VI

Unnan fue el primero de nosotros en hablar.

—¿Por qué es tan importante que no nos emparejemos con lobos de fuera del valle? —preguntó mirándome intencionadamente—. ¿Por qué es tan malo dejar que viva un lobo con sangre mestiza?

Trevegg miró mal a Unnan, pero le contestó.

—Los mestizos pueden ser peligrosos —dijo—; algunos de ellos se sienten demasiado atraídos por los humanos. Otros no pueden resistirse a matarlos. En cualquier caso se rompe el pacto y nosotros fracasamos en nuestra misión. Otros mestizos no son una cosa ni la otra y se vuelven locos; nadie sabe cómo van a comportarse.

—Entonces, ¿tener un mestizo en la manada nos pone en peligro? —preguntó Borrla aparentando inocencia. Tuve que contenerme para no arrancarle las orejas. Marra, simulando quitarse una pulga, clavó las uñas en la cadera de Borrla. Borrla gruñó y saltó sobre ella. Antes de que los demás pudiésemos sumarnos a la pelea, Trevegg levantó a Borrla por la piel del cuello y la apartó.

—¡Basta! —dijo el viejo—. En algunas ocasiones mezclamos nuestra sangre. Los Grandes nos traen a veces lobos de fuera del valle. Si no lo hiciéramos, nuestras estirpes se irían debilitando.

—Acaba habiendo lobos con tres orejas y dos narices —dijo Ylinn dando un golpe amistoso a Unnan; él se cayó hacia un lado y le dirigió una mirada torva.

—Aceptamos mestizos cuando los Grandes lo permiten —dijo Rissa—, como hicieron con Kaala.

—Los Grandes podrían equivocarse, ¿no? —insistió Borrla—. A pesar de todo, ella podría ser peligrosa.

—Eso no te toca decirlo a ti, pequeña —dijo Trevegg.

Ruuqo levantó la cabeza otra vez para mirarme. Rissa vino a colocarse a mi lado y me dio un lametón en la cabeza.

—Se acabó esta discusión —dijo Rissa—. Es el deseo de los Grandes y así se ha hecho. Debéis recordar lo que os he dicho de los humanos y el pacto. Ahora, dormid y estad preparados para correr dentro de unas horas.

Entonces, como si nada inusual sucediese, la manada se tumbó para dormir durante el resto de la parte calurosa del día. Ázzuen y Marra se tumbaron tan cerca de mí como permitía la comodidad bajo el sol de la tarde, y yo agradecí su apoyo. Pero mi corazón se había acelerado. No era solo que Ruuqo no me quisiera en la manada de Río Rápido; era mucho más que eso. Yo podía representar un peligro para todo el valle. Deseaba con desesperación saber más acerca de los humanos y de qué pasaba con ellos que los hacía tan importantes. Quería hacer más preguntas a Trevegg e Ylinn mientras los otros lobatos dormían, pero el calor del final de la tarde me amodorraba y sin darme cuenta me sumergí en el sueño con el resto de mi manada.

Rissa nos despertó dos horas antes de la salida de la Luna. Yo me revolqué encantada con el aire fresco de la noche, de mucho mejor humor que cuando me había dormido. Era una lobata de la manada de Río Rápido y nada que dijeran Unnan o Borrla podría cambiar eso. Nuestra ceremonia de partida fue rápida y silenciosa, solo hubo gritos y chillidos muy discretos. Los humanos se habían ido de donde había estado la presa y de ellos solo quedaba un rastro de olor, pero no estábamos dispuestos a correr riesgo alguno. Rissa dijo que nuestros aullidos los molestaban, incluso desde muy lejos.

Nos marchamos de Confín del Bosque, cruzamos a la carrera la llanura de Hierbas Altas y nos internamos enseguida en el bosque del otro lado, con todos nosotros, los lobatos, haciendo lo que podíamos por mantener el paso de los adultos.

Ruuqo nos había advertido antes de salir que no quería desobediencias.

—Si algún lobato no acata las órdenes tendrá que volver solo. No podéis apartaros del camino marcado por Rissa. Si alguno no puede obedecer debe quedarse aquí. —Su tono no admitía discrepancias. Todos tuvimos que prometer obediencia.

