—Nos sobra casi una hora, ¿quieres comer algo?
—…
No era su Mathilde de siempre.
—Eh —le dijo, agarrándola de la nuca—, estás agobiada, ¿o qué?
—Un poco… —susurró contra su pecho—. Ni siquiera sé adónde voy…
—Pero si me has enseñado las fotos, parecen muy kind estos MacNoséqué…
—Pero un mes se hace largo…
—No, hombre… Se te pasará volando… Y además, Escocia es un sitio precioso… Te va a encantar… Anda, vamos a comer algo…
—No tengo hambre.
—Pues entonces a beber algo. Sígueme…
Se abrieron camino entre maletas y carritos y encontraron una mesa al fondo del todo de un bareto algo guarrete. Sólo en París son tan sucios los aeropuertos, pensó. ¿Sería por las treinta y cinco horas semanales, la famosa desenvoltura frenchy o la certeza de tener, al alcance de unos taxis gruñones, la ciudad más bonita del mundo? Charles no lo sabía, pero siempre sentía la misma consternación.
Mathilde mordisqueaba su pajita, lanzaba miradas inquietas a su alrededor, consultaba la hora en su móvil y ni siquiera se había puesto los cascos de su Mp3.
—No te preocupes, tesoro, nunca he perdido un avión en mi vida…
—¡Es verdad! ¿Te vienes conmigo? —fingió malinterpretar ella.
—No —le dijo Charles meneando la cabeza de lado a lado—, no. Pero te mandaré un sms todas las noches…
—¿Me lo promise?
—I promise.
—Pero no en inglés, ¿eh?
Mathilde en cambio se esforzaba por aparentar más desenvoltura de la que en realidad tenía…
Charles también.
Era la primera vez que se marchaba tan lejos y tanto tiempo.
La perspectiva de esas vacaciones lo angustió tremendamente. Un mes en ese piso, los dos y sin esa niña… Dios mío…
Le cogió la mochila de las manos y la acompañó hasta los rayos X.
Como Mathilde caminaba muy despacio, Charles estaba convencido de que miraba los escaparates. Le propuso comprarle alguna revista.
No le apetecía.
—¿Entonces unos chicles?
—Charles… —dijo Mathilde, y se quedó parada.
Charles ya había vivido esa escena. La había acompañado a menudo cuando se marchaba de campamento y sabía que esa niña tan chulita perdía toda la seguridad en sí misma conforme se iban acercando al punto de encuentro.
Mathilde buscó su mano, y Charles se sintió halagado de ser el brazo que la niña quería apretar, y se preparó algunas frases firmes pero tranquilizadoras que guardarle en el bolsillo trasero.
—¿Sí?
—Me ha dicho mamá que os vais a separar…
Charles tropezó ligeramente. Acababa de chocar contra un Airbus.
—¿Ah, sí?
Dos silabitas hechas papilla que podían significar: «Ah, ¿entonces te lo ha dicho?», o: «¿Ah, sí? No lo sabía…».
No tuvo fuerzas para fanfarronear.
—No lo sabía.
—Ya… Está esperando a que te encuentres mejor para decírtelo.
Es un avión muy grande, el A380, ¿no?
—…
—Dice que hace varios meses que no eres tú mismo, pero que en cuanto te encuentres mejor, os separaréis…
—Pues… pues vaya conversaciones raras tenéis para tu edad —consiguió articular.
La terminal se erguía ante ellos.
—¿Charles?
La niña se dio la vuelta.
—¿Mathilde?
—Me iré a vivir contigo.
—¿Cómo dices?
—Si os separáis de verdad, te aviso que me iré contigo.
Como tuvo la elegancia de mascullarle estas últimas palabras con el tono de una cow-girl escupiendo un pegote de tabaco de mascar, Charles la imitó:
—¡Sí, ya te veo venir yo a ti! ¡Dices eso para que siga haciéndote los deberes de mates y de física!
—Damn. ¿Cómo lo has adivinado? —Mathilde hizo un esfuerzo por sonreír.
Charles no pudo hacer lo mismo. Tenía un tren de aterrizaje en el estómago.
—Y aunque fuera verdad, sabes muy bien que no es posible… Nunca estoy en casa…
—Por eso, justamente… —siguió bromeando ella.
Pero como él ya no le seguía el rollo, añadió:
—Es asunto vuestro, me trae sin cuidado, pero me iré contigo. Que lo sepas…
Anunciaron su embarque.
—No hemos llegado a ese punto todavía —le murmuró Charles al oído abrazándola.
Mathilde no dijo nada. Debió de encontrarlo muy ingenuo.
Cruzó la puerta de embarque, se dio la vuelta y le mandó un beso.
El último de su niñez.
Su vuelo desapareció de la pantalla.
Charles seguía ahí. No se había movido ni un milímetro, esperaba a que llegara el auxilio. Se oyó un sonido en su bolsillo: tiene un nuevo mensaje.
«TQ».
Se le resbaló la mano sobre las teclas y tuvo que secársela sobre el corazón para tranquilizarla un poco.
«MI 2.»
Consultó su reloj, dio media vuelta, empujó a un montón de gente, tropezó con unas maletas, dejó la suya en la consigna, corrió hasta la parada de taxis, intentó colarse, le cayó una bronca, descubrió a un motorista con un cartel que decía «Todas direcciones» y le rogó que lo llevara allí donde el jarrón acababa de desbordarse.
Nunca más en su vida cogería un avión tambaleándose.
Nunca más.