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Nunca trabajó tanto como en ese mes de julio.

Dos de sus proyectos habían pasado la primera ronda de selección. Uno no tenía mayor interés, un edificio administrativo de lo más garbancero; el otro, más emocionante pero también mucho más complicado, era muy importante para Philippe. La concepción y la realización de una nueva Zona de Urbanización Concertada (ZUC) en un nuevo barrio periférico. Era un proyecto enorme, y Charles tardó en dejarse convencer.

El terreno estaba en pendiente.

—¿Y qué pasa? —replicó su socio.

—¿Que qué pasa? Espera, te elijo una al azar… Mira, la del pasado 15 de enero, por ejemplo:

»“Cuando es necesaria una pendiente para colmar un desnivel, debe ser inferior a un 5%. Cuando es superior a un 4%, se prevé un descansillo encima y debajo de cada plano inclinado y cada 10 metros de plano continuo. A lo largo de toda ruptura de nivel de más de 0,40 metros, es obligatoria una barandilla que permita tomar apoyo. En caso de imposibilidad técnica, debida principalmente a la topografía y a la disposición de las edificaciones existentes, se tolera un desnivel continuo superior a un 5%. Ese desnivel puede ser de un 8% como máximo en un tramo inferior o igual a 2 metros y hasta…”.

—Basta.

Charles se instaló en su mesa de trabajo meneando la cabeza de lado a lado. Detrás de esas cifras absurdas, la administración les indicaba que la pendiente media de un terreno edificable no podía ser superior a un 4%.

¿En serio?

Charles se puso a pensar en el grave peligro que representaban la calle Mouffetard, la calle Lepic, la colina de Fourviére y las stradine que subían al asalto de las colinas de Roma…

Por no hablar de los barrios de Alfama y del Chiado en Lisboa. Y de la ciudad de San Fran…

Vamos… A trabajar… Aplanemos, nivelemos, uniformicemos, puesto que era eso lo que querían, transformar el país en un gigantesco suburbia.

¡Y todo en desarrollo sostenible, ¿eh?!

Claro. Claro.

Charles se consolaba reservando las pasarelas para el final. Le encantaba dibujar y concebir pasarelas y puentes. A su juicio, en ellos resultaba visible la mano del hombre.

En el vacío, la industria se veía obligada todavía a quitarse el sombrero ante los que concebían todo aquello…

De haber podido elegir, habría nacido en el siglo XIX, en la época en que los grandes ingenieros eran también grandes arquitectos. Los mejores logros, según Charles, ocurrían cuando se utilizaban materiales por primera vez. Maillart el hormigón, Brunel y Eiffel el acero, o Telford el hierro colado…

Sí, esos tipos se lo tenían que haber pasado muy bien… Entonces los ingenieros eran también empresarios y corregían sus errores a medida que se iban presentando. Resultado, sus errores eran perfectos.

El trabajo de Heinrich Gerber, de Ammann o de Freyssinet, el viaducto del Kochertal de Leonhardt, y el viaducto colgante de Brunel en Clifton. Y el Verreza… Bueno, que te vas por las ramas. Tienes entre manos una Zona de Urbanización Concertada, así que concéntrate y saca el código de urbanismo.

«… hasta un 12% en un tramo igual o inferior a 0,50 metros».

Pero esas dudas quizá fueran beneficiosas… Ponerse en la situación de ganar era también ponerse en la de fracasar. Querer lograr algo a toda costa llevaba a una actitud tímida y conservadora. No escandalizar… Philippe y él estaban de acuerdo sobre ese punto, y Charles trabajó en ese proyecto como un poseso. Pero relajado.

Flexible, inclinado.

La vida estaba en otra parte.

Cenaba casi todas las noches con el joven Marc. Descubrían, al fondo de peregrinos callejones sin salida, salones interiores de restaurantuchos que seguían abiertos después de medianoche, comían en silencio y probaban cervezas de todo el mundo.

Siempre terminaban por declarar, ebrios de agotamiento, que iban a escribir una guía. Pendiente acusada del gaznate o La ZUG (Zona de Urbanización de la Glotis), ¡y que por fin, por fin, el mundo reconocería su talento!

Luego Charles lo dejaba en casa en su taxi y se desplomaba sobre un colchón a ras de suelo en una habitación vacía.