El bosque del otro lado de la Gran Llanura estaba lleno de fragancias de árboles y arbustos que yo no conocía, pero no nos detuvimos a investigar los nuevos olores. Tanto el campo como los bosques olían intensamente a humano, y ese olor acre me aturdía. Era fácil de seguir, incluso después de varias horas, y nos movíamos deprisa a la luz de la Luna. Era media Luna e iluminaba el mundo con los duros contrastes de la noche, que hacían que todo fuese claro y nítido. Las hojas estaban perfiladas con el resplandor lunar, en el suelo se dibujaban las sombras y podíamos ver mucho más lejos que bajo la cegadora luz del día. Era la hora de cazar y era fácil seguir la pista de ramas de aliso rotas y tierra movida que habían dejado descuidadamente a su paso los humanos. El olor de humano era tan fuerte que habríamos podido seguir su rastro en una noche negra, pero no me pareció mal contar con la ayuda añadida de la Luna para iluminar el mundo nocturno.

Oímos el río antes de verlo. Sonaba como un viento fuerte soplando a través de un centenar de árboles frondosos. Percibí el olor del agua, por supuesto, pero también los de la tierra mojada y la madera podrida, los bosques de suelo fértil y los animalillos bien alimentados, bocaditos de lagarto y ratón. Empecé a jadear por la excitación cuando nos acercamos al río que separa nuestro territorio del de los humanos; me pregunté si la tierra que quedaba al otro lado del agua sería muy diferente.

El río era más ancho de lo que esperaba y se movía más deprisa. La pendiente hasta el río era suave, pero la ribera opuesta era muy empinada. Me quedé dudando al llegar a la orilla, igual que los demás lobatos.

—Solo es agua, chicos —dijo Rissa mientras miraba alrededor en busca de algún peligro; luego bajó la cabeza para beber.

El ruido que hacía al beber me hizo ser consciente de la sed que tenía. No habíamos encontrado agua desde la comida. El agua era deliciosa; tenía sabor a hojas y peces, y a lugares lejanos.

—Me pregunto dónde acabará —dijo Marra mirando fijamente corriente abajo.

—Me preocupa más llegar a la otra orilla —dijo Ázzuen mirando con inquietud al otro lado del río.

Unnan rió entre dientes y la cola de Ázzuen bajó un poco.

—Venga, pequeños —dijo alegremente Rissa. Entró corriendo en el agua y luego se volvió hacia nosotros—. Tenéis que moveros con comodidad en el agua. Hay presas que nadan en los ríos y debéis ser capaces de nadar tras ellas. No querréis ver cómo vuestra comida se aleja flotando —dijo con una gran sonrisa.

Rissa fue capaz de atravesar caminando la mayor parte del río; no empezó a nadar hasta que llegó a la mitad. Los lobatos tuvimos que nadar casi todo el trayecto. Ella subió sin problemas por la otra orilla, se sacudió el agua y nos miró. Werrna entró en el agua y avanzó vadeando hasta detenerse donde el río se volvía más hondo.

El agua se movía como el viento. A mí me gustaba bañarme y había chapoteado con gusto en la charca próxima a nuestro refugio, pero nunca había probado algo como aquello. Metí una zarpa en el agua reuniendo valor para cruzar.

Algo me dio un fuerte empujón por detrás y caí violentamente al río. Tragué una bocanada de agua y barro y me arrastré de vuelta a la orilla tosiendo y sacudiéndome el agua del pelo y los ojos; descubrí a Borrla en la orilla detrás de mí con una sonrisa de superioridad. Sin pensarlo, olvidando la advertencia de Ruuqo, salté sobre Borrla y la derribé en el barro. Ella podría haberme ahogado y desde luego me dejó en ridículo, y yo no estaba dispuesta a dejarla marchar sin más.

—¡Chicas! —exclamó Werrna volviendo a cruzar el río, mientras Ylinn interponía la cabeza para evitar que Unnan y Ázzuen se unieran a lo que les pareció una buena pelea—. ¿No sabéis comportaros de otra manera? Ya no sois cachorras. Se supone que sois suficientemente responsables para hacer un viaje sin que haya que vigilaros todo el tiempo. ¿Voy a tener que enviaros a ver a Ruuqo?

