Charles y Kate se quedaron solos.
Kate cogió su copa y volvió su silla hacia la oscuridad. Charles se sentó en el sitio de Alice.
Quería ver los bichitos de cera que había hecho…
Luego arqueó la espalda, buscó sus cigarrillos y le ofreció uno a Kate.
—Qué horror —exclamó ella con una vocecita aguda—, me encantaría acompañarlo, pero me costó tantísimo dejarlo…
—Mire, sólo me quedan dos. Fumemos juntos nuestros ultimísimos cigarrillos, y no se hable más.
Kate lanzaba miradas inquietas a todos lados.
—¿Hay niños?
—Yo no veo ninguno…
—Bien… Genial.
Inspiró una bocanada cerrando los ojos.
—Lo había olvidado…
Se sonrieron y se envenenaron religiosamente.
—Fue por Alice… —declaró Kate.
Bajó la cabeza y prosiguió en voz más baja:
—Estaba en la cocina. Hacía rato que los niños se habían acostado. Fumaba un cigarrillo tras otro y… bebía sola, para retomar la expresión de la madre de Alexis…
»Alice apareció lloriqueando. Le dolía la tripa. Creo que era una época en que a todos nos dolía más o menos la tripa… Quería brazos, mimos, palabras que la tranquilizaran, todas esas cosas que yo ya no era capaz de darles… Pero se las apañó de todas maneras para trepar hasta mi regazo.
»Volvió a meterse el pulgar en la boca, y, por mucho que me esforzara, no se me ocurría nada que decirle para que se calmara o para que se volviera a dormir. Yo… Nada…
»En silencio, contemplábamos el fuego.
»Al cabo de un buen rato, me preguntó: ¿qué quiere decir “prematura”?
»Cuando algo ocurre antes de lo previsto, le contesté. Ella se quedó otro ratito callada y luego añadió: ¿y quién se ocupará de nosotros si tú tienes una muerte prematura?
»Me incliné hacia ella y entonces recordé que me había dejado la cajetilla de tabaco sobre sus rodillas.
»Y que acababa de aprender a leer…
»¿Qué quería que respondiera a eso?
»Tírala al fuego, le dije.
»La contemplé retorcerse y desaparecer entre las llamas y me eché a llorar.
»Me parecía de verdad que acababa de perder mis últimas muletas… Mucho más tarde, la llevé a su cama en brazos y volví corriendo a la cocina. ¿Por qué tanta prisa? ¡Pues para rebuscar entre las cenizas!
»Yo ya estaba muy down, y dejar de fumar de esa manera tan drástica me hundió más todavía… Por aquel entonces ya le había cogido una manía horrible a esta casa fría y triste que me lo había quitado todo, pero al menos le reconocía una virtud: el estanco más cercano estaba a seis kilómetros y cerraba a las seis de la tarde…
Kate aplastó la colilla en el suelo, la recogió, la dejó sobre la mesa y se sirvió un vaso de agua.
Charles seguía callado.
Tenían toda la noche por delante.
—Son los hijos de mi herm… —Se le quebró la voz—. Perdón… de mi hermana, y… Oh —exclamó, maldiciéndose—, por esto precisamente no quería invitarlo a cenar…
Charles dio un respingo.
—Porque cuando llegó usted anoche con Lucas, incluso detrás de todas sus heridas, o quizá debido a ellas, lo leí en su mirada y…
—¿Y? —repitió Charles, un poco inquieto.
—Y sabía lo que iba a ocurrir… Sabía que cenaríamos alrededor de esta mesa, que los niños se dispersarían, que me quedaría a solas con usted y que le contaría lo que nunca le he contado a nadie… Me da no sé qué confesárselo, señor Charles Desconocido, pero sabía que esto se lo contaría a usted… Es lo que le dije antes en el guadarnés… Ha habido alguna que otra expedición hasta aquí, pero es usted el primer hombre civilizado que se ha aventurado hasta el gallinero, y, si he de serle sincera, ya no lo esperaba.
Intento de sonrisa algo fallido.
Maldita sea, siempre ese problema de encontrar las palabras adecuadas. Charles nunca las tenía a mano cuando hacía falta. Si todavía el mantel hubiera sido de papel, le habría podido esbozar algo. Una línea de fuga o de horizonte, la idea de una perspectiva o incluso un punto de interrogación, pero, Dios santo, hablar… ¿Qué… qué decir con palabras?
—¡Todavía está a tiempo de levantarse y marcharse, ¿sabe?! —añadió Kate.
Esa sonrisa le salió algo mejor que la otra.
—Su hermana —murmuró Charles.
—Mi hermana era… Bueno, mire —prosiguió Kate en un tono más alegre—, me voy a poner a llorar ya mismo y así ya me lo quito de encima.
Se tiró de la manga del jersey como quien desdobla un pañuelo.
—Mi hermana, mi única hermana, se llamaba Ellen. Me sacaba cinco años y era una chica… maravillosa. Guapa, divertida, radiante… No lo digo porque fuera ella, lo digo porque así era ella. Era mi amiga, la única que tenía, creo, y mucho más que eso todavía… Se ocupó mucho de mí cuando éramos pequeñas. Me escribía cuando estuve interna, e, incluso después de casarse, nos llamábamos por teléfono casi todos los días. Nunca más de veinte segundos porque siempre había un océano y dos continentes entre nosotras, pero al menos esos veinte segundos no nos los quitaba nadie.
»Sin embargo, éramos muy distintas. Como en las novelas de Jane Austen, ya sabe… La mayor sensible y la pequeña sensitive… Era mi Jane y mi Elinor; ella era tranquila, y yo, turbulenta; ella era dulce, y yo, difícil; ella quería una familia, y yo, misiones; ella esperaba hijos, y yo, visados; ella era generosa, y yo, ambiciosa; ella escuchaba a la gente, y yo, nunca… Como con usted esta noche… Y como era perfecta, me otorgaba el derecho de no serlo yo… Ella era mi pilar, un pilar sólido, así que yo podía irme por ahí por el mundo… La familia se sostendría en pie…
»Ellen siempre me apoyó, me animó, me ayudó y me quiso. Nuestros padres eran maravillosos pero no se enteraban de nada, eran como de otro planeta, así que fue ella la que me crió.
»Hacía mucho, mucho tiempo que no pronunciaba su nombre en voz alta…
Silencio.
—Y, por muy cínica que yo fuera entonces —prosiguió Kate—, no tuve más remedio que reconocer que los happy ends no eran sólo cosa de las novelas victorianas… Ellen se casó con su primer amor, y éste estaba a la altura… Pierre Ravennes… Un francés. Un hombre adorable. Tan generoso como ella… La palabra francesa «beau-frère»[5] tenía entonces mucho más sentido que brother-in-law. Yo lo quería mucho, y la ley no tenía nada que ver con eso. Era hijo único y había sufrido mucho por ello. De hecho, había elegido ser obstetra… Sí, era de esa clase de hombres que saben lo que quieren… Pienso que una cena con tanta gente como la que acabamos de tener nosotros le habría encantado… Decía que quería siete hijos, y nunca se podía saber si lo decía en serio o no. Nació Samuel… Yo soy su madrina… Luego Alice, y después Harriet. No solía verlos muy a menudo, pero siempre me llamaba la atención el ambiente que había en su casa, era… ¿Ha leído a Roald Dahl?
Charles asintió con la cabeza.
—Me encanta ese hombre… Al final de Danny, campeón del mundo hay un mensaje para los jóvenes lectores que dice más o menos así: cuando seáis mayores, por favor no olvidéis que los niños quieren y merecen unos padres que sean sparky.
»No sé cómo traducir esta palabra… ¿Brillantes? ¿Divertidos? ¿Centelleantes? ¿Como la dinamita? Como el champán, quizá… Pero lo que sí sé es que su hogar era… sparkísimo. Yo estaba maravillada y a la vez un poco confused, me decía que yo nunca sabría hacer eso… Que no tenía la generosidad, la alegría y la paciencia necesarias para hacer tan felices a unos niños…
»Lo recuerdo muy bien, me decía, medio en broma y medio para tranquilizarme: si algún día tengo hijos, se los confiaré a Ellen… Y entonces…
Mueca triste.
Charles sintió el deseo de tocarle el hombro o el brazo.
Pero no se atrevía.
—Y entonces, nada… Hoy los libros de Roald Dahl se los leo yo…
Charles le cogió la copa de las manos, se la llenó y se la devolvió.
—Gracias.
Largo silencio.
Las risas y los acordes de guitarra a lo lejos le dieron ánimos para continuar con su relato.
—Un día fui a visitarlos de improviso… Para el cumpleaños de mi ahijado, precisamente… Por aquel entonces yo vivía en Estados Unidos, trabajaba mucho y todavía no conocía a mi sobrina pequeña… Llevaba varios días con ellos cuando se presentó el padre de Pierre. El famoso Louis de las iniciales en la camisa… Era un hombre excéntrico, pintoresco, divertido. Un concentrado puro de sparky, vamos… Un negociante de vinos al que le gustaba beber, comer, reír, lanzar a los niños por los aires y cogerlos por los pies, y abrazar contra su tripón a toda la gente a la que quería.
»Era viudo, adoraba a Ellen, y pienso que ella se casó con él tanto como con su hijo… Hay que reconocer que nuestro padre era ya mayor cuando nosotras nacimos… Profesor de latín y griego en la universidad… Muy bueno pero bastante… ausente… Se sentía más a gusto con Plinio el Viejo que con sus hijas… Cuando Louis vio que yo estaba ahí y podía quedarme a cuidar de los niños, les rogó a Pierre y a Ellen que lo acompañaran a visitar una bodega o no sé qué en Borgoña. Venid, les insistía, os sentará bien… ¡Hace tanto tiempo que no vais a ningún sitio! Vamos… venid… Visitaremos una finca preciosa, comeremos como reyes, dormiremos en un hotel maravilloso y mañana por la tarde ya estaréis de vuelta… ¡Pierre! ¡Hazlo por Ellen! ¡Sácala un poco de sus biberones!
»Ellen no se decidía a marcharse. Creo que no le apetecía nada separarse de mí… Y le diré una cosa, Charles, le diré que la vida es una gran perra, porque fui yo, sí, yo, quien insistió para que se marchara. Veía que esa escapadita hacía tanta ilusión a Pierre y a su padre… Vamos, ve, le dije, ve a comer como una reina y a dormir en una cama con dosel, we’ll be fine.
»Dijo que vale, pero yo sabía que le costaba un esfuerzo. Que, una vez más, anteponía los deseos de los demás a los suyos propios…
»Todo fue muy rápido. Decidimos no decir nada a los niños, que estaban viendo los dibujos animados, para no exponernos a una escena inútil. Cuando Mowgli hubiera regresado a su aldea, les diríamos que mamá volvía mañana y listo.
»Auntie Kate se sentía capaz de asumir eso. Auntie Kate no había sacado todavía todos sus regalos de la maleta…
Silencio.
—Sólo que mamá no volvió nunca. Ni papá. Ni el abuelo.
—El teléfono sonó en plena noche, una voz que pronunciaba las erres de una extraña manera me preguntó si era pariente de Louis Rrrravennes, de Pierrre Rrrrravennes o de Élin Sherrrington. Soy su hermana, le contesté, entonces me pasaron con otra persona, algún superior, y esa otra persona tuvo que tragarse el marrón de contarme lo que había pasado.
»¿El conductor había bebido demasiado? ¿Se había quedado dormido? La investigación lo esclarecería, pero lo que estaba claro era que conducía demasiado rápido, y que el otro, el camionero que transportaba maquinaria agrícola, tendría que haberse pegado más al arcén y haber puesto el warning antes de salir a hacer pis.
»Para cuando se subió la bragueta, ya no había nada sparky detrás de él.
Kate se levantó. Acercó la silla al perro, se descalzó y deslizó los pies bajo su flanco muerto.
Hasta ese momento Charles había aguantado el tipo, pero ver a ese perrazo, que ya no podía menear el rabo, levantar la mirada hacia ella con una expresión grave para comunicarle lo mucho que se alegraba de poder serle útil en algo todavía, terminó de romperlo por dentro por completo.
Y ya no le quedaban cigarrillos…
Se llevó la mano a su mejilla tumefacta.
¿Por qué se portaba tan mal la vida con quienes más lealmente la servían?
¿Por qué?
¿Por qué con ésos precisamente?
Charles tenía suerte. Había esperado hasta tener cuarenta y siete años para comprender lo que celebraba Anouk cuando lo mandaba todo a paseo con la excusa de que aún estaban vivos.
Las multas, sus malas notas, el teléfono que les habían cortado, su coche otra vez estropeado, sus problemas de dinero y la locura del mundo.
Por aquel entonces a Charles esa actitud le parecía un poco fácil, cobarde incluso, como si esa simple palabra debiera perdonar todas sus debilidades.
«Vivos».
Toma, pues claro que estaban vivos…
Era evidente.
De hecho ni siquiera contaba.
De verdad, qué pesada se ponía Anouk con eso…
—Ellen y su suegro murieron en el acto. Pierre, que iba en el asiento de atrás, esperó a llegar al hospital de Dijon para despedirse con una reverencia rodeado de sus colegas… Como se imaginará, ya he tenido la ocasión más de una vez de… —(rictus)—, de relatar estos hechos, como suele decirse… Pero en realidad nunca he contado nada…
—¿Sigue aquí, Charles?
—Sí.
—¿A usted sí puedo contárselo?
Charles asintió con la cabeza. Estaba demasiado emocionado para arriesgarse a que oyera el sonido de su voz.
Pasaron varios minutos. Charles pensó que Kate había renunciado a contarle nada.
—De hecho no te crees lo que acaban de anunciarte, no tiene ningún sentido, no es más que una pesadilla. Vuélvete a la cama.
»Pero claro, no puedes, y te pasas el resto de la noche anonadada, mirando el teléfono y esperando a que el capitán no sé qué vuelva a llamar para disculparse. Mirrrrre, ha habido un errrrror en cuanto a la identificación de los cuerrrrrpos… Pero no, la Tierra sigue girando. Los muebles del salón recuperan su lugar, y un nuevo día viene a agredirte.
»Son casi las seis de la mañana y te das una vuelta por la casa para calibrar el alcance de la tragedia. Samuel, en un cuartito azul, seis años recién cumplidos, duerme con la frente apoyada contra su osito de peluche y las manos bien abiertas. Alice, en otro cuartito igual pero rosa, tres años y medio, duerme también, con el pulgar bien anclado ya en la boca… Y, junto a la cama de sus padres, Harriet, ocho meses, abre unos ojos como platos cuando te inclinas sobre su cuna, y te das perfecta cuenta de que ya está un poco decepcionada al volver a ver tu rostro inseguro y no el de su madre…
»Coges en brazos a ese bebé, cierras las puertas de las otras dos habitaciones porque se pone a gorjear y, para ser sinceros, no tienes mucha prisa por que se despierten… Te felicitas por haberte acordado de cuántas cucharadas de leche en polvo hacen falta para preparar el biberón, te acomodas en una butaca junto a la ventana porque, de todas maneras, no te va a quedar más remedio que afrontar ese puto nuevo día, así que mejor que sea absorta en los ojos de un bebé agarrado a una tetina, y no… no lloras, estás en ese estado de…
—Estado de shock —murmuró Charles.
