MESOSFERA

Lo más agradable de la nueva rutina era que por fin daba a Stan Goldman la oportunidad de tener un poco de tiempo libre para discutir con viejos amigos.

Las siguientes tandas de aplicación del gázer serían normales. El programa seguía lo previsto, empujando lentamente a Beta, latido a latido, a su órbita superior. Al menos Stan sentía que podía dejar a su ayudante a cargo del resonador para tomarse una hora de descanso.

En realidad formaba parte de su trabajo, ya que ayudaría a mantener su tapadera. Después de todo, ¿no sospecharían sus anfitriones si no hacía honor a su carácter? Los paleontólogos emplazados en el Hammer considerarían raro que Goldman no apareciera de vez en cuando para charlar y chismorrear. Así, partió con la conciencia relativamente tranquila hacia el campamento cercano para compartir un poco de cerveza y conversación amistosa.

Todo en cumplimiento del deber.

—Debemos tener una respuesta dentro de pocos años —dijo Wyn Nielsen, el alto y rubio director de la excavación, un viejo amigo de hacía muchos años—. Lo sabremos cuando los hans lancen por fin ese gran interferómetro suyo. Hasta entonces, toda charla es inútil.

Habían estado discutiendo si alguno de los sistemas estelares cercanos podría tener planetas similares a la Tierra, y el danés, mayor pero todavía atlético, se mantuvo firme a su reputación pragmática y tozuda.

—¡Si tenéis los medios para hacer experimentos, adelante! Si no, entonces esperad hasta que los experimentos sean posibles. La teoría por sí misma es sólo masturbación.

El pequeño grupo se echó a reír. Con todo, Wyn no era ningún aguafiestas. Y como todos los demás parecían querer especular, se limitó a gruñir con buen talante y la charla continuó.

—Ya veremos qué pasa con ese interferómetro han —apuntó una geóloga llamada Gorshkov, con quien Stan llevaba décadas encontrándose en las conferencias—. Los chinos llevan una eternidad hablando del tema. ¿Por qué no podemos ver la respuesta con las instalaciones que tenemos en órbita ahora mismo?

Stan se encogió de hombros.

—Los telescopios eurorrusos y americanos son bastante viejos, Elena. Sí, han detectado planetas alrededor de las estrellas cercanas, pero sólo gigantes como Júpiter y Saturno. Los mundos pequeños y rocosos como la Tierra son más difíciles de encontrar, como distinguir el destello de una aguja en un pajar en llamas, añadiría.

—¿Pero no predicen la mayoría de los modelos astrofísicos que las estrellas tipo sol deben tener planetas?

Esta vez fue un danés más joven. El hosco amigo de Teresa, Lars. El muchacho podía parecer un mecánico fornido o un héroe de fútbol americano, pero sin duda había leído mucho.

—Sí y no —replicó Stan—. Las estrellas tipo G como nuestro sol deben despojarse de momento angular en su infancia, y como el nuestro dio casi todo su momento de rotación a su cohorte de planetas, la mayoría de los astrónomos suponen que otras estrellas que roten como el sol deben de tener planetas también.

»Es más, los astrónomos creen que las protoestrellas jóvenes emiten fieros vientos de partículas, que dispersan los elementos volátiles. Por eso hay tanto hidrógeno en el exterior del Sistema Solar, mientras que Mercurio y Venus, que están más cerca, han sido despojados del suyo.

—Pero la Tierra viene al pelo —asintió Wyn—. Está en mitad de una zona donde el agua puede permanecer líquida, ¿no?

—El efecto Rizos de Oro —confirmó Stan—. La vida no podría haber empezado, ni continuado mucho tiempo, sin montones de agua.

»Pero como la Tierra está “en el medio” de la zona de vida del Sistema Solar…, bueno, los astrónomos han discutido acerca de esto desde hace más de un siglo.

»Algunos pensaban que si nuestro mundo estuviera tan sólo un cinco por ciento más cerca del Sol, habríamos caído en la trampa de Venus, muerto por el calor del efecto invernadero. Y si hubiéramos estado un cinco por ciento más lejos, los mares de la Tierra se habrían congelado para siempre.

—¿Y qué? ¿Cuál es la estimación moderna?

