Sepak Takraw finalizó su tercera ronda al perímetro de ANSA ese día y verificó que seguía sin haber una salida de la trampa. Tropas de élite indonesias y papúes habían asegurado esta pequeña llanura en las profundidades de la lluviosa Irian Jaya. Nada entraba ni salía sin que sofisticados detectores lo localizaran e identificaran.
De hecho, Sepak estaba impresionado por la profesionalidad de los soldados. Uno apenas llegaba a ver tan de cerca a los militares en acción, exceptuando a la banda presidencial el Día de la Independencia. Resultaba fascinante observar a los centinelas usar meticulosamente ordenadores de bolsillo para randomizar sus rondas, de forma que lo que podría haberse convertido en rutina permanecía impredecible a propósito.
Los primeros días después de encontrar su propia salida a la superficie, Sepak estuvo ocupado sólo con mantenerse apartado del camino de los soldados. Pero claro, pese a toda su sofisticación, no estaban buscando exactamente a nadie dentro de su perímetro. Eso significaba que los técnicos de George Hutton habían mantenido la boca cerrada respecto a su existencia, malditos fueran. Su lealtad le planteaba una obligación a cambio.
Así, una vez al día se escabullía por entre su diminuto pasaje rocoso para comprobar el estado de los kiwis. Los primeros días las cosas parecieron bastante sombrías. Los chicos de Nueva Zelanda estaban desplomados contra las paredes, observando a sus captores, hablando en monosílabos. Pero luego las cosas cambiaron drásticamente. Los inquisidores cedieron el puesto a un enjambre de expertos del exterior que aparecieron en medio de una tormenta de batas blancas y trataban a los neozelandeses con total deferencia. De repente, todo pareció terriblemente social.
Demasiado social. Sepak no quería formar parte de nada de todo aquello. Evitaba en especial las cavernas durante las comidas, porque tendría que quedarse mirando desde una galería elevada y oler los guisos civilizados. Mientras tanto, tenía que arreglárselas con lo que le había enseñado su abuelo, nutriéndose del propio bosque.
En la orilla de un arroyuelo, Sepak se cubrió las cejas con barro blando, a fin de renovar el camuflaje que lo había mantenido invisible a los soldados hasta ahora, y mientras no intentara cruzar los rayos que demarcaban el perímetro. Masticó despacio los últimos trozos de una joven pitón arbórea que había capturado el día anterior. Los últimos trozos que tenía intención de comer. Su abuelo le había enseñado a preparar las entrañas usando algunas oscuras hierbas. Pero le había parecido demasiado nauseabundo para prestar atención. Sentir respeto por tu herencia estaba bien. Sin embargo, algunas «delicadezas» sobrepasaban los límites.
Hacía varias generaciones que nadie cazaba en el bosque de esta forma. Tal vez eso explicaba la suerte que había tenido hasta el momento. O quizá fuera porque Sepak había dejado un puñado de brillantes plumas y alas de mariposa al pie de un alto árbol, como sacrificio a un espíritu cuyo nombre había olvidado, pero que según su abuelo era fuerte y benévolo.
Lo estoy haciendo bien, pensó. Pero por mil diablos, ¡me vendría bien un baño!
Sepak vio su reflejo en el agua. Era todo un espectáculo, desde luego. El cabello rizado aplastado hacia atrás con grasa de marsupial. La piel oscura surcada por manchas y líneas de barro y savia. Sólo cuando sonrió descubrió algún rastro de un hombre del siglo XXI: sus dientes de repente parecieron demasiado blancos, demasiado bien ordenados y perfectos.
A su alrededor sentía la vida rebullir y arrastrarse, de los diminutos escarabajos que escarbaban en los detritos del bosque hasta las altas ramas, donde distinguía rápidos parches de piel, el destello de las escamas, el relampagueo de los ojos. Las ramas crujían. Unos animales cazaban lentamente a otros. Había que ser paciente para descubrir todo aquello. No era una habilidad que se aprendiera en la escuela.
Lo que más se advertía era el silencio.
De repente, la calma quedó interrumpida por un grupo de pájaros que se abalanzaron hacia el pequeño claro en medio de una tormenta de plumas. Revolotearon desde la derecha, un caos de colores y formas. Después de un instante de sorpresa, Sepak se quedó completamente inmóvil. Había leído sobre este fenómeno, pero nunca hasta ahora lo había presenciado. Los pequeños pájaros de plumas azules se zambulleron directamente en el humus, agitando hojas y ramas mientras cazaban a los insectos en fuga. Por encima, una especie más grande, de plumas blancas y amarillas, se lanzaba a atrapar todo lo que apareciera a la vista, tras ser espantado por los atrevidos pájaros azules. Otras variedades se congregaban en los troncos y curvaban las raíces de los árboles. Era sorprendente ser testigo de la cooperación entre especies, que actuaban como miembros de un disciplinado equipo de limpieza en la jungla.