A regañadientes, dejé que Borrla se levantase. En sus ojos ardía la furia y yo sabía que quería pelear conmigo, pero tendría que esperar hasta otro momento; no estaba más dispuesta que yo a perder la oportunidad de ver los humanos. Ambas bajamos la cabeza ante Werrna y nos aplastamos contra el suelo. Borrla me clavó la zarpa izquierda en las costillas. Yo contuve el impulso de morderle el cuello. Werrna nos vigilaba de cerca. Aparentemente contenta de que hubiésemos dejado de pelearnos, volvió a introducirse en el río como si la rápida corriente no fuera para ella más que una suave brisa. Se quedó plantada impasible en medio del agua, con el pelo mojado aplastado contra el cuerpo y los ojos brillando a la luz de la Luna.

—No esperéis toda la noche —murmuró cuando nos vio dudar—, la Luna se habrá escondido tras las montañas antes de que os atreváis a mojaros las zarpas.

Al otro lado del río, Rissa iba y venía por la orilla sin cesar.

—Venga —dijo Ylinn al ver que ninguno de nosotros entraba en el agua—. En esta estación el río es manso. Esperad a que pasen las lluvias; entonces correrá tan rápido como yo.

Respiré hondo y metí las patas en el agua. Borrla me apartó a un lado con un hombro.

—Algunos lobos tienen miedo de todo —dijo— y otros no. —Caminó confiada río adentro, comenzó a vadearlo y acabó de cruzarlo nadando. La siguió Unnan, que se detuvo a salpicar de agua la cara de Ázzuen. Nadaban sin gracia, con las patas agitándose casi frenéticamente por debajo y las cabezas muy levantadas sobre el agua, pero eran nadadores potentes.

—No creo que pueda conseguirlo. —La voz de Ázzuen era tan débil que tuve que hacer un esfuerzo para oírlo. Se sentó encogido junto a Ylinn. Yo debería haber ido con él, pero Unnan y Borrla casi habían llegado hasta donde estaba Werrna en el centro del río.

Marra me empujó por un costado con la nariz.

—Te echo una carrera hasta el otro lado —dijo, y se tiró al agua.

—Vamos —grité a Ázzuen, y salté al río.

No me volví para ver si me seguía. No pude seguir a Marra, pero crucé el río con mucha más facilidad de lo que había esperado. La corriente nos llevó río abajo porque no podíamos nadar con tanta fuerza como Rissa; ella bajó ligera por la orilla para reunirse con nosotros.

—Muy bien hecho, chicos —nos felicitó, y luego dirigió la vista hacia el otro lado del río.

Hasta entonces no miré atrás, y vi a Ázzuen y Riil en la otra orilla mirando nerviosos la corriente de agua. Ylinn les pellizcó las ancas con los dientes. El agua trajo su voz hasta donde estábamos.

—¿Voy a tener que cruzaros? —se burló de ellos—. ¿Qué va a pensar Ruuqo cuando le digamos que habéis sido tan miedicas?

«Vamos, Ázzuen», pensé con impaciencia. Si nos dejaba ver su miedo nunca entraría en la manada. Inseguros, primero él y luego Riil entraron en el agua. Ázzuen nadaba despacio y sin gracia. Cuando había recorrido tres cuartos del río se cansó y comenzó a hundirse. Le grité.

—¡Sigue nadando! ¡Si el idiota de Unnan es capaz de hacerlo, tú también!

Al parecer mi voz dio a Ázzuen una inyección de energía, terminó de cruzar y salió del río sacudiéndose el agua del pelo. Yo estaba orgullosa de él, me gustaba que mi aliento lo hubiese ayudado a cruzar, y estaba un poco avergonzada de no haberlo esperado.

—Sabía que podías hacerlo.

—Sí —dijo—. Ahora solo tengo que volver a cruzar al otro lado. Me restregó la nariz por un carrillo.

Me volví hacia Borrla esperando ver cómo se burlaba de nosotros por nuestro cariño, pero su mirada estaba en el río. Riil estaba haciendo un gran esfuerzo. No parecía entender cómo se nada y a mitad del recorrido dejó de mover las patas. Empezó a hundirse de inmediato. Rissa dio un ladrido agudo. Ylinn y Werrna fueron vadeando hacia Riil, pero la corriente se lo llevaba río abajo.

