios cuerpos de distancia a mi izquierda, sin perder de vista a Tlituu. Unnan y Riil se unieron a ella con cautela. Marra husmeaba los arbustos de bayas ácidas que había cerca de donde habíamos enterrado la carne y mordisqueaba sus pegajosas hojas. Yo removía con la nariz un agujero de ardilla y apartaba con la zarpa la tierra suelta en busca de algo interesante. Entonces oí la voz de Borrla, que hablaba para que todos la oyeran.
—Sabes que cuando llegue el momento no serán capaces de cazar —decía a Unnan—. Ruuqo levantó la cabeza cuando la voz de Borrla lo despertó de su siesta.
Me preocupó que estuviese intentando indisponer a Ruuqo contra nosotros de manera tan evidente, hacerle creer que éramos débiles como cazadores.
—Por lo menos podría ser un poco más sutil —gruñó Ázzuen.
—Ni siquiera son capaces de cruzar el río o robar comida —continuó Borrla—. ¿Cómo van a cazar algo?
Riil puso cara de disgusto. Yo pensé que era bastante malvado por su parte, porque supuestamente ella cuidaba de su hermano menor. Ruuqo miró a Borrla y luego a mí y a Ázzuen; una larga mirada, y luego se estiró en la mullida salvia y siguió durmiendo.
Pero Borrla me dio una idea. Yo había olido caballos vivos por los alrededores. Después de seguir el rastro a lo largo de varios cuerpos vi las altas y macizas figuras de unos caballos que pastaban la hierba seca de la llanura.
—Bueno, vamos a ver quién es el cazador —dije, sobre todo para mí misma.
—¿Qué vas a hacer? —dijo Ázzuen, alarmado.
Me senté y miré el rebaño. No faltaba mucho para que la manada contase con nosotros para la caza. Si yo fuese la primera lobata en tocar una presa viva las palabras de Borrla no tendrían sentido. Y quizá a nadie le importaría que mi padre fuese un extraño. Quizá, pensé, incluso podría cazar una presa. Se me aceleró el corazón cuando fui consciente de lo que estaba a punto de hacer. Miré a Ázzuen por encima del hombro, comencé a caminar hacia el rebaño y me detuve a los pocos pasos. Ázzuen me siguió a regañadientes. Crucé una mirada con Marra, que dejó de explorar los arbustos de bayas y se unió a nosotros.
—Sabes que se supone que no nos vamos a alejar tanto —dijo sin perder de vista los caballos. No parecía especialmente preocupada. Solo quería hacerme saber hasta qué punto le parecía una loca.
—Ya lo sé —dije—. Pero quiero verlos de cerca. ¿Tú no?
—Por supuesto que sí —dijo con una gran sonrisa—. Pero ten cuidado de que no te pillen. No soy tan aficionada a los problemas como tú. Te arriesgas demasiado.
Resoplé. Marra era la más osada de todos nosotros. Avancé algunos pasos más hacia los caballos y luego arranqué con un trote rápido. Ázzuen y Marra me siguieron.
Estábamos a mitad de camino de los caballos cuando oí un ruido detrás de mí. Borrla, Unnan y Riil corrían para alcanzarnos. En previsión de una pelea, los tres nos volvimos hacia ellos. Pero no nos atacaron. En lugar de eso pasaron de largo. Yo sabía que planeaban llegar primero a los caballos y quedarse con todo el mérito de la idea. Ruuqo y Rissa volverían a elogiar a Borrla y me ignorarían.
Decidida a no dejar que Borrla y Unnan llegasen primero a los caballos, corrí tras ellos. Adelanté con facilidad a Riil y alcancé a Unnan y Borrla cuando se pararon a unos diez cuerpos de los caballos. Marra iba detrás de mí y el último era un decidido y jadeante Ázzuen. Me incliné para acercarme a la sucia oreja blanca de Borrla.
—Apuesto a que no te atreves a ir por un caballo. Apuesto a que no tienes el valor que de verdad hay que tener para ser cazador. Esa presa no está tirada en el suelo esperando a que vayas a recogerla.
