LITOSFERA

Cuando el diminuto asentamiento se estableció por primera vez en las saladas orillas del golfo de México, los barcos de blancas velas tenían que remontar la corriente a través de un inconmensurable delta poblado de juncos para poder llegar hasta él. Para sortear los cambiantes canales se precisaba un buen piloto. Sin embargo, el nuevo puesto comercial se hallaba al fácil alcance de las aves marinas. Los marineros, desde sus puntos de atraque, oían las olas rompiendo contra los bancos de arena.

El puerto tenía que ser un punto de contacto entre tres mundos: el agua potable, el agua salada, y el océano continental de praderas que, según los rumores, se extendía más allá de las colinas, al oeste. El pueblo progresó y se convirtió en una ciudad. La ciudad, en una metrópoli. El tiempo fue transcurriendo, tan inexorable como el río.

Cuando una ciudad se vuelve grande y venerable, tiene sus propias justificaciones. Pasaron los siglos. Al final, la razón de ser original de Nueva Orleans apenas importó. Era un ser vivo que luchaba por sobrevivir.

Logan Eng recorría un muro de contención mientras contemplaba las barcazas que pasaban ante los muelles hundidos y abandonados. Antiguamente, éste había sido el segundo puerto de Norteamérica, pero en la actualidad los barcos de carga pasaban de largo y se dirigían a repostar a las grandes estaciones de Memphis, por ejemplo. Esta sombría tarde, el principal olor era de resina mentolada, añadido por la ciudad para cubrir otros aromas menos agradables. Las lanchas del Departamento de Entorno olisqueaban suspicazmente cada barcaza. Pero según la exesposa de Logan, no eran los vertidos indiscriminados lo que daban al río aquel hedor marrón grasiento, sino las gastadas alcantarillas de la ciudad.

Por supuesto, Daisy McClennon nunca carecía de causas. Cuando ambos eran estudiantes rebeldes, hacía mucho tiempo, los dos compartieron las mismas batallas. Fueron días magníficos para ser joven y estar de parte de la justicia.

Pero el tiempo afecta a las relaciones, igual que a las ciudades. A Daisy, la purista, le resultó cada vez más difícil soportar a Logan, quien tenía en el corazón algo llamado compromiso. Su primera gran discusión se produjo pronto, cuando Alaska, Idaho y otros lugares empezaron por fin a gravar con impuestos los productos tóxicos para el hogar, como latas de pintura y pesticidas, para animar a que se eliminaran de forma adecuada. Logan se sintió jubiloso, pero Daisy arrugó la nariz, detectando una trampa.

No conoces como yo a los comerciantes y a los tipos que tiran de las cuerdas —declaró—. Si ceden tan fácilmente, es para preparar sanciones mayores después. Son expertos a la hora de sondear el viento, para luego daros a los moderados cuerda suficiente

Logan llegó a envidiar a otras personas cuyos matrimonios podían marchitarse o florecer por cuestiones mundanas como el dinero, el sexo o los hijos. Por su parte, Daisy y él siempre habían ganado más de lo que necesitaban incluso en estos tiempos difíciles. Y sus relaciones sexuales eran tan buenas que incluso en su madurez él todavía la consideraba la mujer más deseable de cuantas existían.

¡Qué absurdo que aquellas pequeñas diferencias en política se interpusieran entre ellos! Diferencias que él, personalmente, encontraba inescrutables.

Todavía recordaba vividamente aquella tarde última y amarga, cuando se frotaba de las manos detergente biodegradable e intentaba mirarla a los ojos.

¡Eh! ¡Estoy de tu parte! —suplicó.

¡No, no lo estás! —replicó ella, a gritos. Un plato se estrelló contra la pared—. ¡Construyes presas! ¡Contribuyes a que los regadíos destruyan tierra fértil!