Un colchón, un edredón, un jabón y una maquinilla de afeitar era todo lo que tenía por ahora. Oía la voz de Kate, «esta vida de robinsones nos salvó a todos…», se dormía desnudo, se levantaba con el sol y tenía la impresión de que el puente de su vida lo estaba construyendo ahí.

Habló varias veces con Mathilde por teléfono, le anunció que se había marchado de la calle Lhomond y había instalado su campamento al otro lado del Sena, al pie de la montaña Sainte-Geneviéve, en el Barrio Latino.

No, todavía no había elegido su habitación.

Esperaba a que volviera ella…

Nunca había tenido conversaciones tan largas con ella y se dio cuenta de lo mucho que había madurado en esos últimos meses. Le habló de su padre, de Laurence, de su hermanastra pequeña, le preguntó si había ido a algún concierto de Led Zeppelin, por qué Claire no había tenido hijos y si era verdad eso de que se había chocado con una puerta.

Por primera vez, Charles habló de Anouk a alguien que no la había conocido. Por la noche, mucho tiempo después de haberse despedido de Mathilde con un beso, le pareció evidente. Haberla compartido con un corazón que tenía la edad del suyo cuando…

—Pero ¿la querías?, o sea, ¿era amor lo que sentías por ella? —terminó por preguntarle Mathilde.

Y como no le contestó enseguida pues buscaba otra palabra, más exacta, más precisa, menos comprometedora, oyó un gruñido desengañado que le dio la bofetada que esperaba desde hacía más de veinte años para poder volver en sí:

—Mira que soy tonta… Cuando se quiere es amor lo que se siente.

El 17 de julio estrechó por última vez la manaza de su chófer ruso. Acababa de pasarse dos días arrancándose el poco pelo que le quedaba en un solar fantasma. Pavlovich había desaparecido, la mayor parte de la gente se había ido con la constructora Bouygues, los que se habían quedado amenazaban con sabotearlo todo si no les pagaban siu minutu, doscientos cincuenta kilómetros de cables se habían quedado en doce y todavía faltaba una autorización por…

—¿Qué autorización? —bramó Charles, sin tomarse siquiera la molestia de hablar en inglés—. ¿Qué otro chantaje me tenéis preparado? ¿Cuánto queréis en total, hostia? ¿Y dónde estaba ese cabronazo de Pavlovich? ¿Él también se había marchado a Bouygues?

Ese proyecto había sido un berenjenal desde el principio. Ni siquiera suyo, de hecho, sino de un amigo de Philippe, un italiano que había ido a suplicarles di salvargli, que salvaran l’onore, la reputazione, le finanze, lo studio, la famiglia e la santa Vergine. Sólo le había faltado santiguarse besándose luego la punta de los dedos… Philippe había aceptado, y Charles no había dicho nada.

Imaginaba que debajo de todo eso había una partida de billar a tres bandas cuyo secreto sólo conocía el genio incorruptible de su acólito. Salvar ese proyecto era meterse a Fulanito en el bolsillo, Fulanito que era el brazo derecho de Menganito, Menganito que tenía 10 000 metros cuadrados que descentralizar y… en resumen, que Charles había estudiado los planos, creído que sería fácil, recuperado su ejemplar de Tolstoi cuyas páginas empezaban ya a amarillear y, como el pequeño Emperador, se había marchado con seiscientos mil hombres a enseñarles lo buenos estrategas que eran…

Y, como él, volvió aniquilado.

No, ni siquiera. Le traía totalmente sin cuidado. Se limitó a estrechar largo rato la mano de Viktor y sintió crujir un poco sus falanges y las sonrisas de ambos. En otra vida habrían sido buenos amigos…

Le tendió también el fajo de rublos que llevaba encima. Viktor se mostró reacio a aceptarlos.

—Por las clases de ruso…

Nyet, nyet —decía, mientras seguía aplastándole los metacarpos.

—Para tus hijos…

Ah, bueno, entonces sí. Lo liberó.

Se dio la vuelta una última vez, no vio las llanuras desoladas, las ruinas de soldados hambrientos con los pies helados y envueltos en trapos o en pieles de borrego, sino un último tatuaje. Un alambre de espino en un brazo que se había alzado muy alto para desearle mucha shtchastya

La vuelta, en cambio, fue difícil. Vivir como un joven estudiante cuando la vida se ponía difícil apenas le pesaba, pero aterrizar de una derrota cuando uno ya no tenía hogar era… otra paliza más.