Borrla no contestó, pero me miró y luego miró el rebaño. Su nariz se levantó en un gesto de superioridad. Oí a Ázzuen reír entre dientes detrás de mí. Borrla dio un paso hacia las presas, pero se paró cuando Riil chilló y la empujó con el hombro. La miró con aire suplicante y le susurró algo al oído. La mirada de Borrla se ablandó y le restregó el hocico con suavidad. De nuevo sentí una punzada de celos por verlos tan unidos.
—Lo que pensaba —dije. Debería haberlo dejado así, pero quería asegurarme de que Unnan y Borrla, y en especial Ruuqo, supiesen que yo pertenecía a la manada. Faltaba poco para que nos saliera el pelo de invierno y los lobatos tendríamos que establecer nuestras posiciones en la manada antes de ese momento.
—Vamos —dije a Ázzuen y Marra.
Con las patas temblorosas, avancé varios pasos hacia los caballos. De cerca parecían mucho más grandes y mucho más peligrosos que aquel que había matado la osa. Olían a presa, un aroma de carne dulce y caliente. Su aliento olía a tierra y hierba masticada. Me volví y vi a Marra y Ázzuen que me miraban nerviosos. No quería hacer aquello sola. Les pedí ayuda con la mirada y un momento después me siguieron. Yo no era la única que sabía que eso podría marcar nuestro rango a partir de ese momento. De todos modos agradecía que me apoyaran.
Como yo ya sabía, Borrla y Unnan también se pusieron en movimiento, ansiosos por ser los primeros en alcanzar la presa. Riil, después de dudarlo brevemente, los siguió. Me dio un poco de pena. No era un matón como Unnan y Borrla. Solo, parecía ser un buen lobo. Pero no tuve tiempo para pensar en él. Cuando oí a Borrla y Unnan acercarse por detrás eché a correr compitiendo con ellos por llegar la primera a los caballos.
Y de repente estábamos entre las corpulentas bestias, olfateando el aroma de su carne y el olor a hierba de su estiércol. Su aliento era cálido, algo que no me esperaba, y su respiración se hizo más superficial cuando empezamos a correr entre sus patas. Oí lejanos ladridos de advertencia de Ruuqo, pero no les hice caso. No tenía paciencia para esperar a escuchar lo que decía. Sentía latir en mi interior el corazón de cazadora mientras corría entre los caballos.
—¡Sólo son presas estúpidas! —grité frívolamente a Ázzuen—. ¡Ningún lobo tiene por qué tener miedo de las presas estúpidas!
Reí. Mi corazón saltaba por la excitación. La sangre se aceleró en mis venas. Mi nariz se abrió para capturar hasta la última partícula de olor y mis orejas se estiraron para percibir cualquier sonido. No tenía ni idea de que la caza sería algo así, en nada parecido a perseguir ratones o seguir el rastro de los conejos. Nunca me había sentido tan viva, tan excitada. Los bobos de los caballos se limitaban a estar ahí como rocas. Estaban hechos para morir, para ser presas. Entonces entendí que nosotros éramos los cazadores más hábiles porque estábamos hechos para apresar a los estúpidos y los lentos.
En ese momento recordé que se suponía que debíamos buscar los enfermos, los lentos. No pude. No podía concentrarme en otra cosa que el olor, la sensación, el sonido de las presas a mi alrededor. Me mareé y mi estómago daba saltos. Sentía la cabeza alejada del cuerpo y me costaba respirar. ¿Qué era aquel delirio? Los demás también habían caído en él. Nos volvimos temerarios y nerviosos y nos perseguíamos entre las patas de los caballos. Un escalofrío me recorrió cuando me imaginé dirigiendo una cacería y clavando los colmillos en el suave vientre de un caballo.
De repente cambió la actitud del rebaño. El caballo más próximo a Riil bajó la cabeza y soltó un resoplido iracundo. Pateó el suelo, sacudió la cabeza y se levantó sobre las patas traseras. El caballo que estaba a su lado relinchó furioso y se lanzó hacia Marra tirando un mordisco. Ella lo esquivó con un chillido asustado. A nuestro alrededor todos los caballos piafaban, se encabritaban y comenzaban a correr, y lanzaban sus cascos contra nuestras cabezas. Me volví buscando una vía de escape, pero como no veía más que patas en movimiento y golpes de cascos me encogí en el suelo, asustada. Cuando levanté la vista vi una masa de caballos que corría alrededor de nosotros más deprisa de lo que debería ser capaz criatura alguna.
