Una vez, cuando era muy joven, la abuela de Alex lo sacó del colegio para que fuera testigo de la inauguración de un arca vital. Casi treinta años más tarde, el recuerdo de aquella mañana todavía le proporcionaba sensaciones de asombro infantil.
Para empezar, en aquellos días un adulto podía pensar nada menos que en enviar a un enorme taxi negro impulsado por gasolina a recoger en Croydon a un niño pequeño para luego llevarlo hasta el Hospital de Saint Thomas, que se asomaba tras las largas filas de gabarras que llenaban el Támesis a su paso por el Parlamento. Después de dar amablemente las gracias al taxista, el joven Alex se dirigió a la entrada del hospital por el camino más largo, para poder contemplar un rato más las barcas en el agua. Liberado temporalmente de los uniformes y la disciplina escolar, saboreó un ratito la compañía del río antes de entrar por fin en el centro sanitario.
Como esperaba, Jen estaba todavía ocupada, corriendo de su laboratorio de investigación a la clínica, dando a cada grupo de ayudantes instrucciones revisadas que sólo servían para crear más caos. Alex esperó pacientemente encaramado a un taburete del laboratorio mientras los pacientes procedentes del Gran Londres se sometían a estudios, reconocimientos y exámenes para averiguar qué les sucedía. Entonces, todavía envuelta en la práctica de la medicina, Jen solía quejarse de que siempre le enviaran casos que nadie más podía diagnosticar. Como si hubiera soportado que fuera de otra forma.
Alex estaba interesado por la ciencia experimental de laboratorio, pero la biología le parecía demasiado farragosa, indisciplinada y subjetiva. Mientras veía a los médicos hacer pruebas a las víctimas de una docena de diferentes males urbanos modernos, provocados por la contaminación, la tensión o la superpoblación, se preguntó cómo podían los trabajadores terminar algo.
Por fortuna, uno de los técnicos fue al rescate con una libreta y pronto Alex se sumergió en las matemáticas. Ese día (lo recordó vividamente en los años venideros), el maravilloso, intrincado y exacto mundo de las matrices lo tuvo absorto.
Por fin, Jen lo llamó mientras se quitaba la bata. Baja pero increíblemente fuerte, lo cogió de la mano y dejaron el hospital. Luego alquilaron dos bicis en una burbuja situada cerca del carril elevado para las bicicletas.
En aquellos días, las bicis no eran todavía las dueñas de las calles de Londres y Alex tuvo que soportar el acoso de los cláxones y las voces irritadas. Mantener el ritmo dejen pareció una cuestión de supervivencia hasta que por fin el verde césped de Regent's Park se abrió alrededor de ellos en un bien recibido oasis de calma.
Los estandartes negros colgaban fláccidos cuando dejaron las bicis en un kiosco situado junto al canal, bajo los rótulos verdes y azules de la Vigilancia de la Tierra. En las inmediaciones esperaban los manifestantes con las frentes manchadas de ceniza, protestando tanto por el programa de las arcas como por los recientes sucesos que las habían hecho necesarias. Un orador con el cabello empapado se dirigía a los turistas y visitantes con una intensidad que ardió en la memoria de Alex para siempre.
—Nuestro mundo, nuestra madre, tiene muchas partes. Cada una de ellas, como los órganos de nuestro cuerpo, como las células, participa en un todo sinergístico. Cada una es un componente del delicado equilibrio de ciclo y reciclo que ha mantenido este planeta durante tanto tiempo como oasis de vida en el vacío muerto del espacio.
»¿Qué sucede cuando ustedes o yo perdemos un trozo de nosotros mismos? ¿Un dedo? ¿Un pulmón? ¿Esperamos funcionar igual, después? ¿Volverá el todo a funcionar correctamente alguna vez? ¿Cómo, entonces, podemos ser tan insensibles al desmembramiento de nuestro mundo, de nuestra madre?
»¡Las células de Gaia, sus órganos, son las especies que comparten la superficie!
»Hoy, aquí, los hipócritas os dirán que están salvando especies. Pero ¿cómo? ¿Amputando lo que queda y guardándolo en un tarro? Lo mismo daría arrancar el hígado de un borracho y conservarlo en una máquina. ¿Para qué propósito? ¿Quién se salva? ¡Desde luego, no el paciente!
