Stan Goldman ya no tenía gran cosa que hacer. Otra gente realizaba ahora las rondas, reducía los datos, construía modelos cada vez más sutiles del interior de la Tierra, incluso rastreaba las intrincadas geometrías de aquella refulgente y renitente entidad de debajo, la cosa llamada Beta.
Una ciudad en miniatura había brotado alrededor del solitario domo de Tangoparu en una llanura rocosa bajo la vasta placa de hielo de Groenlandia. Técnicos cargados con cubos de datos discutían en el extraño nuevo lenguaje de la gazerdinámica. Del equipo original, ahora sólo quedaba Stan pues los otros habían vuelto a Nueva Zelanda hacía tiempo.
El comandante científico de la OTAN le había pedido que se quedara. Así, Stan asistía a los seminarios diarios, esforzándose por mantenerse al nivel de mentes más jóvenes y más ágiles, aunque su comprensión se hacía más obsoleta con cada rápido descubrimiento. No importaba. Todos lo trataban con absoluta deferencia. Apenas pasaba un instante sin que oyera pronunciar el nombre de Alex Lustig con un respeto dedicado hasta ahora a las sombras de Newton, Einstein y Hart, y como antiguo profesor del gran genio, Stan compartía aquella gloria.
Singularidades. Se hablaba mucho de singularidades por parte de los brillantes hombres y mujeres al referirse a las que se crean dentro de un cavitrón, microagujeros negros y las últimas innovaciones, cuerdas sintonizadas y nudos cósmicos. Sin embargo, desde hacía unos días Stan se había dedicado a pensar en otro tipo de «singularidad». Se le ocurrió mientras pasaba ante un centinela y dejaba el campamento para salir a pasear agitando su bastón por el valle cubierto de morrena.
En matemáticas, una singularidad es una discontinuidad repentina, donde una expresión de repente deja de ser válida, y una completamente diferente ocupa su lugar.
Se obtiene el tipo más simple de singularidad (una función delta), dividiendo por cero cualquier número real. El resultado, que tiende a infinito, es de hecho indefinido, insondable. Ahí es donde nos encontramos ahora mismo, en una singularidad en la historia de la humanidad.
No era sólo la crisis actual. Oh, claro que estaba preocupado. ¿Sobrevivirían las instituciones del mundo, o el planeta mismo, a los próximos días u horas? Stan estaba tan preocupado como el que más. Sin embargo, aunque al día siguiente el espectro de la paranoia internacional se evaporase como una pesadilla y todas las hermosas y aterradoras nuevas tecnologías fueran domadas, nada volvería a ser como antes.
Hacía unas horas, algunos de los jóvenes habían estado discutiendo ideas acerca de circuitos gravitacionales… ¡equivalentes, en masa colapsada y espacio tensado, a capacitores y resistores y transistores, por el amor de Dios! Para Stan era la prueba de que por fin llegaba el momento que había esperado en secreto durante toda su vida.
Hay otro tipo de singularidad relacionada con la sociedad y la información.
Con anterioridad, ya se habían producido saltos tecnológicos: cuando se inventó la agricultura, por ejemplo. O la metalurgia. O la escritura. En cada uno de estos momentos, los hombres ganaron nuevo poder sobre sus vidas, y el pensamiento mismo cambió. Con cada nuevo nacimiento, los seres humanos efectivamente renacían, eran rehechos, reprogramados.
En tiempos remotos, el cambio se producía lentamente. Pero cada logro depositaba los cimientos para los siguientes. Y con el salto occidental del siglo dieciséis, unos dependieron de otros. Los inventos produjeron bienestar, que permitió la educación y el ocio a las masas cada vez mayores. La imprenta acabó con el analfabetismo. Los transportes distribuían alimentos. La comida significaba más población.
Se detuvo junto a un banco de arena al socaire de un peñasco y usó el bastón para trazar una burda figura. Era el escenario típico de la condenación, que describía el destino previsto por Malthus para cualquier especie que sobrepasa la capacidad de su nicho.