—¡Corred! —gritó Trevegg—. ¡Si no corréis os aplastarán!
A través del tropel de caballos vi que los adultos corrían hacia nosotros. La voz de Trevegg atravesó mi pánico y fui capaz de levantarme sobre mis patas. Esforzándome por mantenerme en pie, me agaché para sacar a Ázzuen del estupor en que había caído por el terror. Me miró confundido, aún acurrucado.
—¡Levanta! —grité—. ¡Quítate de su camino!
Pude oler el miedo y la confusión de Ázzuen. Estábamos rodeados de cascos que golpeaban el suelo y levantaban remolinos de polvo. Ahora que había pasado por la primera oleada de terror notaba todos mis sentidos acentuados. Empujé el miedo hasta algún lejano rincón de mi mente.
—Tenemos que evitar sus patas hasta que los adultos lleguen aquí —grité con todas mis fuerzas—. Tenemos que mantenernos en movimiento. —Me volvió el recuerdo de un momento de una de nuestras lecciones de caza.
—«Si eres mucho más pequeño que tu presa —había dicho Rissa—, de nada sirve intentar derribarla utilizando tu peso; acabarás rodando por tierra. Tenéis que usar la inteligencia, porque la inteligencia es lo que nos hace buenos cazadores. Corred acercándoos y alejándoos. Servíos de la estrategia, no de la fuerza.»
Vi a Borrla parada mirando furiosa a un caballo y gruñendo en un intento de proteger a Riil, que estaba acurrucado debajo de ella. Valiente, pensé, pero idiota. Estaban demasiado lejos de mí para alcanzarlos. Marra ya estaba en movimiento esquivando ágilmente los caballos con cara de intensa concentración. Ázzuen seguía parado a mi lado, aterrorizado y con la vista levantada hacia los caballos. Unnan estaba acurrucado a un cuerpo de distancia. Di un fuerte empujón a Ázzuen para sacarlo del camino de los cascos. Cada vez que se paraba volvía a empujarlo. Entonces nos alcanzaron los adultos, gruñendo a los caballos para mantenerlos alejados de nosotros. Werrna saltó directamente contra un caballo que estaba a punto de aplastar a Unnan e hizo perder el equilibrio a la sorprendida bestia. Incluso en mi estado de pánico me impresionó su valor. Los otros lobos estaban intentando encerrarnos en un círculo para aislarnos de los caballos. Marra se lanzó al interior del círculo y se quedó mirando, jadeante, desde la relativa seguridad que le daba la protección de los lobos mayores. Mis movimientos erráticos me habían llevado junto a Unnan y lo empujé hacia los adultos. Ylinn lo cogió y lo lanzó al interior del círculo. Yo cogí a Ázzuen por el cogote y casi lo lancé volando hacia los adultos, dando tal tirón a algún músculo de mi cuello que me hizo gritar; luego la cabeza de un caballo me golpeó y me tumbó patas arriba. Lo esquivé y corrí, y volví a esquivarlo. Borrla también estaba fuera del círculo de protección y seguía gruñendo frenéticamente a los caballos con Riil acurrucado debajo de ella y lloriqueando.
—¡Muévete! —volví a gritar—. ¡No dejes de moverte!
Ella me miró furiosa y luego levantó la vista hacia un gran caballo. Yo me lancé hacia ella, la empujé fuera de la trayectoria y rodé mientras un enorme casco descendía hacia mi cabeza. Oí el grito de un lobo, un terrible aullido de terror y dolor, a través de una nube de polvo.
Entonces, con la misma rapidez con que había comenzado, cesó la locura de los caballos. Ylinn y Werrna los alejaron y el rebaño se retiró hasta el otro extremo del campo. Rissa corría de lobato en lobato comprobando que estábamos bien. Yo me acurruqué, aturdida, y le devolví frenéticamente las caricias cuando se agachó para lamerme la cabeza. Repitió el gesto con Ázzuen, que se levantó temblando, con Unnan, que tenía un corte sobre el ojo izquierdo, y con Marra, que estaba levantada mirando cómo se alejaban los caballos. Luego, con la cola caída y un gemido de ansiedad en la voz, Rissa empujó con la nariz un bulto pálido que olía como Riil pero un poco diferente. Su gemido se hizo más profundo y Ruuqo y Trevegg fueron despacio hasta ella. Ambos empujaron a Riil y le hablaron, pero él no se movía. Su cabeza estaba cubierta de sangre y su cuerpo estaba extrañamente aplanado.
