El lugar que iba a ser nuestro refugio mientras nos fortalecíamos y aprendíamos a comportarnos como miembros de la manada era un claro a una hora de camino del límite del bosque. Estaba rodeado por abetos rojos y enebros iguales a los que había alrededor del cubil, y olía a seguridad. En el lado norte del claro había una pequeña colina que ofrecía una buena vista del bosque. Más tarde aprendí que Ruuqo siempre escoge lugares con puntos de observación —colinas, rocas o tocones de árboles caídos— para proteger mejor a la manada. Dos fragantes robles montaban guardia en el acceso al claro por el oeste y un abeto caído lo cruzaba casi de un extremo al otro. Había musgo mullido para tumbarse y tierra suelta para jugar, y los altos árboles nos darían sombra durante las calurosas tardes del verano que se aproximaba. Oía el borboteo de una fuente de agua fresca a poca distancia. Habían merecido la pena la larga y terrible caminata y la pata herida.
Ázzuen, Marra y yo nos quedamos junto a las raíces del abeto caído, admirando el estupendo lugar. Borrla y Unnan estaban al lado de una gran roca mirándonos entre cuchicheos. Riil metió la nariz entre los dos intentando averiguar lo que decían. Yo sabía que estaban planeando hacernos daño de alguna manera. Pero, antes de que pudiesen liar alguna, el viejo Trevegg cruzó el claro a buen paso y los trajo hasta donde estábamos. Me resistí al impulso de poner a Borrla patas arriba de un mamporro cuando dio un pisotón a la zarpa herida de Ázzuen y lo hizo gritar.
—Atención, lobeznos —dijo Trevegg antes de que Ázzuen o yo pudiésemos responder a la agresión—; este es el Refugio del Árbol Caído, uno de los cinco lugares de reunión, o guaridas, que hay en nuestro territorio. Tenéis que aprendéroslo y recordarlo.
Trevegg era el lobo más viejo de la manada y era tío de Ruuqo. Tenía sus mismos ojos perfilados en oscuro, pero en los de Ruuqo siempre se traslucía la ansiedad y los de Trevegg eran francos y amables. El pelo de alrededor de su hocico y sus ojos tenía un tono un poco más claro que el del resto de su cuerpo, y eso le daba una apariencia bondadosa y cordial. Abrió la boca para respirar los aromas de nuestro nuevo lugar.
—En los lugares de reunión nos congregamos para planear las cacerías y desarrollar estrategias para defender nuestro territorio. A ellos vuelven los lobos que se han separado de la manada, y en ellos pueden desarrollarse y fortalecerse los cachorros mientras la manada está de caza. Los lobos tienen que desplazarse para comer, pero tener buenos lugares de reunión seguros y saludables fortalece la manada. —Miró hacia el otro lado del claro—. Nunca olvidéis un lugar de reunión, porque no podéis saber cuándo volveréis a necesitarlo.
Levanté la cara al viento y saboreé la fragancia con olor de bellota de Árbol Caído. Guardé en mi memoria el murmullo del viento en los arbustos y hundí la nariz en la tierra, que tenía el olor de mi manada.
—¡Mirad, lobeznos! —gritó Ylinn desde el centro del claro.
Se tiró sobre un hombro, se tumbó panza arriba y comenzó a revolcarse en la tierra gruñendo de felicidad. Ella y su hermano Minn tenían justo un año, eran de la camada de Ruuqo y Rissa del año anterior. Aunque eran prácticamente tan grandes como los lobos adultos y casi se los consideraba como miembros de pleno derecho de la manada, aún no habían terminado de crecer. La miramos con curiosidad.
—Cuando dejas una parte de ti en la tierra —explicó Trevegg mientras Ylinn seguía revolcándose alegremente en el suelo—, en un arbusto o en un árbol, o en el cuerpo de un animal cuyo espíritu ha vuelto a la Luna, hablas al Equilibrio. —Trevegg parecía más joven cuando nos enseñaba cosas; de su cara desaparecían años de cacerías y luchas—. El Equilibrio es lo que mantiene el mundo unido. Los Antiguos —el Sol, la Luna, la Tierra y el Abuelo Cielo— que rigen las vidas de todas las criaturas establecieron el Equilibrio para que ninguna criatura pudiese llegar a ser demasiado fuerte y causar problemas a las demás. Aprenderéis más cosas sobre los Antiguos —dijo muy serio cuando Ázzuen abrió la boca para interrumpirlo con una pregunta— si sobrevivís a vuestro primer invierno. Por el momento, sabed que son más poderosos que cualquier criatura. Y que tenemos que acatar sus reglas y las reglas del Equilibrio. Todas las criaturas —continuó—, cada planta y cada soplo de brisa, son partes del Equilibrio. En todo lo que hagamos tenemos que acordarnos de respetar el mundo que se nos ha concedido. Así que incluso cuando tomamos algo, agua del río o carne de una buena cacería, también dejamos una parte de nosotros mismos para demostrar nuestra gratitud por lo que los Antiguos nos han dado.