—Right. Numb. Abrazas a ese bebé contra tu pecho para que eructe y casi le haces daño a fuerza de aferrarte tan fuerte a él, como si ese eructito fuera lo más importante del mundo. La última cosa a la que pudieras agarrarte. Perdón, le dices, perdón, y te acunas a ti misma en su nuca.
»Recuerdas entonces que tu avión sale mañana, que acaban de darte una beca que hace mucho tiempo que esperabas, que tienes un novio que acaba de quedarse dormido, a miles de kilómetros de allí, que habías planeado ir a la fiesta de los Miller el fin de semana siguiente, que tu padre está a punto de cumplir setenta y tres años, que tu madre, ese pajarillo inconsecuente, nunca ha sido capaz de cuidar de sí misma, que… que no hay nadie en el horizonte. Pero sobre todo, y de eso aún no eres consciente, que nunca volverás a ver a tu hermana…
»Sabes que tienes que llamar a tus padres, aunque no sea más que porque alguien tiene que ir allí, al lugar del accidente. Responder a preguntas, esperar a que bajen la cremallera de esas fundas de plástico y firmar papeles. Te dices a ti misma, no puedo mandar a Dad, no tiene ninguna… aptitud para ese tipo de situación, en cuanto a mamá… Miras a la gente que camina a grandes zancadas por la calle y le reprochas su egoísmo. ¿Dónde van de esa manera? ¿Por qué hacen como si no hubiera pasado nada? Alice te saca de tu ensimismamiento y lo primero que te pregunta es: ¿ha vuelto mamá?
»Preparas otro biberón, la instalas delante de la tele y bendices esos dibujos animados. De hecho, te pones a verlos con ella. Llega también Samuel, se acurruca a tu lado y dice: estos dibujos son tontos, siempre gana el mismo. Asientes con la cabeza. Desde luego, son estúpidos estos dibujos… Te quedas viendo la tele con ellos todo lo posible, pero llega un momento en que ya no hay nada que ver… Y la víspera les prometiste que los llevarías al Jardín de Luxemburgo, así que habrá que vestirse, ¿no?
»Samuel es quien te enseña dónde tirar la basura y cómo subir el respaldo del carrito de Harriet. Te fijas en cómo lo hace él y ya presientes que ese niño todavía tiene muchas cosas que enseñarte sobre la vida…
»Vas por la calle y no reconoces nada, ya sé que deberías llamar a tus padres pero no tienes valor para hacerlo. Ni por ti, ni por ellos. Mientras no digas nada es como si no hubieran muerto. El policía todavía está a tiempo de llamar para disculparse.
»Es domingo, y el domingo no cuenta. Es un día en el que nunca ocurre nada. En el que uno se queda con su familia.
»Los veleros de juguete en el estanque, los torniquetes de la entrada, los columpios, el guiñol, todo vale. Un joven alto sube a Samuel a lomos de un burro, y su sonrisa es una tregua maravillosa. Aún no puedes saberlo, pero es el principio de una gran pasión que os llevará hasta el concurso de doma de Meyrieux-sur-Lance casi diez años más tarde…
Kate sonreía.
Charles, no.
—Luego les llevas a comer patatas fritas al Quick de la calle Soufflot y les dejas jugar toda la tarde en la piscina de bolas.
»Estás ahí. No has probado bocado. Simplemente los miras.
»Dos niños se divierten como locos en el área de juegos de un establecimiento de comida rápida un día de abril en París, y lo demás no tiene ninguna importancia.
»Durante el camino de vuelta, Samuel te pregunta si estarán ya en casa sus padres cuando lleguéis, y como eres una cobarde, contestas que no lo sabes. No, que no eres cobarde, lo que pasa es que de verdad no lo sabes. Nunca has tenido hijos, no sabes si es mejor decirles las cosas de sopetón o crear una especie de… progresión dramática que les permita familiarizarse con lo peor. Decir primero que han tenido un accidente de coche, darles la merienda, luego anunciarles que están en el hospital, bañarlos, añadir que es un poco grave y… Si de ti dependiera, se lo dirías de golpe, pero, por desgracia, no depende de ti. De pronto lamentas no estar en Estados Unidos, allí no te costaría encontrar el número de un teléfono de ayuda y una psicóloga súper segura de sí misma para ayudarte. Estás perdida y te quedas un buen rato mirando el escaparate de la juguetería que está en la esquina con la calle de Rennes, para ganar tiempo…
»Nada más entrar en casa, Samuel se precipita sobre el piloto rojo del contestador telefónico. No te has dado cuenta porque estás peleándote con el minúsculo abriguito de Harriet, y, por encima de los grititos de alegría de Alice que se ha puesto a abrir su regalo del menú infantil en pleno vestíbulo, reconoces la voz del capitán.
»No se disculpa en absoluto. Más bien te echa la bronca. No entiende que aún no lo hayas llamado y te ruega que anotes el teléfono de la comisaría y la dirección del hospital donde están los cuerpos. Se despide torpemente y vuelve a ofrecerte su más sincero pésame.
»Samuel te mira, y tú, tú… miras a otra parte… Con Harriet en brazos, ayudas a su hermana a trasladar todos sus bártulos y, mientras metes al bebé en su parquecito, una vocecita a tu espalda pregunta: Los cuerpos ¿de quién?
»Entonces te lo llevas a su habitación y respondes a su pregunta. El niño te escucha muy serio, y a ti te deja de piedra su… self-control, y luego él también vuelve a concentrarse en sus cochecitos de juguete.
»No te lo puedes creer, estás un poco aliviada pero a la vez toda esa situación te parece muy… fishy. Bueno, cada cosa a su tiempo. Por ahora que juegue, que juegue… Pero cuando sales de su habitación, te vuelve a preguntar, entre dos rrrrummm, rrrrrummm: Vale, ya no van a volver nunca más, pero ¿hasta cuándo?
»Entonces te escapas corriendo a la terraza y te preguntas dónde guardarán en esta casa el alcohol de verdad. Te sacas el teléfono a la terraza y, desde allí, empiezas por llamar a tu novio. Te da la impresión de haberlo despertado, le expones fríamente la situación y, al cabo de un silencio tan largo como… el océano que te separa de él, resulta que es tan desesperante como los propios niños: Oh, honey… I feel so terribly sorry for you but… when are you coming back? Cuelgas el teléfono y por fin te echas a llorar.
»Nunca te habías sentido tan sola en toda tu vida, y, por supuesto, la cosa no ha hecho más que empezar.
»Es exactamente el tipo de situación en que necesitarías llamar a Ellen…
»¿Charles?
—¿Sí?
—¿Lo estoy aburriendo?
—No.
—El alcohol de verdad, le decía hace un momento… ¿Le gusta el whisky? Espéreme un segundo…
Le enseñó la botella.
—¿Sabía usted que uno de los mejores whiskis del mundo se llama Port Ellen?
—No. Si yo no sé nada, ya lo sabe…
—Es muy difícil de encontrar… Hace más de veinte años que la destilería cerró, me parece…
—¡Entonces resérvelo para otra ocasión! —protestó Charles.
—No. Estoy feliz de beberlo con usted esta noche. Ya verá, es extraordinario. Un regalo de Louis, precisamente… Una de las pocas cosas que nos ha seguido hasta aquí… Él habría sabido hablarle mejor que yo de las notas de cítricos, de turba, de chocolate, de madera, de café, de avellana y de no sé qué más, pero para mí no es más que… Port Ellen… ¡Lo maravilloso es que aún quede! Hubo una época en que necesitaba beber para poder dormir, y no es que me anduviera con mucho criterio a la hora de elegir las botellas… Pero ésta nunca me hubiera atrevido a utilizarla para ahogar las penas. Lo estaba esperando a usted, Charles.
—Es broma —dijo, tendiéndole una copa—, no me haga caso. ¿Qué va a pensar de mí? Soy ridícula.
Una vez más, Charles no supo encontrar las palabras adecuadas. No era en absoluto ridícula, era… No sabía decir… Una mujer con notas de madera, de sal, y quizá también de chocolate…
—Bueno, termino mi historia… Creo que ya he pasado lo peor… Luego hubo que vivir, y, digan lo que digan, siempre es más fácil cuando uno no tiene más remedio que vivir. Llamé a mis padres. Mi padre se atrincheró en su mutismo, as usual, y mi madre se puso histérica. Dejé a los niños a cargo de la hija de la portera y cogí el coche de mi hermana para reunirme con ella en el infierno. Todo fue complicadísimo… No sabía que morir fuera tan complicado… Me quedé allí dos días… en un hotel deprimente… Seguramente allí fue donde empecé a aprender a beber… Pasada la medianoche, cerca de la estación de Dijon resulta más fácil encontrar una botella de J & B que unos somníferos… Fui a las pompas fúnebres y lo organicé todo para que incineraran sus cuerpos en París. ¿Por qué incinerarlos? Supongo que porque no sabía dónde iban a vivir los niños… Es una tontería, pero no quería enterrarlos lejos de sus hij…
—No es ninguna tontería —la interrumpió Charles.
A Kate le sorprendió el sonido de su voz.
—A Louis lo enterraron con su mujer en la región de Bordelais. ¿Dónde si no? —sonrió—. Pero las urnas de Pierre y de Ellen están aquí…
Charles dio un respingo.
—En uno de los silos… entre todos los trastos… Me parece que los niños ya las habrán visto mil veces sin sospechar ni por un momento que… Bueno, ya sacaré el tema cuando sean un poco mayores… Eso también es algo que he descubierto… ¿Qué hacer con nuestros difuntos? En términos abstractos, es tan sencillo… Uno piensa que su recuerdo es mucho más importante que el tipo de sepultura, y por supuesto así es, pero en términos prácticos, sobre todo cuando dichos difuntos no son de verdad los nuestros, ¿qué hacer? Para mí fue algo muy complicado porque… me llevó mucho más tiempo que a ellos pasar el duelo… Ahora ya no está, pero durante mucho tiempo hubo una foto inmensa de ellos en la cocina. Quería que asistieran a todas nuestras comidas… No sólo en la cocina, de hecho… Repartí fotos por toda la casa… Me obsesionaba la idea de que los niños pudieran olvidar a sus padres. Cuando lo pienso, lo que los habré atormentado con esto… En el salón había una estantería en la que colocábamos religiosamente los regalos que los niños hacían en el colegio para el Día de la Madre. Un año Alice trajo… ya no me acuerdo qué era… un joyero, creo… Y, por supuesto, como todo lo que hace Alice, era una maravilla. La felicité y fui a colocarlo en el altar con los demás regalos. En ese momento no dijo nada, pero cuando me fui, lo cogió y lo estrelló con todas sus fuerzas contra la pared. «¡Lo había hecho para ti!», se puso a gritar. «¡Para ti! ¡No para una muerta!». Recogí los pedazos y fui a la cocina a quitar la foto. Una vez más, esos niños acababan de educarme, y me parece que fue ese mismo día cuando dejé de vestir de luto. Es bueno el whisky, ¿eh?
—Divino —contestó Charles entre dos sorbos.
—Por esta misma razón nunca he querido que me llamaran mamá, y ahora, con un poco de distancia, pienso que fue muy difícil para ellos… Quizá no tanto para Sam, pero sí para las niñas… Sobre todo en el colegio… En el recreo… Pero yo no soy vuestra mamá, les repetía, vuestra mamá era mucho mejor que yo. Les hablaba mucho de ella… y también de Pierre… Aunque no lo conocí mucho… Hasta que un buen día comprendí que ya no me escuchaban. Creía ayudarlos pero no era más que… morbosa. Era a mí a quien quería ayudar… Por ello había siempre como una sombra por encima de esa palabra, «mamá», como si fuera una palabrota. Que es ya el colmo, si uno lo piensa… Sin embargo, no consigo sentirme culpable por ello, porque… adoraba a mi hermana…
»Incluso ahora, no pasa un día sin que hable con ella… Me parece que actuaba así para… no sé… para rendirle homenaje… Vaya —dijo entonces Kate, levantando la cabeza—, cómo se lo pasan ésos…
Desde el valle nos llegaba el eco de risas y chapuzones.
—Me parece que eso de bañarse a medianoche les encanta… Para volver a lo de antes, fue Yacine, el sabio Yacine, el que nos relajó a todos. Había llegado el día anterior, no decía nada, escuchaba todas nuestras conversaciones, y entonces, cuando estábamos en la mesa cenando, se dio una palmada en la frente y dijo: «Aaaaah, ya estáaaaa… ya lo tengoooooo… ¡Kate significa mamá en inglés!». Y todos lo miramos sonriendo: lo había entendido todo…
—Pero el hombre que me asignó a la caseta de puntería, por ejemplo… Dijo «su hijo» al hablar de Samuel…
—Pues sí… ¿Cómo podía saber él que «su hijo» significa your nephew en el idioma de Les Vesperies…? ¿Vamos a ver qué hacen?
Como de costumbre, los acompañaron unos cuantos chuchos rescatados de la perrera.
Kate, que estaba descalza, caminaba con cuidado. Charles le ofreció el brazo.
Olvidó sus heridas y sus dolores, y se irguió muy orgulloso.
Se sentía como si escoltara a una reina en plena noche.
—¿No les parecerá que los molestamos? —preguntó preocupado.
—Qué va… Les encantará vernos…
Los mayores hacían el ganso a la orilla del río, y los pequeños se divertían fundiendo gominolas al fuego.
Charles aceptó un cocodrilito medio deshecho que se parecía un poco al blasón que llevaba en el pecho.
El sabor era infame.
—Mmm… delicioso.
—¿Quieres otro?
—No, no, gracias, no te molestes.
—¿Vienes a bañarte?
—Pues…
Las chicas hablaban en un rincón, y Nedra apoyaba la cabeza sobre el hombro de Alice.
Esa niña sólo le hablaba al fuego…
Kate exigió una serenata. El músico de guardia obedeció encantado.
Estaban todos sentados con las piernas cruzadas, y Charles se sintió de nuevo como si tuviera quince años.
