ASESINO DE PLANETAS

El espacio era el tejido de su existencia.

Una madeja de hilo superdenso, tejido y cardado en diez dimensiones, intrincado. Un pozo profundo, hundido en un punto microscópico, insondable. Más negro que la negrura, no emitía nada, aunque el torturado espacio de su contorno ardía a más temperatura que los núcleos de los soles.

Había nacido dentro de una máquina, una que había viajado hasta muy lejos para alcanzar esta modesta base, comprimida en la ondulante placa del universo por una estrella menor. Tras llegar, el aparato empezó a trabajar para crear de la pura nada la tensa textura del asesino. Entonces, en sus últimos retoques letales, la fábrica liberó a su creación en un suave rumbo circular, surcando la comitiva de diminutos planetas entre las estrellas.

Durante dos revoluciones, el asesino perdió masa. En el espacio había átomos para alimentar sus pequeñas pero hambrientas fauces, pero no lo suficiente para satisfacer sus pérdidas, lazos de superdensa brillantez que seguían brotando para autodestruirse en brillantes estallidos de rayos gamma. De continuar así, se evaporaría por completo antes de llevar a cabo su trabajo.

Pero entonces entró en un pequeño pozo de gravedad, un breve toque de aceleración y chocó contra algo sólido. El asesino lo celebró con un estallido de radiación. A partir de entonces, su órbita empezó a bañarse, una y otra vez, en reinos de alta densidad.

Los átomos caían atraídos por su estrecha boca, poco más ancha que uno de ellos. Todavía hubo unas pocas colisiones reales, pero donde al principio comía picogramos, pronto devoró mieras, luego miligramos. Ninguna comida lo satisfacía.

Los gramos se convirtieron en kilogramos…

No había sido programado para sentir el paso de los años, ñipara saber que el festín tendría que terminar algún día, cuando el planeta fuera consumido en un último y voraz bocado. Entonces se encontraría de nuevo solo en el espacio, y durante algún tiempo el sistema solar tendría dos soles, mientras que la esencia de lo que antes había sido la Tierra se difuminaba en fulgurantes fotones.

No sabía nada de esto, ni le importaba. Por el momento, los átomos seguían llegando. Si se puede decir que un complejo y refulgente nudo en el espacio puede ser feliz, entonces ése era su estado.

Después de todo, ¿qué otra cosa había en el universo sino materia que comer, luz que excretar, y vacío? ¿Y qué eran? Sólo tipos de espacio plegado sutilmente distintos.

El espacio era el tejido de su existencia.

Sin alboroto ni intención, crecía.

■ Grupo Especial de Interés y Discusión para Buscar Soluciones Mundiales de Largo Alcance [GEI, DS.MLP 2537890.546]. Subgrupo de Colonización Espacial. Foro de discusión abierta.

Muy bien, imaginemos que conseguimos sobrevivir a las siguientes décadas y al final llevamos a cabo lo que deberíamos haber hecho en el siglo XX. Supongamos que explotamos los asteroides en busca de platino, descubrimos los secretos de la auténtica nanotecnología, y enviamos a «ovejas» de Von Neumann a pastar en la Luna para producir riquezas sin fin. Si hacemos caso al resto de ustedes, todos nuestros problemas habrán terminado entonces. El siguiente paso, el viaje a las estrellas y la colonización de la galaxia, sería trivial.

¡Pero esperen! Incluso suponiendo que resolvamos el problema de mantener en el espacio ecologías de larga duración y alcancemos tal riqueza que el coste de los viajes estelares no nos deje en la miseria, todavía queda el problema del tiempo.

Me refiero a que la mayoría de los diseños hipotéticos muestran naves espaciales viajando a poco más del diez por ciento de la velocidad de la luz, bastante más lentas que esos cruceros de ciencia ficción que vemos en los tridis. A esa velocidad, harán falta cinco, diez generaciones para alcanzar un buen lugar donde establecer una colonia. Mientras tanto, los pasajeros tendrán que mantener pueblos y granjas, y nietos chiflados y claustrofóbicos en el interior de sus mundos huecos en rotación. ¿Qué clase de ingeniería social requerirá eso? ¿Saben cómo diseñar una sociedad cerrada que dure tanto sin destruirse? Oh, creo que puede hacerse. ¡Pero no pretendan que sea simple!

Ni lo será resolver el problema del aislamiento genético. En las arcas y zoos que tenemos ahora, muchas especies rescatadas mueren a pesar de que las microecologías son correctas, simplemente porque en la mezcla original se incluyeron pocos individuos. Para tener un poso genético sano hace falta diversidad, variedad, heterocigotos.

Una cosa está clara: ninguna nave espacial lo conseguirá llevando sólo un grupo racial. Francamente, lo que hará falta son mestizos, gente que se haya cruzado prácticamente con todo el mundo y parezca gustarles. Ya saben, como los californianos.

Además, es como si se hubieran estado preparando para ello desde el principio. Demonios, imaginen lo que sucedería si los extraterrestres aterrizaran alguna vez en California. ¡En vez de salir corriendo o interesarse por los secretos del universo, los californianos probablemente preguntarían a los BEMs[5] si tienen alguna nueva receta de cocina!