En los dibujos de las páginas siguientes no se ve más que esto: siluetas de tarzanitos entre el cielo y el agua, colgadas de un viejo manillar de bicicleta. Con las dos manos, con una sola mano, con dos dedos, con un dedo, del derecho, del revés, cabeza abajo. A vida. A muerte.

Pero también se ve a Tom remando en su barca para recoger a los más sonados, docenas de sandalias y de zapatillas de deporte alineadas en la orilla, reflejos centelleantes de sol en el agua por entre las ramas de un álamo, a Marión sentada en el primer escalón tendiéndole una porción de bizcocho a su hermano y a un bobo detrás que estaba a punto de empujarla al agua riéndose como el tonto que era.

Su perfil, para Anouk, y el de Kate, para él.

Esbozo rápido. No se atrevía a dibujarla demasiado tiempo.

Pasaba olímpicamente de los discursos de las trabajadoras sociales.

Vino el propio Alexis a recoger a sus niños.

—¿¡Charles!? Pero ¿qué haces aquí?

—Ingeniería offshore

—Pero… ¿hasta cuándo te quedas?

—Depende… Si encontramos petróleo en el fondo del río, entonces me imagino que todavía me quedaré un tiempecito más…

—¡Pues ven a cenar a casa algún día!

Y Charles, el amable Charles, contestó que no.

Que no le apetecía.

Mientras Alexis se alejaba pagando con sus hijos la humillación recibida, pero ¿qué son todas esas marcas que tenéis en los muslos? ¿Qué va a decir mamá?, y mira tu traje de baño, tiene un agujero, y ¿dónde has puesto los calcetines?, y que si esto no está bien y que lo de más allá tampoco, Charles se volvió y se dio cuenta de que Kate lo había oído.

Todavía no me ha contado su historia…, decía su mirada.

—Tengo una botella de Port Ellen en mi maletín —le contestó él.

—¿En serio?

—Yes.

Kate se volvió a poner las gafas sonriendo.

Nunca se había bañado, y mucho menos se había puesto en bañador.

Los había engañado bien…

Llevaba largas camisas de algodón, con aberturas en los faldones hasta las caderas y a las que siempre les faltaban varios botones… No la dibujaba a ella, pero sí lo que había detrás de ella para poder mirarla tranquilamente. Muchos dibujos de esas páginas se apoyan, pues, sobre su piel. Mirad bien el primer plano, siempre se ve un trozo de rodilla, un pedazo de hombro o su mano apoyada en la barandilla…

¿Y ese chico guapo de ahí?

No, no es Ken. Es su boy-friend de mil novecientos años.