Uno por uno fuimos dejándonos caer sobre un hombro para revolcarnos por el lugar donde semanas antes había muerto un conejo. Hacía mucho que se lo había llevado un zorro espabilado, pero quedaba el olor de lo que había sido vida. Nos impregnamos de ese olor y añadimos nuestros propios olores al de aquel sitio para marcar el lugar de reunión de Árbol Caído como nuestra guarida. Entonces entendí algo que hasta ese momento se me escapaba: Ruuqo podía decidir si yo sería miembro de la manada de Río Rápido o no, pero nadie podría arrebatarme mi condición de loba y de parte del Equilibrio. Me di cuenta de que Unnan estaba mirándome y la expresión de su cara de comadreja indicaba que estaba tramando algo. «Aquí estoy —pensé—, y nada podrás hacer por evitarlo.» Levanté la cabeza y me empapé un poco más de nuestro nuevo refugio.
De repente, tras el esfuerzo de dejar la marca de mi olor y explorar el lugar de reunión, una oleada de cansancio cayó sobre mí y casi no podía tenerme en pie. Me fijé en una mullida zona de musgo a la sombra de la gran roca. Sintiéndome como si caminase ya medio dormida, me dirigí cansinamente hacia el estupendo lugar de descanso. No había recorrido la mitad del camino cuando Borrla y Unnan se interpusieron en un rápido y agresivo movimiento que levantó una nube de polvo. Borrla entornó los ojos.
—No pretenderás ir a nuestra roca, ¿verdad?
Me ericé entera y me vi arrancándole un pedazo de cuello. Ella abrió la boca y jadeó esperando mi ataque. La voz de Ázzuen penetró en mi furia.
—Kaala, ven aquí.
Él y Marra habían encontrado una zona de sombra al abrigo del abeto caído. Me sacudí la indignación; tenía más ganas de dormir que de dar una lección a Borrla. Fui ligera hasta donde estaban mis amigos, despreciando a Borrla y Unnan, y levanté la cola para enseñarles el culo. El suelo bajo el árbol era maravillosamente blando y húmedo, y pasaba la cantidad precisa de sol para evitar que el lugar se enfriase demasiado. Agradecida, me hundí en la acogedora tierra y restregué el hocico por el suave cuello de Ázzuen. Marra apoyó la cabeza en el lomo de Ázzuen y cayó dormida casi en el acto. Pero Ázzuen se quedó mirándome durante un largo rato.
—Gracias —dijo por fin—. No creo que hubiese podido completar el viaje si no me hubieses ayudado.
—Nos ayudamos mutuamente —dije yo, turbada.
—No —dijo él con una sacudida de su cabeza gris oscuro que hizo que Marra, dormida, se diese la vuelta—. Tú eres la fuerte.
Tenía muchas ganas de decirle que yo no era tan fuerte, de hablarle del espíritu de la loba que se me había aparecido en la llanura y me había prestado su fuerza. Nuestro viaje por el llano y nuestras peleas con los otros lobeznos habían establecido un vínculo entre Ázzuen y yo, y ya estaba cansada de estar sola en la manada. Pero no se lo dije. Lo que menos necesitaba era que me viesen más diferente de lo que ya era. Me limité a rozar suavemente la cara de Ázzuen y me entregué al sueño.
Me despertó un dolor agudo en una oreja. Cuando intenté levantarme el dolor empeoró. Alguien estaba arrancándome la oreja. Sacudiendo la cabeza y preguntándome en el nombre de la Luna a quién le tocaba meterse conmigo, intenté alejarme reculando pero no pude liberarme. Ázzuen roncaba debajo de mí, ajeno a aquella nueva amenaza. No podía ver a Marra, pero podía oler su proximidad. Me giré sobre el lomo intentando ver a mi enemigo pero solo conseguí que aumentara el dolor de mi oreja.