Borrla saltó al agua, nadó vigorosamente hasta Riil y lo sujetó por el cogote. Mantuvo las cabezas de ambos fuera del agua hasta que Ylinn los alcanzó y arrastró a Riil a la seguridad de nuestra orilla. Rissa lo inspeccionó, se aseguró de que no estaba herido y lo lamió entero, como si pudiese limpiarlo del peligro. Borrla volvió a la orilla y se tumbó en el barro jadeando. Riil fue tímidamente hasta ella y le lamió la cara en agradecimiento. Yo esperaba que se riese de él por débil, pero ella apoyó suavemente la barbilla en su cuello. Tuve un brote de celos. Ni se me había ocurrido consolar a Ázzuen. Me volví, lo encontré mirándome fijamente, pero antes de que yo pudiese decir algo habló Rissa.

—Has trabajado bien por la manada —dijo a Borrla. El tono de aprobación de su voz me indignó—. Tú —dijo a Riil, seria con él ahora que sabía que estaba a salvo— tienes que ponerte más fuerte. Le rozó la cabeza con la nariz y acabó de sacudirse el agua.

—Esta era la parte menos peligrosa de esta noche, chicos —dijo—. Seguidme y no hagáis ruido. No volveremos a parar hasta que lleguemos al lugar de reunión de los humanos.

Corriendo de uno en uno para que ningún lobo que nos encontráramos pudiese saber cuántos éramos, nos internamos en el espeso bosque hacia el olor cada vez más intenso de los humanos.

El bosque se volvió más ralo y llegamos a la base de una colina pequeña y seca cubierta de espinos y hierbas altas del verano. El olor de los humanos era abrumador. Rissa nos hizo parar y nos reunió a su alrededor.

La voz de Rissa adoptó un tono de aviso.

—Desde esta colina podremos ver el lugar de reunión de los humanos. No os acerquéis a ellos. No os apartéis de un adulto.

Mi corazón estaba acelerado por la excitación. Solemnemente y en silencio, como habíamos visto que nuestros mayores se acercaban a la osa, subimos sigilosamente hasta la cima de la colina. No podíamos ver bien a los humanos, pero los olíamos y los oíamos. Rissa volvió a pararse y esperamos a su lado. Ylinn y Werrna vigilaban, a nosotros y cualquier cosa que pudiese delatarnos. Ázzuen, sentado junto a mí, comenzó a temblar un poco. Me volví para lamerle la cara y cogí suavemente su morro con mi boca, como nos hacía Rissa a todos cuando éramos pequeños y teníamos miedo de algo. Pude oír cómo se frenaba su corazón mientras yo lo tranquilizaba. Marra, que había sido tan valiente en el río, se acercó a mí gimoteando en voz muy baja. Entonces le cogí el morro con la boca y ella suspiró aliviada. Di un vistazo a los otros lobatos y vi que Borrla estaba haciendo lo mismo con Riil. Me miró desafiante.

A un gesto de cabeza de Rissa nos echamos sobre nuestros vientres y comenzamos a avanzar reptando, ocultos por la hierba alta y seca. Rissa había dicho que los humanos eran ciegos por la noche, pero aun así yo estaba contenta de tener la cobertura que nos proporcionaban la hierba y los espinos. Ázzuen, y después Marra, daban grititos de excitación y miedo, hasta que una severa mirada de Rissa y unos cuantos pequeños mordiscos de Ylinn los acallaron. Finalmente nos arrastramos sobre la cima de la colina y miramos el interior del refugio de los humanos. Por lo menos podíamos verlos, y también oírlos y olerlos. Había varios grupos de criaturas de dos patas. Como osos antes del ataque, se movían pesadamente por un claro que era seis veces como nuestro lugar de reunión. Sus largos cuerpos eran lisos como los de un lagarto o una serpiente, pero tenían algunas zonas cubiertas de pelo liso y brillante. Muchos de ellos llevaban pieles de sus presas alrededor de los hombros y las ancas. Olían a sal, carne y tierra húmeda, a pieles de animal y agua del río. Pero sus propios olores quedaban cubiertos por el olor acre que los hacía tan fáciles de localizar, incluso desde grandes distancias. Era el olor del fuego, me di cuenta de repente; olor a fuego mezclado con un olor de roca quemada que no me era familiar. El fuego estaba confinado por círculos de piedras. Había algo extraño en su olor, pero no pude identificarlo.

