IONOSFERA

La luna brillaba en el horizonte, poniéndose en una dirección inusitada. Casi al sur.

Naturalmente, en ese momento, todo apuntaba al sur. Era una de las curiosidades de cruzar sobre el polo norte. O cerca de él.

Mientras flotaba junto a la Intrépida, la diminuta lanzadera modelo tres, Mark Randall se volvió a contemplar el estuario del río ártico Ob, arteria de las nuevas tierras de cultivo soviéticas. La estepa se extendía a lo largo de una amplia llanura bajo él, un infinito de marrón y verde. Mark pronunció una sola palabra.

—Amplía.

En respuesta, una porción de su visor mostró al instante una imagen ampliada. El delta del río Ob saltó hacia él, lleno de ricos detalles.

—Prepara grabación sexta placa —continuó, mientras una escala reticular se superponía al azul oscuro del curso del río que serpenteaba por una vasta tundra que se descongelaba. Los sensores captaban cada movimiento de sus pupilas, así que Mark podía pasar la escena a toda la velocidad que pudiera—. Centra en posición doce punto dos por tres punto siete, amplía ocho veces.

Rápidamente, el telescopio principal de la bodega de observación de la Intrépida se centró microscópicamente en los balancines magnéticos, enfocando las coordenadas especificadas. O al menos el trazador inicial decía que lo eran. La experiencia de Mark como compañero de Teresa Tikhana había dejado su huella, sobre todo después del desastre de Erehwon, así que volvió a comprobar guiándose por las referencias de los satélites y dos claras indicaciones desde tierra: la central energética de Scharansky y los silos de la Corporación Cargil, que abrazaban al río desde orillas opuestas.

—Comienza a grabar —ordenó.

Entre aquellas dos marcas de tierra, las aguas mostraban una severa agitación, ondas en la superficie y lodo removido en el fondo, síntomas detectados en otra banda óptica, de infrarrojos o de polarización. Una flotilla de barcos se encontraba cerca de la zona perturbada. Mark se preguntó qué habría revuelto el río de esa forma. Debía de ser importante para que las órdenes de la Intrépida hubieran sido cambiadas tan bruscamente, ampliando esta simple ronda de observación más allá de lo normal.

Voy a hablar de esto con el sindicato, pensó Mark. Las misiones polares acumulan demasiados rads. No deberían prolongarse sin protección añadida, o una bonificación especial. O al menos una maldita buena razón…

Era algo que resultaba especialmente inconveniente cuando implicaba a una lanzadera modelo tres. La tecnología HOTOL era el sueño de un piloto durante el despegue y el aterrizaje, pero una vibración extraña, inesperada e incorregible podía significar que la tripulación tuviera que salir al exterior durante los trabajos de cámara de alta resolución, para no estropear las fotos con sus más insignificantes movimientos. El fallo estaría arreglado en la siguiente generación de vehículos, tal vez al cabo de unos veinte años.

Volvió a hablar, ordenando al telescopio que se centrara aún más en la actividad de debajo. Ahora distinguió claramente la maquinaria de las dragas y hombres de pie en la proa de las barcas, mirando el río. Mark incluso distinguió figuras negras en el agua. Probablemente se trataba de buzos, ya que el revuelto Ob estaba aún demasiado helado para permitir otras formas de vida tan grandes. Por supuesto, las fotos ampliadas en laboratorio permitirían apreciar incluso la marca de los fabricantes en las máscaras de los buzos.

Los indicadores verdes mostraban que la grabación se desarrollaba sin problemas. Este tipo de precisión no era posible sin satélites de vigilancia, y las estaciones espaciales tripuladas no operaban a esta latitud, así que la Intrépida era la única plataforma disponible. Mark esperaba que mereciera la pena.

De cualquier forma, se acabaron las esperanzas de fama y buenos trabajos. Después de Erehwon y su gira en el circuito de conferencias de la NASA, había sido buena cosa que lo ascendieran al asiento izquierdo de una lanzadera. Con todo, últimamente había empezado a preguntarse si tal vez Teresa no tenía razón en sus recelos, después de todo. Algo olía a podrido en la forma en que le daban largas y respondían a sus preguntas sobre lo que habían sabido Spivey y su grupo del desastre.

Por lo visto, ahora estaba trabajando para él, de todas formas, para Glenn Spivey. El observador tenía un grupo grande y creciente a sus órdenes. Varios amigos de Mark habían sido atraídos a la telaraña de subordinados y equipos de investigación del coronel. Pero ¿qué estaban investigando? Cuando Mark preguntaba, sus viejos camaradas miraban cohibidos en otra dirección, murmurando frases como seguridad nacional o incluso es secreto.

—Demonios del infierno —murmuró Mark.

Por fortuna, el ordenador de su traje no era muy inteligente, y no intentó interpretar sus palabras como una instrucción. Después de duras experiencias, los astronautas utilizaban equipo de mentalidad literal que era difícil de confundir, aunque resultara menos «imaginativo» que el que usaban los civiles.