Entonces Sepak advirtió que uno de ellos se peleaba por una migaja, y revisó su primera impresión. Los pájaros blancos y amarillos eran oportunistas que se aprovechaban del trabajo de los más pequeños. Vio que un pájaro de cola negra arrancaba un gusano que se debatía entre las fauces de un airado pájaro de brillantes plumas anaranjadas. Otras especies hacían lo mismo y se vigilaban mutuamente mientras trabajaban la corteza inferior del árbol, engullendo parásitos e insectos ricos en proteínas antes de que ningún competidor pudiera llegar a ellos. Así pues, no se trataba de un trabajo en equipo. Era un equilibrio de amenaza, ruido y fuerza. Cada carroñero luchaba por quedarse con lo que encontraba mientras se adelantaba a los demás.
Qué curioso. ¿Por qué siguen juntos, entonces?
A Sepak le parecía que los pájaros blancos y amarillos podían acosar aún más a los pequeños. Perdían oportunidades porque estaban distraídos, pues pasaban la mitad del tiempo vigilando el bosque desde arriba.
Descubrió el motivo. De repente, varios pájaros amarillos trinaron una alarma, provocando una estampida de alas. En un abrir y cerrar de ojos, todos los pájaros desaparecieron, para ocultarse un instante antes de que un gran halcón revoloteara sobre el claro, los espolones vacíos, chillando de frustración.
La advertencia de los amarillos los salvó a todos, no sólo a los de su especie.
En unos instantes la rapaz desapareció y la muchedumbre de aves regresó para reemprender su extraña parodia de cooperación.
Cada uno desempeña un papel, advirtió Sepak. Todos se benefician de la habilidad como guardián de una especie. Todos se benefician del talento de los otros para picotear…
Estaba claro que ninguno se apreciaba mutuamente. Había tensión. Y esa misma tensión hacía que todo funcionara. Unía la entidad que era el enjambre de caza mientras se perdía de vista a través de los altos árboles.
Ja, pensó Sepak, maravillándose de cuánto podía aprender uno estando simplemente sentado y observando. No era una habilidad que se aprendiera en el frenético ritmo de la sociedad moderna. Tal vez, consideró, habría algunas ventajas en esta aventura, después de todo.
Entonces su estómago gruñó. Muy bien, pensó, mientras se levantaba y recogía sus burdas lanzas. Te oigo. Sé paciente.
Pronto echó a andar en silencio, escudriñando las ramas, pero ya no como observador pasivo. Ahora escrutaba entre los árboles, escuchando con los oídos, buscando con los ojos, siguiendo pistas que le indicaran dónde podría encontrar la siguiente comida.
■ Ahora es oficial. Los científicos de la NASA confirman que su nave espacial más antigua en funcionamiento, el Voyager 2, se ha convertido en el primer objeto creado por el hombre en abandonar por completo el Sistema Solar.
De hecho, los límites de la familia del Sol son objeto de debate. Durante el siglo pasado, la distancia del Voyager excedió la de Plutón, el noveno planeta. Otro hito se celebró cuando la venerable nave alcanzó el frente de choque solar, cuando se encontró con átomos del espacio interestelar. Sin embargo, la mayoría de los astrónomos aseguran que el Voyager estaba aún dentro de la influencia del viejo Sol hasta que atravesó la «heliopausa» y dejó atrás el viento solar, cosa que sucedió en el año 2037, una década después de lo previsto.
Los datos del pequeño transmisor de diez vatios del Voyager ayudan a los científicos a redefinir sus modelos del universo. Pero lo que la mayoría de la gente encuentra sorprendente es que el primitivo robot, lanzado hace sesenta y cinco años, todavía esté en funcionamiento. Es algo que desafía todas las expectativas, de sus diseñadores o de los ingenieros modernos. Tal vez el responsable sea alguna cualidad preservadora del espacio profundo. Pero la Asamblea de Amigos de San Francisco [■ GEI.Rel.disc. 12-RsyPD 6344399889.058] ha ofrecido una sugerencia más pintoresca. Este grupo católico de interés especial considera que la supervivencia del Voyager es «milagrosa» en el sentido literal de la palabra.
—Creemos firmemente que el más antiguo mandamiento celestial ordena a la humanidad seguir adelante, observar las obras de Dios y glorificarlo poniendo nombre a todas las cosas.
»En esta misión, ninguna empresa humana se ha arriesgado tanto ni ha tenido tanto éxito como el Voyager, que nos ha dado lunas y anillos y planetas distantes, grandes valles y cráteres y otras maravillas. Detectó las tormentas de Júpiter y los rayos de Saturno y envió a casa fotos del rompecabezas que es Miranda. Ninguna otra empresa moderna ha glorificado tanto al Creador, mostrándonos tanto de Su grandioso designio, como el fiel Voyager, nuestro primer emisario a las estrellas.
Una idea pintoresca y no del todo desagradable que contemplar hoy en día, cuando las ondas se llenan una vez más con atisbos de crisis. Es un toque de optimismo que nos ofrece un buen motivo para la reflexión.
Les habla Corrine Fletcher, informando para Reuters II desde el Laboratorio de Propulsión a Chorro, en Nueva Pasadena, California.
[■ Bio-periodista: C. FLETCHER-REUT.III. Promedios de credibilidad: Ca AD-2, Sindicato de Espectadores (2038). BaAb-1, World Watchers Ltd., 2038.]