—Pero tenemos nuevos medios…

—¡Y cada uno de esos nuevos medios provocará más catástrofes! Te digo que no puedo seguir viviendo con un hombre que vende apisonadoras que destrozan el campo…

Él recordaba sus ojos, aquella tarde de hacía diez años, tan gélidamente azules y a la vez tan llenos de fuego. Quiso abrazarla, inhalar su familiar olor y suplicarle que lo reconsiderara. Pero al final salió a la noche, una noche húmeda como ésta, llevando las maletas y sintiéndose exiliado para siempre.

Irónicamente, Daisy se había mantenido fiel a su palabra. Podía tolerarlo, aunque no sus puntos de vista, siempre que no viviera en la misma casa. La custodia compartida de Claire resultó tan fácil que Logan se preguntaba si se debía a que Daisy sabía que era un buen padre o porque el tema simplemente no le parecía tan importante como su última causa.

La gente habla como si los últimos días de los expoliadores capitalistas hubieran terminado en las playas de Vanuatu, y con el saqueo de Vaduz —había dicho ella el sábado anterior, mientras cenaban un ennegrecido pastel de soja de la cocina neocajun—. Pero sé que no es así. Todavía están ahí, a la espera, los que buscan beneficios y poder. Las leyes antisecretos solamente los han hecho ponerse a cubierto.

»Todo este parloteo de usar impuestos para “gravar costes sociales”… qué tontería. La única manera de detener a los contaminadores es ponerlos contra el paredón y fusilarlos.

¡Y esto lo decía una vegetariana, para quien causar daño a una planta perenne equivalía a un asesinato! En un momento determinado, durante la cena, la hija de Logan lo miró a los ojos. Yo sólo tengo que vivir con Daisy basta que vaya a la universidad, parecía decir la expresión de piedad de Claire. ¡Tú tuviste que casarte con ella!

De hecho, una parte de Logan disfrutaba perversamente de estas exposiciones al fanatismo de Daisy. Entre sus colegas ingenieros tomaba a menudo partido a favor de los progaianos en las discusiones, y resultaba refrescante cambiar de postura de vez en cuando.

Las ideologías son demasiado seductoras de todas formas. Es bueno verlas cosas desde un punto de vista diferente.

Por ejemplo, el panorama desde este muro de contención. A Logan le resultaba difícil sentir excitación ninguna por un simple vertido de residuos. Sólo era biomateria, después de todo, que se encaminaba directamente al golfo. No se trataba de algo realmente serio, como metales pesados en una albufera o nitratos en un lago. La materia marrón no volvería desagradable el agua (¿quién bebía del Mississippi, de todas formas?). Pero el océano podía absorber un montón de fertilizante. No había ninguna ciudad corriente abajo, así que los funcionarios miraban hacia otro lado cuando la Vieja Dama… hacía aguas. Nueva Orleans tenía problemas especiales de todas formas.

Desde lo alto del dique, Logan contempló la enorme barrera de contención que los padres de la ciudad habían construido para combatir las agresivas subidas de la marea. El precio de aquel impresionante edificio se encontraba tras él: una ciudad aún elegante y orgullosa, pero ajada por la negligencia.

Logan había viajado a Alejandría, Rangún, Bangkok, y otras ciudades amenazadas, calibrando panoramas similares de grandeza y pérdida. A veces sus consejos servían de ayuda, como en Salt Lake, donde el mar interior que se elevaba rodeaba ahora a una ciudad hundida que sobrevivía. Pero con frecuencia regresaba a casa con la sensación de haber estado luchando contra el barro con las manos desnudas. La muerte de Venecia, al parecer, no había enseñado nada a nadie.

A veces simplemente hay que decir adiós.

Aquí, en Nueva Orleans, hombres y mujeres de pro trabajaban para salvar su ciudad única. Él había ayudado recientemente a la Corporación Urbana a colocar diecisiete bloques en el centro para evitar nuevos hundimientos de terreno reblandecido. Esta noche le recompensaban con un homenaje en el viejo Barrio Francés, todavía alegre y lleno de vida, aunque ahora las canciones de Dixieland resonaban en aquellas barricadas a la orilla del río, y las barcazas pasaban junto a los balcones de hierro forjado.