Los humanos estaban reunidos en grupos del tamaño de una manada pequeña, adultos y jóvenes mezclados. Los jóvenes trotaban por el claro gritando y aullando. Su tamaño iba desde el de un cachorro de una luna hasta casi el de un lobo adulto. Los más pequeños daban tumbos inestables por el claro, de manera tan parecida a los cachorros de lobo que noté que mi cola comenzaba a agitarse. La mayoría de los adultos eran más grandes que un lobo adulto, los machos más grandes y peludos que las hembras. De pronto me sentí sola. Tan sola como me había sentido cuando se marchó mi madre.

—¡No me extraña que se estén quedando con todas las presas del valle! —La voz de Werrna estaba ronca por la sorpresa—. Nunca habían sido tantos. ¡Solían respetar el tamaño de la manada!

—Son peores que los de Pico Rocoso —afirmó Rissa—. Ya no se conforman con buscar la comida dentro de su territorio. Creo que podrían entrar en nuestros lugares de reunión sin llegar a pensar que están haciendo algo incorrecto.

Yo estaba pasmada. Ningún lobo entraría en el territorio de otro sin ser consciente de que está poniéndose en peligro. Eso es algo que solo haces cuando debes y con mucho, mucho cuidado. Y preparado para pelear.

—Si sus manadas se hacen demasiado grandes deberían echar a algunos, como hacemos nosotros —dijo Borrla. Arrugó un labio con desprecio—. Más parecen un rebaño de presas que una manada.

—Son cazadores —dijo Rissa—. Nunca olvidéis eso. Son cazadores que no respetan las reglas de la caza ni los territorios. Por eso debéis conocerlos tan pronto, chicos. Cuando yo era joven podíamos cumplir el pacto sin más que ignorarlos. Nos manteníamos apartados de su camino y ellos del nuestro. Ahora están por todas partes, así que siempre tenéis que tener cuidado con ellos.

Mirábamos cómo una hembra humana se acurrucaba en los brazos de un macho. Una cría pequeña iba colgada del cuello de otra hembra que caminaba por el claro. Sentí que me subía por la garganta un gemido y lo ahogué rápidamente. No me parecía bien que no pudiésemos estar con los humanos, pero después de todo lo que había dicho Trevegg sobre mi sangre mestiza no pensaba hacer preguntas acerca de ello.

Vi que Ázzuen me miraba.

—Pero ¿por qué no podemos estar con ellos ni un poco? —preguntó—. Entiendo por qué no podemos pasar mucho tiempo con ellos ni ayudarlos, pero ¿por qué no podemos al menos acercarnos a ellos? —Tuve ganas de saltar sobre él para darle las gracias, pero me limité a dirigirle una mirada de agradecimiento.

—Una vez que comenzamos a pasar tiempo con ellos —contestó Rissa— no queremos parar. Queremos ayudarlos y enseñarles cosas, como hizo Indru. Al menos —dijo desviando la mirada— eso es lo que me enseñaron cuando era pequeña. Y también —hizo una pausa como para decidir si nos lo contaría o no— hay algo en las almas de lobos y humanos que no resiste la convivencia. La mayoría de los humanos temen el carácter salvaje propio de los lobos porque es algo que ellos no pueden controlar. Cuando pasamos mucho tiempo con ellos, o renunciamos a nuestra fiereza para agradarles, o nos negamos a hacerlo y eso enfurece a los humanos. O nosotros nos enfurecemos e intentamos matarlos, y entonces los Grandes tienen que eliminar toda una manada. Por eso nuestros antepasados prometieron que los lobos del Gran Valle evitarían absolutamente el contacto con humanos. Excepto, por supuesto —dijo con un destello en los ojos—, ¡para robarles cuando podamos!

El semblante de Ázzuen había ido tomando un aire pensativo.

—Entonces —dijo—, ¿por qué los Antiguos no mataron lobos cuando los jóvenes cazaban con los humanos como cuentan las leyendas? Los lobos rompieron la promesa de Indru. Si es tan peligroso estar con ellos, ¿por qué nos dieron otra oportunidad?

—Deberías estar contento de que lo hicieran —murmuró Werrna mirando a Ázzuen con gesto de disgusto—. Y tú no tienes por qué cuestionar las leyendas.