Me giré más hasta que pensé que la cabeza se me iba a desprender del cuello y me encontré mirando un par de ojos como cuentas marrones colocados en una cabeza pequeña y esbelta. Vi plumas largas y negras y me llegó olor a hojas y viento. Un ave grande, negra y brillante me tenía sujeta por la oreja con su afilado pico. Su garganta emitía un suave gorjeo, y parecía enormemente complacida de sí misma. Cuando vio que la miraba reforzó su presa en mi oreja. Yo chillé. El ave me soltó la oreja y me miró con ojos relucientes. Luego lanzó un graznido ensordecedor.
—Sabroso lobito.
Se ha despertado justo a tiempo.
¡Vaya! Me quedé sin comida.
La extraña manera de hablar del pájaro me desconcertó y me quedé mirándolo fijamente como una boba. Él me devolvió la mirada en espera de ver qué hacía yo. Miré por todo el claro en busca de ayuda del resto de la manada. Vi a Minn e Ylinn en persecución de, y perseguidos por, más pájaros negros mientras los lobos mayores miraban. No entendí por qué no nos ayudaban. ¿Era otra prueba? Quise llorar y hacerme un ovillo apretado, pero estaba harta de aquel afilado pico. Al principio el ave no me atacaba, sino que me miraba con la cabeza ladeada. Yo me puse de pie laboriosamente y le gruñí. Mi gruñido sonó poco convencido incluso para mis oídos. Marra estaba despierta y de pie a mi lado, mirando pasmada al pájaro. Di un meneo con la cadera a Ázzuen para llamar su atención. Él abrió los ojos con lentitud y miró al gran pájaro. Sus ojos se abrieron de par en par y su boca también. Gritó y se colocó rápidamente detrás de mí. El ave soltó una carcajada y aleteó enviando en todas direcciones polvo y restos de plantas que nos hicieron toser.
—Corre a esconderte, lobito.
Tal vez el cuervo no te atrape.
Al menos no esta vez.
Volví a mirar en busca de ayuda de mi manada. En el claro imperaba el caos. Por fin los lobos mayores se habían unido a la refriega, pero, para mi sorpresa, no parecían tomarse en serio la lucha. Los pájaros se lanzaban en picado sobre los lobos intentando cogerlos por la cola, las orejas, los muslos o cualquier cosa que sus picos pudiesen abarcar. Los lobos lanzaban mordiscos al aire intentando coger un bocado de pájaro. Pero no roncaban enfadados ni hacían daño a las aves. Gritaban divertidos y movían la cola.
—Se lo están pasando bien —dijo Ázzuen lentamente—. Están jugando con esos estúpidos pájaros.
Al principio creía que estaba loco, pero cuando vi a Ruuqo dar volteretas en persecución de un pájaro me di cuenta de que tenía razón. Intenté contar los pájaros del claro, pero se movían tan deprisa que era difícil decir cuántos había. Supuse que debían de ser como una docena. Uno especialmente grande, mayor que la cabeza de Ylinn, se posó sobre su cuello y volvió a alzar el vuelo antes de que pudiese atraparlo. Sacudió las alas justo sobre su cabeza riéndose de ella.
Mi atacante había estado observando, pero de repente hizo un rápido movimiento de cabeza y me sujetó por la otra oreja. Tiró fuerte de ella.
—¡Déjame en paz, pájaro! —le grité.
—Déjame; ¡ay, déjame!
La lobita está muy asustada.
Lobezna quejica.
Soltó mi oreja y, cuando sacudí la cabeza aliviada, me cogió por la nariz. Yo chillé, di un tirón y caí sobre Ázzuen.
—Pájaro idiota —dije entre dientes—. Debería partirte en dos.
Él me miró y se rió, y luego levantó el vuelo con un estrepitoso batir de alas mientras Minn e Ylinn saltaban sobre él desde atrás.
—Venga, Sondelagua —dijo Ylinn—, deja en paz a los cachorros. ¿O tienes miedo de los lobos mayores? —Se volvió hacia Minn—. Creo que le dan miedo los lobos mayores —dijo Ylinn guiñando un ojo.
Me impresionó que se atreviese a hablar así, pero la verdad es que ella era muchísimo más grande que el estúpido pájaro.