Pero con una buena mata de pelo…
Pensaba en Mathilde… Si hubiera estado allí, le habría enseñado canciones algo más interesantes que esos acordes tan estudiados. Pensaba en Anouk, tan sola en su cementerio asqueroso, a cientos de kilómetros de sus nietos. En Alexis, que había dejado su alma en la consigna y tenía que «cumplir con sus objetivos» vendiendo cámaras frigoríficas a las cantinas de la región. En el rostro de Sylvie, en la dulzura y la generosidad con las que le había contado toda una vida en la que precisamente esas dos virtudes habían brillado por su ausencia… En Anouk de nuevo, a la que había seguido hasta allí y que habría disfrutado tanto haciendo el ganso con los hijos de Ellen… Que se habría zampado kilos y kilos de gominolas repugnantes y se habría lanzado a hacer un numerito de gitana bailando y dando palmas alrededor de la hoguera.
Que a estas alturas seguramente ya estaría bañándose…
—Necesito apoyarme contra un árbol —reconoció Charles con una mueca, llevándose la mano al pecho.
—Claro… Vámonos allá… —Kate cogió la linterna de camino—. Le duele, ¿verdad?
—Nunca había estado tan bien, Kate…
—Pero… ¿qué le ha pasado exactamente?
—Ayer por la mañana me atropello un coche. No es nada grave.
Kate le indicó un par de sillones club de piel de corteza y clavó el candelabro bajo las estrellas.
—¿Por qué?
—Por qué ¿qué?
—¿Por qué lo atropello un coche?
—Porque… Es una historia bastante larga… Primero preferiría escuchar el final de la suya. La mía se la contaré la próxima vez.
—No habrá próxima vez, lo sabe perfectamente…
Charles se volvió hacia ella y…
—Bueno, volvamos donde nos habíamos quedado —prefirió decir, en lugar de una especie de declaración de poca monta.
La oyó suspirar.
—Se la contaré —le dijo Charles— porque soy… soy exactamente igual que usted. Yo…
Joder, lo que venía después era… ya se le estaba pegando en el paladar.
Al fin y al cabo no podía declararle que ya no la esperaba. Ella había dicho eso como una broma, con lo del gallinero, los conquistadores y todo eso, mientras que él, lo suyo… era…
Lo pensaba en serio…
—Usted ¿qué?
—Nada. Se lo diré cuando me toque.
Silencio.
—Kate…
—¿Sí?
—Me alegro mucho de haberla conocido… Pero mucho, mucho, mucho…
…
—Y ahora cuénteme lo que ocurrió entre los gritos de su madre histérica y la fiesta de hoy…
—¡Eh, Yacine! ¡Ven un momento, tesoro! Ve a buscarnos la botella y las dos copas que nos hemos dejado sobre la mesa, anda, haz el favor. —Y, dirigiéndose a Charles, añadió—: Sobre todo no vaya a imaginarse otra cosa, porque el caso es que le hice caso.
—¿A quién?
—A Manouk. Ya no bebo sola. Pero es que necesito mi Port Ellen para conducirlo a usted hasta aquí… ¿Por qué me mira de esa manera?
—Por nada… Debe de ser la única persona del mundo en haberle hecho caso…
Yacine, jadeante, les tendió la botella y las copas y volvió a sus comistrajos a la brasa.
—So… Back to hell… Mis padres llegaron al día siguiente. Si los niños aún no se habían dado cuenta de que su vida se había convertido en un campo de minas, las caras de espanto de su Granny desde luego les dieron más de una pista… A través de una amiga de Ellen encontré a una joven au pair para que les echara una mano y me volví a mi campus en Ithaca.
—¿Todavía era usted estudiante?
—No, soy… bueno, era ingeniera agrónoma. En parte lo llevaba en la sangre —bromeó—, mi madre me había enseñado la jardinería, pero ¡yo quería salvar a la humanidad! No quería ganar ninguna medalla en el Chelsea Flower Show, ¡quería resolver de una vez por todas el problema del hambre en el mundo! Jajá —añadió sin reír—, encantador, ¿verdad? Trabajé muchísimo sobre un montón de enfermedades y… le contaré todo eso más tarde… Por aquella época acababan de concederme una beca para estudiar las manchas negras de la papaya.
—¿En serio? —preguntó Charles divertido.
—En serio. Ring Spot Virus… Pero bueno… ese problema lo resolvieron sin mí. Aunque… no se lo he enseñado antes pero tengo un pequeño laboratorio por ahí…
—Anda ya, ¿de verdad?
—Pues sí… Ahora ya no salvo al mundo, fabrico plantas para ayudar a los ricos a vivir mejor y más tiempo… Digamos que lo mío es la farmacopea del confort, vamos… En este momento estoy desarrollando investigaciones punteras en torno al tejo… ¿Ha oído hablar alguna vez del terpeno que se extrae del tejo, que tiene propiedades contra el cáncer? ¿No? Well… ésa es otra historia… En la que nos ocupa, estoy en mi pequeño apartamento, con mi novio, y éste me pregunta si voy a preparar una ensalada de pasta para la barbacoa en casa de los Miller.
»The situation was totally insane. ¿Qué demonios se me había perdido a mí en casa de los Miller cuando tenía dos urnas metidas en un armario, tres huérfanos a mi cargo y unos padres a los que consolar? La noche siguiente fue muy larga. Comprendía, escuchaba los argumentos de mi novio, pero era ya demasiado tarde… Yo era quien había convencido a Ellen de que se marchara a divertirse un poco y me parecía que tenía… ¿cómo decirlo?… mi parte de… responsabilidad en ese asunto…
Sorbo de turba para ayudar a digerir esa palabra.
—Lo peor es que Matthew y yo nos queríamos… Incluso creo que habíamos pensado casarnos… Bueno, total, que hay noches en las que desaparecen vidas en unas horas… Y yo sabía del tema… A la mañana siguiente, me recorrí la administración entera y, cuidadosamente, procedí a… to delete me. Me anulé, me taché, me suprimí de todos los papeles que me tendían mis colegas con cara de enfado como si fuera una niña egoísta que rompe sus juguetes y no cumple sus promesas.
»Había currado como una loca para llegar hasta ahí, y ahora me iba con el rabo entre las patas, creo incluso que me sentía culpable… Hasta debí de pedirles perdón… En pocas horas abandoné todo lo que tenía: el hombre al que amaba, mis diez años de estudios, mis amigos, mi país adoptivo, mis cepas débiles, mis ADN, mis papayas e incluso a mi gato…
»Matt me acompañó al aeropuerto. Fue horroroso. Le dije: “¿Sabes?, seguro que hay un montón de proyectos apasionantes en Europa…”. Trabajábamos los dos en lo mismo… Él asintió y me dijo algo a lo que di mil vueltas en la cabeza durante mucho tiempo: “Sólo piensas en ti”.
»Subí al avión llorando. Yo que tanto había viajado por las plantaciones del mundo entero, a partir de aquel día no volví a coger un avión…
»Todavía pienso en él alguna vez… Cuando estoy aquí, perdida en este agujero, con mis botas, medio congelada, y miro a Sam entrenando con su burro, con mis dichosos perros, el viejo Rene y su dialecto incomprensible, y todos los chavales del pueblo subidos a las vallas jaleándome hasta que termine de hacerse el bizcocho de turno, pienso en él, en lo que me dijo, y un fantástico Fuck you! me reconforta y me calienta el corazón mucho más que la gorda de Aga…
—¿Quién es Aga?
—La cocinera… Lo primero que compré al venirme aquí… Y era una locura, de hecho… Me dejé todos mis ahorros… Pero mi abuela tenía una en su casa en Inglaterra, y yo sabía que no podría salir adelante sin una como ésa… En su lengua tienen la misma palabra para el aparato y para la señora que cocina, y esa vaguedad léxica siempre me ha parecido de lo más pertinente. Para mí, para todos nosotros, es una persona de verdad. Una especie de abuela buena, cálida, amable y presente, y nunca nos separamos de sus faldas. El horno que hay abajo a la izquierda, por ejemplo, es muy útil…
»Cuando ya se han acostado los niños, y yo no puedo más, me siendo delante y meto los pies dentro. Es… lovely… ¡Menos mal que nunca viene nadie en ese momento! La mujer del lobo con los pies dentro del horno, ¡tendrían miga para cotillear sobre mí varios años seguidos! Sí, por aquel entonces teníamos una birria de coche, pero una Aga azul Wedgwood que me había costado lo mismo que un Jaguar…
»Bueno… volvamos a nuestra historia, esta historia de grandes sacrificios. Mis padres se marcharon, y la joven au pair me dio a entender que la más difícil de tratar había sido mi madre, y… y ¿qué?
»Y fue muy duro…
»Samuel volvió a mojar la cama, Alice tenía pesadillas y seguía preguntándome todos los días cuándo no estaría ya muerta mamá.
Los llevé a un psicólogo pedagogo que me dijo: hágales preguntas, constantemente, oblíguelos a verbalizar su tristeza y, sobre todo, sobre todo, no permita nunca que duerman con usted. Le contesté que sí a todo, y lo mandé a la porra al cabo de tres sesiones.
»No les hice nunca preguntas, pero me convertí en la mayor experta en Playmobil, en Lego y en pegatinas del mundo entero. Cerré la puerta de la habitación de Pierre y de Ellen, y dormimos todos juntos en la de Sam. Los tres colchones en el suelo… Parece ser que es lo peor que se puede hacer, pero a mí me pareció tremendamente eficaz. Se acabaron las pesadillas y el mojar la cama, y les contaba un montón de cuentos para que se durmieran… Sabía que Ellen les hablaba en francés, pero les leía Enid Blyton, Beatrix Potter y todos los libros de nuestra niñez en inglés, así que tomé su relevo.
»No los obligaba a “verbalizar su tristeza”, pero Samuel me corregía a menudo para explicarme cómo les leía su madre tal o cual párrafo y para decirme que imitaba la voz enfadada del señor Mac-Gregor o la de Winnie the Pooh mucho mejor que yo… Y hoy, incluso con Yacine y con Nedra, estamos leyendo Oliver Twist en versión original. ¡Lo que no les impide sacar unas notas malísimas en el colegio, créame!
»Y entonces llegó el primer Día de la Madre desde la muerte de Ellen… El primero de una larga serie que todavía nos afecta un poco… Y fui a ver a las maestras para pedirles que dejaran ya esa maldita historia de la hora de las mamas… Me lo contó Alice una noche… Que eso le daba ganas de llorar todo el tiempo… “Y ahora, niños, poneos los abrigos, ¡porque llega la hora de las mamas!”. Les pregunté si podían añadir “y de las tías”, pero nunca cuajó…
»¡Ah! El cuerpo docente… Son los molinos a los que me enfrento yo… ¿Se puede creer que Yacine es el último de su clase? ¿Él, se lo puede usted creer? ¿El niño más brillante, más curioso que he conocido en mi vida? Y todo porque no sabe sostener un lápiz como es debido. Me imagino que nunca le han enseñado a escribir… Yo lo he intentado, pero no ha servido de nada, por mucho que se esfuerce, no hay quien entienda lo que escribe. Hace unos meses tuvo que hacer un trabajo sobre Pompeya. Se tiró un montón de tiempo y le salió un trabajo magnífico. Alice había hecho todas las ilustraciones, y los demás llegamos incluso a hacer algunas reproducciones a partir de moldes en la mesa de la cocina. Todo el mundo participó en ese trabajo… Pues bien, sólo sacó 10 sobre 20 porque la profesora había precisado que los textos debían ser manuscritos. Fui a verla para asegurarle que lo había escrito él todo al ordenador, pero me contestó que claro, “de cara a los demás” tenía que comportarse así…
»De cara a los demás…
»Odio esa expresión.
»La vomito.
»De cara a los demás, ¿cómo es nuestra vida desde hace nueve años?
»¿Un naufragio?
»Un alegre naufragio…
»Por ahora me contengo porque después viene Nedra, pero cuando todos hayan terminado la escuela primaria, iré a ver a esa maestra y le diré: “Señora Christéle R, es usted una gilipollas”. Sí, soy una malhablada pero no he tenido que arrepentirme porque me ha valido una recompensa muy bonita…
»Le contaba esta anécdota a no sé quién, que pensaba insultar un día de éstos a esta malvada, y Samuel, que estaba ahí con sus amigos, dijo soltando un gran suspiro: “Mi verdadera madre nunca haría eso…”. Era una bonita recompensa porque las cosas no son nada fáciles con él últimamente… Supongo que será la típica crisis de adolescencia, pero en nuestro caso es mucho más complicada… Nunca ha echado tanto de menos a sus padres… Ya no se pone más que la ropa de su padre y de su abuelo, y, claro… la tía Kate con sus bizcochos y sus zanahorias por la ventana se ha convertido para él en algo un poco tontorrón como modelo de vida… Por suerte, esa frasecita pronunciada con ternura me ha recordado que el desagradecido glotón, vago y granujiento todavía conserva un poco de sentido del humor… Pero bueno, no tengo que dejar que esto me distraiga de mi objetivo. ¡Esa imbécil se puede ir preparando!
Risas.
—Pero ¿cómo han venido a parar aquí?
—Ahora llego a eso… Páseme su copa.
Charles estaba ebrio. Ebrio de historias.
—De modo que hice lo que pude… A menudo era un completo desastre, pero estos niños dieron muestras de una bondad y una paciencia ejemplares… Como su madre… Su madre a la que yo tanto echaba de menos… Porque la verdad sea dicha, la que lloraba por las noches era yo. Cuando los niños sufrían, quería que Ellen estuviera ahí, y cuando eran felices, era peor todavía. Vivía en su casa, entre sus cosas, utilizaba su cepillo de pelo y le cogía prestados sus jerséis. Leía sus libros, sus notitas en la puerta de la nevera, e incluso sus cartas de amor, una noche de inmensa tristeza… No tenía a nadie con quien hablar de ella. Mis dearest friends se levantaban cuando yo me iba a la cama, y entonces todavía no había internet, Skype y todos esos satélites geniales que han transformado nuestro gran planeta en un pueblo…
»Quería que me enseñara a imitar la voz de Winnie, y la de Tigger, y la de Rabbit. Quería que me enviara señales desde allá arriba para decirme lo que pensaba de mis iniciativas disparatadas y si era tan grave dormir todos juntos compartiendo nuestras tristezas… Quería que volviera a decirme que ese chico no valía la pena y que había hecho bien al no darle la oportunidad de que volviera conmigo. Quería que me abrazara y me preparara grandes tazones de leche caliente con azahar a mí también…
»Quería llamarla por teléfono y contarle lo difícil que era criar a los hijos de una hermana que había desaparecido cuidándose mucho de despedirse de ellos para que no se pusieran tristes. Quería rebobinarlo todo y decirle: deja que se marchen los dos a probar ese vino, tú y yo nos quedamos aquí y nos terminaremos la botella de jerez; te contaré historias de papayas y cotilleos de quién se acuesta con quién en la universidad.