Tuvo que salir en un momento dado, porque los oídos le zumbaban y la comida picante le había hecho mella. Tras pedir excusas, se marchó a dar un paseo bajo la noche que olía a Jacaranda, cediendo el paso a los enamorados y a los grupos errantes de Chicos de Ra. La ciudad tenía clase, desde luego. En su decadencia, conservaba un aire de caballerosidad latente, e incluso los inevitables tipos de mala catadura creían en la cortesía.

Escuchó las bocinas de las barcazas y pensó en los manatíes que habitaron aquella zona cuando los hombres de La Salle se abrieron paso a través de interminables pantanos, cambiando hachas por pieles. Los manatíes habían desaparecido hacía tiempo, por supuesto. Y pronto, relativamente pronto, también lo haría Nueva Orleans.

La muerte de las ciudades comienza por sus cimientos. Los franceses se habían encontrado con una gran extensión de meandros y lechos de juncos donde el Mississippi depositaba el aluvión en el golfo. Esto resultó ser un problema. Quieres construir una ciudad en la desembocadura, de un gran río, pero ¿qué desembocadura? Los ríos naturales tenían muchas.

Escogieron la más navegable y usaron una palabra chippewa para bautizarlo: «Mississippi». Sin embargo, la naturaleza no hizo caso a los nombres. Los canales se secaron y el río siguió buscando nuevas salidas al mar.

Era natural, pero los hombres lo encontraron inconveniente. Así que empezaron a dragar, diciendo: «Éste será el canal principal, ahora y para siempre».

El lodo dragado se amontonó en las orillas de un canal que siempre empujaba hacia fuera, llevando su carga de polvo de las llanuras y sedimentos de las montañas a las profundidades del golfo. No un abanico, sino un dedo, que avanzaba kilómetro tras kilómetro, año tras año, en dirección a Cuba.

Mientras tanto, el resto del delta empezó a erosionarse.

Logan había inspeccionado cientos de kilómetros de embarcaderos, alzados en el esfuerzo inútil de salvar la orilla condenada. Más altos diques contenían el río, cuyo gradiente se allanaba con el tiempo. El sedimento suspendido empezó a escasear incluso al norte de Baton Rouge. Pronto la viscosa corriente no pudo contener al mar. La salinidad aumentó. Corriente arriba, el Mississippi luchaba como una anaconda, retorciéndose para escapar. La lucha era de poder a poder. Y Logan sabía dónde se perdería.

¿La oís llamar?, le preguntó a las aguas cautivas. ¿Oís a Atcha-falaya, que os llama?

Afortunadamente, Claire se mudaría mucho antes de que el Mississippi rebasara la Estructura de Control del Viejo Río o algún otro punto débil, desparramándose en aquella pacífica llanura de cañaverales y piscifactorías. Pero ¿y Daisy? Nunca le había prestado oídos. Tal vez no lo hacía porque el aviso venía de él, y eso hacía que Logan se sintiera vagamente culpable.

En efecto, sólo podía rezar para que las nuevas barreras alzadas por el ejército fueran tan buenas como afirmaban. Era posible. En los colegios se enseñaba ahora a los jóvenes a pensar en términos de décadas, no en meses o años. Tal vez esa cultura se había abierto paso hasta Washington.

Pero los ríos observan las décadas, incluso los años, como meras minucias.

El Mississippi siguió fluyendo. Y, no por primera vez, Logan se preguntó si Daisy no tendría razón después de todo. Intento encontrar soluciones que colaboren con las fuerzas de la Tierra. Me gusta pensar que he aprendido de los errores de los ingenieros del pasado.

Pero ¿no pensaron también ellos que construían par a la eternidad?

Recordó lo que Shelly había escrito acerca de un antiguo faraón:

Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes:

¡Mirad mis obras, poderosos, y desesperad!