—¿Quién es un lobo mayor? —dijo Sondelagua abandonando su extraña manera de hablar—. Recuerdo cuando eras una cachorra llorona comedora de vómitos. —Voló sobre la cabeza de Ylinn, y ella dio un gran salto con un acrobático y sorprendente giro del cuerpo. Yo estaba segura de que atraparía al pájaro en el aire, pero Sondelagua era demasiado rápida. Lanzó una carcajada mientras se alejaba volando. Marra, que era la más lanzada de nosotros, probó a dar un golpe al ave, pero era demasiado pequeña para alcanzarla.
—Ylinn, ¿por qué nos atacan? —A Marra le temblaba la voz por el miedo y el cansancio—. Yo creía que aquí estaríamos seguros. —Miraba los pájaros con cara de pocos amigos—. ¿Por qué no los matamos sin más?
Sin perder de vista a Sondelagua, Ylinn se burló de ella.
—No nos están atacando, idiota. ¿No sabes distinguir el juego de la lucha? Si ni siquiera sabes jugar, ¿cómo vas a cazar?
—Sé amable, Ylinn. Tú también fuiste pequeña —dijo Rissa viniendo hasta nosotros.
Se sacudió para echar de su lomo a un cuervo cuyo plumaje negro hacía un sorprendente contraste con su pelo blanco. Tenía los ojos brillantes cuando se volvió para gruñir al mismo cuervo, que intentaba inútilmente coger su rápida cola. Rissa estaba delgada por el parto y la crianza, pero no le faltaba energía, y me di cuenta de que mi propia cola comenzaba a agitarse en respuesta a su buen humor. Ylinn soltó un resoplido de burla y salió en persecución de dos cuervos.
—Yo nunca fui tan inútil —dijo.
—Sí que lo era, ¿sabes? —dijo Rissa mirando amorosamente a su hija.
Cuando Borrla, Unnan y Riil vieron que Rissa nos prestaba atención vinieron corriendo desde su roca. Dos cuervos que los perseguían pararon en seco cuando los lobeznos chocaron con Rissa y se escondieron tras ella. Con gritos de burla, los pájaros volaron a unirse al resto de sus amigos.
—Atended, pequeños —dijo Rissa lanzando suaves mordiscos para requerir nuestra atención—. Hay criaturas que no son lobos pero tampoco presas ni rivales. —Se nos debió de traslucir la confusión, porque lo pensó durante un momento y volvió a comenzar—. En el mundo estamos los lobos y los que no son lobos. Y está la manada, que es lo más importante entre los lobos. Lo que tiene de bueno la manada supera con creces lo que pueda ser cualquier lobo en solitario. La manada es más importante que la vida, más importante que la caza. —Dejó que asimiláramos eso, y luego continuó—: Después de la manada están los lobos que no tienen manada; algunos de ellos son nuestros amigos y otros son nuestros enemigos. Entre los seres que no son lobos están las presas que nosotros matamos. Se puede matar cualquier presa siempre que respetéis las reglas de la caza.
—¿Cómo se sabe si algo es una presa? —preguntó Ázzuen.
Yo había observado que siempre era él quien hacía preguntas y quien se daba cuenta de las cosas mucho antes que el resto de nosotros.
—Te darás cuenta —dijo Ylinn, que había vuelto jadeando y se había venido con nosotros—. ¡Si corre, lo persigues!
—Es un poco más complicado que eso —dijo Rissa abriendo las mandíbulas en una sonrisa—. Ya aprenderéis más cuando tengáis edad para uniros a las cacerías. ¡Atiende! —dijo dando un capón a Unnan, que se había agachado para saltar sobre la cola de Marra—. Además de presas hay rivales, unos más peligrosos que otros. Hay que enfrentarse a los zorros, los cuones y la mayor parte de las aves de presa y evitar que nos roben la caza, pero no son una gran amenaza para un lobo adulto. Lo cuones cazan en manada, como nosotros, pero son más pequeños y casi nunca se nos enfrentan. Los osos, colmillos-largos y leones de las montañas, e incluso las hienas, pueden matar a un lobo adulto y son verdaderamente peligrosos. Y luego están las demás criaturas, que son parte del Equilibrio pero no representan papeles importantes en la vida de un lobo.
Pensé en todas las criaturas que ya había visto y en cuántas más habría que yo no me había encontrado todavía; los insectos y los animalillos de los bosques, las lechuzas a las que tanto había temido. Me pareció excesivo para que mi mente pudiese retenerlo. Hice lo que pude por entender todo y por recordar lo que Rissa nos estaba explicando.