»Le habría encantado que le dijera eso, de hecho, lo estaba deseando…
»Creo que me estaba volviendo loca y que habría sido más razonable mudarnos de esa casa, pero no podía imponerles esa decisión… Y además no era tan fácil… Se me ha olvidado contarle todo el lado… técnico, por decirlo de alguna manera, de este asunto… El consejo de familia, la vista ante el juez que otorga la tutela, el notario y todos esos tejemanejes para tener con qué criarlos… ¿Eso también le interesa, Charles, o nos vamos directamente al campo?
—Me interesa mucho, pero…
—¿Pero?
—¿No van a coger frío bañándose tan tarde?
—Pfff… Éstos no hay manera de que revienten… Dentro de un momento los chicos se pondrán a perseguir a las chicas, y todo el mundo entrará en calor, créame…
Silencio.
—Está usted muy atento, ¿eh?
Charles se puso colorado en la oscuridad.
La distribuidora de tortas acababa de pasar delante de ellos gritando, perseguida por Bob Dylan.
—¿Qué le decía?… Por cierto… ¿usted dejaría preservativos en el guadarnés?
Charles cerró los ojos.
Esa chica era una verdadera montaña rusa…
—Pues yo los he dejado… Junto a la caja de terrones de azúcar para los caballos… Cuando se lo dije a Sam, me miró asustado, como si fuera una horrible pervertida, pero, mientras tanto, ¡la horrible pervertida tiene la conciencia tranquila!
Charles se cuidó muy mucho de decir nada. Sus hombros se rozaban de vez en cuando, y el tema era un poco… en fin, dejémoslo…
—Sí. El lado técnico me interesa mucho —sonrió, sin despegar los ojos del fondo de su copa.
En la oscuridad no era fácil decirlo, pero le pareció oír su sonrisa.
—La cosa va para largo —le advirtió.
—Tengo todo el tiempo del mundo…
—El accidente tuvo lugar un 18 de abril, y yo me «busqué la vida», como dicen mis queridos adolescentes, como pude hasta finales del mes de mayo, luego hubo que convocar lo que llaman un «consejo de familia», o lo que es lo mismo, tres personas de la rama paterna y otras tantas de la materna. Por nuestro lado, la cosa estaba clara, Dad, mi madre y yo, pero del lado de Pierre todo resultó bastante más complicado. Eso no era una familia, era un nido de víboras, y hasta que se pusieron todos de acuerdo tuvimos que anular una primera reunión del consejo de familia.
»Al verlos llegar, sentí una enorme ternura por Louis y su hijo. Comprendí entonces por qué Louis no quería verlos más y por qué Pierre se había enamorado perdidamente de mi hermana. Era gente… ¿cómo decirle?… bien armada… Sí, eso es… Bien armada en la vida… Estaban la hermana mayor de Louis, su marido y Edouard, el tío materno de Pierre… y… ¿me sigue todavía?
—Sí.
—El tío Edouard tenía una sonrisa bonita y regalos para los niños; los otros dos, llamémoslos los «contables», pues era la profesión de él y la obsesión de ella, que cuadraran las cuentas, me refiero, empezaron por preguntarme si sabía francés. ¡La cosa empezaba bien!
Kate se reía.
—I think I’ve never spoken French as well as… ¡tan bien como aquel día! ¡Les planté a esos dos paletos de provincias un francés digno de Chateaubriand lleno de imperfectos del subjuntivo de esos que ya nadie usa!
»Entonces, primer punto… ¿A quién nombrar tutor de los niños? Bueno… no hubo tortas precisamente. La jueza me miró, y yo le sonreí. Asunto arreglado. Segundo punto, ¿a quién nombrar protutor? Es decir, ¿quién se encargaría de vigilarme? ¿Quién “controlaría mi gestión”? Y claro, enseguida, los paletos se pusieron nerviosos. Las otitis, las pesadillas y los dibujos de monigotes sin brazos de esos niños no tenían mucha importancia, pero su patrimonio, cuidadito…
Con el pretexto de imitarlos, Kate le daba muchos codazos como quien no quiere la cosa…
—¿Qué quería que hiciera contra tan viles canallas? ¿Morirme en el acto, fulminada, o sumirme en la más honda desesperación? Miraba el rostro de mi anciano papaíto, que tomaba apuntes mientras mi madre retorcía su pañuelo gimiendo, y los escuchaba contarle al juez sus historias de dinero. Mi pobre papá estaba sin blanca, donde había algo más de cash era del lado de Louis… Un piso en Cannes y otro en Burdeos, sin contar el de Pierre y Ellen. Bueno… de Pierre sobre todo… La experta en contabilidad conocía la escritura de venta mejor que yo, por supuesto… El problema es que Louis y su hermana estaban en litigio desde hacía más de diez años por un pedazo de tierra o qué sé yo qué y… bueno, le ahorro los detalles…
»Good Lord, presentí que todo ese asunto iba a traer cola… Al final el que se llevó el título fue el cuñado de Louis. Artículos 420 y siguientes del código civil, recordó la jueza, la función del protutor es la de representar a los menores incapacitados cuando los intereses de éstos se hallan en conflicto con los del tutor. Nos pusimos todos de acuerdo mientras el secretario judicial cumplía con su tarea de secretario judicial, pero recuerdo que mi cabeza no estaba ahí. Me decía:
»Diecisiete años…
»Diecisiete años y dos meses bajo su atenta mirada…
»Help.
—Al salir del tribunal, mi padre abrió por fin la boca y dijo: «Alea jacta est».
»Pues sí que me ayudaba mucho eso a mí… Y como adivinaba mi angustia, añadió que no tenía nada que temer, que lo había escrito Virgilio, Numero deus impare gaudet…
—¿Lo que significa? —preguntó Charles.
—Que estos niños eran tres, y que a la Divinidad le complacían los números impares.
Kate lo miró riéndose.
—Cuando le decía que me sentía sola, ¡se lo decía por algo, créame! Luego nos reunimos muchas veces con el notario para definir la renta que se me ingresaría cada trimestre y asentar la certeza de que estos niños podrían seguir estudios superiores si hasta entonces los tutelaba como Dios manda… Lo cual supuso, no sostendré lo contrario, un enorme alivio. Diecisiete años y dos meses, incluso con un capitalito como ése, me las podría apañar, y, a menos que se largaran con la pasta al cumplir la mayoría de edad, debían poder salir adelante…
»Pero bueno… eso ya se verá… Como le decía antes: a cada día le basta su afán… Vamos, una última copa cada uno, hasta que nos caigamos al río rodando…
—Entre todas esas citas y esos miles de llamadas telefónicas, la vida sigue su curso.
»Pierdo las cartillas de sanidad, compro zapatos de verano, trabo amistad con las otras madres, oigo hablar mucho de Ellen, sonrío vagamente, abro su correo y contesto con fotocopias de su acta de defunción, me pongo a cocinar, aprendo a transformar las pounds and onces, las cups, las tablespoons, los feet, las inches y todo lo demás, asisto a mi primera fiesta de fin de curso en el colegio, empiezo a apañármelas bien con la voz tonta de Tigger, mantengo el tipo, me vengo abajo, llamo a Matthew en plena noche, lo molesto en medio de una manipulación, no puede hablar conmigo, ya me llamará. Lloro hasta la mañana siguiente y cambio mi número de teléfono por miedo a que me llame de verdad y encuentre argumentos más convincentes para hacerme volver…
»Llega el verano. Nos vamos con mis padres a su casa de campo en las afueras de Oxford. Son semanas terribles. Terriblemente tristes. A mi padre lo consume el dolor, y mi madre confunde siempre a Alice con Hattie. No sabía que las vacaciones escolares eran tan largas en Francia… Me siento como si hubiera envejecido veinte años. Me gustaría volver a ponerme la bata y encerrarme en el laboratorio con mis semillas… Les leo menos cuentos pero ayudo a Harriet a dar sus primeros pasos y me… me cuesta seguirla…
»Sería la reacción postraumática, me imagino… Mientras estuviéramos en el andam… ¿andamio?, ¿andamiaje?
—¿De qué? —quiso saber Charles.
—De esa nueva vida…
—Entonces andamiaje, que es un conjunto de andamios, parece que necesitaba usted bastantes…
—Eso. Mientras estábamos en el andamiaje, yo actuaba, plantaba cara, pero ahí, en casa de mis padres, me derrumbé por completo. No había nada que hacer más que aguantar durante diecisiete años y un mes. Mientras estoy allí tengo que sostener a cinco personas, así que le ahorro los detalles de unas vacaciones horrorosas. Porque he adelgazado mucho y me he dejado todas mis cosas en Estados Unidos, cada vez llevo más a menudo la ropa de Ellen y no… no me encuentro nada bien…
»Nos ahogamos en París, los niños se sienten como leones enjaulados, y le doy el primer azote a Samuel, y entonces, de repente, decido alquilar una casita en un pueblecito perdido… Se llama Les Marzeray, y vamos todos los días empujando el carrito de Hattie para hacer la compra y tomarnos un refresco enfrente de la iglesia.
»Aprendo a jugar a la petanca y vuelvo a leer libros que cuentan historias tristes pero inventadas. La de la tienda de comestibles me indica una granja donde podría encontrar huevos e incluso un pollo. El dueño no es muy simpático, pero por intentarlo…
»Los niños van cogiendo colorcito, caminamos mucho, comemos de picnic y dormimos la siesta en los prados. Samuel se extasía ante una burra y su cría, y Alice empieza a hacer un precioso herbario. It runs in the blood…
Sonrisa.
—Me pasa como a ella, descubro o redescubro la naturaleza de otra manera que a través de la lente de mi microscopio, me compro una cámara desechable y le pido a un turista que me saque una foto con los niños. La primera… Está en la repisa de la chimenea de la cocina, y es lo más valioso que tengo en el mundo… Nosotros cuatro, delante de la fuente junto a la panadería de Les Marzeray, aquel verano… Convalecientes, en equilibrio precario sobre el murete de la fuente, sin atrevernos apenas a sonreír a ese desconocido, pero… vivos…
Lágrimas.
—Perdone —prosigue Kate, frotándose la nariz contra la manga de su jersey—, es el whisky… ¿Qué hora es? Casi la una… Tengo que acostarlos.
Charles, que se sentía con el corazón un poco apretado por todo lo que le había contado Kate, le propuso a Nedra llevarla en brazos.
La niña no quiso.
Yacine caminaba junto a él, silencioso. Sentía un poco de náuseas. Harriet y Camille los seguían, arrastrando sus sacos de dormir.
Hacía demasiado frío para dormir al raso…
Kate llevó de nuevo al perro a la cocina y desapareció en el piso de arriba después de preguntarle a Charles si podía reavivar el fuego.
Charles se angustió un momento, pero no, hombre, tan torpe no podía ser… Fue a buscar unos leños a la leñera, enjuagó las copas y fue a instalarse, él también, al calorcito de la abuelita de hierro fundido. Se agachó, acarició al perro, acarició el esmalte de la cocinera, abrió todos los hornos y levantó las dos tapaderas.
Bajo la palma de su mano, las temperaturas eran todas diferentes.
Anda que no estaba descubriendo cosas…
Buscó la foto de la que acababa de hablarle e hizo una mueca de tristeza.
Eran tan pequeños…
—Es bonita, ¿eh? —dijo Kate a su espalda.
No. Charles no habría dicho eso exactamente.
—No había caído en la cuenta de lo pequeños que eran…
—Menos de ochenta kilos —contestó Kate.
—¿Cómo?
—Era lo que pesábamos entonces… Los cuatro juntos en la báscula de la estación de autobuses… Pero bueno… Pegando saltos encima con los pies juntos, los libros y todos los peluches, conseguimos que nos regañara el señor de la ventanilla. ¡Señora! ¡Controle a sus críos, caramba! ¡Van a cargarse la báscula con sus tonterías!
»Good.
»Era exactamente lo que pensaba hacer…
Kate había ladeado un sillón de mimbre al que le faltaba un reposabrazos. Charles estaba un poco por debajo de ella, rodeándose las rodillas con los brazos, sentado en un minúsculo reposapiés tapizado de capullos de rosa y de agujeros de polillas.
Se quedaron un momento callados.
—El dueño poco simpático era Rene, ¿verdad?
—Sí —sonrió Kate—. Y mire, me voy a dar el gusto… Me voy a tomar mi tiempo para contarle esto… Pero me parece que no está muy cómodo, ¿no?
Charles se volvió para apoyar la espalda contra la chimenea.
Por primera vez, se encontró frente a ella.
Miraba su rostro iluminado únicamente por ese fuego que iba a vigilar él, y la dibujó.
Empezó por sus bonitas cejas, muy rectas, luego… esto…
Cuántas sombras…
—Tómese todo el tiempo que quiera —murmuró.
—Era un 12 de agosto… El día del cumpleaños de Harriet… Su primera velita… Un día triste o alegre, había que decidirse por una de las dos opciones. Decidimos prepararle una tarta y nos fuimos en busca de aquellos famosos huevos frescos. Pero era un pretexto… Ya me había fijado en esa granja alejada del pueblo durante nuestros paseos los días anteriores y quería verla de cerca.
»Hacía mucho calor, recuerdo, pero en cuanto llegamos al largo camino bordeado de robles empezamos a sentirnos mejor… Algunos estaban enfermos, y yo pensaba en todos esos genomas de hongos que probablemente otros estarían secuenciando en ese preciso momento…
»Samuel pedaleaba delante sobre su bicicletita contando los árboles, Alice buscaba bellotas “con agujero” y Hattie dormía en su carrito.
»Incluso con la perspectiva de soplar la velita yo estaba bastante tristona. No entendía del todo adónde íbamos así… Yo también me sentía debilitada por una especie de sarna o de no sé qué parásito… ¿La Solitudina vulgaris, quizá? Ebrios de caminatas y de aire libre, los niños se dormían muy temprano y me dejaban larguísimas veladas en las que rumiar mi mala suerte. Había vuelto a fumar y antes le he mentido… No me leía todas las novelas que me había traído… Pero leía haikus… Un librito que había cogido de la mesita de noche de Ellen…
»Desgastaba, a fuerza de pasarlas una y otra vez, páginas que decían:
sobre mi almohada de hierba
Cubierto de mariposas
el árbol muerto
¡florece!
»O:
Sin preocupaciones
sobre mi almohada de hierba
me he ausentado.
»Pero el único que de verdad me obsesionaba entonces lo había leído en la puerta de un cuarto de baño en la universidad:
»Sí, ése sonaba bien…
—Y sin embargo se acuerda todavía —replicó Charles—. De los japoneses, me refiero…
—No tengo mérito. Hoy el libro está en nuestro cuarto de baño… —respondió Kate sonriendo.