—¿En la actualidad? Los mejores modelos muestran que la zona de vida de nuestro Sol es probablemente muy ancha, que se extiende desde menos de una unidad astronómica hasta tres o más.

Alguien silbó. Elena Gorshkov cerró los ojos un momento.

—Espera un momento. ¡Eso llega hasta más allá de Marte! Entonces, ¿por qué no es Marte un mundo con vida?

—Buena pregunta. Hay pruebas de que Marte tuvo agua líquida, grandes cañones que todavía tenemos que visitar, ay. —A eso hubo un murmullo general de acuerdo. Varios alzaron los vasos en un brindis por las oportunidades perdidas—. Tal vez incluso hubo mares durante algún tiempo, donde primitivas formas de vida tuvieron un valiente comienzo antes de que toda el agua se congelara en las arenas. El problema con el viejo Marte no fue que girara demasiado lejos del Sol. La dificultad real fue que los romanos bautizaron a un pigmeo con el nombre de su dios de la guerra. Es un mundo enano, demasiado pequeño para conservar los gases de invernadero necesarios. Demasiado pequeño para mantener esos famosos volcanes cubiertos humeando. Demasiado pequeño para albergar vida.

—Mmm —comentó Lars—. Lástima de Marte. Pero si las estrellas tipo G tienen grandes zonas de vida, debería haber muchos otros mundos ahí fuera donde las condiciones fueran apropiadas, con océanos donde la vida pudiera dar sus primeros pasos. La evolución debería haber funcionado también en esos lugares. Entonces, ¿dónde…?

—Entonces, ¿dónde demonios está todo el mundo? —interrumpió Wyn Nielsen, golpeando la mesa.

Regresamos a la vieja pregunta, pensó Stan. Enrico Fermi también preguntó lo mismo hace un centenar de años. ¿Dónde está todo el mundo?

En una galaxia de medio billón de estrellas, tendría que haber muchos, muchísimos mundos como la Tierra. Seguramente algunos de ellos tendrían que haber desarrollado vida, incluso civilización, hacía mucho tiempo.

Al menos en teoría, el viaje estelar parece posible. Así las cosas, ¿por qué durante todo el tiempo fue la Tierra «terreno inexplorado», sin formas de vida indígena superiores a las bacterias o los peces, ni fue colonizada jamás por ninguna raza espacial viajera?

La cantidad de verborrea que se había empleado en el tema, incluso excluyendo la posibilidad de los platillos volantes, sólo se extendió después del establecimiento de la Red Mundial de Datos. Y todavía no había ninguna respuesta satisfactoria.

—Hay montones de teorías de por qué la Tierra no fue colonizada —replicó—. Algunas tienen que ver con calamidades naturales, como las que estáis investigando aquí. Después de todo, si meteoritos gigantes aniquilaron a los dinosaurios, catástrofes similares pueden haber eliminado a otros posibles viajeros espaciales. Nosotros mismos podemos ser destruidos por cualquier encuentro fortuito antes de que alcancemos un nivel suficiente para…

La voz de Stan se apagó súbitamente. Era como si algo lo hubiera golpeado entre los ojos, dos veces.

Durante un tiempo había conseguido desterrar todo pensamiento del taniwha. Así que el súbito recuerdo contextual le cayó como un golpe. Pero lo que le había hecho detenerse fue una nueva idea, una que se había abierto paso siguiendo a las palabras: Nosotros mismos podemos ser destruidos por cualquier encuentro

Tosió para disimular su incomodidad y alguien le dio palmadas en la espalda. Mientras daba un sorbo a la cerveza tibia y rechazaba la ayuda de sus preocupados amigos, pensó: ¿Podría haber venido nuestro monstruo de fuera? ¿Podría ser algo no creado por el hombre?

No necesitó tomar nota mentalmente para examinar la idea más tarde. Ésta era de las que se le quedaban grabadas. ¡Si hubiera podido librarme de todo esto y acudir a la reunión en Waitomo! ¡De algún modo, debía encontrar el medio de transmitir su idea a Alex!

Pero ahora no era el momento de perder el hilo de sus pensamientos. Había experiencias que mantener. ¿Dónde estaba…? Oh, sí.