No tuvo valor para coger un taxi y rumió su hundimiento en el tren.

Mísero trayecto. Triste y sucio. Bloques de pisos a la derecha, campamentos de gitanos a la izquierda… Y de hecho, ¿por qué llamarlo «campamentos de gitanos»? No seamos tan delicados, barrio de chabolas era la expresión más adecuada. Agradezcámosle a la mundialización el que nos permita gozar de las mismas curiosidades que en muchos otros lugares… Avanzando por esa vía férrea, Charles veía desfilar un montón de horrores y recordó que Anouk había muerto por ahí.

Nounou en un retrete cutre, y ella, en su casilla de salida…

Y con ese humor de ruina total llegó a su campamento al otro lado de la estación del Norte.

Fue directamente al despacho de su socio y abrió su mochila.

—Terror belli, decus pacis…

—¿Cómo? —preguntó Philippe, suspirando con el ceño fruncido.

—Terror durante la guerra, escudo durante la paz, te lo devuelvo…

—¿De qué estás hablando?

—De mi bastón de mariscal. Ya no iré más allí…

El resto de su conversación fue extremadamente técnico, financiero más bien, y cuando Charles cerró la puerta sobre toda la amargura que acababa de causar, decidió largarse sin pasar por la casilla reposabrazos desgastados.

Tenía un peso de más de 2500 kilómetros de retirada en el corazón, dos horas más en su reloj biológico, volvía a estar cansado y tenía que pasar por el tinte si quería vestirse al día siguiente.

Cuando ya cruzaba el umbral, Barbara le hizo un gesto sin interrumpir su conversación telefónica.

Le indicaba un paquete sobre una estantería.

Ya lo vería mañana… Dio un portazo, se quedó parado, sonrió como un bobo, deshizo el camino andado y reconoció el matasellos.

Que daba fe.

No lo abrió inmediatamente y, como unas semanas atrás, cruzó París con una sorpresa bajo el brazo.

Pero sin la inquietud de entonces.

Bajó por el bulevar Sebastopol, con unos andares ligeros, la costilla, flotando en su pecho, y el aire feliz del lechuguino que acaba de conseguir una primera cita. Sonriendo a los parquímetros y contemplando una y otra vez su dirección cuando el muñequito estaba en rojo.

(Bulevar así llamado, huelga recordarlo, en memoria de una victoria franco-inglesa en Crimea. ¡Nada menos!).

Contemplaba de nuevo el paquete en los pasos de cebra. Ya se imaginaba Charles que su letra sería así. Sinuosa y serpenteante… Como los motivos de su vestido… Y también sabía que se desbordaría de las casillas. Y que elegiría sellos bonitos…

Se apellidaba Cherrington.

Kate Cherrington…

Qué bobo era…

Y qué orgulloso se sentía.

De serlo aún a su edad.

Aprovechó ese subidón para llenar la despensa. Dejó un carro enorme en la caja del supermercado y prometió que estaría en casa dos horas después cuando se lo llevaran.

Salió de la tienda con un cepillo y un cubo lleno de productos de limpieza, limpió su apartamento por primera vez desde su primera visita, enchufó la nevera, abrió packs de agua, guardó metódicamente los cereales de Mathilde, su mermelada preferida, su leche semidesnatada y su champú muy suave, colocó toallas en el cuarto de baño, puso bombillas y se preparó el primer filete de su pisito de soltero.

Apartó el plato, quitó las migas y fue a buscar su regalo.

Abrió la tapa de una caja de hojalata y descubrió perros, gatos, gallinas, patos, caballos, pollitos, cabras, llamas, estrellas, lunas, nubes, golondrinas, ratones, tractores, botas, peces, ranas, flores, árboles, fresas, casetas para perros, palomas, guitarras, libélulas, cestos, botellas y…

Bien. Los colocó en hileras sobre la mesa. Como le gustaba hacer a él, metódicamente y por categorías.

Había varias galletas de cada forma, pero con forma de corazón sólo había una.

¿Era una señal? Era una señal… ¡Era una señal!

El calificativo de «bobo» se quedaba muy, pero que muy corto, ¿verdad?

Dear Charles,

Yo he preparado la masa, Hattie y Nedra han hecho las galletas, Alice les ha añadido ojos y bigotes, Yacine ha encontrado su dirección (¿seguro que es la suya?) y Sam ha ido a llevar el paquete al correo…

Thanks.

I miss you.