»Sigo, entonces… Cruzamos el puente, y los niños se pusieron como locos. ¡Que si las ranas! ¡Que si las arañas acuáticas! ¡Que si las libélulas! No sabían dónde mirar…
»Samuel había dejado tirada su bici, y Alice se había quitado las sandalias. Les dejé jugar un rato mientras cogía para ella juncos y ranúnculos acu… ranunculus aquatilis… Y entonces Harriet, a la que había dejado arriba en su carrito, se manifestó y volvimos con ella, con nuestros tesoros en las manos. Luego… No sé lo que pensaría usted ayer cuando llegó con Lucas, pero para mí estas tapias, este patio, esta casita oculta tras la parra y todos estos edificios alrededor… cansados pero tan vigorosos todavía, fue… love at first sight. Llamamos a la puerta, nadie vino a abrirnos, y, por el calor, nos metimos a merendar en uno de los silos. Samuel se precipitó sobre los tractores y miraba, fascinado, las viejas carretas. “¿Tú crees que habrá caballos?”. Riendo, las niñas desmenuzaban sus galletas entre las gallinas, y yo estaba desesperada porque se me había olvidado la cámara. Era la primera vez que los veía así… Comportándose exactamente como la edad que tenían, ni más ni menos…
»Llegó entonces un perro. Una especie de pequeño fox terrier a quien también le gustaban las chocolatinas y era capaz de saltar hasta el hombro de Sam. Su amo venía detrás… Esperé a que dejara los cubos en el suelo y se refrescara con la manguera antes de atreverme a molestarlo.
»Como buscaba a su perro, nos descubrió a los tres y fue tranquilamente a nuestro encuentro. Apenas me había dado tiempo a saludarlo cuando ya los niños lo acosaban a preguntas.
»“¡Bueno!”, exclamó, alzando las manos. “¡Vaya acento más marcado que tenéis!”.
»Les dijo cómo se llamaba su perro, Filou, y lo animó a dar vueltecitas que hicieron reír a los niños.
»Un chucho de lo más salado…
»Le dije que habíamos ido a buscar huevos. “Hombre, seguro que en la cocina tengo alguno, pero los críos preferirán ir a buscarlos ellos mismos, ¿a que sí?”, y nos llevó a su gallinero. Para no ser un señor muy simpático, yo lo encontraba bastante amable…
»Luego lo seguimos hasta su cocina para buscar una caja, y entonces me di cuenta de que debía de hacer mucho, mucho tiempo que vivía solo… Estaba todo tan sucio… Por no hablar del olor… Nos ofreció algo de beber, y nos sentamos todos alrededor del hule, que se nos pegaba a los codos. Era un zumo muy raro, y había moscas muertas en el azucarero, pero los niños se portaron muy bien. No me atrevía a sacar a Hattie de su carrito. El suelo estaba tan… pegajoso… como todo lo demás… En un momento dado ya no pude más y me levanté para abrir la ventana. Él me miró sin decir nada, y creo que nuestra amistad nació en ese preciso instante, cuando me di la vuelta diciendo: “Aaaaah… Así está mucho mejor, ¿no?”.
»Era un solterón que no sabía muy bien dónde meterse y que nunca había visto niños desde tan cerca, yo era una futura solterona que no tiraba la toalla porque un picaporte estuviera duro y a la que todavía le quedaban diecisiete años de tirar del carro, y los dos nos sonreímos en medio de esa brisa tibia…
»Sam le contó que los huevos los necesitábamos para prepararle una tarta de cumpleaños a su hermanita pequeña. Él miró a Harriet, que estaba en mi regazo: “¿Hoy es su cumpleaños?”. Yo asentí con la cabeza, y él añadió: “Pues me parece que tengo un peluche para esta niña…”. Horror, yo me preguntaba qué chisme asqueroso le iría a dar… ¿Un conejo rosa ganado en una caseta de tiro en una feria en 1912?
»“Seguidme”, declaró, ayudando a Alice a bajarse de la silla. Nos llevó a otro edificio y se puso a gruñir en la oscuridad: “Pero ¿ande se habrán metido ahora…?”.
»Los encontraron los niños, y ahí ya sí que tuve que soltar a Hattie…
Charles empezaba a conocer las sonrisas de Kate, pero ésa era de verdad más contagiosa que las demás…
—¿De qué se trataba?
—De unos gatitos… Cuatro minúsculos gatitos escondidos debajo de un coche muy viejo… Los niños se volvieron locos con ellos. Le preguntaron si los podían coger en brazos, y nos fuimos todos a jugar en el césped que había detrás de la casa.
»Mientras se divertían con los animalitos como si fueran golosinas, el viejo y yo nos sentamos en un banco. El hombre tenía al perro en su regazo mientras se liaba un cigarrillo. Sonreía mirándolos y me felicitó: yo también tenía una carnada bien maja… Me eché a llorar al instante. Tenía un montón de sueño atrasado, no había hablado con un adulto amable desde… Ellen, así que se lo conté todo.
»Se quedó un buen rato callado con el mechero en la mano y luego me dijo: “Serán felices de todas maneras, ya lo verá… ¿Y bien? ¿Cuál ha elegido la pequeñaja?”.
»Fueron los mayores quienes decidieron por ella, y le prometí que vendríamos a buscar al gatito el día que nos volviéramos a París. Nos acompañó hasta los robles. La parte de abajo del carrito estaba llena de verduras de su huerto, y los niños se dieron la vuelta muchas veces para decirle adiós con la manita.
»Una vez de vuelta en nuestra cocinita alquilada me di cuenta de que no teníamos horno… Planté una vela en una magdalena, y los niños se fueron a la cama, agotados. Uf, por fin se había terminado ese maldito día… Había decidido que tenía que ser un día alegre, pero no lo habría conseguido nunca de no ser por esa casa que, en mi opinión, tenía un bonito nombre de crepúsculo…
»Estaba fumando en la terraza cuando Sam llegó, arrastrando su osito de peluche. Era la primera vez que venía a verme así. La primera vez que me abrazaba… Y allí no era el fuego sino las estrellas lo que contemplábamos para no sentirnos tan solos…
»“¿Sabes?, creo que no debemos quedarnos ese gatito”, me declaró por fin, muy serio.
»“¿Te da miedo que se vaya a aburrir en París?”.
»“No, pero no quiero que lo separemos de su mamá y de sus hermanos…”.
»Oh, Charles… Me puse a llorar como la magdalena de la velita… Todo, todo me hacía llorar.
»“Pero podemos ir a verlo mañana, ¿eh?”, añadió Samuel.
»“Por supuesto”. Volvimos al día siguiente, y al otro, y al final nos pasamos el resto de las vacaciones en la granja. Los niños jugaban en los silos mientras yo vaciaba la cocina en el patio y hacía una buena limpieza. Ese señor Rene, con sus gallinas, sus vacas, el viejo caballo que le habían encargado que cuidara, su perrito y su caos enorme se convirtió en nuestra nueva familia. Por primera vez, me sentía bien. Protegida. Tenía la impresión de que nada malo podía aguardarnos detrás de esas tapias, que el resto del mundo estaba al otro lado del foso…
»El día de nuestra partida estábamos todos muy emocionados y le prometimos que volveríamos a verlo en el puente de Todos los Santos. “Entonces tendréis que venir a verme al pueblo, porque ya no estaré viviendo aquí…”. ¿Ah, no? ¿Y eso por qué? Era demasiado viejo ya, nos dijo, no quería pasar otro invierno allí solo. Había estado muy enfermo el año anterior y había decidido irse a vivir a casa de su hermana, que acababa de quedarse viuda. Iba a alquilarles la casa a unos jóvenes, y sólo se quedaría con la huerta.
»¿Y los animales?, preguntaron enseguida los niños, preocupados. Bah… Se llevaría las gallinas y a Filou, pero el resto, bah…
»Ese “bah” sonaba a matadero…
»Bueno, pues nada, iríamos a verlo al pueblo… Nos dimos un último paseo bien grande antes de marcharnos, y no pude llevarme todas las cajas de verduras que me había preparado tan amablemente porque el coche era demasiado pequeño.
Kate se puso de pie, levantó la tapadera de la izquierda y llenó de agua un hervidor.
—El piso de París también nos pareció muy pequeño… Y las aceras… Y la plaza… Y los aparcamientos… Y el cielo… Y los árboles del bulevar Raspail… Y hasta el Jardín de Luxemburgo, donde ya no quería ir porque los paseítos cortísimos a lomos de burro se habían convertido en un lujo…
»Todas las noches me decía que iba a meter las cosas en cajas de cartón y a cambiar la decoración del piso, y todas las mañanas aplazaba la difícil tarea hasta el día siguiente. A través de un antiguo colega, la American Chestnut Foundation me propuso traducir una enorme tesis sobre las enfermedades del castaño. Apunté a Hattie en una guardería, y aquí también le ahorro todas las complicaciones administrativas… Todas esas humillaciones miserables… Y, mientras los mayores estaban en el colegio, yo batallaba con el Phytophtora cambivora y demás Endothia parasitica.
»Odiaba ese trabajo, me pasaba el rato mirando el cielo gris por la ventana y me preguntaba si habría una espumadera en la cocina de Rene…
»Y entonces llegó un día que fue más negro que los demás… Hattie estaba siempre mala, tenía mocos, tosía y por las noches se ahogaba con las flemas. Era dificilísimo conseguir una cita con el pediatra, y los plazos de espera para consultar a un fisio me ponían de los nervios. Sam, que ya casi sabía leer, se moría de aburrimiento en su clase de primero de primaria, y la maestra de Alice, la misma que el año anterior, seguía exigiendo la firma de los padres en las notas que entregaba a los alumnos. No podía reprochárselo, claro, pero si yo hubiese elegido ser maestra, habría estado más atenta a esta niña que dibujaba ya mucho mejor que todas las demás…
»¿Qué más pasó aquel día? La portera me había dado la vara diciéndome que el carrito de Hattie ensuciaba el portal, acababa de recibir una carta del presidente de la comunidad con el presupuesto para las obras del ascensor, era un gasto exorbitante y del todo imprevisto, la cocinera estaba estropeada, se me acababa de colgar el ordenador y había perdido catorce páginas sobre el castaño… y, icing on the cake, cuando por fin había conseguido una cita con el fisio, se me llevó el coche la grúa… Otra, más lista, habría pedido un taxi, pero yo lloré.
»Lloraba tanto que los niños ni siquiera se atrevían a decirme que tenían hambre.
»Por fin Samuel preparó cuencos con cereales para todo el mundo y… la leche no estaba buena, se había puesto agria…
»“No llores por eso”, decía, “nos los podemos comer con yogur, ¿sabes?”…
»Qué buenos eran, cuando lo pienso…
»Nos fuimos a la cama, todos juntos en nuestro campamento de colchones. No tuve ánimo para leerles un cuento, así que nos los contamos en la oscuridad… Como ocurría a menudo, acabábamos hablando y soñando con Les Vesperies… ¿Cómo estarían ya de grandes los gatitos? ¿Se los habría llevado Rene al pueblo? ¿Y el burrito? ¿Le llevarían otros niños manzanas al salir del colegio?
»Esperadme un momento, les dije.
»Debían de ser las nueve de la noche, fui a llamar por teléfono y al volver pisé a Samy para hacerle de rabiar. Me volví a meter en el edredón entre los tres niños y pronuncié despacio estas palabras: “Si queréis, nos vamos a vivir allí para siempre…”.
»Se hizo un gran silencio y luego Sam murmuró: “Pero… ¿nos podemos llevar nuestros juguetes?”.
»Lo estuvimos hablando un ratito más todavía y, cuando por fin se durmieron, me levanté y me puse a guardar las cosas en cajas de cartón.
El hervidor silbaba.
Kate dejó una bandeja junto al fuego. Olía a tila.
—Lo único que me había dicho Rene al teléfono era que la casa aún no estaba alquilada. Los jóvenes que tenían previsto instalarse allí la encontraban demasiado aislada. Quizá eso debería haberme mosqueado… Que gente del lugar, con niños pequeños, hubiera renunciado a irse a vivir allí… Pero estaba demasiado nerviosa para hacer caso de nada… Mucho más tarde, aquel invierno, tuve ocasión de volver a pensar en todo eso. Pasamos tanto frío algunas noches… Pero bueno, nos habíamos acostumbrado a dormir como de acampada, así que instalamos nuestros colchones en el salón junto a la chimenea. Físicamente, nuestros primeros años aquí fueron los más duros de mi vida, pero me sentía… invulnerable…
»Luego vinieron el Gran Perro y el burrito para darle las gracias al chavalín que me había ayudado a cargar con la leña todas las tardes, y los gatos tuvieron más gatitos, y así poco a poco esto se convirtió en este alegre caos que conoce hoy en día… ¿Quiere miel?
—No, gracias. Pero… ¿vive… vive usted sola desde hace todos estos años?
—¡Ah! —sonrió Kate, escondida detrás de su tazón—. Mi vida sentimental… No sabía si iba a evocar también ese capítulo…
—Claro que lo va a evocar —replicó Charles, removiendo las brasas.
—¿Ah, sí? ¿Y por qué?
—Me resulta necesario para terminar mi relación topográfica.
—No sé si merece la pena…
—Usted cuénteme, y ya veremos…
—¿Y la suya?
—…
—Bueno, ¡ya veo que siempre me toca a mí el trabajo difícil! Se la cuento, pero sepa usted que no es muy gloriosa que digamos…
Kate inclinó el cuerpo para estar más cerca del fuego, y Charles pasó una página invisible.
Ahora tocaba dibujar su perfil…
—Pese a lo duros que fueron, los primeros meses pasaron muy deprisa. Tenía tantas cosas que hacer… Aprendí a tapar grietas, a revestir paredes, a pintar, a cortar leña, a poner una gotita de lejía en el agua de las gallinas para que no enfermaran, a lijar persianas, a matar ratas, a pelearme con las corrientes de aire, a comprar carne en oferta y a cortarla en filetes antes de congelarla, a… a hacer un montón de cosas de las que nunca me habría creído capaz, y, siempre, con una niña pequeña muy curiosa pegada a las faldas…
»Por aquel entonces me acostaba a la misma hora que los niños. Después de las ocho de la tarde, estaba out of order. De hecho era lo mejor que podía pasarme… Nunca me arrepentí de mi decisión. Hoy en día la cosa se ha vuelto más complicada por los colegios, y mañana lo será más aún, pero hace nueve años, créame, esta vida de robinsones nos salvó a todos. Y luego llegó el buen tiempo… La casa ya casi resultaba cómoda, y volví a mirarme en un espejo para peinarme. Es una tontería, pero hacía casi un año que eso ya no me pasaba…
»Una mañana me puse un vestido y, al día siguiente, me enamoré.
Kate se reía.
—Naturalmente, en ese momento esa historia me parecía el colmo del romanticismo. La flecha inesperada de un Cupido que se había perdido en el campo y todas esas foolisherías, pero ahora, con un poco de distancia, y visto cómo terminó todo… Bueno, resumiendo, que hoy en día he desterrado al angelote de las flechas.