Tras carraspear, continuó:

—Mi explicación favorita para la ausencia de extraterrestres, o su aparente ausencia, tiene que ver con lo que estábamos comentando antes, las zonas de vida alrededor de estrellas tipo G como nuestro Sol. Los astrónomos consideran ahora una zona muy ancha hacia fuera desde nuestra posición, donde una homoestasis tipo Gaia podría ser prendida por la vida. Cuanto más lejos se va, menos luz solar hay, por supuesto. Pero según el modelo Wolling, quedaría más carbono en la atmósfera para mantener un equilibrio de calor. Voila.

»Pero advertid que hay muy poca zona habitable hacia dentro desde nuestra órbita. La Tierra gira muy cerca del Sol para ser un planeta acuático. En nuestro caso, la vida tuvo que purgar casi todo el carbono de la atmósfera para dejar escapar el calor suficiente cuando la temperatura del Sol aumentó. Y en un par de cientos de millones de años, ni siquiera eso será suficiente. A medida que el amigo Sol se hace más viejo, la frontera interna cruzará nuestra órbita y nos coceremos, lenta pero literalmente.

»En otras palabras, sólo nos quedan un centenar de millones de años o así para elaborar un plan.

Todos se rieron, un poco nerviosos.

—¿Cuál es entonces tu teoría? —preguntó Nielsen.

Stan se estaba preguntando cómo se libraría de ser el centro de atención y poder así encontrar una excusa para marcharse. Pero tenía que hacerlo suavemente, con naturalidad. Extendió las manos.

—Es muy simple. Verás, creo que la Tierra debe de ser relativamente caliente y seca con respecto a otros mundos acuáticos. Oh, puede que no lo parezca, con el setenta por ciento de la superficie cubierta de océanos. ¡Pero eso sólo significa que los planetas normales de las zonas de vida deben ser aún más húmedos!

»Una consecuencia sería menos zona de tierra continental que erosionarse bajo la lluvia.

—Ah, ya veo —intervino un geoquímico turco—. Menos erosión significa menos fertilizante para alimentar la vida de esos mares. Por su parte eso implica menos evolución, ¿no?

Uno de los paleontólogos habló desde los bordes del círculo.

—Y las formas de vida tendrían menos oxígeno para impulsar metabolismo rápidos como los nuestros.

Stan asintió.

—Y, por supuesto, con menos zona terrestre, habrían menos oportunidades de evolucionar en ellas —concluyó, agitando los dedos.

—¡Ja! —comentó Elena Gorshkov, mientras agitaba la cabeza.

Varias discusiones estallaron en la periferia mientras los científicos disputaban amigablemente. Nielsen palpaba la miniplaca de su regazo, probablemente buscando refutaciones.

Bien, pensó Stan. Era gente capaz, y le gustaba verlos lanzarse ideas como balones. Lástima que tuviera que ocultarles su más acuciante descubrimiento científico. Conocer las cosas que conocía, y tener que ocultarlas a sus colegas…, a Stan le parecía vergonzoso.

—Ajá —exclamó Nielsen—. Acabo de encontrar un trabajo interesante sobre la erosión continental que apoya lo que dice Stan. Aquí está. Os lo enviaré.

Los demás sacaron placas y lectoras de sus bolsillos y las desplegaron para recibir el documento, extraído de algún rincón de la Red por el rápido programa hurón de Nielsen. Distraído de su reciente deseo de marcharse, Stan empezó a buscar su aparato de bolsillo.

Sin embargo, en ese momento, su reloj le emitió una diminuta descarga en la muñeca izquierda, lo suficiente para atraer su atención. El ritmo indicaba urgencia.

Mientras la charla de excitada discusión volvía a apagarse, Stan se excusó como si se dirigiera al lavabo de hombres. Por el camino sacó del reloj un microrreceptor y se lo colocó en la oreja.

—Habla —le dijo al dial luminoso.

—Stan. —Era la vocecita de Mohotunga Bailie, su ayudante, y estaba teñida de miedo—. Vuelve. Rápido.

Eso fue todo. La conexión se cortó bruscamente.

Stan experimentó un escalofrío, mezclado con súbitos retortijones de culpabilidad. El taniwha… ¿habrá escapado al control? ¡Oh, Señor, no debería de haberlos dejado solos!

Pero mientras lo pensaba, en el fondo de su corazón supo que Beta no podría haber escapado tan súbitamente. Las cifras no indicaban una situación así, no con las configuraciones estables que había estudiado hacía menos de una hora.