Alex observó al orador mientras su abuela compraba las entradas. La mayoría de las palabras del hombre lo dejaron perplejo aquel día. Sin embargo, recordaba haberse sentido fascinado. La pasión del orador era inusitada. Los que deambulaban los domingos por Speakers' Córner parecían pálidos y sobrios en comparación.
Recordaba un párrafo en concreto con absoluta claridad. El hombre extendió las manos hacia los transeúntes, como si suplicara por sus almas.
—… los humanos trajeron inteligencia y autoconciencia al mundo, eso no puede negarse. Y eso, en sí, fue bueno. Pues, ¿cómo si no podría Gaia aprender a conocerse sin un cerebro? Ése fue nuestro propósito, proporcionar ese órgano, ofrecer esta función para nuestra Tierra viva.
»Pero ¿qué hemos hecho en cambio?
El manifestante se frotó las manchas de ceniza que tenía sobre los ojos, corridas por la llovizna intermitente.
—¿Qué clase de cerebro mata al cuerpo del cual forma parte? ¿Qué ciase de órgano pensante mata a los otros órganos de su todo? ¿Somos el cerebro de Gaia? ¿O somos un cáncer sin el que estaría mejor?
Por un momento, el orador captó los ojos de Alex y pareció dirigirse especialmente a él. Mientras lo miraba a su vez, Alex sintió que su abuela lo cogía de la mano y se lo llevaba, haciéndolo pasar entre los detectores de metal y máquinas de vigilancia para conducirlo a la tranquilidad relativa de los terrenos interiores.
Ese día nadie parecía muy interesado en los osos o las focas. La sección africana atraía a pocos turistas, ya que ese continente se había declarado estable hacía unos pocos años, la mayoría de la gente pensaba que el gran peligro había desaparecido en esa parte del mundo. Durante una época, al menos.
Al pasar ante la sección del Amazonas, Alex quiso detenerse y ver los leones dorados, con su gran jaula pintada de azul brillante. Había otras zonas pintadas de azul. Guardias humanos y robóticos enfocaban a cualquiera que se acercara demasiado a aquellas jaulas marcadas especialmente.
Los animales de melena amarilla miraron a los ojos de Alex con desgana. Al chico le pareció que eran demasiado conscientes de cuál era la actividad de aquel día.
La gente se dirigía ya hacia la nueva sección del zoo dedicada a las criaturas del subcontinente indio. Jen y él llegaban demasiado tarde para la ceremonia oficial, por supuesto. Que él supiera, la abuela nunca había llegado puntual a nada.
De todas formas, no importaba. La masa de visitantes no había ido a escuchar discursos, sino a ser testigos y saber que la historia había marcado otro hito. Jen le dijo que estaban «haciendo penitencia», por lo que Alex supuso que también ella era gaiana.
No advirtió hasta muchos años después que millones de personas la consideraban la propia Gaia.
Mientras guardaban cola salió el sol. El vapor se alzó del pavimento. Jen le dio un billete de diez libras para que comprara un helado y el pequeño volvió justo a tiempo de reunirse con ella en el lugar donde se situaba la nueva frontera.
La mitad de los animales que se exhibían en esta sección estaban ya marcados de azul. Ahora había guardias patrullando lo que sólo un mes antes eran jaulas normales de zoo, pero que ahora habían sido reclasificadas como algo completamente diferente. Esto fue antes de las arcas herméticamente selladas de los días posteriores, cuando la demarcación era todavía principalmente simbólica.
Por supuesto los animales añadidos, los refugiados, no habían llegado aún. Estaban aún en cuarentena mientras los zoos de todo el mundo debatían quién se encargaría de aquellas criaturas rescatadas del destruido sistema de parques hindú. En los meses siguientes, los exiliados llegarían solos y por parejas, para no ver nunca más sus hogares salvajes.
Los pintores acababan de terminar de marcar el recinto de los gamos. Los animales agitaban las orejas, ajenos a su cambio de status. Pero en la jaula de al lado, una hembra de tigre parecía comprender. Recorría su gran demarcación, agitando la cola, observando repetidamente a los mirones con sus fieros ojos amarillos antes de volverse rápidamente una vez más, rugiendo levemente. Jen contempló a la bestia, transfigurada, con una expresión extraña y distante en el rostro, como si mirara al pasado lejano o a un futuro tenuemente percibido.
