A los verdaderos jinetes, las piernas y las manos; a los incapaces, la fusta.
Una revelación tal bien valía una página virgen.
Cerró su cuaderno, recibió a la señora de la casa y a sus invitados con copas de champán y un festín bajo el emparrado.
—No sabía que cocinara tan bien —dijo Kate, maravillada.
Charles volvió a servirle.
—Es cierto que no sé nada —añadió ella, algo más seria.
—No pierde nada por esperar.
—Esperanza no me falta…
Su sonrisa permaneció largo rato sobre el mantel, y Charles consideró que con eso había alcanzado el último refugio antes de coronar la cumbre. Qué expresión más horrorosa… Antes de su último golpe de piolet… ¡Jajá! ¿Y ésa te parece mejor acaso? Estaba otra vez pedo y se enganchaba a todas las conversaciones sin seguir ninguna. Un día de éstos, la agarraría del pelo y la arrastraría por todo el patio antes de dejarla sobre su artilugio de Teflón para lamerle las heridas.
—¿En qué piensa? —le preguntó Kate.
—He puesto demasiado paprika.
Estaba enamorado de su sonrisa. Se estaba tomando su tiempo para decírselo, pero se lo diría mucho tiempo.
Tenía más de dos veces veinte años y estaba frente a una mujer que había vivido dos veces más que él. El porvenir se había convertido para ambos en algo aterrador.