We all miss you.

K.

No se comió ninguna galleta, las volvió a colocar en hilera, pero esta vez de pie, en la repisa de la chimenea de la habitación donde vivía y se durmió pensando en ella.

En la forma que tendría si ella se apoyaba sobre su cuerpo como un molde para galletas.

A la mañana siguiente, dibujó su chimenea en medio de la nada y añadió: I miss you too.

Y, como había comentado Kate a propósito de la palabra «cocinera», se le antojaron muy prácticas las vaguedades semánticas del inglés.

Ese «you» podía significar tanto «vosotros» como «usted».

Que eligiera ella…

Charles podría, o debería, haber bajado más la guardia, pero no sabía hacerlo.

Su separación de Laurence, por muy de esperar que fuera, le había dejado un sabor desagradable de cobardía en la boca.

Una vez más, se había escondido detrás de su mesa, de sus perspectivas y de su AutoCAD. Ese programa de trabajo en el que todo era perfecto puesto que todo era virtual. Había proyectado en otra parte para no tener que elaborar nada él mismo, y, plantándose bien firme sobre sus desniveles, estaba seguro de no tropezar.

Calculaba. Calculaba y calculaba sin parar.

Pensaba en Kate sin parar pero nunca de verdad.

Era… era incapaz de explicarlo… como una luz… como si la certeza de saber que existía, aun lejos de él, aun fuera de él, bastara para tranquilizarlo. Por supuesto, a veces albergaba pensamientos más… encarnados, por decirlo de alguna manera, aunque tampoco tanto… Fanfarroneaba cuando soñaba con jugar a hacer galletitas con ella. En verdad se sentía… ¿cómo decirlo?… impresionado quizá… Sí, venga… impressed. Por mucho que Kate se hubiera esforzado en no impresionarlo, por mucho que hubiera sudado, eructado, por mucho que lo hubiera mandado a la mierda levantando su anillo, por mucho que se hubiera puesto de morros, se hubiera sonado la nariz en la manga, por mucho que hubiera soltado tacos, bebido como un cosaco, profanado la Educación nacional, por mucho que se hubiera cagado en los servicios sociales, por mucho que hubiera fustigado sus curvas, sus manos, su orgullo, por mucho que se hubiera denigrado a menudo y por mucho que lo hubiera abandonado sin decirle ni adiós, ese adjetivo cuadraba bien con ella.

Era una tontería, era una lástima y era inhibitorio, pero era así. Cuando pensaba en ella, Charles concebía un mundo, más que una mujer cicatrizada con forma de estrella.

De hecho, pensándolo bien, desde el primer momento Kate había distribuido los papeles. Él era el forastero, el visitante, the explorer, el Cristóbal Colón que había aterrizado ahí porque se había equivocado de camino.

Porque una niña tenía los dientes torcidos, y su madre era aún más retorcida que esos dientes.

Y, dejando que reanudara su camino sin despedirse de él, había alterado la brújula a propósito…

Por lo que veo hemos vuelto a los manuales de instrucciones… ¿Qué era esa historia de puente, esa vida monacal, esa Gran Austeridad sublime? ¿Echas de menos tu edredón de plumas de oca, es eso?

No, es que…

Que ¿qué?

Joder, pues que me duele la espalda… Me duele tanto la espalda…

¡Pues cómprate una cama!

No, pero no es sólo eso…

Entonces ¿qué es?

El sentimiento de culpa…

¡Aaaaaaah…! Pues buena suerte, entonces… Porque ya lo verás, para eso no hay manuales de instrucciones.

¿No?

No. Si los buscas, seguro que alguno encuentras, los mercaderes del Templo están por todas partes, pero más te valdría ahorrarte ese dinero y gastártelo en un somier. Además, acaba de escribirte que te echa de menos.

—Bah… Miss you en inglés no es más que una expresión sin más. Como Take care o All my love

No ha escrito Miss you, sino I miss you.

Ya, pero…

Pero ¿qué?

Vivía en la Cochinchina, tenía un montón de niños, animales que tardarían treinta años en morirse, una casa que olía a perro mojado y…

Basta, Charles, basta. Aquí el que apesta eres tú.

Y porque esos diálogos entre Charles Cogito y Charles Ergo Sum no lo llevaban a ningún parte, y sobre todo porque tenía mucho trabajo, prefería trabajar.

Qué estúpido…

Por suerte, estaba Claire.