NÚCLEO

Se estaba afeitando cuando sonó el teléfono. Alex no estaba contento con la nueva cuchilla que había comprado después de la huida de Nueva Zelanda. Su hoja de diamante era demasiado afilada, al contrario que la antigua, que se había gastado poco a poco con el paso de los años desde que la recibió el día que cumplió los dieciséis.

No era la única cosa que echaba de menos. También añoraba a Stan y a George, su firmeza y sus tranquilos consejos. Se suponía que las comunicaciones estaban aseguradas contra los crecientes ruidos de la Red, pero a pesar de lo que decían los militares, habían empeorado días tras día.

¿Conspiraban los mirones de Spivey para mantenerlos separados? ¿O era el castigo de George y Stan por su creciente campaña contra el control del coronel?

Alex se dispuso a pasarse la cuchilla por el rostro, preguntándose si no sería hora de abandonar costumbres anticuadas y hacer que le depilaran la cara, como la mayoría de los hombres.

Un chirrido hizo que su mano se sacudiera.

—¡Infiernos!

Alex arrancó un trozo de papel para restañar la herida. Recordó haber visto una lata de enzimas coagulantes en el cajón de las medicinas y descorrió el espejo para empezar a buscarla.

El teléfono volvió a sonar, insistentemente.

—Vale, está bien. —Cerró el espejo. Aplicando presión para cortar la hemorragia, pasó al dormitorio, rebuscó su reloj en la mesilla de noche y pulsó el botón de LLAMADA ACEPTADA—. ¿Sí?

La persona al otro lado de la línea hizo una pausa y entonces advirtió que no habría imagen.

—¿Tohunga? ¿Eres tú?

Por el título maorí, tenía que tratarse de uno de los recién llegados que Tía Kapur había enviado para que protegieran a Alex y a su equipo.

—Aquí Lustig —afirmó—. ¿Qué pasa?

—Será mejor que vengas rápido, tohunga. Hemos pillado a un saboteador que intentaba volar el laboratorio.

La voz se cortó con un chasquido. Alex se quedó mirando el reloj.

—Rayos —dijo concisamente.

Tras coger una camisa del armario, salió por la puerta dejando un rastro de crema de afeitar y gotitas de sangre.

—Supongo que ya no somos necesarios.

—Vamos, Eddie. No sabemos si la bomba fue enviada por Spivey. Hay un centenar de países, alianzas, grupos de agitación. Demonios, incluso los boy scouts deben de tener ya una idea de dónde están los resonadores focales.

Su ingeniero jefe hizo una mueca.

—Serví en las Fuerzas Especiales de ANZAC, Alex. Reconozco las cargas estándar de demolición cuando las veo. —El fornido kiwi pelirrojo sopesó una pieza del tamaño de una pelota de tenis—. El envoltorio ha sido alterado para que parezca de manufactura nihonesa, pero he hecho una exploración por medio de neutrones activados y puedo decirte sin lugar a dudas qué fábrica de Sidney la manufacturó. Incluso el número de serie.

»Si me lo preguntas, son unos malditos hijos de puta. Seguramente confiaban en que no podríamos detenerlos.

Alex contempló al supuesto saboteador, un polinesio de aspecto indefinible. Posiblemente era un samoano, cuya apariencia podía confundirse con la de los nativos de la isla de Pascua. Excepto que los habitantes de Rapa Nui eran una casta aparte y se sentían orgullosos de ello.

¿Qué tipo de hombre cruza los mares con una bomba viviente para hacer volar a otras personas? ¿Personas que tienen madres y esposas e hijos, igual que él?

Probablemente un mercenario o un patriota, pensó Alex. O peor, ambas cosas.

El hombre sonrió nerviosamente a Alex.

Sabe qué rumbo deben de tomar las cosas ahora. Según las reglas, tendríamos que entregarlo a las autoridades chilenas. Entonces, en un abrir y cerrar de ojos, sus amos entablarán negociaciones para rescatarlo.

Pero ¿qué reglas se aplican cuando hablamos del fin del mundo? Alex cerró los puños. El saboteador pareció leer algo en sus ojos y tragó saliva con dificultad.

Al otro lado de la habitación, Alex vio que Teresa lo observaba, cruzada de brazos. ¿Qué hacemos ahora?, se preguntó. Más que nunca, deseó poder reunir a sus viejos amigos y recurrir a su experiencia.