—Pero la verdad es que mantenerse alejado de ellos no sirve de nada, ¿no? —insistió Ázzuen levantándose súbitamente—. No si los humanos se dedican a coger lo que no es suyo y no respetan los territorios. ¡Y Alatersa dijo que están echando del valle a las presas!

—¡Siéntate, pequeño! —le increpó Rissa—. ¡Y mantente callado!

Ázzuen cayó sentado, cogido por sorpresa por la furia de Rissa. Abrió la boca para protestar y Rissa le gruñó.

—Ya se te ha dicho que no cuestiones las leyendas. Ahora quédate callado o ya puedes volver cruzando el río tú solo.

Tras la reprimenda, Ázzuen optó por tumbarse sobre su vientre. Le rocé la cara con la nariz sintiéndome un poco culpable, porque a fin de cuentas la primera pregunta la había hecho en mi nombre. Luego volví a dedicar mi atención a los humanos.

No parecían peligrosos. Una pequeña estaba acurrucada a los pies de una pareja de macho y hembra que parecían sus padres. Olía como la lluvia recién caída.

Ylinn miraba dos machos jóvenes que peleaban como lobatos.

—Querrás ir con ellos —dijo en voz baja—. Querrás tocarlos y estar cerca de ellos, tener con los humanos la misma relación que con cualquier otro. Pero tu deber de loba es resistir. La obligación con la manada y el pacto están por encima de tus propios deseos.

Rissa asintió con la cabeza.

—¿No nos olerán? —preguntó Riil moviéndose un poco hacia atrás.

—Sus narices son tan inútiles como un par de alas en un uro —dijo Werrna con un gesto de desprecio—. Podrías estar justo detrás de uno de ellos y tirarte un pedo sin que te oliesen.

—Bueno, yo no diría tanto —dijo Rissa riendo sin poder evitarlo—, pero sus narices son mucho más débiles que las nuestras y no pueden olernos a distancia.

Pensé en eso. ¿Cómo podía ir por la vida una criatura sin ser capaz de oler los rivales y las presas? Mi nariz todavía estaba trabajando afanosamente por ordenar los olores de su refugio, aún preocupada por ese extraño olor del fuego. Por fin me di cuenta de lo que era: carne y fuego juntos. Carne quemada. De alguna manera el olor era espantoso y anormal y a la vez irresistible. Me atraía tanto como las propias criaturas. Me daba hambre. Hambre de carne, pero también un deseo de algo más, que nacía de lo más profundo de mi cuerpo.

—¿Y cómo viven? —pregunté para apartar el deseo—. ¿Cómo cazan si no tienen olfato?

—Viven y cazan como nosotros —dijo Rissa—. Sus ojos funcionan bastante bien con la luz diurna, y trabajan como una manada. Pero, en lugar de dientes y garras, construyen sus herramientas para matar. Varas aguzadas, como espinas muy largas, y otro palo que utilizan para lanzarlas. Pueden matar presas desde lejos. Son buenos cazadores —dijo, un poco melancólica.

Nos quedamos en silencio observando el lugar de los humanos. Entonces entendí por qué había una regla que prohibía de manera tan tajante estar con ellos. De una manera extraña, eran como nosotros; se nos parecían incluso más que los cuervos. Producían sonidos que sonaban como un lenguaje, y su lenguaje corporal era tan claro como el de cualquier lobo. Sus jóvenes se agachaban y jugaban de manera muy parecida a la nuestra. Estaba segura de que un macho alto y con buena musculatura era el jefe del grupo. Olía a poder, y aquellos flacos y zanquilargos jóvenes intentaban conseguir su aprobación. No podía imaginar cómo mantenía el orden en una manada tan grande, pero yo estaba fascinada.

De repente el aire se calentó a mi alrededor y sentí que había otra loba a mi lado. Su olor me era familiar, pero no era de mi manada. Me sorprendió que un lobo extraño se uniera a nosotros sin saludar a Rissa y sin ser investigado por mis compañeros. Volví la cabeza y vi una loba joven, como de la edad de Ylinn, que miraba a los humanos con añoranza. No quise molestarla, pero tenía un aire tan triste que restregué mi nariz por su cara.