—Luego —dijo mirando a dos cuervos que acechaban a Ruuqo— están las criaturas que son casi lobos. Esas son las criaturas más cercanas a nosotros en el Equilibrio y se les han concedido muchos de los privilegios de los lobos. Los cuervos pertenecen a esa clase. Ellos nos ayudan a encontrar comida y a perfeccionar la caza. —Volvió a sacudirse para deshacerse de Sondelagua, que se había posado en su lomo y se balanceaba al ritmo de sus palabras.
Había mucho en que pensar. Vi que Unnan y Borrla no paraban de moverse con impaciencia y que Ázzuen estaba sentado y quieto intentando entender todo aquello.
—No es tan difícil, chicos —dijo Ylinn dando un golpe con la nariz a las costillas de Ázzuen—. Nosotros nos apuntamos a sus juegos y ellos nos llevan hasta donde hay buena caza.
—Podéis creerme, pequeños —dijo Rissa riendo—. Jugar con los cuervos es un buen entrenamiento para la caza. Y nunca es demasiado pronto para prepararse para cazar. —Fue trotando hasta el centro del claro, donde Minn, Ruuqo y Trevegg estaban enzarzados en una guerra con varios cuervos. Unnan, Borrla, Marra y Riil corrieron tras ella, pero Ázzuen se quedó mirándolos con escepticismo.
—¿Eso es un juego? —dijo, demasiado bajo para que lo oyese otro que no fuese yo. Suspiró—. Venga, Kaala. Será mejor que vayamos a jugar.
Daba tal impresión de ser un pequeño viejo que no pude evitar reírme mientras se dirigía con paso cansino a sumarse al resto de la manada.
Para probar, fui sigilosamente desde atrás a por un cuervo bastante pequeño que estaba apartado de los otros. Sentí la emoción de la caza golpeando mi pecho y reduje mi campo visual para enfocar las plumas de su espalda y su cola. Estaba segura de que no podía ver cómo reptaba por detrás de él. Sin duda iba a atraparlo. Encogí las patas ignorando el dolor de mi herida y salté. El pequeño cuervo se volvió y salió volando por encima de mí batiendo las alas contra mi cara.
—El lobo patoso no sabe saltar.
Tlituu es demasiado rápido para ti.
El cuervo siempre gana.
Exasperada, me senté y lancé una mirada asesina al pájaro, que me observaba con atención. Hizo varios guiños y volvió a abrir el pico como si fuese a hablar. Me sorprendí tanto como él cuando Minn casi lo pilló por detrás. Ahuecando el plumaje, Tlituu se retiró al amparo de los cuervos más grandes. Pero no dejaba de mirarme con una fijeza que me ponía muy nerviosa.
En respuesta a alguna señal que yo no advertí, los lobos y los cuervos dejaron de jugar. El cuervo más grande y brillante se colocó junto a Ruuqo en la roca que Borrla y Unnan habían reclamado como suya.
—Entonces, Alatersa —dijo Ruuqo, dirigiéndose al cuervo como a un igual—, ¿has visto presas en el valle? En la gran llanura no queda ni un ciervo.
—La caza sigue abandonando el valle, pero hay algunas buenas presas. Quedan los cervallones.
Al parecer los cuervos podían hablar con normalidad cuando querían. Alatersa era un pájaro elegante, alto y orgulloso. Los demás cuervos guardaban silencio cuando él hablaba. Ahora que todos habían dejado de revolotear pude ver que solo había siete cuervos, no doce como me había parecido antes, y que la mayoría de ellos eran casi tan pequeños como Tlituu. Alatersa continuó:
—Los lobos de Pico Rocoso y los humanos se están llevando todo cuanto pueden, pero aún quedan presas para los lobos hábiles. Todavía abundan los caballos. Los cervallones están peleones.
—Justo lo que necesitamos —dijo Minn—; cervallones peleones.
—Vaya —dijo Alatersa—, un lobato del año pasado. —Aunque era más serio que Sondelagua, no se privaba de burlarse de Minn—. Las presas vigorosas te hacen trabajar y evitan que te pongas gordo y lento. —Miraba socarronamente a Minn—. Los uros son sabrosos. Un colmillos largos mató uno para nosotros hace una semana y era excelente. ¿No quieres cazar uno, Minnojillo?