»Era primavera y yo quería enamorarme. Quería que un hombre me abrazara. Estaba hasta el gorro de ser una Superwoman con botas que había tenido tres niños en menos de nueve meses. Quería que alguien me besara y me dijera que tenía la piel suave. Aunque ya no fuera verdad en absoluto…
»Me puse, pues, un vestido para acompañar a la clase de Samuel a visitar no sé qué con los alumnos del otro maestro y… me senté a su lado en el autobús en el trayecto de vuelta…
Charles dejó sus dibujos. El rostro de Kate se movía demasiado. Hacía diez minutos, la chica tenía la edad de la humanidad, y cuando sonreía así, en el fondo del autobús, apenas tenía quince años.
—Al día siguiente encontré un pretexto para atraerlo hasta aquí y lo violé.
Kate se volvió hacia Charles.
—Bueno… ¡con su consentimiento, ¿eh?! Era complaciente, amable, un poco más joven que yo, soltero, había nacido aquí, era un auténtico manitas, se le daban genial los niños, sabía muchísimo de pájaros, de árboles, de estrellas, de senderismo… Ideal, vaya… ¡Embálemelo que lo congelo!
»No… no debería ponerme ahora tan cínica… Estaba enamorada… Me moría de amor y lo quise mucho, mucho… La vida se había vuelto mucho más fácil… Se mudó aquí. Rene, que lo había conocido cuando era niño, nos dio su bendición, el Gran Perro no se lo comió y él nos aceptó a todo el lote sin una queja. Fue un bonito verano, y Hattie tuvo una tarta de verdad para celebrar sus dos años… Y también fue un bonito otoño… Nos enseñó a amar la naturaleza, a mirarla, a comprenderla, nos suscribió a El autillo, una revista sobre pájaros, me presentó a un montón de gente encantadora a la que nunca habría conocido de no ser por él… Me recordó que tenía menos de treinta años, que era alegre y que me gustaba levantarme tarde por las mañanas…
»Me volví idiota perdida. Repetía: “¡He conocido al hombre de mi vida! ¡He conocido al hombre de mi vida!”.
»La primavera siguiente, quise tener un hijo. Quizá fuera un poco pronto, pero me apetecía mucho. Supongo que para mí era una manera de estrechar más todos los lazos. Con él, con Ellen, con esta casa… Quería un hijo que fuera mío para estar segura de no abandonar jamás a los otros tres… ¿No sé si alcanza a comprenderme?
No. Charles estaba demasiado celoso para tratar de comprender toda esa historia.
«Lo quise mucho…», había dicho Kate.
Ese «mucho» le había mordido justo debajo del cocodrilo, donde tenía el corazón.
Ni siquiera sabía lo que significaba…
Y además, ¡qué menos que a ese maestro paleto se le dieran bien los niños y supiera reconocer la Osa Mayor!
—Claro que la comprendo —murmuró muy serio.
—No funcionó… Como siempre, otra mujer habría tenido más paciencia que yo, pero al cabo de un año me fui a la ciudad grande más cercana para someterme a una serie de pruebas médicas. Me había quedado con tres niños sin una queja, ¡así que tenía derecho a uno que fuera mío propio, ¿no?!
»Mi vientre me obsesionó tanto que descuidé un poco todo lo demás…
»¿Que ya no dormía todas las noches en casa? Sería porque necesitaba tranquilidad para corregir los dictados de sus alumnos… ¿Que ya no recorría la región con nosotros los domingos en busca de un nuevo mercadillo? Sería porque estaba un poco harto de nuestros trastos… ¿Que ya no me hacía el amor con la misma ternura? ¡La culpa era mía! Con todos esos cálculos que le cortaban el rollo a cualquiera… ¿Que le parecía que los niños metían mucho jaleo? Pues sí… a ver, qué remedio, eran tres… ¿Y que hacían lo que les daba la gana? Pues sí… me parecía que la Vida les debía al menos eso… su niñez tenía que ser como un magnífico corte de mangas… ¿Que hablaba demasiado a menudo en inglés cuando me dirigía a ellos? Pues sí… cuando estoy cansada hablo la lengua que me sale más natural…
»Que… Que… Que… ¿Que había solicitado un traslado para el curso siguiente?
»Vaya… Ahí ya no me quedaban argumentos.
»No vi venir nada… Creía que había hecho como yo, que las palabras que había pronunciado y las promesas de compromiso, aunque fueran sin juez ni secretario judicial, tenían sentido. Pese a los inviernos que se anunciaban duros y a una dote un poco cargadita…
»Consiguió el traslado, y yo me convertí en lo que era cuando le conté mi último cigarrillo…
»Una tutora abandonada…
»Qué desgraciada fui, cuando lo pienso —sonrió Kate tristona—. Pero y además, ¿¡qué cono pintaba yo ahí!? ¿Por qué había mandado mi vida a la mierda en una casa tan destartalada? Por qué estaba ahí empeñada en jugar a ser Karen Blixen en ese montón de estiércol… Empeñada en acarrear leña todas las noches y en ir a hacer la compra cada vez más lejos para que nadie comentara nada sobre la cantidad de botellas que trataba de disimular entre el chocolate y las latas de comida para gatos…
»A toda esa depresión vino a añadirse algo mucho más pernicioso todavía: la falta de autoestima. Vale, nuestra relación había salido mal, pero bueno… eso le pasaba a mucha gente… La pega eran esos tres años que nos separaban… No me decía: se ha marchado porque ya no me quería; me decía: se ha marchado porque soy vieja.
»Demasiado vieja para ser amada. Demasiado fea, con una carga demasiado pesada. Demasiado vieja, demasiado pelleja, demasiado compleja.
»No muy glamorosa con mi sierra mecánica, mis labios cortados, mis manos enrojecidas y mi cocinera que pesaba seiscientos kilos…
»No… No mucho, no.
»No le guardaba rencor por haberse marchado, lo comprendía.
»Yo en su lugar habría hecho exactamente lo mismo…
Kate se sirvió otra taza de tila y sopló largo rato sobre el agua ya tibia.
—Lo único positivo de toda esta historia —bromeó—, ¡es que seguimos suscritos a El autillo! ¿Conoce al que la edita? ¿A Pierre Déom?
Charles le indicó con un gesto que no.
—Es fantástico. Un… un genio… Me extrañaría que lo quisiera, pero este señor se merecería un bonito sepulcro en el Panteón… Pero bueno… yo ya no era muy capaz de distinguir entre una avellana roída por una ardilla y otra mordisqueada por un ratón de campo… Aunque… debió de interesarme al menos un poco, de lo contrario no estaríamos aquí esta noche…
»La ardilla la parte en dos mitades, mientras que el ratón de campo excava en ella un agujero como cinceladito. Para más detalles, véase la repisa de esta chimenea…
»Yo era más bien un ratón de campo… Seguía entera, pero estaba totalmente vacía por dentro. Útero, corazón, porvenir, confianza, valor, armarios… Todo estaba vacío. Fumaba, bebía hasta cada vez más tarde por la noche, y entonces, como Alice había aprendido a leer, ya no pude morirme de una muerte prematura, así que en lugar de eso, me pillé una especie de depresión…
»Me preguntaba usted antes por qué tengo tantos animales, pues bien, en ese momento lo supe. Era para levantarme por las mañanas, tener que dar de comer a los gatos, abrirles la puerta a los perros, llevar heno a los caballos y distraer a los niños. Los animales seguían dando vida a esta casa y entretenían a los niños lejos de mí…
»Los animales se reproducían en la estación de los amores y sólo pensaban en comer el resto del tiempo. Era un ejemplo fantástico. Ya no les leía cuentos y les daba besos de fantasma, pero todas las noches, al cerrar las puertas de sus habitaciones, velaba porque todos estuvieran abrazados a su gatito correspondiente, que les servía de bolsa de agua caliente…
»No sé cuánto habría podido durar aquello ni hasta dónde habría llegado exactamente… Empezaba a perder el norte. ¿No estarían mejor los niños en una verdadera familia de acogida? ¿Con un papá y una mamá “como es debido”? ¿No era mejor que dejara plantado todo aquello y me volviera a Estados Unidos con ellos? O sin ellos, ya que estaba…
»¿No sería mejor…? Ya ni siquiera hablaba con Ellen y bajaba la cabeza para no cruzarme con su mirada…
»Mi madre me llamó una mañana. Al parecer había cumplido treinta años.
»¿Ah, sí?
»¿Ya?
»¿Sólo treinta?
»Me inflé a vodka para celebrarlo.
»Había fracasado en mi vida. Estaba de acuerdo en dar la talla lo mínimo necesario, tres comidas al día y llevarlos y traerlos del colegio, pero nada más.
»En caso de reclamación, diríjanse al juez.
»En ésas estaba cuando conocí a Anouk, y me puso la mano en la nuca…
Charles observaba con atención los morillos de la chimenea.
—Y entonces un día recibí una llamada de la secretaría de la clínica de ginecología donde me habían hecho análisis unas semanas antes… No podían decirme nada por teléfono, tenía que desplazarme hasta allí. Apunté la cita aunque sabía perfectamente que no acudiría. La cuestión ya no estaba, y probablemente ya no lo estaría nunca, a la orden del día.
»Y sin embargo fui… Para salir un poco, para cambiar de aires y porque Alice necesitaba tubos de pintura o no sé qué otra cosa totalmente inencontrable aquí.
»Me recibió el médico. Comentó mis radiografías. Tenía las trompas y el útero completamente atrofiados. Minúsculos, taponados, en absoluto aptos para la procreación. Tendría que volver a someterme a una larga serie de pruebas más complejas, pero había leído en mi historial médico que había pasado largas temporadas en África, y pensaba que podía haber contraído allí la tuberculosis.
»Pero… yo no recuerdo haber estado enferma, me defendí. Se mantenía muy sereno, debía de ser el oficial de mayor graduación del cuartel y estaba acostumbrado a anunciar noticias desagradables. Me habló largo rato, pero yo no lo escuché. Era una forma de tuberculosis que podía haberme pasado inadvertida y… ya no me acuerdo qué más me dijo… Tenía el cerebro tan necrosado como todo lo demás…
»Lo que sí recuerdo es que, una vez en la calle, me toqué el vientre por debajo del jersey. Lo acaricié incluso… Me sentía totalmente perdida.
»Menos mal que se estaba haciendo tarde. Tenía que espabilarme si quería que me diera tiempo a pasar por una papelería grande antes de recoger a los niños a la salida del colegio. Le compré de todo… Todo aquello con lo que Alice habría soñado… Tubos de pintura, pasteles, una caja de acuarelas, carboncillos, papel, pinceles gruesos y finos, un kit de caligrafía china, abalorios… De todo.
»Luego me fui a una juguetería y les compré de todo también a los otros dos… Era una locura, ya tenía problemas para llegar a fin de mes, pero me daba igual. Life was definitely a bitch.
»Llegaba muy tarde, a punto estuve de sufrir un accidente con el coche y llegué despeinada y sin aliento ante la verja del colegio. Era casi de noche, y los vi allí sentaditos en el patio a los tres, esperándome angustiados.
»No había nadie más que ellos en el patio…
»Los vi levantar la cabeza y vi también sus sonrisas. Sonrisas de niños que acababan de comprender que no, no los había abandonado. Me precipité sobre ellos y los abracé a los tres. Reí, lloré, les pedí perdón, les dije que los quería, que nunca nos separaríamos, que éramos los mejores y que… que ya debían de estar esperándonos los perros, ¿no?
»Abrieron sus regalos, y yo empecé de nuevo a vivir.
—Y ya está —añadió, dejando el tazón sobre la bandeja—, ahora ya lo sabe todo… No sé qué informe les hará a los que le han encargado la misión de venir hasta aquí, pero en lo que a mí respecta, se lo he enseñado todo…
—¿Y los otros dos? Yacine y Nedra… ¿De dónde salen?
—Oh, Charles —suspiró Kate—, va a hacer… —tendió la mano hacia él, le cogió la muñeca y la volvió para consultar su reloj— siete horas ya que le hablo de mí sin parar… ¿No está hasta el gorro?
—No. Pero si está cansada…
—¿De verdad no le queda ni un solo cigarrillo? —lo interrumpió ella.
—No.
—Shit. Bueno… pues nada, entonces ponga otro leño en la chimenea… Enseguida vuelvo…
Se puso un vaquero por debajo del vestido.
—Empezar de nuevo a vivir, para mí que tenía el vientre muerto, significaba abrir mi casa a otros niños.
»Era una casa tan grande, había tantos animales, tantos escondites, tantas cabañas… Y además yo tenía tanto tiempo a fin de cuentas… Hice una solicitud en los servicios sociales para convertirme en madre de acogida, o asistente maternal, como lo llaman ahora. Mi idea era acoger niños durante las vacaciones. Ofrecerles un campamento fantástico, buenos recuerdos… Bueno, no sé muy bien qué más, pero me parecía que la vida de aquí se prestaba a todo eso… Que estábamos todos en el mismo barco y que teníamos que ayudarnos unos a otros… Y que… que yo podía servir para algo… a pesar de todo… Se lo comenté a los niños, y debieron de contestarme algo así como: pero… ¿entonces tendremos que prestarles nuestros juguetes?
»No se veía nada traumático en el horizonte…
»Conocí un mundo nuevo. Fui a buscar un formulario a la oficina de Protección Materna e Infantil, la PMI, y rellené cuidadosamente todas las casillas. Mi estado civil, mis ingresos, mis motivaciones… Utilicé el diccionario para no hacer faltas de ortografía y adjunté fotos de la casa. Ya pensaba que se habían olvidado de mí cuando unas semanas más tarde me llamó una trabajadora social para decirme que vendría a comprobar si podía obtener el visto bueno de la PMI.
Kate se tocó la frente, riendo.
—¡Me acuerdo que el día anterior lavamos a todos los perros en el patio! ¡Hay que reconocer que apestaban…! Y les hice trenzas a las niñas… Creo incluso que me disfracé de señora como Dios manda… ¡Éramos per-fec-tos!
»La trabajadora social era joven y sonriente, su compañera, la puericultora, era… algo menos afable… Para empezar les propuse dar una vuelta por la granja, y allá que nos fuimos con Sam, sus hermanas, los niños del pueblo que siempre andaban por aquí, los perros, la… no, la llama no estaba todavía con nosotros… Bueno, se imagina el cortejo…
Charles se lo imaginaba perfectamente.
—Estábamos orgullosísimos. Era la casa más bonita del mundo, ¿verdad? La puericultora nos aguaba la fiesta preguntándonos cada dos por tres si no era peligroso. ¿Y el río? ¿No es peligroso? ¿Y el foso del castillo? ¿No es peligroso? ¿Y las herramientas? ¿No son peligrosas?
»¿Y el pozo? ¿Y el matarratas en la cuadra? ¿Y… ese perrazo de ahí?