La loba extraña volvió la cabeza, y cuando vi el creciente blanco en su pecho supe por qué me era tan familiar. Era la loba que se me había aparecido cuando estaba desesperada en la gran llanura, la loba que yo creía haber inventado por el cansancio y la desesperación. Parecía bastante normal. Era una loba pequeña, de color marrón claro y un poco flaca. Pero su olor era el que yo había seguido hasta mi manada a través de la llanura, el olor que había salvado mi vida y la de Ázzuen. Y de pronto me di cuenta de que la nota acre de su olor era semejante al olor de fuego-piedra-carne del lugar de los humanos. La loba extraña olía a humanos.

Te has desarrollado bien, pequeña Dientecillos —dijo tocando con la nariz el creciente blanco de mi pecho—. Ya no te queda mucho de ser una lobata. Dime: ¿cómo van las cosas por la manada de Río Rápido?

El olor de humano de la loba seguía confundiéndome.

—¿Perteneces a la manada de humanos? —le pregunté.

No mucho —respondió. Dirigió otra mirada de añoranza al lugar de los humanos y luego a Rissa y los pequeños. No podía creer que mis compañeros no saludaran ni desafiaran a la recién llegada.

—Entonces, ¿cuál es tu manada? —le pregunté.

Vaya; soy de Río Rápido, pequeña. Eso y más. Tu manada es mi manada.

Eso me confundió por completo. Había oído que algunos de los cachorros del año anterior, compañeros de camada de Ylinn y Minn, se habían separado de la manada en busca de pareja y podrían volver para los viajes de invierno. Pero sin duda uno de esos lobos saludaría de inmediato a Rissa al volver. Quería preguntarle más cosas sobre ella, pero no lo hice porque caí en la cuenta de que si había abandonado la manada en desgracia probablemente no querría hablar de ello. De todos modos me pregunté por qué, si era ese el caso, Rissa la dejaba echarse junto a nosotros.

Estaba sumida en la confusión mirando fijamente a la loba extraña y ella se rió de mí.

Se supone que estás observando a los humanos, pequeña, no a mí. Míralos. Tú, más que cualquier otro lobo del Gran Valle, debes conocerlos.

—¿Por qué? —pregunté, sorprendida.

Yo empecé un viaje que tú debes completar, hija.

Un aullido profundo y lejano nos sobresaltó a las dos. La joven loba levantó las orejas.

Ahora tengo que irme, hermana. Cuida de mis compañeros de manada. —Volvió a mirar hacia los humanos—. De todos mis compañeros. —Rozó otra vez con la nariz el creciente de mi pecho y desapareció en el bosque. Tuve un pequeño escalofrío cuando el aire se enfrió a mi alrededor.

Me levanté con la intención de seguir a la extraña loba. La Luna de mi pecho aún estaba caliente por su roce, y quería preguntarle qué quería decir con lo de cuidar de sus compañeros de manada. Entonces algo comenzó a tirar de mí hacia el lugar de los humanos, algo tan fuerte que no podía resistirme. Di un paso colina abajo.

—¡Échate! —gruñó Werrna.

Me temblaban las piernas y la cabeza me daba vueltas. Mi pecho comenzó a arder como los fuegos que los humanos cuidaban y sentí como si una enredadera invisible se me hubiera enrollado alrededor del corazón y estuviera tirando de mí hacia el lugar de los humanos. En los lugares de reunión humanos todo era más nítido, más claro. Sus palabras ya no me parecían una cháchara ininteligible; eran tan claras como las palabras de un lobo. Vi una niña acurrucada en los brazos de su padre y quise que esos brazos me rodearan. Quería la carne del fuego en mi boca, el calor del fuego en mi piel. La atracción que había sentido antes se multiplicó por diez y no pude resistirme a ella. Di otro paso y después un tercero, y luego bajé rápidamente la colina. De pronto un pecho y un hombro duros cayeron sobre mí y me aplastaron. No pude contener un chillido cuando Werrna saltó sobre mí y me dejó clavada al suelo.

—Cállate, pequeña idiota —susurró Werrna—. ¿Quieres que todas las criaturas del bosque sepan que estamos aquí?

