IV

El clima templado se volvió caluroso y los días se alargaron. A medida que nuestros cuerpos se fortalecían íbamos necesitando menos descanso y comenzamos a seguir el ritmo de los lobos. Dormíamos durante las calurosas tardes y jugábamos, aprendíamos y comíamos con el fresco del amanecer y el atardecer, y de noche a la luz de la Luna. Aprendimos que la Luna no era siempre igual, sino que cada día cambiaba en un ciclo constante y tranquilizador que nos ayudaba a seguir el curso del tiempo y las estaciones. Trevegg nos dijo que cuando la Luna se hubiese puesto redonda y brillante cinco veces más estaríamos preparados para cazar con la manada. Practicábamos cazando los ratones que se internaban en nuestro refugio, y aprendimos más de los juegos con Tlituu y los demás cuervos jóvenes de la familia de Alatersa. La Luna se convirtió por segunda vez en un círculo completo y brillante que me hizo estremecer con el recuerdo de nuestra larga caminata a través de la llanura.

Probé mi primera comida en aquel lugar de reunión, cuando Rissa dejó de darnos su sabrosa leche y la manada nos trajo carne en sus barrigas. Al principio nos quedamos confusos cuando Trevegg bajó la cara hacia nosotros. Olíamos la carne, pero no conseguíamos saber de dónde nos venía el olor. Entonces Ázzuen entornó sus avispados ojos y golpeó con la nariz el blanquecino morro de Trevegg. El viejo regurgitó dos veces y de su boca cayó al suelo una buena ración de carne. En cuanto nos quedamos con la idea fuimos a restregar la nariz a los demás lobos, y ellos nos dieron carne fresca y tierna.

Nos hicimos fuertes e incansables, y estábamos ansiosos por explorar el mundo que había más allá de Árbol Caído. Atosigábamos sin pausa a nuestros mayores para que nos dejaran ir con ellos de caza o a explorar territorios, pero no querían llevarnos a más de media hora de distancia del refugio. Por fin, tres lunas después de nuestra llegada a Árbol Caído, llegó nuestra oportunidad.

Alatersa y Sondelagua habían volado perezosamente hasta el lugar de reunión poco después del amanecer. Aunque preferíamos cazar de noche, los cuervos son criaturas principalmente diurnas y no nos molesta seguirlos hasta las presas durante el día. Alatersa se posó en la cabeza de Ruuqo, que estaba reconociendo el claro, y él, molesto, le lanzó un mordisco sin atraparlo.

—¡Lobo desagradecido! —dijo Alatersa con indignación—. Si no te interesan las noticias que te traigo me iré con la manada de los Ratoneros. Ellos se alegrarán de verme.

Ruuqo bostezó.

—Los Ratoneros nunca te conseguirán nada mejor que un cervatillo. Si te dedicas a compartir presas con ellos vas a tener un año de escasez.

—Siempre puedo comerme algún cachorro si estoy hambriento —replicó Alatersa, y súbitamente se lanzó en picado sobre Ázzuen y yo. Estábamos preparados para eso. Yo me tiré hacia la derecha y Ázzuen hacia la izquierda. Alatersa frenó rápidamente y evitó por poco estrellarse contra el suelo.

—Tendrás que ser más rápido que eso si quieres coger a un cachorro de Río Rápido —dijo Rissa—. ¿Qué noticias nos traes, Alatersa?

Alatersa se atusó el plumaje.

—Ya que lo preguntas, Rissa —dijo mirando fijamente a Ruuqo—, hay una yegua recién muerta en el llano de Hierbas Altas, y solo se la está comiendo una osa pequeña.

Rissa abrió las mandíbulas y enseñó los dientes.

—Entonces creo que deberíamos aligerar al oso de su comida. ¿Y cómo consiguió una lenta osa atrapar una yegua?

—Estaba lisiada —contestó Sondelagua— y medio muerta. Pero la osa se comporta como si fuese la única capaz de matarla en todo el llano. No es una osa rápida ni fuerte. Algunos lobos valientes podrían quitarle su presa. —Sus ojos destellaron desafiantes.

—¡Yo creía que la idea era capturar las presas nosotros mismos! —dijo Ázzuen, sorprendido.

—La carne es carne, lobato —dijo Minn—. Si un estúpido oso mata algo para nosotros, no tenemos nada en contra de quedarnos esa carne. Ya nos roban presas los osos con demasiada frecuencia.