La curva mostraba la población humana a través del tiempo, y se alzaba muy lentamente al principio. A lo largo de finales de la Edad de Piedra (cuando los antepasados de Stan tallaban pedernal, se rascaban las pulgas y pensaban que el fuego era el arma definitiva), nunca llegó a haber más de cinco millones de homo sapiens. No obstante, la situación cambió con la agricultura. El número de los humanos se dobló y luego volvió a doblarse cada mil quinientos años aproximadamente, una rápida escalada, hasta que por fin alcanzó los quinientos millones en la época de Newton.
Un progreso impresionante, conseguido por gente que apenas tenía idea de cuáles eran las leyes de la naturaleza, y mucho menos conceptos como ecología, psicología o historia planetaria. ¡Pero entonces el proceso se aceleró aún más! Nuevas comidas, sanidad, emigración, los bebés vivieron más. Los humanos se reprodujeron copiosamente. La población sólo tardó doscientos años en volver a duplicarse, ahora a mil millones de almas. Luego, menos de un siglo. Después, de 1950 a 1980, dos mil millones se convirtieron en cuatro mil. Y la curva seguía creciendo. Stan recordó las elegantes y simétricas proyecciones proclamadas por los pesimistas cuando él era joven. Ningún aumento de población puede mantenerse eternamente en un mundo finito. Deforma inevitable, debe producirse una caída.
La curva nunca alcanzó el infinito después de todo. Subía. Entonces, como un cohete agotado, se volvía y caía. A la gran mortandad, a eso parecíamos destinados. Después de todo, sucede cada vez que las anchoas y los ciervos se reproducen más allá de sus reservas de alimentos.
Y, en efecto, hemos sufrido pequeñas mortandades. Pero hasta ahora hemos escapado a la mayor, ¿no?
Hasta ahora.
Garabateó otra burda figura, idéntica a la primera hasta que llegó a la cima de la curva. ¡En ese punto la población dejaba de crecer, pero no caía! En vez de desplomarse, este cohete torcía su rumbo.
Esto es lo que según algunos puede suceder si se añade a la fórmula inteligencia y libre voluntad. ¡Después de todo, no somos ciervos ni anchoas!
Dos gráficas. Dos destinos. La calamidad malthusiana y la llamada curva-S. Por un lado, colapso total. Por el otro, una cadena de ayudas en el último minuto, como grano autofertilizante, superconductores a temperatura ambiente, y peces creados genéticamente, todos llegados justo a tiempo para que la humanidad aguantara otro año, para que sobreviviera de una brillante innovación a la siguiente.
Pensábamos que sólo había dos futuros posibles.
… si demostrábamos ser ciegos y egoístas, muerte en masa.
… y si uníamos todos nuestros esfuerzos, trabajando juntos, aplicando cada ingenuidad, entonces pasaríamos de un suave declive a una especie de equilibrio sostenido.
Pero ¿había una tercera opción? ¿Otro tipo de singularidad social? El bastón de Stan gravitó sobre la arena. Cuando cada generación posee más libros que la de sus padres, los volúmenes no se acumulan aritmética ni geométricamente. El crecimiento crece exponencialmente.
Stan recordó la última vez que Alex, George y él se emborracharon juntos, cuando se quejó tanto de la falta de nuevas modalidades. Ahora se rió al recordarlo.
—Oh, estaba equivocado. Hay modalidades, desde luego. Más de las que nunca había imaginado.
¡Los jóvenes del campamento hablaban de hacer transistores gravitacionales! Eso era suficiente para hacer gritar a un hombre: «¡Basta! ¡Dadme un minuto para pensar! ¿Qué significa todo esto?».
El conocimiento no está restringido por los límites de Malthus. La información no necesita suelo para crecer, sólo libertad. Con mentes ansiosas y experimentación, se alimenta de sí misma como una reacción en cadena.
