NÚCLEO

—Hagamos lo que hagamos —había dicho Teresa Tikhana, antes de que la reunión concluyera—, no podemos dejar que ninguna de las potencias espaciales entren en esto. Ahora no me cabe duda de que todas estaban conchabadas con la investigación ilegal de Spivey en Erehwon. Sólo Dios sabe lo que harían si tuvieran en las manos láseres gravitatorios y nudos cósmicos.

Así, decidieron no anunciar públicamente el inminente fin del mundo, ni su atrevido e improbable plan para impedirlo. Los grandes gobiernos eran los primeros sospechosos de haber creado Beta, de perderla y ocultar luego la historia para eludir la responsabilidad. En ese caso, esos poderes no se lo pensarían dos veces antes de eliminar al pequeño grupo de George Hutton y conservar así un poco más de tiempo su hediondo secreto.

Tal vez se dirigían a conclusiones erróneas. En conjunto, Alex encontraba el escenario exagerado y demasiado extraño. Pero encajaba en los hechos tal como los conocían. Además, simplemente no podían permitirse correr riesgos.

—Entonces trataremos con el taniwha nosotros mismos —resumió George Hutton al final de la reunión.

—Será difícil emplazar los resonadores sin que nadie se dé cuenta —recordó Alex a todo el mundo.

Pero Pedro Manella estuvo de acuerdo con George.

—Hutton y yo mismo nos encargaremos de eso. Proporcionaremos todo lo que haga falta.

El grueso reportero azteca parecía relajado, confiado. No quedaba ningún rastro de la emoción que había mostrado al oír por primera vez la noticia de que existía un monstruo devorando el corazón del planeta. Parecía que incluso una leve esperanza bastaba para llenarlo de energía.

Alex se sentía incómodo depositando tanta confianza en un hombre que, a su entender, le había arruinado la vida. Por supuesto, por culpa de aquellos disturbios en Iquitos, impulsados por Manella, su propia singularidad Alfa escapó y él se vio obligado a buscarla. De no haber sido por la intervención de aquel hombre en Perú, Alex probablemente no habría prestado más atención al centro de la Tierra que…

Se arrellanó en su silla giratoria y advirtió que no tenía ningún símil adecuado para establecer la comparación. El centro de la Tierra era esencialmente el último lugar en el que uno pensaba. Y sin embargo, sin él, ¿dónde estaríamos todos nosotros?

Delante de Alex, las muchas capas del planeta brillaban nítidamente en el último esquema presentado en la reunión. Esta tierra espectral y casi esférica circunscribía una figura geométrica, una pirámide tetraédrica cuyas puntas taladraban la superficie en cuatro emplazamientos espaciados.

Cuatro sitios. Ojalá tuviera doce. O veinte.

Le había dicho eso mismo a Stan y a los demás geofísicos. No se puede saber lo que sucederá cuando empecemos a empujar con fuerza a Beta. Seguro que derivará y se tambaleará. La matriz de resonadores debería ser un dodecaedro o un icosaedro para cubrirla por completo, no una pirámide.

Pero ellos sólo habían podido conseguir una pirámide.

No era una cuestión de dinero. George lo tenía de sobra, y estaba dispuesto a gastar lo que fuese necesario. Gracias a sus contactos políticos en la Federación Polinesia consiguieron dos sitios rápidamente, sin tener que responder a ninguna pregunta. Pero para establecerse más allá de la base del Pacífico, su pequeña organización necesitaría ayuda. Sobre todo si la noticia no debía filtrarse.

En el siglo veinte, las maniobras encubiertas y secretas eran más la regla que la excepción. Naciones, corporaciones, cárteles de droga, e incluso individuos privados ocultaban habitualmente planes monumentales. Pero las inspecciones fueron seguidas por el turismo, a medida que los jets y los zeps empezaron a recorrer los cielos antiguamente reservados a los aviones de guerra. Los enlaces de datos unían metrópolis con aldeas. De los tres grandes centros de secretos del siglo veinte, el socialismo estatal se había derrumbado antes incluso de que Alex naciera, y el capitalismo financiero encontró su ruina poco después, entre los Alpes fundidos.

En retrospectiva, la tragedia suiza probablemente ni siquiera habría sido necesaria, pues ni los fabulosos gnomos habrían podido mantener sus archivos en secreto en un mundo lleno de fisgones aficionados, hackers informáticos con tanto tiempo libre y poder con los ordenadores como ingenuidad.

Eso dejaba el tercer reducto, y el más poderoso. Los grandes estados nacionales todavía mantenían servicios «confidenciales» concedidos por los vencedores según el mismo tratado que había acabado con esas cosas para todos los demás. Estas agencias podrían haber ayudado al equipo de Tangoparu a establecer en completo secreto su aparato de ondas gravitatorias. Pero aquellas agencias eran casi con toda seguridad el enemigo.

George cree que fabricaron a Beta y ocultan su error para salvar el pellejo, aunque eso significa condenar a todo el mundo.

