VII

Bajé trabajosamente hasta la base de la colina intentando no hacer caso del dolor de mi pecho. Levanté la vista hacia la media Luna y tuve ganas de aullar mi frustración. Pero Rissa ya me había amonestado una vez por mi falta de control. Descorazonada, seguí caminando sintiendo cada grano de arena en las almohadillas de mis patas, lloriqueando para mis adentros. Paré cuando oí pisadas suaves que se acercaban rápidamente por detrás.

—Voy contigo —dijo Ázzuen corriendo para alcanzarme. Su cara menuda estaba llena de preocupación. Yo le estaba más agradecida de lo que quería admitir. Ya era bastante malo que me apartasen, que me separasen de los humanos; estar sola era aún peor. Ázzuen y yo llegamos a la base de la colina y nos sentamos a mirar la Luna a través de los árboles.

—¿No se va a dar cuenta Werrna de que te has marchado? —pregunté.

Ázzuen sonrió.

—Ya está bastante enfadada por quedarse para preocuparse porque yo me aleje un par de cuerpos. Una de las ventajas de ser pequeño es que a los adultos ya no podría importarles menos si te marchas. Se imaginan que de todos modos vas a morir de hambre antes de que acabe el invierno.

—¡Eso no es verdad! —dije, alarmada porque Ázzuen tuviese en tan poca estima su posición en la manada y a sí mismo—. Les preocupó si conseguirías o no cruzar el río.

—No quieren que muramos —dijo—, pero no cuentan con que Riil y yo consigamos pasar el invierno.

—Ya me aseguraré yo de que pases el invierno —dije, y luego me sentí fatal.

No había pretendido dar por sentada su debilidad.

Ázzuen se quedó en silencio durante un momento pensando en lo que yo había dicho; pero cuando volvió a hablar fue acerca de los humanos.

—¿Por qué fuiste hacia ellos? Con todo lo que Trevegg y Rissa nos habían contado del pacto. Todos nos sentimos atraídos por ellos. Pero a ti podrían haberte echado de la manada. O algo peor.

No eran acusaciones; solo curiosidad.

—Para mí era diferente, Ázzuen. Al principio solo era atracción, como has dicho, pero luego cambió. No podía no ir hacia ellos. Lo mismo que contó Rissa de Indru. Cuando pienso en ello sé que no está bien, pero nada cambia por eso. Si no supiera que Rissa y Werrna me detendrían, iría ahora mismo.

Ázzuen me miró fijamente. Advertí que su cara estaba empezando a llenarse. A pesar de su insistencia en que era un canijo, se estaba poniendo fuerte.

—La próxima vez que quieras ir —dijo—, dímelo y me sentaré sobre ti.

Reí, y el dolor de mi pecho se calmó un poco. Casi me caí patas arriba cuando oí un batir de alas sobre mi cabeza. Tlituu se posó frente a mí y acto seguido se puso a arreglar sus plumas.

—No eres muy hábil —dijo. Levantó la vista de su trabajo y sacó una ramita de su ala. Me la lanzó.

—Los Grandes no podrán ayudarte si consigues que te echen de la manada. Tendrás que aprender a controlarte. Los humanos hacen que la señal de mi ala se ponga a arder, pero he aprendido a ignorarlo. No tienes que actuar cada vez que sientas algo, ¿sabes?

—¿Qué haces aquí en la oscuridad? —pregunté con irritación. Por lo general a los cuervos no les gusta la noche—. ¿Por qué no estás con tu familia?

—Ya tengo edad suficiente para hacer mi vida, a diferencia de un cachorro de lobo —dijo—. Puedo volar adonde quiera cuando quiera. Y alguien tiene que impedir que lloriquees toda la noche. —Tlituu me miró con los ojos brillantes a la luz de la Luna—. A los Grandes no les gustará.

Lo último que necesitaba era alguien que me criticase.

—Si tanto les importa, ¿dónde están? —dije con brusquedad.

En ese momento quería verlos más que nunca. Quería preguntarles quién era mi padre y si de verdad tenía sangre Extraña. Necesitaba saber si era peligrosa para mi manada. Necesitaba saber si había algo malo en mí.

Tlituu soltó un graznido grave y ahuecó las plumas de sus patas.

—Los Grandes vienen cuando quieren, criatura —dijo—. Tienen preocupaciones más importantes que no herir tus sentimientos. Mema.