Algo se movió en el borde del campo de visión de Mark. Desconectó la proyección del casco y se volvió. La figura que se acercaba, enfundada en su traje espacial, no fue difícil de identificar, ya que su copiloto era la única persona que tenía cerca al menos en un centenar de kilómetros. Mientras flotaba cerca, Ben Brigham tocó con dos dedos de su diestra enguantada el interior de su manga izquierda. Siguió con dos rápidos movimientos cortantes, un giro de la mano, y una sacudida con el codo.

El Sol estaba detrás de Mark, brillando sobre la cara de Ben y volviendo opaca y brillante la pantalla de su casco. Pero Mark no necesitó ver la expresión de Ben para lograr interpretar su significado.

Los grandes jefes esperan coger al coyote en el acto, había dicho su compañero por medio del lenguaje de signos, que procedía no del habla de los sordos, sino del antiguo lenguaje comercial de los indios de las llanuras americanas.

Mark se echó a reír. Dejó desconectado el canal comunicador y usó las manos para responder. Los jefes se sentirán decepcionados… El rayo nunca golpea dos veces en el mismo sitio.

Aunque el lenguaje de signos espacial excluía formalmente cualquier gesto que pudiera quedar oculto por un traje de vacío, Ben contestó simplemente encogiéndose de hombros. Estaba claro que los habían enviado a observar el último emplazamiento de las «perturbaciones», extraños fenómenos que se hacían aún más inexplicables y frecuentes desde que Erehwon fue borrado del mapa.

Pero ¿hacemos falta aquí?, se preguntó Mark. Por los tratados, funcionarios de la OTAN, la ONU y las USAF estudiaban en persona el desastre de abajo, incluso con zeps de observación. La única manera en que el examen orbital de la Intrépida podía servir de ayuda a lo que los inspectores delegados en el lugar lograran descubrir sería que los instrumentos de la lanzadera captaran a un duende en el mismo acto. Hasta ahora, los exámenes rutinarios por satélite habían captado unos cuantos hechos extraños en película, en ángulo extremo, pero todavía nunca con una batería completa de material de observación.

Los pensamientos de Mark se interrumpieron cuando parpadeó. Sacudió la cabeza y entonces maldijo.

—Oh, mierda. Intercomunicador conectado. Ben, ¿notas…?

—Sí, Mark. Cosquillea en mis tobillos. Motas en el borde de mi campo visual. ¿Es igual que cuando Rip y tú en la Pléyades…?

—Afirmativo. —Volvió a sacudir la cabeza vigorosamente, aunque sabía que aquello no repelería las telarañas que se cernían sobre él—. Es diferente en ciertos aspectos, pero básicamente… Oh, demonios.

Mark no podía explicarlo y por otra parte no había tiempo para charlas. Pronunció otra palabra en código para que sus trajes empezaran a transmitir todos los datos físicos a los sistemas de la nave.

—Visión completa, panorámica total —ordenó entonces—. Cámaras secundarias, seguimiento independiente de los fenómenos pasajeros.

La imagen del río volvió a ampliarse. Sin embargo, ahora la escena ya no era eficaz y atareada. Los hombres corrían por las cubiertas como hormigas furiosas, y algunos de ellos caían al agua, súbitamente revuelta.

Pequeñas ventanas aparecieron en el visor de Mark, rodeando la escena principal mientras los telescopios secundarios de la Intrépida empezaban a enfocar bajo control independiente. La mitad de las imágenes eran demasiado difusas para poder distinguirlas, y además la visión de Mark empeoraba por momentos. Brillantes puntos de luz se congregaron como irritantes insectos.

—¿Qué hacemos? —la voz de Ben sonaba asustada. Mark, que había pasado por todo esto antes, no se lo reprochaba.

—Asegúrate a tu cable —indicó a su copiloto—. Y memoriza el camino de regreso a la cabina. Puede que tengamos que volver a ciegas. De lo contrario… —Tragó saliva—. Sólo nos queda esperar a que pase.

Al menos la nave probablemente está a salvo. No hay otras estructuras cerca, como la que tuvo que evitar Teresa. Y una lanzadera modelo tres es demasiado pequeña para tener que preocuparse por las sacudidas.

Mark casi se había convencido.

La mitad exterior de su campo visual había desaparecido, aunque seguía fluctuando por momentos. A través del túnel que quedaba, Mark contempló el drama que se desarrollaba abajo, donde el Ob saltaba y se retorcía como si alguien lo estuviera pinchando con varas invisibles. La fluctuación deformaba las colinas y depresiones casi tan rápidamente como se formaban. Sin embargo, las ondulaciones parecían seguir claros diseños geométricos.

¡Entonces, en una zona circular, el Ob simplemente desapareció!

Fue cuestión de pura suerte que ninguno de los barcos de observación estuviera dentro del radio cuando sucedió. Con todo, tuvieron que capear el brusco oleaje cuando el agujero tubular volvió a llenarse rápidamente.

¿Adónde…, adónde se ha ido el agua? —preguntó Ben.

Junto al creciente zumbido en sus oídos, Mark oyó el tronar del alerta de una cámara. Una de las imágenes secundarias de repente salió hacia fuera, rodeada de rojo. Por un momento, Mark no pudo distinguir qué había excitado tanto al ordenador. Parecía otra panorámica del valle y el río, pero mucho menos ampliada, o desde mayor altura.