Alex señaló con un dedo al gran gato. Aunque sabía que debía sentir lástima por el animal, el tigre parecía tan grande y alarmante que le produjo una sensación de seguridad echar hacia atrás el pulgar y apuntar.
—Bang, bang —murmuró en silencio.
Una nueva placa brillaba al sol.
ARCA VITAL, REFUGIADO NÚMERO 5345
TIGRE REAL DE BENGALA
AHORA EXTINTO EN LIBERTAD
OJALÁ GANEMOS SU PERDÓN A TRAVÉS DE ESTAS ARCAS Y
ALGÚN DÍA PODAMOS DEVOLVERLOS A SUS HOGARES.
—He examinado las cifras de los depósitos genéticos —dijo Jen, aunque no a su nieto. Contemplaba al hermoso animal salvaje al otro lado del foso y hablaba para sí—. Me temo que probablemente perdamos esta línea.
Sacudió la cabeza.
—Oh, almacenarán sus cromosomas. Y tal vez algún día, mucho después de que el último haya muerto…
Su voz se apagó entonces y Jen miró hacia otro lado.
En ese momento Alex sólo tenía una vaga idea de lo que sucedía, de la finalidad del programa de las arcas, o de por qué las agencias relacionadas habían renunciado por fin a la lucha para salvar las selvas hindúes. Todo lo que sabía era quejen estaba triste. Cogió la mano de su abuela y la sostuvo en silencio hasta que por fin ella suspiró y se volvió para irse.
Aquellos sentimientos permanecieron con él hasta mucho después de que fuera a la universidad y empezara a estudiar física. Todo el mundo forma parte del problema o parte de la solución, eso había aprendido de ella. Alex creció decidido a crear una enorme diferencia.
Y por eso buscó medios de producir energía barata. Medios que no exigieran más excavaciones ni envenenamiento de la tierra. Medios para dar a miles de millones de personas la electricidad y el hidrógeno que insistían en tener, pero sin destruir más bosques. Sin añadir más veneno al aire.
Bueno, se recordó Alex por enésima vez. Puede que haya fracasado en eso. Puede que haya, sido inútil. Pero al menos no soy el que mató a la Tierra. Alguien más lo hizo.
Era un consuelo extraño e inútil.
No, consideró otra parte de él. Pero los que lo hicieron, el equipo o el gobierno o el individuo que creó a Beta…, también ellos debieron empezar con el más puro de los motivos.
Su error podría haber sido fácilmente el mío propio.
Alex recordó al tigre, sus ojos salvajes llenos de reproche. El paso lento y sin remordimiento.
El ansia.
Ahora perseguía a un monstruo mucho más letal. Pero, por algún motivo, la imagen del gran gato no le abandonaba.
Recordó a los gamos, reunidos en su corral y mirando todos juntos en la misma dirección, buscando seguridad y serenidad en su número, imitándose unos a otros. Los tigres no eran así. Había que alojarlos por separado. Excepto bajo excepcionales circunstancias, no podían ocupar el mismo espacio. Eso los hacía más difíciles de mantener.
Había analogías en la física: los gamos eran como las partículas llamadas bosones, que se agrupaban. Pero los fermiones eran solitarios como los tigres.
Alex sacudió la cabeza. ¡Qué extraña concatenación de pensamientos! ¿Por qué se le ocurrían estas cosas ahora mismo?
Bueno, estaba aquella postal de Jen…
En realidad no era una postal, sino más bien una foto enviada a uno de sus correos secretos en la Red. Mostraba a su abuela, aparentemente tan sana como siempre, posando con varios hombres y mujeres negros y lo que parecía un rinoceronte manso, si tal cosa era posible. Las marcas de la transmisión demostraban que había sido enviada desde la Confederación de África del Sur, un país paria. Así quejen seguía dando coletazos.
Es cosa de familia, pensó mientras sonreía irónicamente.
Dio un respingo cuando alguien le tocó el hombro. Al levantar la cabeza, vio a George Hutton de pie a su lado.
—Muy bien, Lustig, estoy aquí. Stan me ha dicho que querías enseñarme una cosa antes de que empecemos la siguiente ronda de pruebas. Dice que has aumentado tu bestiario.
Alex se agitó, recordando el arca vital.