—Vigila tus palabras, cuervo —dijo Ázzuen acercándose para sentarse a mi lado. Me sorprendió su afán protector. Tlituu ladeó la cabeza.

—Es bueno tener amigos —dijo—; asegúrate de conservarlos. Te vendrá bien no estar sola.

—¿Has terminado? —dije irritada.

Estaba harta de que viniese a traerme mensajes misteriosos y palabras de los Grandes sin llegar a transmitir alguna información real.

—¡Escúchame! —La repentina seriedad de Tlituu me desconcertó. Ázzuen se apretó contra mí para darme apoyo, no para buscarlo—. No hagas que te expulsen cuando aún eres demasiado joven para mantenerte por ti misma. No debes hacer tan manifiesta tu diferencia. No destaques tanto. ¿Crees que puedes hacerlo? Piénsalo un poco.

No encontré respuesta. Me apreté contra Ázzuen y miré a Tlituu.

Su voz se suavizó un poco.

—Tú sabías que eras diferente. ¿Por qué crees que los Grandes te salvaron la vida? —Pasó suavemente el pico por el pelo de mi cabeza con un murmullo—. A mí tampoco me gustan los secretos de los lobos refunfuñones, lobita, pero no me arranco las plumas por ello. Ahora tienes cosas más importantes de las que preocuparte.

Me sorprendió su afecto. Abrí la boca para darle las gracias, pero se volvió y movió rápidamente las plumas de su cola.

—Lobita se agobia demasiado;

la lobita agobiada aburre al cuervo.

Un tirón de la cola ayudará.

Levantó las alas como para volar hacia mí. Para mi sorpresa, Ázzuen se lanzó contra él y obligó a Tlituu a saltar a un lado con un alegre gorjeo.

—¡Vaya! —dijo Tlituu—. Está bien. Un lobo que no es tan lamentablemente serio. —Se calló y ladeó la cabeza, como escuchando algo.

Ázzuen nos miraba alternativamente.

—Es el cuervo más raro que he conocido —dijo medio riendo—. ¿Y por qué está aquí esta noche? —Se agachó para hablarme en voz baja—. Me parece que no debemos creer todo lo que dice, Kaala.

Sentí crecer en mi interior el cariño por Ázzuen. Otra vez tenía su semblante de pequeño viejo y me pregunté si alguna vez llegaría a desarrollar su personalidad, si tendría una oportunidad. Él y Riil eran sin duda los lobos más débiles de la manada. Si ambos vivían uno de los dos estaba destinado a ser el pelanas. No sería Ázzuen si yo podía evitarlo.

Pero Tlituu tenía que responder más preguntas. Lo miré con los ojos entornados.

—Ahora escúchame —dije en un tono tan razonable como me fue posible.

—Será mejor que os mováis, pequeñajos —dijo de repente Tlituu interrumpiéndome. Me miró fijamente durante un instante—. E intentad no ser tan visibles como una herida en el pico. —Graznando una carcajada que llenó la noche, Tlituu levantó el vuelo.

Oí crujidos en los arbustos que teníamos detrás. Mis compañeros de manada bajaban atropelladamente la colina, la mayoría con carne entre las mandíbulas. Tras ellos llegaron gritos desde el lugar de los humanos. Ylinn tenía los ojos brillantes y una gran tajada de carne, carne del fuego, en la boca.

—¡Eso no lo ha conseguido en los alrededores del lugar de reunión! —dijo Ázzuen.

—¡Han entrado en el lugar! —dije invadida por la envidia.

Yo había tenido problemas solo por acercarme. El olor de la carne quemada me hizo la boca agua, pero no había tiempo para pararse a comer.

—¡Corred! —resopló Rissa por el hueco que dejaba el gran trozo de carne que llevaba entre las mandíbulas, con una sonrisa que suavizaba la urgencia de la orden. Sin preocuparnos ya por no hacer ruido, salimos disparados a través del bosque. Corrimos en la luminosa y refrescante noche, volando de vuelta a nuestro territorio con carne robada entre nuestras mandíbulas. Mientras Ázzuen y yo corríamos tras los demás, podría jurar que vi la sombra de una loba joven corriendo en silencio a nuestro lado.