—Estoy de acuerdo. Apostaría a que fue el coronel Spivey quien envió la bomba.

Todos se volvieron para ver quién había hablado con tanta autoridad, con un rico y confiado bajo.

—¡Manella! —exclamó Alex. Teresa abrió la boca.

De pie en la puerta, el periodista sonrió y luego entró graciosamente en la cámara. Tras apoyar un brazo en la rejilla del resonador gravitatorio, volvió a sonreír.

—Me alegro de que todavía me recuerdes, Lustig. Hola a todos. Capitana Tikhana. Sentí mucho tener que abandonarte en Waitomo, pero me encontraba realmente mal.

—Escoges momentos muy convenientes para ir y venir —comentó Teresa con amargura—. ¿Qué te hace pensar que tenemos algún interés en lo que tengas que decir ahora, Pedro?

Manella sonrió.

—Vamos, vamos. Estoy seguro de que el coronel Spivey os ha dicho cuánto respeta a quien dispuso las interferencias para nuestro proyecto, antes de encontrarnos por fin. ¿No lo admitió? ¿No implica eso de qué lado estaba y estoy?

Alex frunció el ceño. Pedro estaba dando a entender que incluso ahora tenía su propia conexión intervenida en el complejo de Waitomo, cosa que era perfectamente plausible. Había tenido tiempo de sobra para colocar micrófonos ocultos. Sólo se necesitaba una fibra fina como la seda.

—Pero todo lo bueno llega a su fin. Fue un hacker fuera de la Red quien nos localizó. Recibí el aviso sólo un momento antes de que llegaran esos mirones. —Manella palpó el reloj de datos que llevaba en la muñeca izquierda—. No hubo tiempo de advertir a nadie, y supe que si me llevaba a Teresa, la caza del hombre nos atraparía a ambos en un abrir y cerrar de ojos. Pero supuse que Spivey no me consideraría digno de tomarse ninguna molestia.

—Apenas mencionó tu nombre —corroboró Teresa, confirmando la decisión tomada en décimas de segundo de Manella y enfatizando lo poco que se habían preocupado por él.

Manella aceptó el insulto de buen humor.

—De todas formas, he estado echando un vistazo a las cosas, mientras me mantenía fuera del alcance.

Teresa lo interrumpió.

¡Ja!

—… pero tenía la sensación de que se preparaba algo de este estilo. Por eso llamé a vuestro jefe de seguridad esta mañana, con un pequeño soplo.

Alex se volvió para mirar al hombre de Tía Kapur. El gran maorí se encogió de hombros.

—Debe de haber sido él, tohunga.

—¿Cómo sabemos que no fue él quien envió al saboteador, para poder delatarlo y recuperar nuestra confianza? —objetó Teresa.

—Oh, capitana —suspiró Manella—. ¿No crees que soy lo bastante persuasivo por mi cuenta, sin tener que usar trucos y juegos de manos? Además, no tengo acceso a bombas y similares. Acabas de oír a este hombre sabio: él sabe que se trata de un artículo de ANZAC.

»No, yo solamente usé esto. —Se dio un golpecito en la nariz—. Lustig puede confirmarte que nunca falla. Sabía que se cocía algo. Era lógico. Spivey no puede permitirse dejaros en funcionamiento mucho más tiempo.

—Pero ¿por qué? —se quejó una de las técnicos—. ¿Sólo porque estamos empujando a Beta algo más arriba, para que se evapore un poco?

Otro ingeniero estuvo de acuerdo.

—Ya no puede ser para mantener el asunto en secreto. GEIS privados están cotejando datos de casi todos los rayos gázer, emitiendo todo tipo de teorías y acercándose a la verdad. De todas formas, anoche el presidente de la OTAN aseguró que el martes haría una declaración importante. Todo irá a los tribunales.

—Lo que hace que el tiempo sea todavía más crucial para Spivey —completó Pedro—. Dime una cosa, Alex. ¿Hay signos de otros resonadores en línea? ¿Aparte de los cuatro originales?

Oh, desde luego es hábil, admitió Alex para sus adentros, lo hubiera adivinado Manella por su cuenta o lo hubiera descubierto tras espiarlos.

—Hace varios días que venimos notando sus rastros. Dos en territorio Nihon, uno ruso y otro han.

—¿Y?

—Y seis más, mucho mejores. Están siendo emplazados en los centros de las caras de un cubo, una disposición mejor que nuestro tetraedro.