Un tercer tipo de singularidad social, entonces, sería un auténtico salto, un cambio repentino para un estado completamente indefinido, donde los cambios se manifiestan en meses, semanas, días, minutos. Todavía ascendiendo, el cohete alcanza velocidad de escape.
Con un suspiro, Stan borró las bastas figuras.
Estamos atrapados en nuestra visión del tiempo. Una vida humana parece muy larga. Pero pon a prueba el paciente aspecto de un glaciar.
Alzó los ojos hacia el blanco continente de hielo que se extendía de horizonte a horizonte unos pocos kilómetros más allá. Las glaciaciones son eventos geológicamente rápidos. Y sin embargo nosotros hemos pasado de ser hombres de las cavernas a destrozar el mundo en sólo trescientas generaciones. En un momento hay cazadores neolíticos descalzos, luchando por el cadáver congelado de un caribú. Te das la vuelta, y los hijos de sus hijos hablan de extraer energía de los pulsares.
Stan se sentó en el cómodo peñasco, que había sido arrastrado cientos de kilómetros sólo para ser soltado allí por el glaciar en retirada. Era un buen sitio para observar el crepúsculo de finales de otoño, que se introducía en las cortinas de seda de la aurora boreal. Le encantaba la forma en que los colores jugaban sobre el glaciar, haciendo que sus ásperas arrugas se ondularan a ritmo de los chispeantes iones supercargados del cielo. Empezaba a tener frío, a pesar del traje térmico. Con todo, merecía la pena saborear esto un rato.
Stan oyó un suave chasquido y vio que una piedra rodaba por la arena, hasta que se detuvo cerca de su pie. No muy lejos, otras dos piedras temblaron.
Bueno, supongo que ya están otra vez.
Pero no era un temblor típico. Lo comprendió cuando un profundo gemido pareció llenar el aire, al parecer más cerca hacia el hielo. Empezó a incorporarse, pero cambió de opinión cuando un súbito estremecimiento le dificultó ponerse en pie. Se debiera al terreno o a sus piernas, Stan decidió quedarse quieto.
Después de todo, ¿qué daño puede hacer aquí al descubierto?
El siguiente fenómeno fueron chispeantes luciérnagas que danzaban dentro de sus ojos.
Esto debe de ser lo que pasa cuando se está cerca del punto de salida de un rayo, pensó divertido. Una armonía de nivel seis a unos veinte kilovoltios podría conseguirlo, acoplada con los fluidos salinos de mi cuerpo. Si Infrecuencia de dispersión no es demasiado…
Entonces parpadeó al recordar. No había ningún rayo previsto para salir tan cerca…
No terminó el pensamiento. En ese instante el glaciar empezó a brillar directamente ante él, y no por efecto de ninguna iluminación externa. En el interior del hielo latía un fiero resplandor. Formas y tenues contornos envolvían lo que parecía una serie de columnas, en las profundidades de la masa congelada.
Lanzas de brillo latieron.
Entonces el este explotó de luz.
■ Hace cuarenta años, todo el mundo estaba agitado por el milenio. Sobre todo muchos cristianos, quienes pensaban que el fin de los tiempos coincidiría con el dos mil aniversario del nacimiento de Jesús. Yo fui uno de los que vieron los portentos del 99. También yo creí que el tiempo estaba cerca.
Al mirar hacia atrás, comprendo lo estúpido que fui. Me parecía que las crisis de aquellos días eran horribles, pero no fueron lo bastante terribles para presagiar el final. ¡Además, habíamos escogido el aniversario equivocado!
Después de todo, ¿por qué debería llegar el Tiempo en el milenio de Su nacimiento? Los hechos de Getsemaní a la Crucifixión y la Resurrección fueron lo que importó entonces. ¡Igual debe suceder con el aniversario de esos hechos! ¡Vean mis cálculos [■ ref aeRie 5225790.23455 aBIE] que muestran sin lugar a dudas que debe suceder este mismo año!
¡No es extraño que veamos signos por todas partes! ¡El tiempo ha llegado! ¡Es ahora!