27

Las cejas de Underwood descendieron.

—¿Lovelace? —gruñó—. ¿Qué quiere? Típico de él presentarse en el momento más inoportuno. Muy bien, lo recibiré. En cuanto a ti… ¡Deja de retorcerte! —Nathaniel estaba haciendo unos repentinos movimientos febriles, como si tratara de deshacerse del agarrón—. Esperarás en el trastero hasta que decida qué hacer contigo.

—Señor…

—¡Ni una palabra! —Underwood condujo de malos modos a Nathaniel por el descansillo—. Martha, prepara una tetera para la visita. Bajaré en unos segundos; tengo que arreglarme.

—Sí, Arthur.

—Señor, por favor, ¡escúcheme! ¡Es importante! En el estudio…

—¡Silencio! —Underwood abrió una puerta estrecha y empujó a Nathaniel a una habitación pequeña y fría llena de expedientes viejos y pilas de documentos oficiales. Sin mirar atrás, su maestro cerró la puerta y le dio una vuelta a la llave. Nathaniel golpeó la madera y lo llamó con frenesí.

—¡Señor! ¡Señor! —Nadie respondió—. ¡Señor!

—Qué amable. —Un escarabajo enorme de mandíbulas formidables se escurrió por debajo de la puerta—. En realidad «señor» es un poco formal para mi gusto, pero es mejor que «demonio infame».

—¡Bartimeo! —Nathaniel retrocedió atónito. Ante sus ojos, el escarabajo creció y se transformó. El chico de tez oscura estaba en la habitación junto a él con los brazos en jarras y la cabeza algo ladeada. Como siempre, era una réplica exacta: el cabello se bamboleaba cuando se movía, la luz brillaba en los poros de su piel. Nadie lo habría podido distinguir de entre un millar de humanos de verdad. Sin embargo, algo en su apariencia, quizá los ojos amables y oscuros con que le miraba, delataba a la legua su otra identidad. Nathaniel parpadeó luchando por controlarse. Sentía la misma confusión que había experimentado durante su anterior encuentro.

El falso niño supervisó las tablas del suelo y las montañas de cachivaches.

—¿Quién ha sido un hechicerito malo? —preguntó con sequedad—. Ya veo que Underwood por fin te ha calado. Le ha llevado su tiempo.

Nathaniel lo ignoró.

—Así que eras tú el de la ventana —comenzó—. ¿Cómo…?

—Por una chimenea, ¿qué te creías? Y antes de que lo digas, ya sé que no me has invocado, pero las cosas han ido demasiado deprisa como para esperar. El Amuleto…

De súbito, Nathaniel fue consciente de algo que lo aterró.

—Tú, ¡tú has traído a Lovelace hasta aquí!

El chico pareció sorprendido.

—¿Qué?

—¡No me mientas, demonio! ¡Me has traicionado! Le has conducido hasta aquí.

—¿Lovelace? —Parecía sinceramente desconcertado—. ¿Dónde está?

—Abajo. Acaba de llegar.

—Pues no tiene nada que ver conmigo. ¿Te has ido de la lengua?

—¿Yo? Eras tú…

—Yo no he dicho nada. Tengo una lata de tabaco en la que pensar. —Frunció el ceño y pareció estar pensando—. Es una pequeña coincidencia, debo admitirlo.

—¿Pequeña? —Nathaniel estaba prácticamente saltando a causa de los nervios—. ¡Le has conducido hasta aquí, idiota! ¡Rápido, coge el Amuleto! ¡Llévatelo lejos del estudio antes de que Lovelace lo encuentre!

El chico rió con aspereza.

—Ni en broma. Si Lovelace está aquí, habrá desplegado una docena de esferas ahí fuera; las debe de dirigir con su aura. Caerá; sobre mí en cuanto deje la casa.

Nathaniel recobró la compostura. Ahora que su sirviente había vuelto ya no estaba tan indefenso como antes. Todavía existía una posibilidad de evitar el desastre, siempre que el demonio hiciera lo que se le dijera.

—¡Te ordeno que obedezcas! —comenzó—. Ve al estudio…

—Venga, para el carro, Nat. —El chico agitó una mano cansina y desdeñosa—. Ahora no estás en una estrella de cinco puntas, no puedes obligarme a obedecerte. Escapar con el Amuleto es una mala idea, hazme caso. ¿Underwood es eficaz?

—¿Qué? —Nathaniel estaba perplejo.

—Que si es eficaz. ¿Qué nivel tiene? Por el tamaño de la barba supongo que no es nada del otro mundo, pero puedo equivocarme. ¿Es bueno? ¿Podría vencer a Lovelace? Esa es la cuestión.

—Ah, eso. No. No, no lo creo. —Nathaniel tampoco disponía de pruebas, pero su pasada demostración de servilismo a Lovelace no dejaba lugar a demasiadas dudas—. Crees que…

—Si Lovelace encuentra el Amuleto, tu única salvación es que quiera mantener todo el asunto en silencio. Puede que quiera hacer un trato con Underwood, pero si este no se aviene…

A Nathaniel se le heló la sangre.

—¿No creerás que…?

—¡Eh! ¡Con todo este jaleo casi se me olvida decirte para lo que he venido! —El chico afectó una voz grave y rimbombante—. Te hago saber que he llevado a cabo mi cometido a pies juntillas. He espiado a Lovelace, he descubierto los secretos del Amuleto, lo he arriesgado todo por ti, oh, mi amo. Y el resultado es… —aquí adopto un tono más normal e irónico— que eres idiota. No tienes ni idea de lo que has hecho. El Amuleto es tan poderoso que el gobierno lo ha mantenido bajo custodia durante décadas, hasta que Lovelace lo robó, claro. Su sicario asesinó a un hechicero mayor. En estas circunstancias, no creo probable que le preocupe matar a Underwood para recuperarlo, ¿tú qué crees?

A Nathaniel le daba vueltas la habitación y se sintió desfallecer. Aquello era peor de lo que había imaginado.

—No podemos quedarnos aquí —decidió—. Tenemos que hacer algo.

—Cierto, iré a ver qué pasa. Mientras tanto, sería mejor que te quedaras aquí como un niño bueno y que te prepares para una huida rápida si las cosas se ponen feas.

—No voy a huir a ninguna parte —respondió con un hilo de voz. Solo de pensar en las consecuencias le daba dolor de cabeza. La señora Underwood…

—Te daré un consejo nacido de la experiencia. Huir es bueno si lo que está en juego es el pellejo de uno. Será mejor que te vayas haciendo a la idea, amigo. —El chico se volvió hacia la puerta del trastero y colocó la palma de una mano contra esta. Con un crujido desgarrador, la puerta se rajó en torno a la cerradura y se abrió—. Sube a tu habitación y espera, te diré qué ocurre dentro de nada. Y estate preparado para echar a correr.

Dicho esto, el genio desapareció. Cuando Nathaniel le siguió, el descansillo ya estaba desierto.