Entonces, será uno de los rayos. Esta vez debemos de haber alcanzado una dudad. ¿Cuántos muertos? Oh, Dios, ¿podrás perdonarnos? ¿Podrá hacerlo alguien?

Con manos pálidas y temblorosas salió al exterior, donde el perlado crepúsculo ártico se extendía en dos tercios del horizonte. La aurora boreal creaba fluctuantes cortinas ionizadas sobre la placa de hielo de Groenlandia. Stan medio se tambaleó medio corrió hacia su pequeña moto de cuatro ruedas y la puso en marcha, haciendo que sus neumáticos hinchados rechinaran sobre la chispeante morrena y lanzaron grava al aire.

Mientras regresaba al refugio del equipo de Tangoparu, su mente se llenó de sombrías ideas de lo que podía haber causado aquel tono de temor en la voz de su ayudante. Entonces cruzó una loma y la cúpula apareció a la vista, junto con el gran helicóptero color oliva aparcado más allá. El corazón de Stan dio otro vuelco.

Súbitamente advirtió que no se trataba de otro problema con Beta. Al menos no directamente. Era otro tipo de calamidad.

OTAN, advirtió al reconocer los uniformes de los hombres armados que patrullaban el perímetro del refugio. Santo Dios…, nunca creí que volvería a ver estos colores. Había olvidado que todavía están en activo.

Sólo conocía una razón para que el gran aparato armado hubiera venido a esta hora de la noche, trayendo soldados a la puerta de su laboratorio. Y desde luego, no se trataba de una visita social.

Nos han encontrado, comprendió, consciente de que sólo tenía unos segundos para decidir qué hacer.

■ Plano-Forbes: 2500 millones

World Watch: 6000 millones

Rocks-Runyon: 10.000 millones

Estas estimaciones de la capacidad máxima de la Tierra para mantener a la población humana se calcularon antes de 1990, cuando la atención mundial empezó a cambiar de las ideologías y los nacionalismos hacia cuestiones de supervivencia ecológica. A primera vista, los tres cálculos parecen completamente dispares. Sin embargo, todos se basaron en los mismos datos brutos.

De hecho, sus diferencias radican principalmente en la definición que cada uno dio a la palabra «mantener».

Para Plano y Forbes, significaba un sistema que durara al menos tanto como el de la antigua China (varios miles de años), y proporcionara a todos los niños educación, distracciones básicas y un uso de energía per capita equivalente a la mitad del consumido por los estadounidenses alrededor de 1980. Una población humana sustentable usaría carburantes con base de carbono solamente a la velocidad en que la vegetación los reciclara y dejaría en paz los territorios salvajes para preservar el genoma natural. Estos criterios demostraron ser imposibles de mantener durante largos períodos si los niveles de población excedían los dos mil quinientos millones de habitantes[6]

World Watch consideró menos condiciones para hacer su cálculo. Por ejemplo, mientras los niveles de consumo de los estadounidenses siguieron considerándose un despilfarro, los autores no promulgaron el racionamiento de los combustibles fósiles. La comida fue su preocupación más acuciante, y aunque no previeron muchas tendencias positivas y negativas (por ejemplo, la desertización provocada por el efecto invernadero en oposición a la autofertilización), su mayor diferencia con Piano-Forbes se debe a que proyectó la «manutención» sólo a unos cientos de años vista.

El modelo Rocks-Runyon ha demostrado ser el más adecuado, en el sentido que predijo correctamente que podríamos alimentar (con dificultad) a diez mil millones en el año 2040. También pide lo mínimo para el futuro humano. La mera supervivencia fue su criterio: avanzar a tientas, sin preocuparse por lo que sucedería al cabo de unos cientos de años, y mucho menos más allá.

En efecto, hay quienes argumentan que no deberíamos preocuparnos por lo que suceda tan adelante. Después de todo, la ciencia progresa.

Tal vez esas generaciones inventen nuevas soluciones que hagan parecer académicos los problemas que les dejamos.

Tal vez nuestros descendientes sepan cuidar de sí mismos.

—De La mano transparente, Doubleday Books, edición 4.7 (2035). [Código de acceso hiper 1-ÍTRAN-777-97-99446-29A.]