Trevegg nos había hablado de los uros. Dijo que uno de ellos bastaría para alimentar a una manada durante semanas, pero son grandes y peligrosos. Uno de sus machos podría tener el peso de veinte lobos.
El orgullo de Minn estaba herido.
—¡Puedo cazar uros! —apeló a Ruuqo—. ¿Por qué no cazamos uros? Eso enseñaría a los de Pico Rocoso quién manda en el valle.
—No cazamos uros mientras podamos encontrar otra presa —dijo Ruuqo con paciencia—. Que los Grandes se queden con ellos y con las costillas rotas que van incluidas. Ya es bastante malo que tengamos que cazar cervallones. —Miró al cuervo—. Déjalo en paz, Alatersa.
—¿Y dónde está la gracia entonces? —Alatersa se puso de tan mal humor como un cachorro a quien acaban de abroncar—. ¿Desde cuándo son tan serios los lobos? «No debes herir los sentimientos del lobito o luego no cazará bien. ¡Oh, pobre lobito!». —Graznó cuando Minn saltó para atraparlo.
—Lobo lento, lobo remolón.
Nunca cazarás al uro.
Pobre lobito hambriento.
—Alatersa —dijo Ruuqo en tono de advertencia.
—A Minnojillo le asusta cazar.
En su lugar quiere comer cuervo.
Una pena. El cuervo es demasiado listo.
Ruuqo gruñó, y no exactamente por jugar. Saltó sobre Alatersa, que se retiró hasta el árbol caído. Sondelagua voló hasta su lado.
—Te falta sentido del humor, Ruuqo —dijo Alatersa mientras se atusaba el ahuecado plumaje.
—No me extraña que parezcas un viejo antes de tiempo —añadió Sondelagua—. Sin ánimo de ofenderte, guapo Trevegg. —Guiñó un ojo a Trevegg, que le devolvió una sonrisa.
—Tal vez la hermosa Rissa encuentre otro compañero —dijo Alatersa levantando las alas como si fuese a volar hasta Ruuqo.
—He dicho basta, Alatersa —dijo bruscamente Ruuqo—. Ahora, si no quieres pasar toda esta temporada comiendo bayas y bichos, dime por dónde anda la caza.
Alatersa se sacudió y se sentó con un suspiro ofendido. Por el rabillo del ojo vi a Tlituu, el cuervo pequeño, acercarse sigilosamente a Alatersa y colocarse a su lado. El jefe de los pájaros tuvo que verlo, pero no lo echó.
—Los humanos y los de Pico Rocoso espantan la caza de la gran llanura. —Me sorprendió su tono repentinamente serio. Ázzuen se abrió camino hasta mi lado para oír mejor lo que decía el cuervo—. Ni la manada del Pico Rocoso ni los humanos la compartirán con nosotros. Y algo va mal. —Miró molesto a Ruuqo cuando este iba a interrumpirlo—. Peor, lobo; y no, no sé qué es, pero algo va mal con la caza. Algo malo flota en el aire. Estamos preocupados. —Se sacudió y recuperó su mirada traviesa—. Pero la llanura de Hierbas Altas está llena; los antílopes y los caballos abundan y los ciervos vagan por el territorio. Volverán a la llanura. Con nuestra ayuda encontraréis buena caza.
—¿Qué son los humanos? ¿Quiénes son los del Pico Rocoso? —preguntó con impaciencia Marra, que estaba a mi lado.
—Cállate —susurró Ázzuen—. Quiero oír.
—La llanura de Hierbas Altas está demasiado cerca del territorio de Pico Rocoso —dijo Ruuqo ignorándonos—. Es una zona en disputa. Y también está demasiado cerca del actual lugar de los humanos.
—Si es ahí donde está la caza, ahí es adonde iremos —dijo Rissa con decisión—. Estoy harta de que los de Pico Rocoso nos vayan arrebatando nuestras tierras pedazo tras pedazo. Es hora de que cojamos lo que nos pertenece.
—Lo tendré en cuenta —dijo Alatersa con un destello en la mirada—. Venga, vamos a planear las próximas cacerías; estoy aburrido de comer ratones y topos. Tienen demasiados huesos. —Miró con deseo hacia donde estábamos los lobeznos, como si desease lanzarse en picado sobre nosotros otra vez, pero soltó un hondo suspiro y voló hasta Rissa, que estaba en la roca de observación.