Alex no podía concebir esta forma de pensar. Le hacía sentir vergüenza por ser un miembro de la misma especie. Cuando oía hablar a Teresa Tikhana del coronel Spivey, le parecía que igual podría referirse a una criatura de otro planeta.

¿Luchaban ahora Spivey y sus colaboradores para encontrar también una solución? Tal vez el mando de Teresa trabajaba en eso, en el espacio. En ese caso, los chicos del gobierno no parecían haber tropezado con el efecto del láser gravitatorio. Y en este punto, Alex no estaba dispuesto a entregárselo.

Naturalmente, si tenemos éxito, el secreto se hará público al final de todas formas. Será difícil ignorar una bola de fuego como el Sol saliendo de la Tierra, acelerando hacia el espacio prof undo a velocidades relativistas.

Para entonces, sería mejor que él y los demás estuvieran preparados para esconderse. Además, Alex se sentía impulsado a tomar destructores de memoria en cuanto Beta estuviera en camino y a salvo, para impedir la filtración de lo que había sabido por coincidencia, accidente y casualidad. En principio, era sólo lo que merecía, desde luego, por su pecado de arrogancia. Con todo, lamentaba perder su imagen mental de la singularidad nudo, sus intrincados pliegues de diez dimensiones, su horrible belleza ardiente. Sabía que esa pérdida le atormentaría. Casi preferiría morir.

Como si pudiera elegir. Si esto sale bien será por pura carambola.

Corrían un riesgo terrible. Usar un resorte de ondas gravitatorias para mover a Beta parecía buena idea en teoría. Pero algunos de sus primeros rayos gázer de prueba, por razones desconocidas, habían interactuado con materia de la superficie del planeta, acoplándose con una falla de terremotos en un caso, con objetos hechos por el hombre en otro. Seguía siendo un misterio por qué sucedían esas cosas o cuáles serían las consecuencias cuando ellos se pusieran realmente en marcha.

Pero ¿qué alternativa nos queda?

Alex contempló los puntos brillantes donde el tetraedro se encontraba con la superficie de la Tierra. Cuatro lugares donde deberían construir enormes antenas superconductoras sin que nadie lo descubriera. Y les quedaba tan poco tiempo…

Los resonadores tenían que estar bien separados y sobre tierra seca, algo no muy fácil de conseguir en un mundo cubierto de agua en sus dos terceras partes. Su ordenador había tardado dos segundos en encontrar los mejores emplazamientos.

—Sólo disponemos de unos pocos meses —apuntó Teresa Tikhana, interrumpiendo a Alex en sus meditaciones.

La astronauta estadounidense estaba sentada frente a él, al otro lado de la mesa, contemplando la misma imagen. Los dos habían permanecido en silencio después de que los demás se marcharan, cada uno sumido en sus propias reflexiones.

En respuesta, Alex asintió.

-—Después de eso, Beta será demasiado enorme para que podamos moverla, ni siquiera con el gázer. Sólo excitaríamos estados resonantes y Stan opina que eso podría ser aún peor.

Teresa se estremeció. Cuando se enderezó, miró a su alrededor de una manera que Alex había advertido antes, como si comprobara sus inmediaciones de una forma que él no alcanzaba a imaginar.

—Se encargará usted de emplazar el resonador de Rapa Nui, ¿no? —preguntó ella súbitamente.

—Sí. Es el punto de anclaje, así que…

—Es un lugar especial —dijo ella, en voz baja—. La Atlantis está allí.

—Mmm… ¿La Atlántida? —Perplejo, Alex pensó al principio que ella se refería a la extraña historia neolítica de la isla, o a los asombrosos monolitos que se alzaban allí. Entonces la recordó—. Oh. La lanzadera espacial que se estrelló hace tiempo. ¿Todavía sigue allí?

La mandíbula de Teresa Tikhana se tensó brevemente.

—No se estrelló. El capitán Iwasumi realizó un perfecto aterrizaje de emergencia en condiciones imposibles. Fueron los idiotas a cargo de llevarla a casa, ellos la dejaron caer.

Aquello debió de suceder cuando ella no era más que una niña, y sin embargo la mujer se cubrió los ojos, dolorida.

—Todavía está allí, despojada, un caparazón. Un monumento en un pedestal. Debería visitarla si tiene la oportunidad.

—Lo haré. Se lo prometo.

Ella alzó la cabeza. Sus ojos se encontraron brevemente y entonces Teresa suspiró.

—Será mejor que me vaya a hacer las maletas. El doctor Goldman y yo tenemos que coger un avión.

—Desde luego. —Él se levantó—. Yo… me alegro de que esté con nosotros, capitana Tikhana. Su ayuda será vital. —Alex hizo una pausa—. También, como dije, lamento mucho lo de su marido…

Ella levantó una mano, cortando otra disculpa avergonzada.

—Fue un accidente. Si hay que responsabilizar a alguien por su ceguera, por no advertir lo que sucedía… —Sus palabras se apagaron y ella sacudió la cabeza—. Le enviaremos un mensaje en clave cuando lleguemos a Godhaven, doctor Lustig.