—¿Cómo dices?
—Ya sabes: agujeros negros, cuerdas cósmicas microscópicas, cuerdas sintonizadas… —George se frotó las manos, burlón—. ¿Qué has encontrado esta vez?
—Bueno, me había equivocado.
—Y puede que lo estés haciendo de nuevo. ¿Y qué? ¡Cada vez que metes la pata, es brillante! Vamos, pues. Muéstrame el último bucle, o lazo, o cordón, o…
Guardó silencio, los ojos desorbitados, ante lo que Alex mostró en el holotanque.
—Bozhe moi —suspiró George. Una expresión que Alex sabía no era maorí, definitivamente.
—La llamo singularidad de nudo —replicó—. Un nombre adecuado, ¿no te parece?
La cosa azul parecía una especie de nudo, una monstruosidad gordiana tan comparable al nudo de un boy scout como una nave espacial y un cohete de feria. El orbe giratorio se movía incesantemente y los bucles brotaban de su superficie para retroceder rápidamente, por lo que Alex pensó en un amasijo de gusanos enfurecidos. Alrededor de la ondulante esfera había una luz brillante.
—Su-supongo que esa cosa está hecha de… ¿cuerdas? —preguntó George, y tragó saliva.
Alex asintió.
—Así es. Y antes de que preguntes nada, sí, se tocan unas a otras sin reconectarse ni disiparse. Piensa en un neutrón, George. Los neutrones no pueden existir mucho tiempo fuera de un átomo. Pero en el interior, digamos que de un núcleo de helio, pueden durar casi eternamente.
George asintió sobriamente. Señaló:
—¡Mira eso!
Los bucles que brotaban de la masa en movimiento latían y se perdían antes de ser atraídos de nuevo hacia el interior. Ahora, sin embargo, una cuerda se extendió más de lo normal y consiguió doblarse sobre sí misma más allá del nudo.
En un destello, se soltó y escapó del cuerpo principal. Liberado del conjunto, el bucle pronto volvió a retorcerse sobre sí mismo. Con otro destello de reconexión, otros dos más pequeños ocuparon su lugar. Luego cuatro. Pronto la cuerda rebelde se desvaneció en una acometida de división y autodestrucción.
Mientras observaban, otro bucle se soltó de forma similar, hasta morir. Y luego otro.
—Creo que ya comprendo —apuntó George—. Esta cosa también está condenada a destruirse, como el microagujero negro y la microcuerda.
—Exacto —dijo Alex—. Al igual que un agujero negro es una singularidad gravitacional en macrodimensión cero y una cuerda cósmica es una singularidad en uno, un nudo es una discontinuidad en el espacio-tiempo que puede doblarse en tres, cuatro… No he calculado en cuántas direcciones puede moverse. Ni siquiera imagino cuáles podrían ser los efectos cosmológicos, si es que algunos se crearon en el principio del universo.
»Las tres singularidades tienen en común lo siguiente: no merece la pena ser pequeño. Un nudo pequeño es tan inestable como una microcuerda o un microagujero. Se disipa, en este caso emitiendo pequeñas cuerdas bucle que se desgajan en un estallido de energía.
—Ya —asintió George—. Y ahora piensas que lo que creaste en tu cravitrón de Perú fue esto.
—Sí, así es.
Alex sacudió la cabeza, todavía incapaz de creerlo. Sin embargo, ningún otro modelo explicaba con tanta precisión las lecturas de energía de Iquitos. Ninguno predecía tan bien la masa y trayectoria que habían observado durante la última semana. Alex todavía se sorprendía de haber podido construir semejante cosa sin saber siquiera que era teóricamente posible. Pero allí estaba.
El silencio entre los dos hombres se extendió durante unos instantes.
—Así que ahora tienes un modelo que funciona —observó George por fin—. Primero pensabas que habías dejado caer un agujero negro a la Tierra, luego una cuerda sintonizada. Ahora lo llamas nudo, y sin embargo sigue siendo algo inofensivo que se disipa.
Hutton se volvió para mirar de nuevo a Alex.
—Eso sigue sin resolver el problema de Beta, ¿no? Sigues sin tener idea de por qué el otro monstruo es estable, contenido en sí mismo, capaz de crecer y alimentarse del núcleo de la Tierra, ¿verdad?