—Esa osa avariciosa no la compartirá con nosotros —graznó Alatersa—. Quiere toda la yegua para ella sola y nos amenaza cuando nos acercamos. Vosotros compartiréis la comida con vuestros amigos cuervos, ¿verdad?

—Lo haremos si nos llevas hasta la yegua antes de que el oso se la termine. —Rissa volvió a sonreír enseñando todos los dientes—. ¿Nos enseñarás el camino, astuto Alatersa?

—Está lejos para los cachorros —dijo Alatersa mirándonos—. Las crías de lobo crecen muy despacio. ¿Tú crees que los cachorros conseguirán llegar hasta la llanura de Hierbas Altas?

Levanté las orejas. ¿Quería eso decir que al menos nos dejarían ver una presa de verdad? Podía oír cómo se aceleraba el corazón de Ázzuen y Marra empezó a respirar con rápidos jadeos.

—Mis lobatos son fuertes —dijo Rissa sin alterarse, nada dispuesta a caer en la provocación de Alatersa—. Son lobos de Río Rápido. Yo me puse muy derecha. Me preocupaba tener que hacer otro viaje largo, pero no quería hacer públicos mis temores. Y no éramos tan pequeños. Nuestras cabezas quedaban a la altura de las caderas de los adultos de la manada. Ázzuen gritó por la emoción. Unnan nos miró con cara de desesperación y restregó su hocico con el de Borrla riéndose de Ázzuen, pero él no podía mantener quieta la cola, que se agitaba ante la previsión de una aventura.

Ylinn y Minn se contagiaron de la excitación por la próxima caza. Ylinn, juguetona, cogió el morro de Minn con su boca y él la empujó y la tumbó. Ella salió huyendo, saltó por encima de una roca cubierta de musgo y lo salpicó de agua fangosa cuando aterrizó en un charco. Sonriente, Ylinn se tumbó panza arriba y lo incitó a saltar sobre ella. Cuando Minn saltó, ella dio un giro a su cuerpo, bloqueó su ataque y se subió a la roca, donde se sacudió el agua fangosa y le salpicó la cara.

Mientras los jóvenes jugaban, Rissa preparó a la manada para la caza yendo de lobo en lobo para estrechar los lazos del grupo. Si se quiere que la caza sea un éxito, nos había dicho Trevegg, la manada debe actuar como un solo individuo. Cada lobo debe ser capaz de oler las intenciones de sus compañeros y anticiparse a sus pensamientos. Cada lobo debe saber que si conduce una presa hacia un miembro de la manada ese lobo estará preparado. Así que antes de cada salida de caza el jefe de la cacería se asegura de que todos los lobos estén concentrados en el bien de la manada y el éxito de la caza. Este refuerzo de la unión es importante antes de los viajes y antes de tomar decisiones que afecten a la manada. Pero nunca es tan importante como antes de cazar.

Rissa apoyó la cabeza en el hombro de Trevegg y luego restregó la nariz por el oscuro hocico de Werrna. Werrna, la segunda al mando después de Ruuqo y Rissa, era una loba estirada e impasible. Las cicatrices de su cara eran el resultado de peleas que mantuvo cuando era joven. Era una luchadora fuerte y planeaba todas las batallas de Río Rápido. Su cara gris oscuro y sus orejas con las puntas negras siempre tenían un aire estirado, y era la única que casi nunca jugaba con nosotros. Yo no podía entenderla. Devolvió la caricia a Rissa algo incómoda y luego se sentó a mirar cómo jugaban los demás lobos. Rissa se rió de ella, fue hasta Ruuqo y le puso las zarpas en el lomo. Yo creí que se enfadaría con ella, pero abrió la boca en una gran sonrisa y se tiró al suelo panza arriba luchando con ella como si fuesen dos cachorros. Minn e Ylinn corrieron hasta los otros lobos con el vientre casi tocando el suelo para que los mayores los dejasen unirse a ellos. Incluso Borrla y Unnan se apuntaron, igual que Marra y Ázzuen. Yo me quedé sentada mirando, sintiéndome un poco marginada.

Ruuqo se puso de pie con un polvoriento resoplido. La manada dejó de jugar inmediatamente y se quedó mirándolo con atención. Rissa se sentó, abrió la garganta y lanzó un gran aullido. Ruuqo fue hasta ella, se sentó y se sumó a su aullido. Los adultos respondieron uno tras otro, y sus voces llenaron el lugar de reunión. Cada aullido tenía un tono diferente, pero juntos componían el sonido de la manada de Río Rápido. En sus aullidos pude oír la llamada a cazar.