—Que tengan un buen viaje, capitana —vacilante, él ofreció la mano. Después de un instante, ella la estrechó. La palma encallecida de la astronauta traicionó un pequeño temblor antes de soltarlo. Entonces se giró para dirigirse a sus habitaciones en otra parte de la caverna.

—Y buena suerte —añadió Alex en voz baja después de que ella hubo marchado—. La necesitaremos.

■ Red Mundial de Noticias, Canal 265/Interés general/Nivel 9+ (transcripción superficial).

«Amazonia Central. Habla Nigel Landsbury, en directo para la BBC. He venido a esta tierra desolada para informar de una escena a la vez trágica e histórica, mientras las fuerzas nacionales brasileñas persiguen a los rebeldes tupo hasta sus últimos reductos.» [Imagen de un desierto. Matojos dispersos y barro resquebrajado. Ondas de calor se alzan desde el suelo hasta un difuso horizonte. La voz de un periodista se alza sobre el sonido chasqueante de un incendio.]
[■ Para obtener imágenes sin montar, voz enlazar «AMAZONIA Uno» ahora.]

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«Hace una hora, fue capturado un destacamento armado de los luchadores del FLS aquí mismo, justo al lado del Parque de Salvación Nacional Chico Mendes…»
[■ Para reportajes de fondo, enlacen «REBELDES FLS» o «PARQUE CHICO MENDES».]
[La cámara hace un barrido y el espectador ve de pronto el humo de los vehículos volcados, rodeados de cadáveres tirados. Los helicópteros militares agitan el humo mientras los soldados uniformados pasan ante la cámara, haciendo avanzar a prisioneros con las manos sobre la cabeza.]

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«Los campesinos que murieron o fueron capturados hoy aquí no podrían haberse escondido mucho tiempo en su refugio del bosque». La tecnología sensora [■ enlazar «SENSOR-TEK»] que ataja tantos posibles movimientos de guerrillas hoy en día no sería menos efectiva bajo el follaje. Su causa estuvo perdida en cuanto se hizo violenta, con la masacre de la última tribu india Quich'hara, hace dos semanas.» [Todavía avanzando, la cámara se centra en el propio periodista, las ropas tostadas agitadas por un implacable viento seco. A su izquierda, sorprendentemente, aparece el borde de un alto bosque: una súbita transformación del barro reseco a los abigarrados y ondulantes árboles.]

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«Pero hay una nueva ironía: este bosque que los rebeldes querían reclamar para sus empobrecidas familias, su paraíso para escapar del estricto régimen de la multitudinaria pobreza urbana, está condenado de todas formas. Ayer, el gobierno brasileño admitió el fracaso de las “islas de conservación” para salvar la Amazonia, y reconoció por fin que no se pueden salvar retazos aislados de un eco¬sistema entero». [Primer plano de la cara del reportero, pálida con el recuerdo de la tragedia.]
[■ Report: Bras. Nat. WeRe 663099-4697/Q/3509.] [■ Réplica: NorAChuGa 2038-421/Pres. Isl.]

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«Ya se han firmado los contactos para talar los árboles moribundos del Parque Chico Mendes, trasla¬dar a los animales más grandes a arcas vitales, y mantener en crio-suspensión a los muchos insectos y plantas que puedan ser catalogados a tiempo. Esta aproximación sistemática, probada el año pasado con cierto éxito en la provincia de Manaos, no ha sido intentada nunca a escala tan grande. Los expertos no consideran posible que más del cinco por ciento de las especies que quedan puedan ser registradas antes de que las cosechadoras completen su trabajo.» [Primer plano del borde del bosque, hojas amarillas se reducen a polvo en una mano humana.]
[■ Contrato: Bras. Nat. PaRe 98679S4/i/567.]
[■ Contrato: Arca Vital 62 LeSs 2393808/k/78.1]
«Sin embargo, ¿qué se puede hacer? ¿Cómo mantener con vida un bosque donde no hay lluvia?»
[■ Enlazar REDCLIMÁTICA SUMARIO ALFA-AÑO 2037-2956a.]
[Corte a los rasgos resignados del periodista.]

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«Transpiración, evaporación, renovación de la humedad; la ciencia puede dar nombres a todas las razones que explican por qué el plan de las islas de conservación ha fracasado. Algunos lo achacan al aumento de la temperatura en todo el mundo. No obstante, sea cual sea la razón, somos nosotros quienes tenemos que vivir con los restos. Y son los pobres quienes al final quedan capturados en medio.» [La cámara regresa a la escena del incendio. Un cadáver polvoriento, con los brazos extendidos hacia el supuesto refugio del bosque, yace agarrando una única hoja verde.]
[■ Imagen en directo NorSat 12. 1,12 $/minuto.]

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«Les ha hablado Nigel Lands-bury desde Amazonia.»
[■ Bio del periodista: N. LANDSBURY-BBC3. índices de credibilidad: AaAb-2 Sindicato de Espectadores (2038). AaBb-4, Espectadores Mundiales SL. (2038).]
[El periodista mira hacia arriba, y la cámara sigue su mirada hacia un cielo oscurecido por el polvo que flota.]

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