A pesar de todo seguí intentando llegar hasta los humanos agitando las piernas bajo el fuerte cuerpo de Werrna. Me hizo daño al sujetarme. El dolor de mi pecho se había reducido cuando fui hacia los humanos y se había intensificado al no poder llegar hasta ellos. Seguí debatiéndome contra Werrna. Mi deseo de ir con los humanos era más fuerte que mi miedo al dolor o a los problemas. Por fin me mordió fuerte en un hombro y se aflojó la presa que había hecho en mí el olor a humano. Recordé que era una loba, y de Río Rápido. Dejé que me arrastrase colina arriba hasta donde Rissa esperaba furiosa. Ázzuen y Marra me miraban con los ojos muy abiertos. Incluso Unnan y Borrla estaban demasiado sorprendidos para hablar.

—Pero, por la Luna, ¿en qué estabas pensando? —preguntó Rissa—. ¿Cómo te atreves a ir hacia los humanos después de todo lo que se te ha dicho?

Yo no sabía qué responder. No podía hablarle de una loba que podría ser real o no. No podía contarle hasta qué punto me sentía atraída por los humanos, cómo sentía que era uno de ellos. Rissa habría pensado que estaba loca o que seguiría a los humanos y debía ser expulsada de la manada. Solo pensar en los humanos me hacía sentirme como si estuviera cayendo desde un risco rodando de manera incontrolable. Dejé caer la cabeza.

—¡Contéstame! O te envío a cruzar el río y de vuelta a la llanura. —Nunca había visto a Rissa tan enfurecida con uno de nosotros. La miré alarmada—. ¡Dime por qué me has desobedecido! —exigió.

—Lo siento —dije con un susurro—. Sentí que algo tiraba de mí hacia ellos.

Werrna y Rissa intercambiaron miradas de preocupación y oí a Borrla murmurar algo acerca de los mestizos. Ázzuen me miraba con ansiedad. Me di cuenta de que quería acercarse a mí pero no se atrevía. Agradecí que se preocupara por mí, pero me irritó su falta de valor. No miré a Ylinn; no quería ver la decepción en sus ojos.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Rissa—. ¿Cómo tiraba?

—Como si yo estuviese ardiendo —susurré—; como si la única forma de dejar de arder fuera ir hasta ellos. Lo siento. —No le hablé de la extraña loba; no pude.

—La sangre manda —dijo Werrna mirándome de arriba abajo—. Solo tiene cuatro lunas y ya está sucediendo.

—Venga, Werrna, cállate —dijo Rissa—. Solo es una lobata con demasiada imaginación. Hay montones de cachorros que intentan ir con los humanos la primera vez que los ven. No tiene importancia.

—Pero me miró con preocupación y tocó con la nariz el creciente blanco de mi pecho.

—No tiene importancia. Todavía —dijo Werrna—. ¿Vas a decírselo a Ruuqo?

—No —contestó Rissa. Levantó la cabeza y miró a Werrna a los ojos—. Y tú tampoco.

Werrna dudó durante un momento, luego bajó las orejas y miró a lo lejos.

—Si así lo quieres… —dijo, y se volvió para mordisquear algo en el pelo de su pata.

Borrla fue a pavonearse ante Rissa.

—Yo he sentido también la atracción, pero no he intentado ir con ellos —dijo con la voz cargada de rencor.

Unnan afirmó con la cabeza.

—Ninguno de nosotros fue. Solo Kaala.

—Callaos los dos —les ordenó Rissa—. Y no volveréis a hablar de esto. ¿Me habéis oído? Kaala, esperarás en la base de la colina. Lejos de los humanos. Los demás vamos a recuperar una parte de lo que nos roban.

—A Ruuqo no le gustará eso —dijo Werrna.

—Ruuqo no toma todas las decisiones de esta manada —replicó Rissa—. Si no podemos evitar que los humanos nos roben las presas, cogeremos lo que dejan descuidadamente en los alrededores de su lugar de reunión. —Su mirada se desplazó hasta Werrna—. Tú puedes quedarte aquí con los pequeños.

Werrna abrió la boca para discutir pero la expresión de Rissa la hizo callar.

—Sí, jefa —dijo—. ¡Moveos, pequeños! —Y apartó a Ázzuen y Riil de un empujón.

—Vete —ordenó Rissa cuando yo vacilé—. No tienes suficiente autocontrol para participar en esto.

Si Werrna no iba a discutir con Rissa, desde luego yo no pensaba hacerlo. Intentando ignorar el dolor de mi pecho, me volví y me alejé de mis compañeros y de los humanos que tanto me atraían.