—Vamos, pequeños —dijo Rissa—. Esta es también vuestra cacería.

Nuestras voces no eran tan potentes como las de los adultos, pero igualmente nos unimos al canto. Las vibraciones de los aullidos pusieron nuestra sangre a correr. Los corazones de la manada comenzaron a latir como uno solo y nuestra respiración se acompasó con las de los demás. Vi cómo los ojos de todos los lobos de la manada se enfocaban con precisión y cómo la fiereza asomaba a ellos, y sentí que mis ojos se ponían vidriosos y después enfocaban con mucha más nitidez que antes. Dentro de mi cabeza resonaban los aullidos y comencé a ver el mundo de otra manera. Ya no percibía los olores del lugar de reunión ni oía los roces y crujidos de mi entorno. Cuando los lobos comenzaron a salir del claro a la carrera yo solo oía la llamada de Rissa y solo percibía el olor de mi manada. Todos mis sentidos estaban concentrados en seguir a la manada hasta nuestra próxima comida. Con un empujón de Trevegg, seguimos a los adultos desde el claro hasta el interior del bosque.

Me sorprendió lo fuerte que me había vuelto. En las semanas pasadas en Árbol Caído me había hecho tan grande como Marra y más grande que Ázzuen y Riil, y mis juegos con los cuervos me habían vuelto enjuta y resistente. En lugar de quedarme detrás de los otros lobatos competí con Unnan y Borrla por ir la primera. El bosque se fue haciendo ralo a medida que avanzábamos, y abedules dispersos reemplazaron a la apretada masa de pinos y abetos de nuestro lugar de reunión. Era una mañana perfecta, aún no demasiado calurosa para correr, y el olor dulce de las flores del final del verano me hacía volar la cabeza. Tenía que esforzarme por no pararme a oler cada nuevo arbusto o flor, pero la manada corría con ritmo regular y todos los lobatos seguíamos su marcha. Ninguno de nosotros quería que lo enviasen de vuelta al lugar de reunión deshonrosamente.

Entonces un olor intenso y penetrante me llenó la cabeza, me paré en seco y casi caigo de bruces al suelo. Los otros lobatos también se habían detenido. Primero Borrla y luego Unnan se lanzaron al interior del arbusto de donde salía el olor. Un instante después los seguimos los demás, embriagados por el intenso aroma. Ázzuen fue el último. Oí un sonido como de escarbar y cuando me volví lo vi arrastrado por la cola con expresión de sorpresa. La cara marcada de Werrna, con un ceño de enfado, volvió a introducirse en el arbusto y sacó a Marra sujeta por el cogote. La voz de Ruuqo hizo que los demás empezásemos a arrastrarnos hacia el exterior.

—¡Cachorros! —gritó con voz ronca—. No se abandona la manada. ¡No se para una cacería! Salid ya, o viviréis de palos y hojas.

—Nunca hay que dejar a los cachorros acercarse a la artemisa —gruñó Werrna disgustada.

—¡El último que salga será el último en comer! —gritó Ylinn.

Riil, que era el que se había adentrado menos en el arbusto, salió disparado. Yo habría sido la siguiente, pero Borrla y Unnan me cerraron el paso. Luego me empujaron al interior del arbusto antes de salir ellos. Tardé un rato en desembarazarme de las gruesas ramas y las fragantes hojas. Cuando conseguí liberarme estaba desorientada y me arrastré en direcciones equivocadas dos veces antes de captar el olor de la manada que me llegaba desde atrás. Estornudando y sacudiéndome el polvo, me abrí camino hasta el exterior del arbusto y encontré a la manada esperándome con impaciencia. Borrla y Unnan sonreían malévolamente.

—Cachorra, si no puedes mantener la marcha no debes de necesitar comer. Será mejor que no vuelvas a quedarte atrás. —Ruuqo me echó una mirada fulminante. Me dolió lo injusto que era aquello. No era ni la mitad de duro con los demás lobatos. Sin volver a mirarme, Ruuqo volvió a poner en marcha la manada.

«Mantener la marcha —pensé—. Haré algo más que mantener la marcha.»