Ahora, las pirámides de Gizeh, símbolo de la conquista del hombre sobre el tiempo, se desmoronaban bajo el humeante aliento de los cincuenta millones de habitantes de El Cairo. Los monumentos de Ramsés se convertían en polvo, reducidos a finas capas en la disección del pasado de algún geólogo futuro.

¿No podemos construir nada que perdure? ¿Nada que merezca la pena perdurar?

Logan suspiró. Había estado fuera demasiado tiempo. Dejó atrás el paciente río y bajó las chirriantes escaleras de hierro para volver a la antigua ciudad.

Un hombre vestido de azul esperaba a la puerta del restaurante, con el cabello rapado y la piel a parches exagerados por los destellos de rodio del cartel de la entrada. Al principio, Logan pensó que era un Chico de Ra en traje de calle. Pero una segunda mirada le reveló que era demasiado viejo y demasiado formidable para ser tal cosa.

Normalmente, Logan se habría marchado a la segunda mirada, pero uno mira dos veces cuando alguien da un paso hacia ti y te agarra por el codo. Logan parpadeó.

—Disculpe.

—No. Soy yo quien debe disculparse. Es usted Logan Eng, supongo.

—Bueno, no cumpliré condena por admitirlo —pronunció la frase hecha antes de poder lamentarlo, pero el hombre de rostro sombrío pareció no darse cuenta. Soltó el brazo de Logan solamente mientras se apartaban de la puerta.

—Soy Glenn Spivey, coronel de las Fuerzas Aeroespaciales de Estados Unidos.

El desconocido tendió una tarjeta de identidad que proyectó una esfera holográfica de diez centímetros, repujada de emblemas militares.

—Por favor, utilice su placa de bolsillo para verificar mis credenciales, señor Eng.

Logan empezó a reírse, en parte aliviado de que no se tratara de un robo y en parte por la incongruencia. ¡Como si alguien quisiera falsificar una cosa de tan mal gusto!

—Esté seguro de que le creo…

Pero el otro hombre insistió.

—Preferiría que lo verificara, señor.

En los ojos del desconocido, Logan reconoció una tenacidad que excedía a la suya propia. Discutir sería inútil.

—Oh, muy bien. —Sacó la cartera y apuntó la lente primero a Spivey y luego a la enorme credencial del hombre. Marcó rápidamente el número del servicio de segundad privado que utilizaba para estos menesteres y presionó el pulgar contra la placa identificadora. En tres segundos, la diminuta pantalla mostró una tersa confirmación.

Muy bien, el tipo era quien afirmaba ser. Logan habría preferido a un ladrón.

—¿Damos un paseo, señor Eng? —Spivey le cogió por un brazo.

—Acabo de hacerlo. ¿Podemos sentarnos? La verdad es que sólo tengo un momento…

Su protesta se apagó cuando el oficial le mostró un gran coche negro aparcado en la acera. Una mirada indicó a Logan que el vehículo estaba fabricado en acero y que usaba gasolina de alto octanaje.

Sorprendente. Los vehículos de trabajo eran una cosa. En el campo, las máquinas necesitaban ese tipo de energía. Pero ¿qué utilidad tenía en una ciudad? Aquello le dio más información que la tarjeta de identidad de Spivey.

Logan se sentía como un profanador que se acomoda con los pantalones de trabajo sobre el sofá recién tapizado. Cuando la puerta se cerró con un siseo, todo el sonido de la estruendosa calle se desvaneció de inmediato.

—Es un vehículo seguro —le dijo Spivey, y Logan le creyó.

—Muy bien, coronel. ¿De qué va todo esto?

Spivey alzó una mano.

—Primero debo decirle, señor Eng, que lo que vamos a discutir es materia altamente secreta. Top Secret.

Logan dio un respingo.

—Quiero mi programa abogado.

El oficial sonrió, tranquilizador.

—Le aseguro que todo esto es legal. Sabrá usted que algunas agencias del gobierno están al margen de las provisiones de acceso abierto de los Tratados de Río.