Pero esta imagen parecía, de algún modo, convulsa. Entonces advirtió que no estaba desenfocada. Estaba mirando al Ob a través de una lente. La lente era una gota de agua que se había manifestado de repente en mitad del aire a una altura de…, bizqueó para leer los números…, ¡veintiséis kilómetros!

Mark expelió el sudoroso incienso de su propio temor. Algo diminuto y negro se rebullía dentro de la masa de líquido viscoso que colgaba suspendida sobre el planeta. Pero antes de que pudiera ordenar al telescopio que ampliara, la masa acuática entera volvió a desaparecer. En su estela quedó sólo un arco iris de vapor, fundiéndose en motitas en la periferia de su visión.

—¿Qué de…?

¡Ha vuelto! —gritó Ben—. ¡A cincuenta y dos kilómetros de altura! Aquí… —Entonces emitió una especie de código. Otra escena, procedente de otro instrumento, saltó a la vista.

Ahora el suelo parecía estar al doble de distancia por debajo. El Ob era un hilillo. Y la porción de río robado había reaparecido al doble de altitud. Mark tuvo tiempo de parpadear, aturdido. El objeto negro del interior parecía…

La esfera volvió a desaparecer.

Mark —jadeó Ben—, acabo de calcular el doble promedio. Su próxima aparición podría ser… ¡Por Dios!

Mark sintió que la mano de su copiloto agarraba el tejido de su traje y lo sacudía.

—¡Allí! —la voz de Ben rugía sobre el chasquido de la estática. Una mano extendida entró en el estrecho campo de visión de Mark y éste siguió el tembloroso gesto hacia el negro espacio.

Allí, en dirección a Escorpión, había aparecido un objeto. No tuvo que pedir una ampliación. Mientras los telescopios apuntaban hacia el objeto, Mark aclaró todas las pantallas con un susurro y miró directamente al esferoide que se había detenido cerca, temblando bajo la tenue luz.

Mark ni siquiera podía empezar a imaginar qué extraña fuerza podría haber lanzado hasta allí a una porción del Ob, en una momentánea y mágica coórbita con la Intrépida. Aquello violaba todas las leyes que conocía. Pequeños destellos hablaban de fragmentos diminutos que se liberaban de la masa central. Pero en el centro flotaba un objeto grande…

una mujer. Una buzo, vestida con un traje negro y una máscara, con tanques gemelos que Mark confusamente calculó durarían un par de horas más, dependiendo de cuánto hubiera usado ya.

Mark sólo tenía un estrecho túnel de visión, pero eso bastó. A través de la máscara distinguió la extraña expresión de la mujer, asombro mezclado con terror abyecto. Empezó a hacer signos con las manos.

¡Tenemos que ayudarla! —oyó gritar a Ben por encima de la estática. Su compañero se preparaba para abalanzarse hacia la mujer.

Mark comprendió al instante, pero demasiado tarde.

—¡No, Ben! —exclamó—. ¡Agárrate a algo! ¡A cualquier cosa! —Mark tanteó alrededor y encontró una anilla junto a la puerta del compartimento de carga. Se aferró a ella con todas sus fuerzas.

—¡Agárrate bien! —gritó.

En ese momento su casco pareció llenarse de una terrible canción y el mundo explotó con colores que nunca había visto.

Cuando todo acabó, tembloroso, con los músculos y las articulaciones doloridos, Mark tiró torpemente del cable roto de su copiloto. Buscó a Ben por todas partes. Radar, lidar, telemetría, pero ningún instrumento detectó nada. Tampoco había rastro de la desventurada buzo rusa.

Tal vez se hagan compañía mutuamente, dondequiera que estén, pensó en un instante. Fue un extraño consuelo.

Detectó otras cosas cercanas, objetos que el mando insistió en que recogiera para estudiarlos. Había trozos de objetos flotantes, una botella de vodka llena de lodo, un pedazo de alga, un par de peces.

Luego, mientras se preparaba para volver a casa, ejecutó los protocolos varias veces, comprobando una y otra vez hasta que el mando le acusó de perder el tiempo.

—¡Al infierno! —les dijo bruscamente—. Sólo me estoy asegurando de que sé exactamente dónde estoy y adonde voy.

Mientras la pirotecnia de la reentrada estallaba alrededor de las ventanillas de la cabina, Mark advirtió que había respondido exactamente como lo habría hecho Teresa Tikhana. Para los controladores de la misión, debía de haberle sonado igual que ella.

—Demonios, Rip —murmuró, pidiéndole disculpas in absentia—. Hasta ahora no he sabido lo que sentiste. Te prometo que nunca volveré a burlarme de ti.

Más tarde, cuando estuvo una vez más en suelo firme, Mark caminó con cautela hacia la multitud de oficiales ansiosos, como si el firme de la pista de aterrizaje no fuera una plataforma tan segura como los demás creían. Y mientras empezaba a contestar a sus febriles preguntas, Mark no dejaba de mirar al horizonte, al sol y al cielo, como si comprobara una y otra vez sus sentidos.

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