Logan ignoró el insistente pitido de su avisador de muñeca. Quienquiera que estuviese llamando, tendría que esperar hasta que sus manos dejaran de temblar. Además, era fácil pasar por alto un sonido diminuto en medio de la cacofonía del desastre.
Las sirenas destellaban mientras los vehículos de emergencia recorrían la oscura y solitaria carretera hacia el lugar donde había ocurrido la catástrofe hacía tan sólo unos momentos. Tras Logan, el piloto de su helicóptero insignia mantenía los rotores en marcha mientras discutía por radio con el departamento del jefe de policía del condado de Sweetwater, instando al comandante del equipo SWAT a que le diera menos gusto al gatillo y fuera un poco más cooperativo con un equipo de investigación federal.
—… ¡Mire! No me venga con chorradas de que las jurisdicciones locales y estatales tienen prioridad. ¡Eso no vale una mierda frita en un caso como éste! ¿Ve algún signo de jodidos terroristas? ¿Tenemos aspecto de ser un puñado de puñeteros verdes?
Logan ignoró la discusión. Contempló el panorama de debajo, iluminado por los focos de los helicópteros de la oficina del jefe de policía que ya habían llegado al lugar.
Lo que quedaba de la presa Flaming George brillaba como un puñado de dientes rotos bajo la capa más oscura del cañón de roca original. Parte del brillo se debía a las rugientes aguas, que aún fluían sobre los restos. La mayor parte de la gran reserva había escapado ya corriente abajo hacia el valle del Green River. Los periodistas de la Red, impresionados, hablaban de un rosario de devastación que se extendía desde Wyoming hasta un extremo de Utah, para internarse en el noroeste de Colorado y regresar finalmente a Utah.
Pero claro, Flaming Gorge se encontraba cerca de la intersección de los tres estados, así que aquello era un poco confuso. De hecho, la única ciudad evacuada era Jensen, varios kilómetros río abajo. Y a esa altura, la mayor parte de la fuerza de la riada se había perdido al arrasar los cañones despoblados del Monumento Nacional al Dinosaurio.
Despoblado… si no cuentas a docenas de excursionistas perdidos o llevados por el pánico. Ni a un par de desdichados paleontólogos.
Logan se negaba a pensar en el daño infligido a aquellas exquisitas tierras ricas en fósiles. Un desastre cada vez. Contempló la presa destruida, preguntándose cuál sería el alcance total del daño.
Se podría haber hecho de forma más económica. ¿Por qué reducir una presa a escombros cuando una buena grieta serviría igualmente?
Además, ¿por qué querría ninguna eco-guerrilla destruir la presa de Flaming Gorge? No quedaba nadie vivo que recordara el arroyo que antes corría bajo el lago artificial. De todas formas, incluso los neogaianos radicales condenaron la debacle causada cuando alguien destruyó la gran presa de Glen Canyon. El resultado fue cautela por todas partes y no había restaurado ni un ápice la belleza del mundo.
De cualquiera forma, esto no parecía una acción verde. A menos de una hora en coche había docenas de objetos más propicios, lugares donde los colegas de Logan estaban ocupados alterando la tierra para bien o para mal. Proyectos debatidos acaloradamente en los medios de crítica públicos, no una estructura aburrida y sólida como aquella vieja presa.
No, tiene que ser nuestro demonio otra vez.
Unos pasos hicieron crujir la gravilla suelta a la derecha de Logan. Era Joe Redpath, el ayudante que le habían asignado para esta misión hacía apenas unas horas. El alto amerindio llevaba trenzas gemelas, una moda adoptada recientemente en muchos campus universitarios por ser considerada algo chic y comprometido, aunque en este caso Logan suponía que el peinado y la actitud era auténticos.
—He encontrado algunos testigos, Eng —anunció Redpath suavemente—. Estarán aquí en un momento.
—Bien. ¿Alguna noticia de cuándo conseguiremos sondas de la explosión desde el satélite?
El otro hombre asintió.\
—Dentro de media hora, según dicen.