Los humanos no nos persiguieron mucho. Su paso lento les hacía imposible mantener nuestra marcha, y como no podían olernos ni oírnos bien no teníamos que preocuparnos de que siguieran nuestro rastro. Una vez superado el alcance de sus palos de lanzar estábamos a salvo de ellos. Aun así, seguimos corriendo. Los bosques olían a los lobos de Pico Rocoso y los gritos de los humanos que llegaban de atrás sonaban muy furiosos. No pude evitar reírme de sus inútiles intentos de atraparnos. Corrimos como el viento con la emoción de la persecución latiendo en nuestros pechos.

Marra, Borrla y Unnan llevaban cada uno un trozo pequeño de comida robada y sacudían la cola con orgullo. Yo tuve que correr sin carne con Ázzuen y Riil, los canijos, a pesar de que era tan fuerte como cualquiera. Unnan dejó caer un pedacito de carne y yo me lo trague sin tan siquiera perder el ritmo. Marra me descubrió. Yo le dediqué una gran sonrisa. Ella puso los ojos en blanco y aceleró estirando las patas para ponerse a la altura de Rissa.

—Lúcete —me burlé, jadeando un poco.

Por fin frenamos el paso hasta un trote más cómodo y tranquilo y corrimos en fila a la luz de la Luna. El olor de la manada de Pico Rocoso se fue desvaneciendo a medida que nos acercábamos al límite de nuestro territorio y noté que todos mis compañeros se relajaban. Por el jadeo de Riil y Ázzuen me di cuenta de que se alegraban de bajar el ritmo.

Yo esperaba que Rissa nos llevase de nuevo al lugar por donde habíamos cruzado antes el río. En lugar de eso nos condujo por un sendero bastante pisoteado, abierto por los ciervos cuando iban a beber, y luego siguiendo la ribera hasta mucho más arriba del lugar por donde habíamos cruzado. No entendí por qué volvíamos a nuestro lugar por un camino tan largo. Viajamos durante casi dos horas, tanto como habíamos tardado en llegar desde el campo de Hierbas Altas hasta el lugar de los humanos, y solo llegamos hasta el río. Entonces vi un aliso caído cruzado sobre la superficie del agua. Miré sorprendida el delgado tronco cuando Rissa abrió la marcha sobre él. Werrna ayudó a Riil a cruzar y Unnan y Borrla los siguieron.

—¿Por qué nos han hecho cruzar el río a nado si esto estaba aquí? —pregunté a Marra. Contestó Ylinn.

—Todos los lobos deben saber nadar si quieren cazar —dijo—. Nosotros tres fuimos los últimos en cruzar, con Ylinn vigilando que Ázzuen no tuviese problemas. Y hay un largo camino hasta el Paso del Árbol. Toda energía desperdiciada es energía que no tendremos para la caza.

Miró al otro lado del río, donde Rissa esperaba.

—No creo que Rissa fuera consciente de que los pequeños iban a tener tantos problemas para nadar. No corrían peligro real, Werrna y yo los habríamos cogido, pero no podemos vigilar cachorros enclenques y llevar la carne al otro lado. —Entornó los ojos, divertida—. Además, la última vez que intentamos cruzar a nado con carne, Minn dejó escapar flotando todo un hueso de pata. Así que muchas veces usamos el Paso del Árbol cuando volvemos del lugar de los humanos.

—¿Con qué frecuencia robamos a los humanos? —preguntó Marra, sorprendida.

Ylinn sonrió de oreja a oreja.

—Con la suficiente para que necesitemos mantenernos en condiciones de cruzar el río cuando queramos. Vamos. —Cogió su trozo de carne y cruzó con ligereza hasta el otro lado del río para unirse a los demás.

Seguía sin tener sentido.

—Ázzuen y Riil podrían haberse ahogado —dije a Marra.

Después de todo lo que Rissa nos había dicho sobre nuestra protección, yo no conseguía entender por qué quería correr ese riesgo. Sacudí la cabeza para aclararla y miré a Ylinn.

—Estaban poniéndonos a prueba otra vez —dijo Marra siguiendo mi mirada.

Había conseguido robar una costilla de ciervo con olor a vieja que aún tenía algo de carne y la había dejado en el suelo mientras esperábamos a que los otros cruzasen. El cielo se estaba tiñendo con la primera luz del alba y mis ojos comenzaron a adaptarse para recibir la brillante y cegadora luz del Sol.