»¿Y su estupidez?, tenía ganas de contestarle, ¿no ha hecho ya estragos en su vida?
»Pero bueno, me porté muy bien. Mire, mis niños han sobrevivido hasta ahora, le dije en broma.
»Luego las hice pasar a mi bonito salón… No lo conoce, pero es muy elegante. Lo llamo mi Bloomsbury… Los frescos de las paredes y la chimenea no son de Vanessa Bell ni de Duncan Grant, sino de la hermosa Alice… Por lo demás, el ambiente se parece mucho al de Charleston. Acumulación de objetos de todo tipo y condición, cuadros… En la época de esa visita era un poco más civilizado que ahora. Los muebles de Pierre y de Ellen todavía parecían buenos, y los perros no tenían permiso para subirse a los sofás de tela de chintz…
»Hice el paripé completo. Tetera de plata, servilletas bordadas, scones, cream and jam. Las niñas servían el té, y yo me estiraba la falda antes de sentarme. La Reina en persona habría estado… delighted…
»La joven trabajadora social y yo enseguida nos caímos bien. Me hacía preguntas muy pertinentes sobre mi… visión de las cosas… Mis ideas en materia de educación, mi capacidad de autocrítica, de adaptarme a los niños difíciles, mi paciencia y mi grado de tolerancia… Incluso a pesar de esa falta de autoestima de la que le hablaba antes y que desde entonces se ha convertido en una leal compañera, en ese terreno me sentía intocable. Me parecía que lo había demostrado… Que esa casa llena de corrientes de aire respiraba tolerancia, y que los gritos de los niños en el patio hablaban por mí…
»La otra idiota no nos escuchaba. Miraba, espantada, los cables eléctricos, los enchufes, el hueso roído que había escapado a mi atención, el cristal roto de la ventana, las manchas de humedad en las paredes…
»Estábamos hablando tan tranquilas, cuando de repente soltó un grito: un ratón se había acercado para comprobar si no había caído alguna miga bajo el velador…
»Holy Shit!
»No, si lo conocemos bien, traté de tranquilizarla, este ratón es como de la familia, ¿sabe…? Los niños le dan cereales todas las mañanas…
»Era la pura verdad, pero me daba perfecta cuenta de que no me creía…
»Se fueron al final de la tarde, y yo recé al cielo para que el puente no se derrumbara bajo su coche. Se me había olvidado avisarlas de que lo aparcaran al otro lado…
Charles sonreía. Estaba en primera fila, y la función era de verdad buenísima.
—No conseguí el visto bueno. Ya no me acuerdo de los argumentos y tal, pero así en general la pega era que la instalación eléctrica no cumplía la normativa. Pues vale… En ese momento me sentó fatal, pero luego se me olvidó… ¿Eran niños lo que quería? ¡Pues no tenía más que mirar por la ventana! Los había por todas partes…
—Eso mismo me dijo la mujer de Alexis —replicó Charles.
—¿El qué?
—Que era usted como el flautista de Hamelín… Que atraía a todos los niños fuera del pueblo…
—¿Para ahogarlos, tal vez? —preguntó, irritada.
—…
—PffF… Otra imbécil… ¿Cómo puede su amigo vivir con ella?
—Le he dicho antes que ya no es amigo mío.
—Ésa es la historia que me tiene que contar, ¿no?
—Sí.
—¿Ha venido usted hasta aquí por él?
—No… Por mí…
—…
—Me llegará el turno. Se lo prometo… Y ahora hábleme de Yacine y de Nedra…
—¿Por qué le interesa tanto todo esto?
¿Qué podía contestarle?
Para mirarla el mayor tiempo posible. Porque es usted la faz luminosa de la mujer que me ha traído hasta usted. Porque, a su manera, se habría convertido en lo que es usted si hubiera tenido una infancia menos traumática…
—Porque soy arquitecto —contestó.
—¿Y eso qué tiene que ver?
—Me gusta entender por qué se sostienen en pie los edificios…
—¿Ah, sí? Y entonces, nosotros, ¿qué somos? A zoo? Some kind of boarding house or… a hippy camp?
—No. Son… Aún no lo sé… Lo estoy pensando. Ya se lo diré… Y ahora, vamos… Estoy esperando la historia de Yacine…
Kate estiró la nuca. Estaba cansada.
—Unas semanas más tarde, me llamó por teléfono la simpática, a la que le gustaban mis normas… Me repitió cuánto lo sentía, se puso a despotricar contra la administración y sus reglamentos estúp… Entonces yo la interrumpí. No importaba. Ya lo había superado.
»Y justamente, a propósito de eso… Tenía ahí a un niño que necesitaba unas vacaciones… Vivía con una de sus tías, pero la cosa no marchaba nada bien… ¿No podríamos, quizá, pasar por alto la bendición del consejo general? Sólo sería cuestión de unos pocos días… Para que el niño pudiera cambiar un poquito de aires… No se habría atrevido a saltarse las normas de esa manera si hubiera sido otro niño, pero éste, ya lo vería, era de verdad asombroso… Y la chica añadió riendo: “¡Creo que se merece ir a ver a sus ratones!”.
»Era para las vacaciones de Semana Santa, creo… Una mañana me lo trajo “a escondidas”, si se puede decir así, y… ya conoce usted al personaje… Lo adoramos enseguida.
»Era irresistible, hacía un montón de preguntas, se interesaba por todo, era muy servicial, se había enamorado de Hideous, madrugaba mucho para ayudar a Rene en la huerta, sabía lo que significaba mi nombre y les contaba muchísimas cosas a mis pequeñajos que nunca habían salido de ese pueblo…
»Cuando la trabajadora social vino a recogerlo, fue… horrible.
»Yacine lloraba a moco tendido… Me acuerdo que lo cogí de la mano y me lo llevé hasta el fondo del patio, y entonces le dije: “Dentro de unas semanas llegarán las vacaciones de verano, y entonces te podrás quedar dos meses…”. Pero él, contestó entre hipidos y sollozos, quería quedarse pa-ra sieeeeeem-preeeee. Le prometí que le escribiría a menudo, y entonces dijo que vale, que si le daba la prueba, de que no lo olvidaría, entonces de acuerdo. Vale, se subiría al coche con Nathalie…
»Mientras achuchaba a su perro preferido para despedirse de él, ella, esa fantástica funcionaría que funcionaba según lo que le dictaba su corazón, me confesó antes de irse que el padre de Yacine había matado a su mujer a golpes delante del niño.
»Para mí fue un shock. Eso me pasaba por jugar a las damas de la caridad… Quería montar un campamento de vacaciones, no que me cayera encima otro aluvión de desgracias y de tristeza…
»Pero bueno… ya era demasiado tarde… Yacine se marchó, pero lo que no se me iba de la cabeza era la imagen de un hombre machacando a la madre de sus hijos en un rincón del salón… Y yo que pensaba que ya estaba un poco curtida… Pero no. La vida siempre nos reserva bonitas sorpresas…
»De modo que le escribí… Le escribimos todos… Saqué un montón de fotos de los perros, las gallinas y de Rene, y le metía una o dos en cada carta… Y volvió, a finales del mes de junio.
»Pasó el verano. Llegaron mis padres. Se metió a mi madre en el bolsillo y repetía con ella los nombres en latín de todas las flores; luego le pedía a mi padre que se los tradujera. Mi padre leía bajo la gran robinia, y le declamaba: Tytire, tu patulae recubans sub tegmine fagi, enseñándole a cantar el nombre de la bella Amaryllis…
»Yo era la única que conocía su historia y me maravillaba que un niño que había vivido cosas tan terribles pudiera ser un elemento tan apaciguador…
»Los niños se burlaban todo el rato de él porque era muy miedica, pero él no se molestaba nunca. Decía: os miro porque medito sobre lo que hacéis… Yo sabía muy bien que ya no quería volver a correr el más mínimo riesgo de hacerse daño nunca más. Los dejaba jugar a los “indios que torturan” y se iba con Granny a contemplar las rosas…
»A partir de mediados de agosto empecé a hacerme mala sangre por su marcha.
»Habíamos quedado con Nathalie en que vendría a buscarlo el 28. El 27 por la noche Yacine desapareció.
»Al día siguiente, organizamos una batida entre todos para encontrarlo, pero fue en vano. Y Nathalie se marchó muy preocupada. Esta historia podía costarle cara… Le prometí que se lo llevaría yo misma en cuanto lo encontrara. Pero al día siguiente seguía sin aparecer por ningún lado… Nathalie estaba ya asustadísima. Había que llamar a los gendarmes. ¿Y si se había ahogado? Mientras trataba de tranquilizarla, vi algo raro en la cocina y le dije: déjame un poco más de tiempo, y si no te prometo que aviso a los gendarmes…
»Los niños estaban muy angustiados, cenaron en silencio y se fueron a la cama, llamándolo por los pasillos.
»En mitad de la noche fui a la cocina a prepararme un té. No encendí la luz, me senté en un extremo de la mesa y le hablé: Yacine, sé dónde estás. Ahora tienes que salir de ahí. No querrás que los gendarmes vengan a sacarte de ahí, ¿no?
»No hubo respuesta.
»Naturalmente…
»Yo en su lugar habría hecho lo mismo, de modo que hice lo que habría querido que hicieran conmigo, de haber estado en su lugar.
»Yacine, escúchame. Si sales ahora, me las apañaré con tus tíos y te prometo que te podrás quedar con nosotros.
»Por supuesto, era un riesgo, pero bueno… Por varias alusiones que me había hecho Nathalie, había comprendido que el tío en cuestión no estaba muy por la labor de tener una boca más que alimentar…
»Yacine, please. ¡Te vas a llenar de pulgas si sigues ahí con el perro! ¿Acaso te he mentido una sola vez desde que me conoces?
»Y entonces oí: “Ayyyyyy… ¡No te imaginas el hambre que tengo!”.
—¿Dónde estaba? —quiso saber Charles.
Kate se dio la vuelta.
—En ese banco de ahí, el que está contra la pared y que parece un gran baúl… No sé si puede verlas, pero en la parte de delante hay dos aberturas… Es un banco-caseta de perro que encontré en un anticuario nada más mudarnos aquí… Me parecía una idea genial, pero por supuesto los perros nunca quisieron meterse ahí dentro… Prefieren los sofás de Ellen… Y ese día, como por casualidad, Hideous estaba ahí metido y ni siquiera había salido para babear alrededor de la mesa mientras cenábamos…
—Elementary, my dear Watson —dijo Charles sonriendo.
—Le di de cenar, llamé a su tío y lo inscribí en el colegio. Y ésta es la historia de Yacine… En cuanto a Nedra, llegó de la misma manera, como de contrabando, pero en circunstancias mucho más dramáticas… Lo único que sabían de ella era que la habían encontrado en una especie de casa ocupada o algo así y que tenía rotos los huesos de la cara. Fue hace dos años, ella debía de tener tres, en fin… Nunca se supo mucho más… Y a Nedra también me la trajo Nathalie.
»También en este caso iba a ser algo provisional… El tiempo de que se le curara la mandíbula, que le habían roto de una bofetada o alguna agresión, de que pasara la convalecencia mientras le buscaban algún familiar en alguna parte…
»Y créame, Charles, cuando se tienen todos los dientes de leche pero ningún documento de identidad, la vida es muy complicada… Dimos con un médico que aceptó operarla cobrando en dinero negro, pero para todo lo demás es desesperante. No han querido aceptarla en el colegio, así que las clases se las tengo que dar yo. Bueno… hago lo que puedo, porque como no habla…
—¿Nada de nada?
—Sí… algo… Cuando está sola con Alice… Pero lleva una vida de perros… No. Perdón. No tiene ni comparación con mis perros. No es nada tonta y entiende perfectamente su situación… Sabe que pueden venir a buscarla en cualquier momento, y que yo no podré hacer nada por evitarlo.
Charles comprendió de pronto por qué se había escapado corriendo el día anterior.
—Siempre podrá esconderse en el banco…
—No… No es lo mismo… Yacine tiene derecho a estar aquí, es como si estuviera interno. Me he limitado a invertir las fechas y lo obligo a pasar las vacaciones con su familia. Mientras que ella… No lo sé… Le estoy preparando un expediente de adopción, pero también esto es dificilísimo. Siempre el problema de las normas… Tendría que buscarme un marido bueno y amable que fuera funcionario —sonrió Kate—, un profesor o algo así…
Dobló la espalda y estiró los brazos delante del fuego.
—Halaaaa, ya estáaaaa —bostezó—, ya lo sabe todo.
—¿Y los otros tres?
—¿Qué pasa con ellos?
—También podría haberlos adoptado…
—Sí… Lo pensé… Para quitarme de encima a los protutores, por ejemplo, pero…
—¿Pero?
—No sé, sería como matar a sus padres otra vez…
—¿Ellos nunca se lo han comentado?
—Sí. Claro que sí. De hecho se ha convertido en una especie de juego entre nosotros… «Sí, sí, ordenaré mi habitación cuando me adoptes…». Y las cosas están muy bien así…
Largo silencio.
—No sabía que existía —murmuró Charles.
—Que existía ¿el qué?
—Gente como usted…
—Y tenía razón. No existe. Yo, al menos, no tengo la impresión de existir…
—No la creo.
—Sí, hombre… No hemos salido mucho en estos nueve años… Intento siempre ahorrar algo de dinero para llevarlos a hacer un gran viaje, pero no lo consigo. Sobre todo porque el año pasado compré la casa… Era una obsesión que tenía. Quería que estuviéramos en nuestra propia casa. Quería que, más tarde, los niños fueran de algún sitio concreto. Los obligaré a marcharse, pero quería que tuvieran esta base… Le di la tabarra a Rene todos los días con esto, hasta que conseguí convencerlo. No puedo, se quejaba, esta casa es de mi familia desde la Gran Guerra… ¿Por qué cambiar las cosas? Y además tenía unos sobrinos en Guéret…
»Dejé de tomarme un café con él todas las mañanas al volver de dejar a los niños en el colegio, y, al cabo de cinco días, Rene ya no pudo más y tiró la toalla.
»“Tonto”, le reproché con cariño, “pero si sabes que tus sobrinos somos nosotros”…
»Por supuesto, primero tuve que pedir permiso al juez y a mi querido protutor, y todos se pusieron a darme la vara. Pero ¿cómo? No era una idea sensata. ¿Y por qué estas ruinas? ¿Y cuánto me iba a costar el mantenimiento de una casa como ésta?
