Sin pensarlo mucho me largué al departamento de la calle Chilavert, que mi amigo alquiló después de la segunda ruptura. Como en la entrada no había nadie y arriba no me abrieron, deduje que no era ahí. Tuve que buscar un rato, para encontrar al encargado. «No», confirmó el hombre, «no es acá», y siguió conversando con unos electricistas. Antes de que le preguntara nada, desapareció con los electricistas por una escalera que baja al sótano.
Yo no sabía qué hacer. Desde un teléfono público llamé a Mileo. Me dijo: «Está en la casa de ella. Por eso no voy». Le contesté: «Yo sí, aunque te entiendo perfectamente».
La casa de la mujer queda en Palermo Chico. Al entrar, casi digo en voz alta: «Qué velorio más triste». Una reflexión absurda. Conversaban animadamente la mujer y unas parientas o amigas. Callaron al verme; la mujer sollozó. Recuerdo tan sólo que atravesé el cuarto, para despedirme de Lucio. Pobre, me pareció que descansaba a gusto, en su ataúd.
F.B.