Sentí las patas fuertes y seguras cuando me encogí para saltar y volar por encima de un sorprendido Ázzuen. Luego corrí. Me sentía como si mis patas pudiesen llevarme a cualquier lugar que yo quisiera. Ylinn me animó con un resoplido a que adelantase a los demás. Para mi sorpresa, Marra era la única de los lobatos que me mantenía el paso. Aunque era considerablemente más pequeña que Borrla y Unnan, tenía las patas largas y fuertes y sus huesos eran ligeros. Corría a mi lado con movimientos relajados. Yo jadeaba intensamente, pero ella no. Tuve la impresión de que podría adelantarme si quisiera. Entre jadeos, le dediqué una sonrisa.

—Vamos a dar una lección a esos inútiles —le dije, y aumenté la velocidad, alcancé a Borrla y me aproximé al trasero gris de Werrna. Sabía que los adultos podían correr más deprisa si querían, nuestras cabezas quedaban a la altura de sus caderas, pero no me importaba. Corrimos más deprisa de lo que nunca lo habíamos hecho antes. Los olores del bosque eran como golpes en mi nariz, el polvo del seco verano se levantaba como una tormenta de arena bajo mis patas. Tropecé y caí dando una voltereta, y Marra dio una vuelta a mi alrededor mientras me ponía en pie. Era vagamente consciente de que Ázzuen intentaba mantener nuestro paso; su respiración producía un sonido ronco. Sabía que debería esperarlo, que eso sería lo amable, pero me estaba divirtiendo demasiado.

Estaba tan emocionada por estar fuera del claro, por ser fuerte y veloz y por el abrumador aluvión de olores y sonidos que me rodeaban, que no capté el aroma de la carne ni el penetrante olor de la criatura desconocida que estaba en el límite del bosque. Rissa bajó bruscamente la cabeza para detener mi desenfrenada carrera. Marra chocó contra mí por detrás.

—Está bien ser rápido, pequeñas —dijo Rissa riendo en voz baja—, pero no sin control. No debéis tropezaros con aquello.

El bosque se había acabado de repente y una empinada cuesta llevaba hasta un campo seco y cubierto de hierba. La alta hierba estaba salpicada de flores del final del verano, y la mayor parte de ella ya era de un color marrón dorado. Los adultos se habían parado donde terminaban los árboles. Rissa señaló con el hocico hacia el llano, donde una gran bestia marrón descarnaba el cadáver de un caballo. El penetrante olor venía de ella, mezclado con el arrebatador aroma de la carne. Lejos, al otro lado del campo, corpulentos caballos pastaban sin quitarle ojo.

—¿Cómo pueden quedarse ahí sin más mientras se están comiendo a alguien de su familia? —preguntó Marra. Después de nuestra carrera ella ni siquiera tenía la respiración alterada. Ázzuen se acercó a nosotras tambaleándose; boqueaba y me miró con reproche.

—Los caballos no son como nosotros —respondió Minn despectivamente—. Son presas y no pasan el duelo de la misma manera que nosotros. Sus manadas son grandes y no están unidas como las familias de lobos. La muerte no los apena mucho.

—Yo no estoy tan seguro, Minn —dijo el viejo Trevegg—. ¿Cómo podemos saber lo que sienten? He visto una hembra aguantar dos días sin moverse de encima de su potro muerto para evitar que nos lo comiésemos. Y una vez oí hablar de un cervallón que se negó a comer después de que matasen a su madre y murió junto a su cuerpo. —Su tono de voz era pensativo—. Tenemos que matar si queremos vivir, pero no nos tomamos a la ligera las vidas que quitamos. Tenemos que dar gracias a la Luna por cada criatura que se nos da, y para hacer eso debemos respetar a las criaturas que matamos. Todas ellas forman parte del Equilibrio.

Minn hizo una inclinación de cabeza en reconocimiento y luego sus inquietos ojos volvieron al llano. De su garganta salió un gruñido de impaciencia.

—¡Calla! —susurraron al unísono Ruuqo y Rissa.

—Tienes que aprender a refrenarte, Minn, o nunca dirigirás una cacería —lo reprendió Rissa.

Minn bajó las orejas para pedir perdón.

—Chicos —ordenó Ruuqo—, quedaos escondidos. No nos sigáis hasta que os digamos que es seguro, u os arrancaré las orejas a mordiscos y os las pegaré al culo con resina. Minn, Ylinn —dijo a los lobatos mayores—, no perdáis la cabeza. Ya sé que os creéis lobos adultos, pero seguid las órdenes de Werrna.

—No es un oso muy grande —murmuró Minn. Cuando Ruuqo lo fulminó con la mirada volvió a bajar la cabeza—. Os seguiré, jefe —dijo sumisamente.