—Levanta, Riil —dijo Borrla con algo de impaciencia mientras empujaba con la nariz su cuerpo inmóvil.
Rissa apartó a Borrla con suavidad, se sentó y lanzó un largo aullido de duelo. Ruuqo, Trevegg y Minn sumaron sus voces a la de ella. Ylinn y Werrna, que volvían ligeras de alejar a los caballos, se pararon y se quedaron muy quietas, y luego iniciaron sus cantos de dolor. Yo sentí que mi garganta se abría, y un profundo aullido que no reconocí como mío emergió de ella.
Miré incrédula el pequeño cuerpo cubierto de polvo sobre la hierba pisoteada. Me dolía la cabeza y me pesaba el pecho. Se me encogió el estómago y pensé que iba a vomitar el pequeño bocado de carne que había comido. Un instante antes había estado corriendo con Riil hacia los caballos. Ahora él solo era piel y carne. Ylinn y Werrna habían llegado hasta el resto de la manada y todos estábamos rodeando a Riil, con el tórrido Sol de la tarde cayendo sobre nuestros lomos y haciéndome sentir aún peor.
No sé cuánto tiempo pasamos allí con la esperanza de que la vida volviese a Riil, pero se había ido. Riil no me había gustado demasiado, la verdad era que no había pensado mucho en él, pero era lo más parecido a un compañero de camada que iba a tener en toda mi vida. Era de la manada. Y su suerte podría haber sido la mía con facilidad. Yo lo había retado a ir hasta los caballos. Quería tumbarme en la llanura y dejar que el polvo enterrase mi cuerpo. Rissa aulló otra vez, más largo y más profundo, y toda la manada se unió a ella en el canto de despedida a Riil. Todos menos Borrla, que se quedó parada mirando con incredulidad el cuerpo, cuyo pelo ahora se movía con la brisa en suaves ondas sobre su carne sin vida.
Con una última mirada a Riil, Rissa se llevó a la manada de la llanura de Hierbas Altas. Borrla no quiso marcharse.
—¡No podéis dejarlo aquí sin más! ¡No podéis dejarlo para los colmillos largos y las hienas! —gritó.
—Así hacemos las cosas, pequeña —dijo el viejo Trevegg con los ojos entornados por la compasión—. Ha vuelto al Equilibrio. Se convertirá en parte de la Tierra, igual que todos nosotros algún día. Alimentará a la hierba que alimentará a las presas que alimentarán a nuestra manada. Ese es el camino.
—No lo abandonaré —dijo obstinadamente Borrla. Nunca uno de nosotros había contestado de esa manera a un adulto.
—Tienes que hacerlo —dijo Trevegg—. Eres una loba y de Río Rápido, y debes seguir a tu manada. —Cuando Borrla no se movió, Trevegg la apartó de un empujón, menos brusco de lo que habría sido normal en él, y la obligó a seguir a la manada.
Caminamos despacio de vuelta al límite del bosque. Borrla y Unnan iban quedándose rezagados para mirar el cuerpo de Riil hasta que Trevegg o Werrna volvían para empujarlos con suavidad.
Al final Werrna cogió a Borrla, a pesar de que estaba bastante crecida, entre sus fuertes mandíbulas. Al principio Borrla se resistió, pero luego el espíritu combativo la abandonó y se dejó colgar inerte de las mandíbulas de Werrna con las patas arrastrando por el suelo. Durante el penoso regreso a nuestro lugar nos mantuvimos en silencio. Menos Borrla, que gemía en voz baja. Solo habíamos caminado unos pocos cuerpos cuando Unnan corrió hasta mí, me derribó y se colocó sobre mi pecho mirándome con la cara desfigurada por la ira.