—¿Tanto? —Logan sintió un arrebato de resentimiento.
Redpath se encogió de hombros.
—Spivey tiene montones de equipos. No creerá que usted y yo somos sus chicos favoritos, ¿no? Demonios, somos refuerzos de los refuerzos, amigo.
Logan miró directamente al agente federal. Varias respuestas le cruzaron por la mente, entre las que se incluía decirle a Redpath dónde podía Spivey meterse sus prioridades.
Pero no. Algo estaba pasando en el mundo. Si Logan no podía acceder a los conocimientos secretos de la cumbre, al menos la orden de este investigador lo llevaría al lugar donde se producían los hechos, al lugar donde tal vez pudiera ayudar a resolver el rompecabezas y hacer algún bien.
—¿Qué piensas de esto? —preguntó, señalando con un gesto con la cabeza la presa destruida.
Redpath contempló a Logan durante un segundo más antes de volverse para estudiar la escena.
—No se cómo lo hicieron. —Se encogió de hombros—. La forma no encaja.
—¿Qué forma?
Redpath hizo un gesto con las manos.
—La forma de la explosión. Las presas no se rompen de esa forma. No importa dónde coloques las cargas.
Logan se preguntó cómo lo sabía Redpath. ¿Por haber investigado otros casos? ¿O tal vez porque tenía experiencia práctica desde el otro bando? Para algunos de los miembros más inteligentes de la sociedad, la cooperación con las autoridades era estrictamente un asunto condicional que se juzgaba en cada caso por haremos altamente individualizados. Podía imaginar perfectamente a Redpath adoptando una postura u otra cuando le convenía.
—Estoy de acuerdo. Falta una gran pieza.
El agente local respiró hondo mientras escrutaba los restos. Exhaló y se encogió de hombros, indiferente.
—Se fue corriente abajo. Encontraremos los fragmentos por la mañana.
Logan admiró la pose del hombre, su escudo inescrutable. Sin embargo, en esta situación, no funcionó. ¡Sabe perfectamente bien que los fragmentos que faltan no están corriente abajo! No quiere admitir que está tan sorprendido como yo.
Su piloto finalmente dejó de discutir con los jefes de policía y desconectó el motor, reduciendo por fin el estrépito, aunque sólo fuera un poco. De todas formas era mejor esperar el permiso de Washington que ser abatidos a tiros por los provincianos de gatillo fácil.
Más pasos. Una mujer con el uniforme de Parques Nacionales, a quien Redpath había nombrado ayudante hacía tan sólo una hora, entró en la zona de luz en compañía de un hombre de mediana edad. Dos adolescentes corrieron para señalar la presa destruida, emitiendo sonidos de sorpresa.
—Nosotros estábamos más allá, en la reserva —explicó el padre cuando le preguntaron. Iba vestido de pescador. Puñados de moscas colgaban de su chaleco, junto con un permiso de acampada acompañado de una foto—. Nos acercamos a la orilla y nos disponíamos a cocinar… Entonces sucedió todo. —Se cubrió los ojos—. Esos pobres pescadores nocturnos. Se los llevó la riada.
Este hombre no iba a ser de mucha ayuda. Estado de choque, diagnosticó Logan, y se preguntó por qué la ayudante lo había traído siquiera.
—¿Qué es lo primero que vieron? —preguntó, intentando ser amable.
El hombre parpadeó.
—Perdimos la barca. ¿Cree que nos harán pagarla? Quiero decir que deberían devolvernos el dinero de todo el viaje…
Un tirón en el codo. Logan se volvió.
—Empezó con un ruido, señor.
Uno de los adolescentes con el pelo rapado, al estilo Chico de Ra, señalaba hacia el revuelto lecho del lago.
—Fue un murmullo bajo, ¿sabe? Como si el agua cantara.
Su hermana asintió. Un poco más joven pero igual de alta, llevaba una túnica de la Iglesia de Gaia en contraste con los atuendos de adorador del sol de su hermano. Logan apenas logró imaginar el clima ideológico en su familia.