Ylinn se limitó a entornar los ojos mirando fijamente a la osa.

A mí la osa me pareció bastante grande. Estaba inclinada sobre el caballo muerto, pero cuando se irguió para mirar intranquila el llano era casi tan alta como cuatro lobos. No podía creer que Ruuqo y Rissa tuviesen intención de desafiarla.

Rissa se puso al frente del ataque. Se agachó hasta el suelo y reptó hasta el límite de los árboles seguida por el resto de los adultos.

—Werrna —susurró a su segunda—, coge a Minn e Ylinn y da un rodeo hasta detrás de esa osa patosa. Esperad a mi señal y entonces uníos a la lucha. Recordad que nos falta un lobo.

«Mi madre es la loba que falta». Una oleada de tristeza me embargó. Para los demás lobatos tener familia era lo normal. Tenían padre y madre. Rissa me cuidó como si fuese su hija, pero Ruuqo no, y yo no tenía alguien que fuese realmente mío. Me pregunté cuánto tiempo tendría que pasar antes de que yo fuese capaz de ir a buscar a mi madre. ¿Y cómo iba a encontrarla? Ni siquiera sabía por dónde comenzar. Me tragué un gemido de pena y frustración. Miré hacia donde estaba la osa con mis compañeros de manada rodeándola. Esta iba a ser la primera vez que participase en una cacería en manada y mi madre debería estar allí conmigo.

Yo creía que ocultaba bien mis sentimientos, pero Ázzuen me lamió un carrillo y cuando me volví encontré sus ojos llenos de simpatía.

—Ylinn dice que tu madre era la loba más rápida de la manada —dijo con timidez—. Te ha dado su velocidad.

Me dolía el corazón en el pecho, y sabía que si hablaba mi voz temblaría. No quería mostrar a Ázzuen mi debilidad y no se me ocurría forma alguna de agradecerle su simpatía, así que bajé la cara hasta mis patas y miré el ataque.

Werrna llevó a los lobatos hasta el límite exterior de los árboles y reapareció en el llano a unos treinta cuerpos de distancia de la osa por su derecha. Corrieron rápidamente hasta más allá de la osa a una distancia más que suficiente para evitar que se sintiese amenazada. Ella levantó la vista, decidió que no eran peligrosos y volvió a su festín. Werrna se paró justo al otro lado de la bestia, hacia su derecha, y dijo algo a Ylinn. Ylinn se aplastó contra el suelo sobre una mata de brezo y Werrna y Minn echaron a correr. Rodearon la osa y se detuvieron a su espalda, y Minn se echó al suelo mientras Werrna seguía en círculo y se detenía en un pequeño montículo frente al flanco izquierdo de la osa. La habían rodeado por tres lados y ella no se había dado cuenta. Rissa y el resto cerrábamos el círculo para completar la trampa.

—¿Estás segura de que con seis lobos basta? —preguntó Trevegg—. Ya no soy tan veloz como antes. —Bajó la vista, avergonzado.

—Tú eres nuestra sabiduría y nuestra fuerza, padre —dijo Rissa lamiendo el carrillo de Trevegg—. ¿Con cuántos osos has peleado en tu vida? Si alguien sabe cómo engañar a un oso eres tú. Tu sobrino nieto y tu sobrina nieta son rápidos y fuertes. La manada es poderosa. Y —dijo con una enorme sonrisa—, como dice Minn, no es un oso muy grande.

Un graznido de impaciencia nos hizo saltar.

—¿Vais a esperar hasta que el Sol queme un agujero en la pradera? —gritó Alatersa. No habíamos oído ni olido su llegada desde atrás para posarse en las ramas que quedaban sobre nosotros—. Para cuando acabéis de parlotear no quedará caballo.

Bla, bla, bla y bla.

Los lobos charlan mientras el oso ruinoso come.

¡Lombrices! El cuervo sigue hambriento.

Saltó de la rama con un estentóreo graznido, seguido por Tlituu y media bandada de cuervos.

—Ahí va nuestra ventaja de la sorpresa —dijo Ruuqo con un suspiro cuando la osa miró a los ruidosos pájaros.

—Bueno, entonces no tenemos por qué esperar a que salga la Luna —dijo Rissa.

Emitió un sonido bajo y grave, casi como un quejido, desde el fondo de su garganta. La voz áspera de Werrna contestó desde el otro lado del campo. En ese momento Minn cargó contra la osa desde atrás. Simultáneamente, Ylinn fue hacia la osa por su flanco derecho y Werrna bajó de su montículo y corrió hacia ella.