—Tú lo has matado —me increpó—. Ese caballo tendría que haberte matado a ti. —Había odio en su voz—. Eres tú quien tendría que estar muerta.
Yo no tenía ánimo para defenderme. Lo que decía Unnan no era algo que yo no me hubiera dicho ya. Me quité a Unnan de encima y luego me alejé renqueando. No quería devolverle el ataque. Pero cuando me cogió por el cuello y me estaba ahogando lo mordí con fuerza suficiente para hacerlo gritar.
Ruuqo nos mandó parar y la manada se reunió alrededor de Unnan y de mí. Werrna dejó a Borrla en el suelo.
—¿De qué estás hablando, Unnan? —preguntó Ruuqo.
—Ella nos hizo ir —dijo Unnan—. Nosotros estábamos durmiendo y ella nos hizo ir. Riil está muerto por su culpa.
Se me hundió el corazón en el pecho y apenas podía respirar.
Ruuqo me miró esperando una respuesta, pero no la encontré. Marra habló por mí.
—Fue idea de Kaala —dijo—, pero todos queríamos ir.
—Nadie te hizo ir, Unnan —dijo Ázzuen—. Podrías haberte quedado detrás. Riil también. Todos queríamos ver los caballos —dijo a los jefes—. Y Kaala nos salvó a Unnan y a mí cuando no podíamos quitarnos de en medio. Ella sabía qué hacer cuando nosotros no. —Lo miré con agradecimiento.
—¿Qué tienes que decir por ti misma, pequeña? —preguntó Ruuqo.
Me pareció que los árboles y arbustos se cerraban sobre mí y me hacían aún más difícil respirar. Noté el suelo duro contra mi pecho cuando me tumbé sobre el vientre. Quería inventar excusas, culpar a Unnan y Borrla por azuzarme, culpar a los caballos por correr. Pero vi a Ázzuen y Marra que me miraban. Habían tenido el valor de defenderme; no podía portarme como una cobarde.
—Fue por mi culpa —dije, incapaz de contener el temblor de mi voz—. Ir a ver los caballos de cerca fue mi idea. No sabía que iban a hacer eso, que podían correr de esa manera. —Me aplasté contra el suelo tanto como pude—. No pretendía que nadie se hiciese daño.
—Por lo menos no ocultas tus faltas. No quiero mentirosos en mi manada. ¿Por qué llevaste a los demás hasta los caballos?
Estaba contenta de no haber intentado culpar a otro. Me mantuve tan pegada al suelo como podía, apretando las orejas contra el cogote hasta donde fui capaz de bajarlas.
—Quería saber si era capaz de cazar. —Mi respuesta no me pareció adecuada—. Quería ser la primera en tocar una presa.
—El orgullo es la muerte para un lobo —dijo Ruuqo—. Y fueron el orgullo y la insensatez los que te llevaron a acercarte a la presa sin respeto, sin saber lo suficiente sobre la caza.
En mi garganta se formó una bola dura mientras esperaba el dictamen de Ruuqo.
Estaba tan tensa que me dolían los ojos y sentía cómo latían las venas detrás de ellos. Ruuqo había estado esperando una excusa para deshacerse de mí desde que nací. Estaba segura de que iba a echarme. Pero sus ojos recorrieron la manada y se detuvieron en Rissa. Ella se le acercó seguida por los demás adultos. Todos se apretaron contra él moviéndose a su alrededor y hablando en voz baja.
—Es cierto —dijo Rissa apretando la cabeza contra el cuello de Ruuqo— que Kaala fue la causante de que los lobatos fueran hasta los caballos, pero los jóvenes son curiosos. Quieren intentar cazar antes de estar preparados. No serían lobos si no probaran las presas. No es culpa de Kaala que hoy los caballos estuvieran agitados. Y tuvo el valor y el buen criterio de ayudar a los otros cuando los caballos se pusieron a correr. Si no hubiera sido por ella habríamos perdido tres o cuatro lobatos en vez de uno.
—Nunca había visto a un lobato tan joven hacer algo así, proteger a los demás de esa manera —dijo Trevegg—; y he visto ocho temporadas de cría.
Ylinn se tumbó en el suelo antes de hablar. Los lobatos no solían participar en esta clase de discusiones.