Ruuqo, Trevegg y dos cuervos se unieron a él. Se reunieron todos a conferenciar en voz baja junto a la roca. Intenté oír lo que decían, pero hablaban demasiado bajo. Los demás lobos se estiraron y descansaron, preparándose para la cacería de la noche siguiente, mientras los cuervos deambulaban a saltos por todo el claro. Yo me senté y observé la actividad que se desarrollaba a mi alrededor.
Algo me dio un tirón seco de la cola. Me tragué un grito. No quería que me llamaran cachorra. Me volví y vi a Tlituu, el cuervo pequeño, que me miraba.
—Hola, cachorra. Ven conmigo.
Su voz era más aguda y viva que las de los cuervos grandes. Fue caminando hasta el borde del claro y se detuvo donde crecían los altos robles. Se volvió para esperarme.
Lo miré mientras me ocupaba de mi cola picoteada.
—No nos dejan salir del lugar de reunión —dije con suspicacia.
Seguramente él tenía hermanos y hermanas que esperaban más allá de los árboles para saltar sobre mí. Graznó.
—Cachorra, gritona.
Gimotea asustada de su propia sombra.
La loba escarabajo no es divertida.
Me quedé mirándolo hasta que volvió volando. Acercó mucho el pico a mi oreja y yo me puse tensa, temiendo otro picotazo.
—Los Grandes dicen que vengas, Kaala Dientecillos. —Levantó el vuelo antes de que pudiese contestarle y se posó en una rama alta del mayor de los robles.
Asombrada de mi propia insensatez, lo seguí, mirando hacia atrás para asegurarme de que nadie me veía salir del claro. Me paré nada más pasar el roble de la entrada, en una zona de hierba salpicada de piedras. Tlituu bajó a reunirse conmigo.
—Los Grandes me han hablado de ti —dijo—. Tú no eres una verdadera loba.
—¡Sí que lo soy! —dije, mosqueada—. He cruzado la gran llanura. Tengo nombre. Soy de Río Rápido. —Ignoré la voz que me decía desde el interior de mi cabeza que en realidad Ruuqo no me había aceptado, que seguía siendo una marginada.
Tlituu giró la cabeza a uno y otro lado.
—Todo lo que sé es que los Grandes dicen que eres más que un lobo y también menos, y que tengo que cuidarte. Yo también soy más y menos que un cuervo —dijo con orgullo—. Llevo este nombre por nuestro antepasado, que hablaba a los Antiguos en nombre de todas las criaturas. Llevo su marca —dijo, levantando un ala para mostrarme un creciente que había en su cara inferior—. He nacido para destruir a mi pueblo o salvarlo; como tú.
—¿Quieres decirme por qué me has hecho acompañarte? Me estoy arriesgando a tener muchos problemas viniendo aquí.
Tlituu graznó en voz baja.
—Si siempre estás preocupándote de no meterte en líos nunca conseguiremos hacer algo.
—¿Y qué se supone que tenemos que hacer, ya que sabes tanto? Volvió a graznar y me guiñó los ojos.
—Cachorra —dijo con impaciencia—, los Grandes me dijeron que viniese a verte. Me pidieron que te diga que los busques y que tienes que tener cuidado de evitar los problemas con tu manada. Me dijeron que yo tengo que cuidarte y tú tienes que cuidarme. Eso es todo.
Su irritación me divertía. Tenía la impresión de que los Grandes no le habían contado tantas cosas como a él le habría gustado. Y yo quería averiguar más de él. Quería saber lo que de verdad le habían dicho los Grandes, pero no tuve ocasión de preguntar. Cuando Rissa me llamó enfadada, él salió volando y yo disparada hacia el claro.
—No te alejes —dijo Rissa cuando volví disimuladamente al lugar de reunión—. ¿Quieres ser la comida de un oso? Aún no estás preparada para andar sola por el bosque. —Vi a Unnan y Borrla tras ella con sus presuntuosas sonrisas, y supe que habían sido ellos quienes le habían dicho que me había marchado—. Ya sé que estás contenta de estar con la manada, Kaala, pero no olvides que aún te queda mucho por aprender. —Me dio un lametón y fue a unirse a la conversación de Ruuqo y los cuervos.
Yo miré hacia el bosque y vi moverse una mancha negra y oí roce de hojas. Sabía que desde algún lugar entre los arbustos dos ojos como cuentas marrones me miraban.