—Justo lo que esperaba —asintió Manella—. ¿Y quién más, aparte de ti mismo, es capaz de construir semejante artefacto? ¿Quién más tiene tanta delantera sobre rusos y hans e incluso nihoneses?

El silencio fue su única respuesta. La solución saltaba a la vista.

—¿De modo que se supone que habrá un anuncio dentro de cuatro días? ¿De modo que se invocará a los tribunales y se revelará todo? ¿Y qué? Lo que pase después seguirá dependiendo de quien tenga la mejor información y experiencia. Ése continuará detentando el control. Impondrá el ritmo. Gobernará el mundo.

—Spivey —apuntó Teresa, aunque claramente no quería hacerlo.

Manella asintió.

—Casi tiene el monopolio de los datos referentes a estas terroríficas nuevas tecnologías. ¿Pero quién sabe aún más de singularidades y láseres de gravedad que sus físicos domados?

Todos se miraron mutuamente. Nadie comprendía el fenómeno gázer mejor que los reunidos en aquella sala.

Esto no está bien, decidió Alex. Manella puede tener razón. Mierda, probablemente la tiene. Pero no voy a dejar que hipnotice a mi equipo.

—Muy listo, Pedro —le dijo al periodista—. ¿También has deducido lo que voy a hacer al respecto?

—¿Eso es todo? —sonrió el hombretón—. Olvidas que te conozco, Lustig. Apostaría la radio que tengo implantada en los dientes y el salario de medio año a que intentas demostrarle al coronel Spivey con quién está tratando.

Maldito seas, pensó Alex. Pero por fuera sólo se encogió de hombros. Tras mirar a los demás, anunció:

—Quien quiera dejar la isla, puede hacerlo ahora. Se advertirá a todos los civiles en un radio de dos kilómetros.

»En cuanto a mí, no pretendo olvidar esto. —Sopesó la bomba.

Volvió a mirar a Teresa, que asintió. Ella comprende. Los próximos días decidirán el futuro de todo.

Alex observó a los trabajadores reunidos, que de uno en uno se fueron acercando a él y a la gran masa oscilante del resonador. Su voto silencioso fue unánime.

—Bien —dijo, sintiendo una oleada de aprecio hacia sus camaradas—. Entonces, manos a la obra. Tuve un sueño hace poco, y eso me dio una idea para llamar la atención del coronel.

■ Grupo Especial de Interés y Discusión para Buscar Soluciones Mundiales de Largo Alcance [GEI DS, MLP 2537890.546]. Alerta Especial a los Miembros.

Hay momentos para discutir y otros momentos en que sólo la acción cuenta. ¡Ninguno de nuestros dignos esquemas ayudará a nadie si no conseguimos hacerlos pasar a través de la locura actual!

Por lo tanto, los coordinadores del GEI para Buscar Soluciones Mundiales de Largo Alcance suspendemos a partir de ahora todos los foros de conferencias. En cambio os animamos a todos, como individuos, a buscar maneras de resolver la crisis que muchos ven acercarse a cada hora que pasa.

«Pero ¿qué puede hacer una sola persona para influir en asuntos de tanta magnitud e importancia?». Una respuesta podría sorprenderos. Pronto alquilaremos estos canales a la Federación de Grupos Especiales de Interés de Observación Aficionada [gei BaY, FOA 456780079.876]. Su portavoz describirá cómo cada uno de vosotros puede ayudar en el esfuerzo mundial para localizar a los duendes.

Puede sorprenderos hasta qué punto confía la ciencia en los observadores aficionados, desde los observadores de pájaros a los contadores de meteoros a los aficionados con estaciones metereológicas privadas. Pero ahora que ocurren tantos fenómenos extraños por todo el mundo, esas cadenas aficionadas cobran su auténtico valor. Los ciudadanos privados, con ojos aguzados y cámaras dispuestas, buscan incluso ahora mismo pautas que los poderosos creen poder mantener en secreto.

¡Les demostraremos a quién pertenece este planeta! Así que permaneced en conexión para ver la lista de grupos a los que os podéis unir. ¡Y luego menead vuestros perezosos traseros, limpiadle el polvo a vuestras Verd-Vis, salid y mirad! Puede que vosotros seáis quienes deis con esa pista vital para ayudar a seguir a esos jodidos duendes hasta su fuente.