Logan lo sabía. El desarme no había terminado con todas las amenazas a la paz o la seguridad nacional. Las naciones todavía competían y en principio él aceptaba la necesidad de servicios secretos. Con todo, la idea le hacía sentirse de lo más incómodo.

Spivey continuó.

—Pero, si lo desea, grabaremos nuestra conversación y podrá depositar una copia en un servicio de registro digno de confianza. ¿Cuál utiliza para sus negocios? Estoy seguro de que secuestra técnicas de propiedad durante semanas o meses antes de solicitar la patente.

Logan se relajó sólo un poco. Secuestrar una conversación, mantenerla confidencial durante un corto tiempo era otra cuestión completamente distinta, mientras una grabación legal se mantuviera en un sitio seguro. En ese caso, se preguntó por qué Spivey usaba la palabra «secreto».

—Hago mis depósitos en Intimidad Palmer, pero…

Spivey asintió.

—Palmer será satisfactoria. Sin embargo, ya que vamos a discutir asuntos de seguridad nacional y de una posible amenaza al bienestar público, debo pedirle un secuestro de diez años, al máximo plazo.

En ese nivel, sólo el tribunal supremo podía abrir el registro antes de que expirase el término. Logan tragó saliva. Se sentía como si hubiera aparecido en una mala película bidimensional del siglo XX, vuelta demasiado realista en el laboratorio ampliador de Daisy McClennon. Estuvo tentado de mirar alrededor en busca de la destellante estrellita rosa, instalada para avisar a los espectadores de que esto no era real.

—Naturalmente, mi agencia correrá con el gasto, si eso le preocupa —añadió Spivey.

Tras un momento de vacilación, Logan asintió.

—Muy bien. —Su voz sonó muy seca.

Spivey sacó dos cubos de grabación, negros, con sellos a prueba de apertura, y los introdujo en un registrador. Juntos, los dos hombres ejecutaron el ritual, estableciendo nombres y condiciones, tiempo y localización. Por fin, con los dos cubos destellando, el coronel se arrellanó en su asiento.

—Señor Eng, nos interesan sus teorías sobre el incidente de la presa de Vizcaya.

Logan parpadeó. Había estado imaginando cuál podría ser la causa de este encuentro, desde tráfico de personas a timos en los vertidos, pasando por comercios ilegales. Había viajado mucho y conocido a tantos tipos pintorescos que nunca se sabía cuántos podrían estar involucrados en los incesantes y a veces ocultos juegos de gobiernos y corporaciones. ¡Pero Spivey le sorprendía con esto!

—Bueno, coronel, tendría que clasificar ese trabajo más bajo la etiqueta de ciencia ficción que de teoría. Después de todo, lo publiqué en una base de datos especializada en especulaciones…

—Sí, señor Eng. La visión alternativa. De hecho, le sorprendería saber que nuestros servicios siguen con atención esa publicación y otras similares.

—¿Ah, sí? Es sólo un foro para ideas descabelladas… —Interpretó la expresión del otro hombre—. Bueno, tal vez no tan descabelladas como parece. La mayoría de los suscriptores son profesionales técnicos. Digamos que es ahí donde podemos publicar cosas que no encajan en otras partes, desde luego no en las revistas formales. La mayor parte de las ideas son para no tomárselas en serio.

Se sintió incómodamente seguro de que Spivey observaba cada uno de sus movimientos, midiéndolo. A Logan no le gustó.

—¿Me está diciendo que según usted sus hipótesis carecen de valor? —preguntó el hombre, tranquilamente.

Logan se encogió de hombros.

—Hay muchas nociones que parecen funcionar en teoría, o en simulaciones de la Red, pero que no pueden justificarse en el mundo real.

—¿Y su idea fue…? —instó Spivey.

Logan pensó en el caso de la perforadora perdida en el sur de España, y en el malecón levantado en la estación de energía de mareas, ambos sin ningún indicio de sabotaje.