Alex sacudió la cabeza.
—Oh, es un nudo, desde luego. Algún tipo de singularidad de nudo. Pero exactamente de qué tipo…, eso es lo que intentamos averiguar hoy.
—Mm. —Hutton contempló la cámara subterránea, más allá de los técnicos que esperaban el brillante golpeador nuevo, recién construido siguiendo las indicaciones que habían desarrollado Alex y Stan Goldman, ahora afinado y preparado para enviar sondas de gravedad hacia abajo, hacia dentro.
—Me preocupan esos terremotos —comentó George.
—A mí también.
—Pero no hay forma de evitar correr riesgos, ¿no? Muy bien, Lustig. Adelante, da la orden. Veamos lo que esa cosa tiene que decir, cara a cara.
Alex hizo una seña a Stan Goldman, situado junto al golpeador; su mentor dirigió los ojos hacia arriba en una rápida oración y a continuación pulsó los controles de mando. Por supuesto, nadie en la cámara oyó el sonido de los gravitones disparados hacia abajo por la antena superconductora. De todas formas, podían imaginarlo.
Alex se preguntó si también los otros prestaban atención a un posible eco y temían lo que entonces pudiera oírse.
■ Grupo Especial de Interés y Discusión para Buscar Soluciones Mundiales de Largo Alcance [GEI DS, MLP 2537890.546], muestreo de las peticiones de hoy. [Sólo resúmenes. Pronunciar los números o pulsar el símbolo de índice para las versiones ampliadas.]
# (54.891) | —¿Porqué, después de tantos años, no han conseguido separar los elementos valiosos del agua del mar? ¡Debe de ser una conspiración de las compañías mineras! ¿Algún comentario ahí fuera? ¿O referencias que pueda estudiar? | |
# (54.892) | —Desde que era pequeño, allá por el siglo veinte, constantemente he oído hablar de la energía de fusión, y de que algún día proporcionaría energía barata, limpia e ilimitada. ¡Decían que sólo faltaban unos veinte años para ponerla en práctica, pero de eso ya hace sesenta años! ¿Puede alguien ref-indicar algunos vid-tecs sobre el tema, para que un profano como yo averigüe en qué andan hoy? | |
# (54.893) | —He oído que en Birmania y en Quebec Real permiten que los asesinos convictos elijan ser ejecutados por medio de desmembramiento, para que sus órganos puedan seguir viviendo en otras personas. ¡Un tipo está vivo en un 87 por ciento, de lo bien que lo reciclaron! ¿Puede alguien ayudarme a buscar los orígenes de este concepto? ¿Dónde termina la ejecución y comienza una especie de inmortalidad para los delincuentes? | |
# (54.894) | —¿Qué tal combatir el efecto invernadero enviando montones de polvo a la atmósfera, para bloquear la luz del sol como lo hicieron esos volcanes durante la ola de frío del año nueve? Hace poco he encontrado un puñado de referencias a algo llamado invierno nuclear, que los llevaba a todos de cabeza durante el siglo veinte. Tal vez diera miedo cuando todas esas bombas estaban cayendo alrededor, ¡pero ahora mismo nos vendría bien un poco de invierno de ése! ¿Alguien interesado en iniciar un subfórum sobre esto? | |
# (54.895) | —¿Por qué atender a los pobres drogatas cuyo único pecado es la autodestrucción? Claro que son como una plaga de piojos, pero ¿dónde entra en acción el factor de la evolución? ¡Yo digo que se curen solos, y dejemos de suministrar por la fuerza drogas terapéuticas a quienes no les interesa más que su placer! | |
# (54.896) | —Los análisis de sangre de mi empresa muestran un 35% de presensibilidad genética por encima de la media al cambio de células, debido a la acción del cloro. La jefa dice que deje de frecuentar las piscinas públicas o perderé mi superseguro. ¿Puede utilizar un análisis de la compañía para decirme lo que tengo que hacer en mi tiempo libre? ¿Hay algún programa sobre el tema de las leyes sobre el dominio público? | |
# (54.987) | —Eh, ¿no hay nadie más por ahí fuera que piense que ¡e falta algo? No puedo describirlo exactamente, pero… ¿no notáis que está pasando algo pero nadie os dice lo que es? No sé, no puedo desprenderme de esta sensación de que ocurre algo… |