—Era hermoso pero terriblemente triste —comentó—. Al principio pensé que tal vez fueran los peces del lago, gimiendo, ¿sabe? Porque algunas personas los matan y se los comen.
El muchacho gruñó y le dirigió una mirada disgustada.
—Los peces fueron puestos ahí para que la gente pudiera venir y…
—¿Cuánto tiempo duró el sonido? —interrumpió Logan.
Los dos jóvenes se encogieron de hombros, de forma idéntica.
—¿Cómo podríamos saberlo? —replicó el chico—. Después de lo que sucedió a continuación, es normal que nuestra memoria subjetiva se viniera abajo.
Las cosas que enseñan a los niños hoy en día, pensó Logan. A pesar del énfasis que se hacía en los colegios sobre psicología práctica, los chicos todavía parecían escoger y quedarse con lo que querían absorber, en este caso, al parecer, una conveniente y plausible excusa para ser imprecisos.
—¿Qué sucedió a continuación?
El chico empezó a hablar, pero su hermana le dio un codazo en las costillas.
—Las cosas se volvieron borrosas durante un par de segundos —intervino apresuradamente—. Con colores curiosos…
—Como si viajáramos en el túnel del láser suspensor, ¿sabe? —interrumpió el muchacho—. Ya sabe, como en…
—Entonces apareció esa luz. Era tan brillante que tuvimos que volvernos. Estaba al sur, donde la presa…
—¡No sabemos si estaba aquí en la presa! Sólo tenemos la evidencia de nuestros ojos, y aún estábamos recuperándonos de los colores…
La muchacha ignoró a su airado hermano.
—Había líneas de luz. Subieron al cielo más o menos así. —Apoyó el codo en la otra mano e hizo un gesto en ángulo hacia las nubes nocturnas.
Logan miró a su hermano para buscar una confirmación.
—¿Viste líneas tú también?
Él asintió.
—Excepto que no subieron como dice. Ella cree que todo surge de la Tierra. No. ¡Las líneas bajaron! Creo… —se acercó, conspirador—, me parece que son alienígenas, señor. Usan grandes espejos de energía solar…
Su hermana le dio un golpe en el hombro.
—¡Deberías hablar de lo que viste con tus propios ojos! De todas las estupideces…
Logan alzó las dos manos.
—Muchas gracias. Me parece que ahora mismo vuestro padre os necesita más que yo. ¿Por qué no dais a la ayudante vuestros códigos de acceso? Ya nos pondremos en contacto más tarde si necesitamos más información.
Ellos asintieron vigorosamente. En el fondo son buenos chicos, pensó Logan. Se sintió más agradecido que nunca por el regalo no merecido de su sensata hija. Apenas recordaba la última vez que la voz de Claire había contenido aquel tono agudo y gimoteante, capaz de quebrar el cristal o la paciencia de cualquier adulto a veinte metros.
—¡Se abrió!
Logan se dio la vuelta. El padre de los muchachos señalaba con mano temblorosa una abertura estrellada entre las nubes.
—El cielo se abrió como…, como mis padres me decían que haría cuando llegara el día.
—¿Qué día, señor?
El hombre miró directamente a Logan, con un brillo extraño en los ojos.
—El día en que habrá que dar cuentas. Decían que los cielos se abrirían y se celebraría un juicio terrible.
Hizo un gesto hacia sus hijos.
—Yo me burlaba, igual que ellos dos con sus dioses paganos. Pero, últimamente, me parece como si…, como si… —Se detuvo, los ojos vidriosos. Los dos adolescentes se quedaron mirándolo, abandonando sus conflictos al instante. En ese momento parecían casi gemelos.
—¿Papá? —llamó la niña, y extendió una mano hacia él.
—¡Apártate de mí! —La empujó a un lado. Tras acercarse al borde del acantilado, el hombre se despojó de su chaqueta de pescador y la tiró al suelo. Luego cayó de rodillas y contempló la destrucción.