—No querían que Ázzuen y Riil se ahogasen —dijo—, pero querían saber cuáles de nosotros son los más fuertes. Igual que querían ver quién conseguía robar la mejor carne. —Sonrió—. Deberías haber visto a Ylinn. Entró a la carrera cuando los humanos estaban de espaldas y les robó la carne del fuego. Por eso tuvimos que salir corriendo tan deprisa. Rissa simuló estar enfadada, pero te aseguro que estaba impresionada.

Rissa estaba impresionada porque Ylinn había robado un buen trozo de carne, pensé, e impresionada con Borrla porque había ayudado a Riil a cruzar el río. Y, para acabar de empeorar las cosas, yo estaba en un lío por no ser suficientemente fuerte para resistir la proximidad de los humanos. Suspiré. Entonces volví a mirar a Borrla y vi que también ella llevaba carne del fuego.

—¿Por qué Borrla llegó a entrar en el lugar de reunión de los humanos? —pregunté indignada.

—No entró —dijo Marra estirando su largo lomo—. A Ylinn se le cayó un trozo de carne del fuego y Borrla la cogió. Pero si escuchas cómo lo cuenta Borrla, su única idea era robar carne asada.

Rissa nos llamó.

—¿Qué estáis esperando, pesadas?

Seguí a Marra cuando recogió su carne y se puso en marcha para reunirse con los demás. Rissa miró toda la carne robada.

—Ahora os merecéis comer algo, lobos de Río Rápido —dijo, parada donde terminaba el puente. Olfateó toda la carne y apartó una gran parte para llevarla a Ruuqo y los otros. Se me hacía la boca agua. Vi que dejaba toda la carne del fuego a un lado para nosotros.

—De todos modos Ruuqo no se la comería —dijo al ver el gesto de reprobación de Werrna—. Dice que la comida del fuego no es comida de verdad —sacudió la cabeza haciendo sonar las orejas—; así que le evitaremos el problema de probarla.

Todos fuimos hacia la carne del fuego, pero Werrna me apartó con un brusco empujón.

—A ti no te toca. Ya tienes demasiada afición a los humanos.

Indignada, di un chillido e intenté colarme hasta la carne esquivándola, pero entonces me apartaron a empujones Rissa e Ylinn. A Ázzuen y Riil también los habían echado a un lado. Los dos tenían la cola baja. Pero yo estaba furiosa; no era un cachorro enclenque. Di un par de pasos en dirección a la carne pero me detuvo una mirada fría e iracunda de Werrna. Estuve a punto de gruñirle, pero recordé el consejo de Tlituu sobre no hacer estupideces. Me sacudí la furia y me quedé mirando cómo mis compañeros engullían la carne del fuego. Por fin, cuando solo quedaba un trozo, Rissa dio la orden de ponernos en marcha.

Después de unos pocos pasos se detuvo. Su pelo estaba erizado y de su garganta emergió un profundo gruñido. Dejó la carne que llevaba y se plantó con las patas separadas. Werrna, que se había situado al final de la fila para vigilar, nos adelantó corriendo y se puso a su lado.

—Pico Rocoso —expresó con un gruñido—; en nuestro lado del río.

Levanté la vista y vi que dos grandes lobos, un macho y una hembra, se habían parado en nuestro camino. No pude evitar fijarme en la cara del macho. Yo creía que la cara de Werrna tenía cicatrices, pero aquel lobo tenía más cicatrices que cara. El lado izquierdo de su boca estaba medio arrancado y su ojo izquierdo estaba cerrado casi por completo por un colgajo de piel que caía sobre él. Además olía mal. Ácido y podrido, como a enfermedad. Tal como olía no parecía que pudiese tenerse en pie, y mucho menos ser tan fuerte y poderoso como aparentaba. Pero no cabía duda de que era un lobo fuerte, un líder. Ambos eran más grandes que Ruuqo y con una musculatura imponente. No parecían preocupados por enfrentarse a tres lobos rivales.

—Torell, Siila —los saludó Rissa.

Seguía con las patas y la cola rígidas y el pelo del lomo erizado.

Werrna e Ylinn la flanquearon, con las colas ligeramente más bajas que la de Rissa pero igualmente rígidas.

—No es la primera vez que entráis en las tierras de Río Rápido.

La voz de Rissa era suave, pero la furia parecía emanar de ella como una niebla.

—Rissa —dijo Torell, el macho, con una mínima inclinación de cabeza—. Werrna. —No saludó a Ylinn ni a ninguno de los pequeños—. Creo que no deberíais ser tan rápidas con las acusaciones; vosotras habéis estado en nuestro territorio esta noche.