La osa estaba erguida. Sus garras eran casi tan grandes como la cabeza de un lobo; sus dientes eran enormes. Cuando vio tres lobos que corrían hacia ella entre la hierba se volvió y lanzó un rugido furioso y arrogante. No me hacía falta entender su lengua para saber que nos decía que ningún débil lobo iba a robarle su comida. Ylinn, Minn y Werrna atacaban y retrocedían sin llegar a ponerse al alcance de las mortíferas garras de la osa. Entonces los tres se lanzaron a la vez y, mientras la osa estaba distraída por el ataque, Rissa, Ruuqo y Trevegg cargaron colina abajo. A pesar de sus preocupaciones, Trevegg estuvo a la altura de los lobos más jóvenes y los tres saltaron a la vez e hicieron que la confundida osa retrocediese dando tumbos. Los lobos ya no estaban callados y gruñían con ferocidad.

A mi lado, Ázzuen chillaba de miedo. La osa estaba tan irritada y feroz que yo no creía que nuestros compañeros pudiesen escapar ilesos. Pero ellos atacaban y se retiraban rápidamente y con gran agilidad entrando por un lado u otro. Sobre sus cabezas, los cuervos chillaban animándolos. Entonces entendí mejor el juego de los cuervos. Me había parecido un desperdicio de energía para un lobo adulto, pero ahora me daba cuenta de que los lobos tienen que mantener a punto sus habilidades si van a pelear con osos. Los graciosos giros de Ylinn y los saltos de Minn no eran más que una variación de sus juegos con Alatersa y su familia. También entendí por qué un lobo débil es dañino para la manada. Si cualquiera de los lobos no cumple con su cometido es muy fácil que el oso hiera o mate a un compañero.

Zorros y hienas que habían estado esperando por los restos que dejase la osa observaban atentamente. Un águila solitaria nos sobrevoló y fue puesta en fuga por el clan de Alatersa. Los lobos atacaron sin piedad a la osa y la hicieron huir. Volvió con la esperanza de recuperar su presa, pero seis lobos decididos eran demasiados para ella. Entonces advertí que era una osa joven, no mucho mayor que Ylinn o Minn, y no podía superar a una manada de hábiles lobos. Rugiendo de rabia, se marchó pesadamente hasta el otro extremo del claro, hasta una pequeña elevación donde quedó fuera de la vista. El equipo de Werrna corrió tras ella para asegurarse de que no volvería, mientras Rissa, Trevegg y Ruuqo vigilaban el cadáver y mantenían alejados a las hienas y los zorros.

Werrna y los jóvenes volvieron a paso ligero con las colas y orejas bien levantadas. Se acercaron a la presa gruñendo ferozmente a los zorros y las voraces hienas. La manada bailó alrededor de Ruuqo y Rissa para celebrar el éxito. Ruuqo se tumbó sobre su vientre para arrancar el primer bocado del caballo, y el resto de la manada se distribuyó alrededor para comer de toda la presa.

—¡Chicos, venid! —gritó Rissa.

Salimos disparados colina abajo hacia el cuerpo de la yegua. Cuando nos acercábamos a él, Werrna nos gritó un aviso.

—Vigilad a vuestra espalda —dijo bruscamente señalando con el morro, ahora manchado de sangre, a los carroñeros—. Si los aprovechados esos no pueden hacerse con nuestro caballo se conformarán con comerse un cachorro. Esperad a que los adultos acaben antes de poneros a comer.

Sin quitar ojo a los zorros, las hienas y el águila solitaria, la manada atacó el cadáver. Los lobatos esperamos como nos habían ordenado. Después de que los adultos comieran durante lo que pareció la eternidad, nos acercamos sigilosamente. Todos dudábamos. Yo babeaba y me dolía la tripa, pero estaba un poco cohibida por la ferocidad que mostraba la manada al comer. Alatersa y su bandada comían con ellos, despreocupados de las mandíbulas y los colmillos que despedazaban el caballo, pero yo tenía miedo de que los adultos nos mordiesen si nos acercábamos. La osa no había tenido ocasión de comer mucho del caballo y la manada se estaba dando un festín. Después de lo que pareció una eternidad, Rissa volvió a llamarnos.

—¿A qué estáis esperando, chicos? Tenéis que conseguir vuestra comida ahora; sois demasiado mayores para que os llevemos la comida en la barriga.