—Yo sólo calculé cómo un tipo especial de movimiento de tierras podría haber provocado los extraños sucesos que vi.

—¿Qué clase de movimiento de tierras?

—Es… —Logan alzó ambas manos—. Bueno, es como empujar a un niño en un columpio. Si se empuja con la frecuencia adecuada, igualando el ritmo pendular natural, se gana aceleración con cada impulso…

—Soy consciente de cómo funciona la resonancia, señor Eng. Sugirió usted que las anomalías de España fueron causadas por un tipo especial de resonancia sísmica. Concretamente, la súbita llegada de terremotos enfocados de forma extremadamente estrecha y sus correspondientes variantes gravitacionales…

—¡No! ¡No dije que ésta fuera la causa! Simplemente, mostré que esas ondas podrían explicar los hechos observados. Es una idea divertida, nada más. Ni siquiera puedo decir por qué me molesté con ella.

El hombre del gobierno inclinó levemente la cabeza.

—Lamento haberle interpretado mal. Parece usted trastornado por ello.

—La reputación de un hombre es importante. Sobre todo en mi campo. La gente entiende lo que es un juego, naturalmente. ¡Así que tuve cuidado en dejar claro que eso era todo lo que estaba haciendo, jugar con una idea! Otra cosa muy distinta es decir «esto es lo que pasó». Mi intención no era ésa.

Spivey lo observó durante un largo intervalo. Por fin, abrió un fino maletín y sacó una placa de lectura de gran formato.

—Agradecería que le echara un vistazo a esto, señor Eng, y considere lo que vea a la luz de su… ejercicio de juego.

Logan pensó en protestar. Sus socios del restaurante debían de estar ya preocupados. O el alcohol les habría vuelto incoherentes, o tal vez suponían que se había ido a la cama.

Cogió la placa. Tras asegurarse de que los cubos de grabación podían leer por encima de su hombro, colocó el pulgar en el botón de cambio de páginas y empezó a pasarlas. El silencio se extendió en la limusina mientras leía.

—No lo creo —dijo finalmente.

—Ahora comprende por qué insistí en que verificara mis credenciales, señor Eng, para que supiera que no se trata de ningún truco.

—Pero este episodio de aquí…

—No ha visto la grabación real, todavía. Es mucho más impresionante que las cifras. Permítame. —El hombre marcó con destreza la página de datos correcta—. Esto fue tomado por un dirigible de alta resonancia, sobre nuestra Base Naval Diego García, en el océano índico.

Delante de Logan apareció la imagen del mar iluminado por la luna. Las aguas tranquilas destellaban bajo el tranquilo aire tropical.

De repente, la superficie del océano se aplanó en ocho lugares. A pesar del ángulo de visión y la calidad de la imagen, Logan advirtió que las ondas formaban un octágono perfecto.

Tan rápidamente como las depresiones aparecieron, salieron despedidas hacia fuera, unidas ahora por un anillo exterior de bultos más pequeños, veinte en total. En el lado de la pantalla corrieron las escalas y Logan silbó.

Las ondas volvieron a chocar, mucho más rápidamente de lo que la gravedad normal podía haberlas atraído. Cuarenta y nueve depresiones aparecieron esta vez. Las ocho centrales eran ahora demasiado profundas para que la cámara las midiera.

Entonces, de repente, la pantalla se llenó de luz. Más rápido de lo que Logan pudo seguirlas, un puñado de brillantes líneas se extendieron hacia arriba, perpendiculares al océano. Desaparecieron en un instante, dejando detrás una pauta de ondas circulares defractadas, que se extendieron y remitieron hasta que por fin todo quedó en calma.

—Éste es el mejor ejemplo —comentó Spivey—. Fue acompañado de actividad sísmica similar a la de los terremotos de España.

—¿Dónde…, dónde fue el agua? —preguntó Logan roncamente.

La sonrisa del coronel fue distante, enigmática.