Tentativamente, quizá temiendo otro rechazo, primero la niña y luego su hermano lo siguieron, para colocarse uno a cada lado de su padre al borde del mirador. Pero esta vez, en vez de empujarlos, él se abrazó con fuerza a sus rodillas. Por encima de las ululantes sirenas, los roncos helicópteros y el todavía ruidoso chapoteo de las aguas, Logan oyó claramente los sollozos del hombre.
Vacilante al principio, la niña acarició el pelo de su padre. Entonces levantó la cabeza y cogió la mano de su hermano.
Logan notó que la respiración se le interrumpía en el pecho. Y de repente advirtió por qué.
¿Y si el tipo tiene razón?
Tal vez no exactamente. No en cuanto a la causa del preocupante presagio. Los «alienígenas» eran tan probables como cualquier farfulleo surgido del Libro de las Revelaciones.
Sin embargo, hasta este momento, a Logan no se le había ocurrido qué podía estar en juego. Hora tras hora, los informes se acumulaban en la nueva base de datos del coronel Spivey, oscilando entre lo absurdo y lo catastrófico. De altas quimeras atisbadas en el mar a extraños temblores y diablos de polvo en los vacíos desiertos. Hasta la súbita desaparición de una gran presa. Cada día todo se hacía más extraño.
Esto puede ser serio, pensó Logan, y sintió intensamente el frío del norte.
■ Grupo Especial de Interés y Discusión para Buscar Soluciones Mundiales de Largo Alcance [GEl DS, mlp 2537890 546]
Para sorpresa de muchos, hasta ahora hemos evitado la gran mortandad que está en boca de la gente. Nuevos cultivos más una mejor dirección y un cambio total con respecto a muchos hábitos ansiosos nos han ayudado a alimentar a nuestros diez mil millones de seres humanos. Escasamente. Casi siempre.
Sin embargo, las soluciones acunan otras calamidades. De forma que los eruditos, al ver esta tendencia, predijeron un disparo de la población hacia los veinte mil millones o más, hasta que nuestro número nos llevara por fin al anticipado Precipicio de Malthus.
Pero no. La ola se reduce. Después de cincuenta años de lucha, la tasa de nacimientos parece finalmente bajo control, y la UNPMA predice ahora que alcanzaremos los trece mil millones alrededor del año 2060. Luego, lentamente, disminuirá un poco. Este tope puede ser lo bastante bajo para dejarnos paso.
¿Habrá sido el moderno control de natalidad lo que nos ha detenido tan cerca del borde del abismo? (De hecho, todavía no lo hemos rebasado). ¿O ha sido otra cosa? Un nuevo estudio [■ Stat. Sur. 2037.582392.286-wELt] indica que los esfuerzos humanos pueden merecer menos crédito de lo que creemos.
Aunque se han gastado enormes sumas en conseguir que la mitad de las mujeres del mundo reduzcan el número de sus hijos a uno o dos como máximo, casi la misma cantidad se dedica a la investigación y ayuda médica para ayudar a la otra mitad a llevar a buen término sus embarazos. Se han apuntado causas que expliquen esta epidemia de infertilidad, como el hecho de que las mujeres posterguen su maternidad hasta una edad tardía o que se deba a efectos heredados de los años ochenta, locos en sexo, las plagas de cáncer, o las felices drogas del 2010. Pero nuevas investigaciones demuestran que la contaminación puede haber desempeñado un papel relevante. Mutágenos químicos en el aire y en el agua, causantes de abortos espontáneos, parecen ser ahora los líderes sobre cualquier otra forma de anticoncepción en el mundo industrializado.
Por supuesto, para algunas sectas galanas, esto revalida su visión del mundo; para cada inmoderación hay un freno inevitable, una retroalimentación negativa que restaura el equilibrio. En este caso, no somos nosotros, los vivos, los que estamos muriendo, como predijo Malthus (al menos no en gran número). En cambio, el equilibrio se restaura por el entorno en tensión, que elimina a los no nacidos.
Es una idea cruel y desagradable. Pero cualquiera que haya permanecido vivo y consciente durante cualquier etapa de los últimos cincuenta años está ya acostumbrado a las ideas desagradables…