Fuimos sigilosamente hasta la presa muerta parándonos cada pocos pasos para confirmar la aprobación de Ruuqo y Rissa, que comían del centro del caballo, y estar seguros de que no nos meteríamos en un lío si nos acercábamos. Gimoteamos y suplicamos, encogidos para asegurar que los adultos supiesen que nos acercábamos con su permiso. Minn e Ylinn estaban en la parte delantera del caballo, Trevegg y Werrna en la trasera. Cuando nos acercamos, Minn e Ylinn nos gruñeron. Rissa les gruñó a ellos.

—Dejad comer a los pequeños —ordenó—. Ya habéis comido bastante. —Minn e Ylinn, por ser los más jóvenes de los mayores, se echaron a un lado a regañadientes sin dejar de gruñirnos. Nosotros ocupamos su lugar tímidamente. Estaba un poco herida porque Ylinn me había gruñido, pero pronto la carne fresca me hizo olvidar cualquier otro pensamiento.

Ataqué el cuerpo de la yegua. Tras el primer mordisco no pude parar de engullir. El sabor de la carne fresca me arrebató y casi me hizo ahogarme. Decidida a comer tanta carne como me fuera posible, mordía y gruñía y enseñaba los dientes a los otros lobatos. Notaba el pulso en todas las venas y me parecía que el corazón fuese a salirse de mi pecho. De pronto entendí por qué nos había gruñido Ylinn. Unnan intentó apartarme pero le di un mordisco en el morro. Chilló y se apartó corriendo. Cuando Marra me empujó por accidente también le gruñí, y ella se apartó de la presa. Incluso ronqué al jefe de los cuervos, Alatersa, y él me respondió con un fuerte picotazo en la cabeza. Me encogí por el dolor, pero seguí comiendo.

Aún estaba arrancando pedazos de la excelente carne cuando el profundo gruñido de Minn me avisó demasiado tarde mientras me daba un empujón para apartarme de mi comida. Ylinn y Werrna apartaron a Borrla y Unnan. Lloriqueamos e intentamos volver a nuestra comida, pero los adultos nos echaron y nos quedamos mirando cómo comían. Entonces me di cuenta de que a Ázzuen, Marra y Riil ya los habían echado. Recordaba vagamente haber mordido a todos cuando intentaban comer. Sentí un poco de pena por ellos, pero no podía evitar pensar que si no querían pelear por su comida lo único que podían hacer era esperar a que yo terminase. Me eché en el suelo y observé a los adultos. Borrla y Riil estaban sentados juntos y Unnan se instaló a su lado con cara de sueño. Me levanté cansinamente y fui a apoyar la cabeza en el blando lomo de Ázzuen, pero él se alejó de mí y se puso al lado de Marra.

Ylinn, que había sido apartada de la presa por Werrna, vino hasta mí con la barriga tensa por la comida.

—Está bien ser fuerte, hermanita —dijo—, pero no te conviertas en una matona. —Miró con desprecio a Borrla y Unnan y resopló—. Una líder debe luchar por lo que es suyo, pero también debe velar por su manada y usar su fuerza con cuidado. Una líder nunca se deja dominar por su ira ni por sus ganas de comer.

La argumentación de Ylinn habría sido más convincente si no me hubiese gruñido con tal fiereza poco antes, y si no hubiera corrido de inmediato al cuerpo para morder a Minn en una pata y ocupar su lugar. Pero vi a qué se refería cuando Marra se apartó de mí con desconfianza y Ázzuen, que había sido tan cariñoso conmigo hasta un rato antes, volvió su naricilla en otra dirección y se negó a dormir a mi lado. Incluso Tlituu se limitaba a revolotear por encima de mí. Levanté la vista para ver qué hacía y dejó caer una gran piedra sobre mi lomo.

—Cachorra glotona —dijo, y se alejó volando.

La vergüenza me inundó. Debería haber tenido más sentido común. No había pasado tanto tiempo desde que yo era la más débil de la manada. No quería ser una abusona como Unnan y Borrla. Debía acordarme de controlar mi temperamento o me quedaría sola. Quería hacer las paces con Ázzuen y Marra, pero me pesaba la comida en la tripa y no pude mantener los ojos abiertos durante el tiempo suficiente para pensar en qué hacer.