»Joder… Y eso que ellos no habían vivido los inviernos tan duros que vivimos nosotros… Al final terminé por decirles: la cosa es muy sencilla, o me permitís vender uno de los pisos para comprar esta casa, u os devuelvo a los niños. La nueva jueza tenía otros problemas más importantes, y los otros dos son tan idiotas que se tomaron en serio mi amenaza…
»Fui al notario con Rene y su hermana y cambié una mierda de casa en la urbanización de las Mimosas por este magnífico reino. Qué fiesta montamos esa noche… Invité a todo el pueblo… Incluso a Corinne Le Men…
»Para que vea lo feliz que estaba…
»Ahora vivo del alquiler de dos pisos que tienen unos presidentes de comunidad muy entregados… Siempre hay obras que hacer, siempre hay que remozar fachadas y demás jodiendas… Well… No importa, las cosas están bien así… ¿Quién se ocuparía de las fieras si nos marcháramos?
Silencio.
—¿Vivir? ¿Sobrevivir? Quizá… Pero existir, lo que se dice existir, no. Me he curtido, me he hecho más fuerte, pero mi pobre cerebro me ha dejado colgada por el camino. Ahora me dedico a hacer pasteles y los vendo en la fiesta del colegio…
—Sigo sin creerla.
—¿No?
—No.
—Y sigue teniendo razón… Claro, de lejos parezco un poco una santa, ¿no? Pero no hay que creer en la bondad de los generosos. En realidad son los más egoístas…
»Se lo confesé antes, cuando le hablaba de Ellen, soy una mujer ambiciosa…
»¡Ambiciosa y muy orgullosa! Era un poco ridícula, pero lo decía en serio cuando declaraba que quería erradicar el hambre en el mundo. Mi padre nos había educado enseñándonos las lenguas muertas, y mi madre opinaba que Margaret Thatcher llevaba un bonito peinado, o que la última pamela de la Reina Madre no pegaba nada con su vestido. So… no tenía mucho mérito que yo aspirara a una vida de horizontes un poco más amplios, ¿no le parece?
»Sí, era ambiciosa. Y ya ve… Ese destino que nunca habría podido tener yo sola porque nunca le habría llegado ni a la suela de los zapatos a mis modelos de comportamiento, me lo ofrecieron estos niños… Un destino muy pequeñito —dijo, haciendo una mueca—, pero bueno… lo bastante entretenido para mantenerlo despierto a usted hasta las tres de la mañana…
Kate se dio la vuelta y le sonrió, mirándolo a los ojos.
Y entonces, en ese preciso instante, Charles lo supo.
Supo que estaba perdido.
—Sé que tiene prisa, pero no se marchará ya mismo, ¿no? Puede dormir en la habitación de Samuel, si quiere…
Porque Kate había cruzado los brazos, desvelándoselo así, y porque ya no tenía ninguna prisa, Charles añadió:
—Una última cosa…
—¿Sí?
—No me ha contado la historia de ese anillo…
—¡Es verdad! Pero ¿dónde tengo la cabeza?
Kate se miró la piedra engastada.
—Pues bien…
Se inclinó hacia él y se llevó el dedo al pómulo derecho.
—¿Ve esta estrellita de aquí? ¿En medio de las patas de gallo?
—Claro que la veo —aseguró Charles, que era miope perdido.
—Primera y última bofetada que me dio mi padre en toda su vida… Yo tendría unos dieciséis años, y su anillo me hizo una herida… El pobre lo pasó fatal… Tan pero tan mal que ya nunca más volvió a llevar ese anillo…
—Pero ¿y qué había hecho usted? —se indignó Charles.
—Ya no me acuerdo… ¡Debí de decir que Plutarco me la traía floja!
—¿Y eso por qué, vamos a ver?
—¡Pues porque Plutarco escribió un tratado sobre la educación de los niños que me tenía hasta el gorro, mire usted por dónde! No, lo digo de broma, supongo que sería por alguna historia de que quería salir por la noche… Da igual, lo que fuera… El caso es que sangraba… Por supuesto, exageré muchísimo, y lo que ocurrió es que ya nunca más volví a ver ese anillo…
»Un anillo que de hecho me gustaba mucho… De niña me hacía soñar… Esa piedra tan azul… Ya no me acuerdo… pero creo que se llama “niccolò”… Y el dibujo… Ahora está muy sucia, pero mire a este joven caminando a grandes zancadas con una liebre en el hombro… Me encantaba… Tenía un trasero tan bonito… A menudo le preguntaba a mi padre qué había sido de ese anillo, pero ya no se acordaba. Quizá lo había vendido…
»Y, diez años más tarde, al salir del despacho del juez, cuando ya se habían tirado los dados, fuimos a tomar un té a la plaza de Saint-Sulpice. Mi anciano papaíto hizo como que buscaba sus gafas y sacó el anillo, que llevaba escondido en un pañuelo. You make us proud, he said, y me lo regaló. Here, you’ll need it too when you’re looking for respect… Al principio me estaba demasiado grande y me bailaba en el dedo corazón, pero, de tanto cortar leña, ¡ahora se me sujeta muy bien en estos dedazos que tengo!
»Mi padre murió hace dos años… Fue otra tristeza enorme… Pero una tristeza más natural…
»Cuando venía a visitarnos en verano, le encargaba que vigilara la cocción de las mermeladas… Ésa sí que era tarea para él… Se cogía su libro, se sentaba delante de la cocinera y con una mano pasaba las páginas mientras con la otra removía la olla con una cuchara de madera… Y fue durante una de esas largas tardes de mermelada de albaricoque cuando me dio mi última clase de civilización antigua.
»Había dudado mucho antes de regalarme este anillo, me confesó, porque, según su amigo Herbert Boardman, esa imagen estaba relacionada con un tema muy recurrente en el repertorio de la gemología antigua, el de los “sacrificios campestres”.
»A partir de ahí enlazó con una larga teoría sobre la noción de sacrificio con las Elegías de Fulanito y toda la peña con ilustración sonora, pero yo ya no lo escuchaba. Contemplaba su reflejo en la olla de cobre y pensaba que había tenido suerte de crecer bajo la mirada de un hombre tan delicado…
»Pues, ¿sabes?, me decía, esa noción de sacrificio es muy relativa y…
»Take it easy, Dad, lo tranquilicé, sabes perfectamente que there is no sacrifice at all en todo esto… Anda… Concéntrate porque si no se te va a quemar la mermelada…
Kate se puso de pie suspirando:
—Ea. Se acabó. Usted haga lo que quiera, pero yo me voy a dormir…
Charles le quitó la bandeja de las manos y se fue a la antecocina.
—Lo increíble —le dijo desde allí— es que, con usted, todo son historias, y todas las historias son bonitas…
—Pero claro que todo son historias, Charles… Absolutamente todo y para todo el mundo… Lo único que pasa es que nunca hay nadie que quiera escucharlas…
Kate le dijo: la última habitación al fondo del pasillo. Era un pequeño dormitorio abuhardillado, y Charles, como en el de Mathilde, estuvo un buen rato contemplando las paredes de ese adolescente. Una foto en especial retuvo su atención. Estaba clavada con chinchetas encima de la cama, en el lugar habitual del crucifijo, y la pareja que salía sonriendo le provocó la última emoción del día.
Ellen era exactamente como Kate la había descrito: radiante… Pierre salía besándola en la mejilla sujetando en brazos a un niño pequeño dormido.
Charles se sentó en el borde de la cama, con la cabeza inclinada y las manos entrelazadas.
Qué viaje…
En toda su vida jamás había sentido un desfase tal… Esta vez no se lamentaba, sencillamente estaba… perdido.
Anouk…
¿Qué lío era ése ahora?
¿Y por qué te marchaste, cuando toda esa gente a la que habrías adorado se había esforzado tanto por seguir adelante?
¿Por qué no viniste a verla más a menudo? Tú que siempre nos repetías una y otra vez que a la verdadera familia la conoce uno en el camino…
¿Qué me dices entonces? Esta casa era la tuya… Y esta nuera, también… Te habría consolado de la otra, de la de verdad…
¿Y por qué no te volví a llamar nunca más? He trabajado tanto durante estos años y, sin embargo, no dejaré nada que me sobreviva… Los únicos cimientos importantes, los que me han llevado hasta esta habitacioncita y que habrían merecido toda mi atención, los llené a base de egoísmo y de concursos… La mayoría de los cuales perdí… No, no me flagelo, tú habrías odiado que lo hiciera, sólo…
Charles se sobresaltó. Un gato había encontrado su mano.
En una de las paredes del cuarto de baño descubrió la letra de Kate en versión original. Era una cita de E. M. Forster que decía más o menos:
«I believe in aristocracy, though… Y, sin embargo, creo en la aristocracia. Si es que es el término exacto, y si es que puede emplearlo un demócrata. No en una aristocracia basada en el rango y la influencia, sino en la de las personas solícitas, discretas y valientes. Los miembros de esta aristocracia se encuentran en todas las naciones, en el seno de todas las clases sociales y en todas las edades. Y hay una suerte de complicidad secreta entre ellos cuando se cruzan unos con otros. Representan a la única y verdadera tradición humana, la única victoria permanente de nuestra extraña raza sobre la crueldad y el caos.
»Miles de ellos perecieron en la oscuridad; pocos son grandes nombres. Están a la escucha de los demás como de sí mismos, son atentos sin exagerar, y su valentía no es una pose sino más bien una aptitud para soportarlo todo. Y además… they can take a joke… tienen sentido del humor…».
Pues sí que…, suspiró Charles, ya que se había ido sintiendo cada vez más poquita cosa conforme Kate le contaba su vida, pues, hala, ahora encima esto… Hace tan sólo unas horas habría leído ese texto reparando tan sólo en algunos dilemas de traducción, queer race, swankiness… Pero en ese momento de verdad oía las palabras. Había comido sus bizcochos, había bebido su whisky, se había paseado con ellos toda la tarde y los había visto encarnarse en una sonrisa al borde siempre de las lágrimas.
El castillo ya no estaba, pero la nobleza permanecía.
Encorvado y con el pantalón por los tobillos, Charles se sintió avergonzado.
Mientras paseaba la mirada por el papel pintado rosa, descubrió la antología de haikus.
La abrió al azar y leyó:
Sube despacio
pequeño caracol
¡Estás en el monte Fuji!
Charles sonrió, le dio las gracias a Kobayashi Issa por su apoyo moral y se durmió en una cama de adolescente.
Se levantó al alba, liberó a los perros y, antes de meterse en el coche, dio un rodeo para atrapar los primeros rayos de sol sobre las paredes ocre de la cuadra. Pegó las manos a la ventana, vio a un montón de jóvenes dormidos, fue a la panadería y compró una hornada entera de cruasanes. Bueno… de lo que la vendedora, todavía abotargada de sueño, llamaba cruasanes…
Un parisino habría dicho: «Esa especie de brioches torcidas…».
Cuando volvió, en la cocina olía muy bien a café, y Kate estaba en su jardín.
Charles preparó una bandeja con el desayuno y se reunió con ella.
Kate dejó a un lado las tijeras de podar, caminaba descalza sobre el rocío, tenía aún más cara de sueño que la panadera y le confesó que no había pegado ojo en toda la noche.
Demasiados recuerdos…
Juntó las manos sobre el cuenco de café para entrar en calor.
El sol se levantó en silencio. Kate ya no tenía nada que decir, y Charles, demasiado que desentrañar…
Como los gatos, los niños vinieron a frotarse contra el cuerpo de Kate.
—¿Qué van a hacer hoy? —le preguntó Charles.
—No lo sé… —Su voz sonaba algo triste—. ¿Y usted?
—Tengo mucho trabajo…
—Ya me lo imagino… Lo hemos apartado del buen camino…
—Yo no diría eso…
Y como la conversación iba tomando aires de blues, Charles añadió más alegremente:
—Tengo que irme a Nueva York mañana, y, por una vez, iré en plan turista… Voy a una fiesta de homenaje a un viejo arquitecto al que aprecio mucho…
—¿En serio, va usted a Nueva York? —preguntó Kate, contenta—. ¡Qué suerte! Ay, si me atreviera le pediría que me…
—Atrévase, Kate, atrévase. Dígame.
Mandó a Nedra a que le trajera algo de su mesilla de noche, y se lo tendió a Charles.
Era una cajita metálica con un tejón dibujado en la tapa.
Badger
Healing balm
Relief for hardworking hands
Alivia las manos de los que trabajan duro…
—¿Qué es, grasa de tejón? —preguntó Charles, divertido.
—No, de castor, creo… Sea lo que sea, no conozco nada más eficaz… Antes me las mandaba una amiga desde Nueva York, pero se mudó…
Charles dio la vuelta a la caja y tradujo en voz alta:
—«Paul Bunyon dijo un día: denme el Badger suficiente, y podré eliminar las grietas del Gran Cañón». Caramba, nada menos… ¿Y dónde lo puedo encontrar? ¿En un drugstore?
—¿Irá usted por la zona de Union Square?
—Desde luego —mintió Charles.
—Miente…
—En absoluto.
—Mentiroso…
—Kate, tendré algo de tiempo libre y me sentiré… muy honrado de dedicárselo a usted… ¿Está justo en Union Square?
—Sí, las venden en una tiendecita que se llama Vitamin Shoppe, creo… Y si no, quizá en los Whole Foods…
—Perfecto. Ya me las apañaré.
—Y…
—¿Y?
—Si sigue todo recto por Broadway, encontrará la librería Strand. Si le sobran otros dos minutos, ¿podría dar una vuelta por las estanterías por mí? Hace tanto tiempo que sueño con eso…
—¿Quiere que le traiga algún libro en concreto?
—No. Sólo el ambiente… Entre, vaya hasta el fondo a la derecha, allí donde están las biografías, mírelo todo con atención y respire pensando en mí…
¿Respirar pensando en usted? Mmm… ¿de verdad necesito irme tan lejos para eso?
De camino al cuarto de baño, encontró a Yacine enfrascado en una enciclopedia.
—Dime una cosa, ¿cuánto mide el monte Fuji?
—Pues… a ver, espera… «Punto culminante de Japón constituido por un volcán apagado, 3776 metros».
¿Apagado? Ni de coña.
Se dio una ducha preguntándose cómo una familia tan numerosa aguantaba en un lugar tan austero. No había ni rastro de ninguna crema de belleza… Fue de habitación en habitación para darles un beso a los niños y les pidió que lo despidieran de los mayores cuando se despertaran.
Buscó a Kate por todas partes.
—Se ha ido a llevarle unas flores a Totette —le dijo Alice—. Me ha dicho que te diga adiós de su parte.
—Pero… ¿y cuándo vuelve?
—No lo sé.
—¿Ah, no?
—Por eso me ha dicho que te diga adiós…
De modo que ella también había preferido evitar una escena inútil…
Esa separación imposible se le antojó muy violenta.
Bajo las copas oscuras de los robles, volvió a pensar en la muerte de Ellen mientras Baloo enseñaba a Mowgli a cantar su canción:
No hace falta mucho para ser feliz.
¡Oh, no! No hace falta mucho para ser feliz…
Charles expulsó el aire y sintió un dolor en el pecho. Giró a la derecha y salió al asfalto de la carretera.