—No alcanzó la Luna por menos de tres diámetros. Naturalmente, en ese punto era bastante difusa. ¿Se encuentra bien, señor Eng? —Una preocupación auténtica transformó de repente la expresión del coronel Spivey mientras se inclinaba hacia delante—. ¿Le apetece un trago?

Logan asintió.

—Sí, gracias. Creo que necesito uno con urgencia.

Durante un rato, a pesar del susurrante acondicionador de aire del coche, le resultó difícil respirar.

Red Vol. A69802-11 04/06/38 14:34:12UT. Usuario G-654-11-7257-Aabl2 AP Noticias Alerta:7+: clave selección: «Conservación», «derechos animales», «conflicto»:

Hoy se ha producido un hecho sorprendente en la habitual confrontación, a veces violenta, entre la Asociación Internacional de Peces y Aves y el grupo proderechos de los animales conocido como No-Carne. Para sorpresa de muchos, el Cónclave Superior de la Iglesia Norteamericana de Gaia ha intervenido a favor de la mayor organización mundial de cazadores de patos.

Según la reverenda Elaine Greenpsan, hermana líder del estado de Washington y portavoz del cónclave durante este mes:

—Hemos examinado todas las pruebas y decidido que en este caso ni la caza ni el consumo de tejidos animales daña a Nuestra Madre. Al contrario, las actividades de la AIPA son claramente beneficiosas y meritorias.

A la luz de la tradicional repulsa de la Iglesia sobre la muerte de animales de sangre caliente, Greenspan explicó:

—Nuestra posición contra la carne roja se malinterpreta a menudo. No es una declaración moral en contra de ser carnívoros, per se. No hay nada inherentemente maligno en comer o ser comido, pues eso sin duda forma parte del plan de Gaia. Los seres humanos evolucionaron con la carne como parte de su dieta.

»Nuestra campaña empezó porque grandes cantidades de ganado vacuno y lanar destruían parte de la Tierra. Vastas cantidades de grano necesario se empleaban en forrajes. Y finalmente, los animales modificados para el consumo, como los novillos cebados, son abominaciones privadas de la dignidad última de las criaturas salvajes de tener una oportunidad de luchar o huir, de esforzarse por sobrevivir.

»Después de oír los argumentos de los representantes de la AIPA, descubrimos que ninguna de esas objeciones podía aplicarse a ellos.

»Del mismo modo, nuestra lucha contra la caza se basaba en la escasez de vida salvaje en comparación con el principal depredador, el ser humano. Pero esto no se aplica cuando los cazadores son pocos, responsables y deportivos, y cuando la especie presa puede renovarse.

»Contrariamente a nuestros temores iniciales, hemos determinado que los cazadores de patos de la AIRA se cuentan entre los más ardientes defensores de la conservación, pues dedican millones a construir y preservar pantanos, persiguiendo a los contaminadores y los cazadores furtivos, y regulando de modo admirable sus propias actividades. Una prohibición completa de la caza llevaría a una catastrófica pérdida de las rutas migratorias que quedan. La Iglesia por tanto decide que la AIRA es beneficiosa para la sociedad y para Gaia, y le concede su bendición.

De hecho, hay precedentes para esta sorprendente acción. Hace treinta años, por ejemplo, la Iglesia hizo una campaña en contra de la desmantelación de muchas bases militares obsoletas, pues estimaba que se conservarían mejor en ese estado que vendidas para ser aprovechadas como propiedad comercial.

Sin embargo, ante el anuncio de hoy, un portavoz de No-Carne hizo solamente este comentario:

—Esto lleva la hipocresía de la IgNor Ga a nuevas alturas. Matar es matar y asesinar es asesinar. Todos los animales tienen también derechos. Que la AIPA y sus nuevos aliados estén atentos. ¡Lo que hacen a los demás puede que algún día les ocurra a ellos!

Cuando se le preguntó si esto era una amenaza violenta, el portavoz declinó hacer más comentarios.