Una brisa fresca me despertó, y cuando levanté la cabeza vi a los adultos dormitando alrededor de nosotros. Era hora de dormir, la parte calurosa del día que no sirve para cazar ni para correr. El sabroso olor de la carne flotaba en la brisa y a mí se me hacía la boca agua. Werrna y Rissa dormían junto a la presa para vigilarla. Algunos cuervos saltaban sobre lo que quedaba del caballo y comían mientras los lobos descansábamos. Me di cuenta de que también nos avisarían si se aproximaba algún aprovechado. Pero no darían la alarma si me acercaba yo. Agachada, fui sigilosamente hasta la presa. Fui tan silenciosa como pude. Me deslicé entre Werrna y Rissa, pero justo cuando tenía en la boca un correoso trozo de tendón Rissa levantó la cabeza, y se puso a gruñir mientras se acababa de despertar. Cuando vio que era yo se tranquilizó, pero de todos modos me apartó de la presa.

—Ya basta, pequeña —dijo—. Ya no hay más para ti. —Sonrió—. Reventarás si comes algo más, y tendremos que recoger los pedazos por todo el llano. —Apoyó la cabeza sobre las zarpas y cerró los ojos.

Volví con los otros lobatos. Estaba aburrida de esperar a que se despertase el resto de la manada y no dejaba de pasear la vista por el llano. Se me ocurrió despertar a Ázzuen, pero no sabía si seguía estando tan enfadado conmigo. Hacía demasiado calor para jugar y la silueta de la Luna que tengo en el pecho me picaba y me dolía como nunca lo había hecho.

Por causa de ese dolor yo fui la primera que vio las extrañas criaturas. Había dos de ellas y nos miraban desde el otro lado del llano, donde acababa la hierba y empezaba otra masa de árboles. El viento soplaba hacia ellas y ninguno de nosotros había notado su olor. Se sostenían sobre dos patas, como la osa cuando se nos enfrentó, pero no eran tan altas y eran mucho más delgadas. Sus brazos colgaban hacia el suelo y sujetaban largos palos. No pude distinguir si solo tenían un poco de pelo o la mayor parte de su pelo era muy corto. El viento cambió y pude olerlas. Como la de los caballos del campo, su piel estaba mojada y despedía un olor húmedo e intenso. Era un olor extraño, acre como el del enebro, que me resultó familiar. Me asusté y di un ladrido de aviso.

Los demás lobos me miraron enfadados. Luego les llegó el extraño olor y vieron a qué estaba mirando.

Los adultos se levantaron a la vez gruñendo y rodearon nuestra presa. Los cuervos levantaron el vuelo graznando. Las extrañas criaturas bajaron sus palos para apuntarlos hacia nosotros y pude ver que tenían la punta afilada, como espinas muy largas. Las criaturas avanzaron unos cuantos pasos. Aún estaban por lo menos a cuarenta cuerpos de distancia, pero yo no tenía idea de lo rápido que podrían correr. Un colmillos largos podría cubrir esa distancia en un suspiro.

Ruuqo lanzó un gruñido profundo desde el fondo de su garganta y el pelo de su lomo se erizó amenazador; eso lo hacía parecer el doble de grande. Retiró los labios hacia atrás para enseñar sus cuarenta y dos afilados dientes. A su alrededor, los lobos de la manada de Río Rápido gruñían y mostraban su fiereza. Las criaturas con dos largas patas comenzaron a recular manteniendo los palos afilados hacia abajo hasta que desaparecieron en el bosque. La manada siguió durante un rato gruñendo y protegiendo la presa.

—Werrna —dijo Ruuqo a su segunda, que tenía muy buen oído—, ¿se han ido?

—Han cruzado el río, jefe —contestó Werrna con sus orejas de punta negra muy tiesas hacia delante—. De momento estamos seguros. —El dolor creciente de mi pecho se calmó. Me di cuenta de que había aparecido cuando las criaturas se acercaron a nosotros.

Ruuqo se relajó un poco. Los demás lobos volvieron a acomodarse, esta vez todos junto a la presa. Rissa se mantuvo levantada a dos cuerpos de distancia, vigilando a las extrañas criaturas. Estaba tensa, erizada, con la cola tiesa hacia atrás. Ruuqo se dio cuenta de que aún no se había unido al resto de la manada.

—Compañera —dijo.

Rissa se quedó callada durante un momento.

—No me gusta esto —dijo ella—. No me gusta en absoluto. —Nos miró y luego habló a Ruuqo—. Cuando salga la Luna cruzaremos el río. Ya es hora de que los pequeños aprendan algo de los humanos.