—En territorio común, Torell. Sabes que hay vía libre al lugar de los humanos. Teníamos que enseñar a nuestros lobatos cómo son. Cualquier manada sabe eso.

—Yo nunca he estado de acuerdo —dijo con voz tan suave como la de Rissa—. La decisión sobre mi territorio se tomó sin mi consentimiento. Pero lo dejaré pasar a pesar de que os habéis llevado carne de mis tierras.

—Más te vale —se burló Werrna—, porque somos más que vosotros.

Torell la ignoró.

—¿Estos son vuestros cachorros de este año?

—Todos los que sobrevivieron a la primera luna —dijo Rissa con orgullo.

—¿Cuántos viven de los vuestros? —preguntó Ylinn levantando la cola un poco más—. El año pasado solo fueron dos, ¿no? Y los dos se fueron del valle.

—Cállate —ordenó Rissa.

Siila levantó el labio por el lado izquierdo y habló por primera vez. Era ligeramente más pequeña que Torell y de color marrón amarillento.

—A ver si enseñas modales a los de este año. Aunque veo algunos que no creo que lleguen a pasar el invierno. —Sus ojos se habían detenido en Ázzuen y Riil.

—No hace falta que te preocupes por eso —dijo Rissa—. Chicos, esta es Siila y este es Torell, los jefes de la manada de Pico Rocoso. No hace falta que los saludéis.

—Como si alguno de nosotros quisiera —susurró Ázzuen.

—Vais a salir ahora mismo del territorio de Río Rápido —dijo Rissa echándose un poco a un lado—. Os dejaremos pasar sin haceros daño.

Siila mostró lo que en cualquier otro lobo se habría considerado como una sonrisa. Viniendo de ella se parecía más a una amenaza.

—Por el momento nos vamos; pero escucha una cosa, Rissa: nuestros territorios están en peligro. Los humanos nos quitan las presas. Los colmillos largos de nuestro territorio ya están muriendo. No permitiremos que nuestra manada sufra porque tuvimos la mala suerte de tener a los humanos en nuestro lado del río —la mirada de Siila se volvió hacia nosotros—. Las tierras de Río Rápido están entre las más ricas del valle. Tendremos las presas que nos corresponden.

Rissa volvió a gruñir. Esta vez Werrna e Ylinn se unieron a ella. Sentíamos el temblor del suelo bajo nuestras patas.

—Creo que es tiempo de que os vayáis —dijo Werrna.

Torell miró a Siila y asintió ligeramente. Los dos comenzaron a caminar entre nosotros. La senda era estrecha y tenían que pasar a nuestro lado, o si no tendrían que atravesar el bosque y eso se lo pondría difícil para moverse deprisa si los atacábamos.

Torell iba mirándonos al pasar. Cuando me vio se paró.

—¿Qué es esto? —murmuró mirándome fijamente—. Lleva la marca de los malditos y huele a sangre de Extraño.

—Muévete —dijo Ylinn viniendo a ponerse a mi lado.

Pero yo no pude.

—Ya te he dicho que los asuntos de Río Rápido no te incumben —le espetó Rissa.

Werrna se volvió para encararse con Siila y dejó a los lobos de Pico Rocoso atrapados entre ella e Ylinn por un lado y Rissa por el otro.

—No nos gusta repetir las cosas —dijo—. ¿Saldréis de nuestro territorio por las buenas o tendremos que acompañaros? Torell entornó los ojos.

—Por el momento nos vamos —dijo.

Pero sus ojos seguían sobre mí, y hasta que Werrna y Rissa se movieron hacia ellos no empezaron él y Siila a cruzar por el tronco. Corrieron sin problemas hasta el otro lado y se quedaron mirándonos desde allí.

—Vamos, chicos —dijo Rissa—. Esta noche no volverán a entrar en nuestro territorio.

Cogió el trozo de carne del fuego que había dejado caer y el pelo de su lomo volvió a su lugar. Nos pusimos en marcha de inmediato, esta vez más deprisa. Yo no podía parar de temblar. Había algo en la mirada de Torell y en el odio que se traslucía en su voz que me había dejado helada. Pero ya había tenido demasiadas cosas extrañas para una noche y lo aparté de mi mente. Tenía bastante con preocuparme por si alguien contaba a Ruuqo que había intentado ir con los humanos. Ya me preocuparía por Torell y la manada de Pico Rocoso en otro momento.