En la página de la izquierda, un ticket de caja de la tienda de bricolaje a la que Ken, Samuel y él habían ido el día anterior. Siempre hay que guardar el ticket de caja. Eso lo sabe todo el mundo.

Nunca está bien lo que has comprado. Nunca es el taco que hace falta, ni los clavos son del largo suficiente… Siempre se te olvida algo, y en este caso no habían comprado suficiente papel de lija. Las chicas se quejaron de las astillas…

En la página de la derecha, croquis y cálculos. Nada del otro mundo. Un juego de niños.

Un juego para los niños, precisamente. Y para Kate.

Kate, que no iba nunca a bañarse con ellos en el río…

—Hay demasiado cieno —se quejaba con una mueca.

Charles era la cabeza, Ken, los brazos, y Tom, la barca de apoyo, con cervezas fresquitas en el otro extremo de una cuerda enganchada al escalmo.

Los tres juntos diseñaron y realizaron un magnífico embarcadero.

E incluso un trampolín construido sobre pilotes.

Fueron a buscar enormes bidones de aceite en el vertedero cercano y los recubrieron con tablones de pino.

Previó incluso unos escalones y una barandilla estilo «dacha rusa» para tender a secar las toallas y acodarse en ella durante los interminables concursos de salto de trampolín que se desarrollarían después…

Siguió reflexionando durante la noche y, a la mañana siguiente, trepó a un árbol con Sam e instaló un cable de acero entre las dos orillas.