—Yo no habría podido hacer eso cuando era pequeña —dijo—, y era más grande que Kaala.
Para mi sorpresa, Werrna manifestó su acuerdo con un gruñido. Nunca se había puesto de mi parte.
—¡Provocó la muerte de otro lobato! —protestó Minn, y luego bajó las orejas cuando Rissa le lanzó una mirada severa.
Ruuqo sacudió las orejas. Cogió con la boca el morro de cada lobo y luego se alejó pensativo con el ceño fruncido. Noté que me había olvidado de respirar y llené mis pulmones con una gran bocanada de aire. La energía de la manada me recordó cuando los adultos se reúnen para decidir qué se va a cazar. Un jefe toma decisiones, pero si nadie está de acuerdo con él su autoridad se debilita. Casi podía ver cómo trabajaba la mente de Ruuqo, evaluando los deseos de la manada y los suyos propios. Me miró con aversión y me estremecí.
Trevegg se acercó a él.
—Ningún lobo es de por sí una manada, Ruuqo —dijo con calma el viejo—. La manada quiere que se quede; lo sabes. Si te enfrentas tan tercamente a los deseos de tantos, a los deseos de la manada, puedes perderlos. Pueden buscar otro jefe. —Miró por el rabillo del ojo la cara marcada de Werrna.
—¿Crees que soy tan tonto —le espetó Ruuqo apartándolo— como para poner en peligro mi manada por lo que siento por esa lobata? Una loba fuerte es una loba fuerte aunque no cuente con mi simpatía.
Ruuqo se volvió hacia la manada y sostuvo la mirada franca y directa de Rissa.
—Tienes razón. Si Kaala no hubiera actuado como lo hizo habríamos perdido más lobatos. Ese es el espíritu que necesita la manada. —Ruuqo se lo dijo a Rissa, pero sus palabras iban dirigidas a todos nosotros.
Lo miré sorprendida. No me habría sorprendido más si se hubiera puesto en dos patas sosteniendo un palo afilado como los humanos. Sus ojos recorrieron la manada.
—Las cosas son así. Todos aprenderemos de esto. Y vigilaremos atentamente a esta lobata —dijo, lanzándome una mirada que hizo que las tripas se me convirtiesen en barro—. Si vuelve a dar alguna muestra de comportamiento inestable tendremos que reconsiderar si se queda en la manada o no.
Todo el cuerpo de Unnan se agitó por la cólera.
—Pero ella fue a ver a los hu…
La gran zarpa de Werrna cayó sobre él y Rissa volvió la cabeza con irritación.
—¡Silencio, pequeño! —susurró Werrna—. Has recibido una orden de tu jefe. ¡Acátala! —Unnan la miró con resentimiento pero no abrió la boca. Era mi turno de temblar, pero esta vez de alivio, no de ira.
Sucedió todo tan deprisa que me quedé como pasmada. Por fin me acordé de mí misma y me arrastré hasta Ruuqo para darle las gracias. Debió de notar mi estupefacción, porque resopló cuando le lamí el morro en agradecimiento.
—¿Qué es lo que te sorprende, pequeña? —preguntó.
No se me ocurría decir otra cosa que la verdad, y no podía negarme a contestar.
—¡Creía que querías echarme! —dije sin pensarlo.
—¿Y crees que soy tan estúpido y soberbio que pondría mis propios deseos por encima de los de mi manada?
No supe qué responder a eso y me quedé mirándolo.
—Te voy a vigilar, chica. Eres una amenaza para mi manada y no lo he olvidado. No cometas más errores —dijo Ruuqo, en voz tan baja que solo yo pude oírlo. Se volvió hacia el resto de la manada—. Hoy no nos quedaremos en Confín del Bosque; volvemos a Árbol Caído.
Se alejó por el camino con paso ligero y decidido de vuelta a nuestro lugar de reunión. Esta vez Borrla caminaba sola, parándose cada pocos pasos para volverse a mirar hacia el lugar donde había muerto Riil. Yo no era capaz de hacerlo. Mantuve la cabeza gacha y, tratando de no pensar en mi responsabilidad en la muerte de Riil ni en mi precaria posición en la manada, seguí a mi familia hacia nuestro lugar.