EXOSFERA

—… la explicación más probable. Vamos, capitana Tikhana. Seguro que no se habrá dejado engañar por esa estúpida tapadera que están difundiendo, que Estados Unidos hacía pruebas armamentísticas secretas a bordo de Erehwon.

Teresa se encogió de hombros, preguntándose una vez más por qué había dejado que Pedro Manella concertara este almuerzo de trabajo.

—¿Por qué no? —respondió—. El secretario espacial lo niega. El presidente lo niega. Pero los periodistas siguen publicándolo.

—¡Exactamente! —Manella extendió las manos en un gesto expresivo—. La charada del gobierno está funcionando a la perfección. ¡Es una táctica venerable, negar en voz alta algo que no se ha hecho, y así nadie busca lo que hiciste en realidad!

Teresa observó cómo enrollaba los linguini en el tenedor y hacía un gesto indiferente para llevárselos a la boca. Combatiendo un creciente dolor de cabeza, ella apretó los puntos de presión situados sobre los ojos. La superficie de la mesa de plástico se agitó bajo sus codos, haciendo temblar platos y vasos.

—¿De qué está hablando exactamente? —dijo, irritada, pronunciando las palabras de forma entrecortada y aislada—. Si no empieza a tener pronto algún sentido, voy a cambiar de idioma. Tal vez pueda hacerse entender en simglés.

El periodista le dirigió una mirada de disgusto. Aunque tenía gran fluidez en nueve idiomas, era evidente que no sentía ningún amor por el experimental hijo bastardo del inglés y el esperanto.

—Muy bien, señora Tikhana. Voy a ponérselo claro. Creo que el equipo de su marido en la plataforma de Punto Lejano de la estación espacial experimentaba con agujeros negros cautivos.

Ella parpadeó y luego soltó una carcajada.

—Lo sabía. Está usted loco.

—¿Ah, sí? —Manella se limpió el bigote y se inclinó hacia ella—. Considérelo. Aunque la investigación cavitrónica se permite en unos pocos lugares, sólo en uno de ellos han recibido los investigadores permiso para continuar adelante y crear singularidades a toda escala. Y sólo en órbita alrededor de la Luna.

—¿Y bien?

—Imagine que el gobierno decidiera adelantarse al equipo internacional. ¿Y si quisieran experimentar con singularidades por su cuenta, en secreto, para conseguir una ventaja tecnológica antes de que termine la moratoria?

—Pero los riesgos de ser descubiertos…

—Son sustanciales, sí. Pero las repercusiones se reducirían manteniendo todos los experimentos al más alto nivel hasta que todo el mundo se asegure de que los microagujeros son seguros y los tribunales empiecen a conceder licencias. Mire lo que le pasó a ese pobre imbécil de Alex Lustig cuando lo pillaron apuntando justo a la superficie de la Tierra.

Teresa sacudió la cabeza.

—Quiere decir que Estados Unidos ha mantenido una investigación secreta e ilegal en el espacio —apuntó fríamente.

La sonrisa de Manella fue condescendiente, irritante. Teresa se preparó para ignorarlo todo, menos el desdén.

—Estoy sugiriendo —replicó él— que su marido puede haber estado relacionado con un programa así y que nunca se molestó en decírselo.

—Ya he oído suficiente. —Teresa arrugó la servilleta y la arrojó sobre la mesa. Se levantó, pero se detuvo cuando vio que el periodista sacaba varias fotografías brillantes y las colocaba sobre la mesa. Teresa siguió con la yema de los dedos el contorno de la cara de Jason.

—¿Dónde fueron tomadas?

—En una conferencia sobre física gravitatoria el año pasado, en Snowbird. ¿Ve? En la placa aparece su nombre. Naturalmente, no iba de uniforme en ese momento…

—¿Llevaba una cámara secreta en la pajarita?

—En el bigote —respondió él, con una cara tan sena que Teresa casi lo creyó—. Fue en la época en que seguía pistas sobre el paradero de Alex Lustig, antes de revelar la historia de su particular-Teresa apartó la última foto.

—Nadie se fía ya de las fotografías como prueba de nada.

—Cierto —concedió Manella—. Podrían ser falsas. Pero fue una conferencia pública. Llame a los organizadores. Su marido utilizó su propio nombre.

Teresa hizo una pausa.

—¿Y qué? Entre otras cosas, Jason estaba estudiando las anomalías en el campo gravitatorio de la Tierra. Son importantes para la mecánica orbital y la navegación. —Por ese asunto, Teresa había hecho bastante más que leer un poco sobre el tema.

Manella se encogió expresivamente de hombros.

—El campo de la Tierra es veinte órdenes de magnitud menos intenso que el tipo de gravedad del que hablan en las conferencias sobre la teoría de los agujeros negros.

Teresa volvió a desplomarse en su asiento.

—Está loco —repitió. Pero esta vez su voz no tenía mucha convicción.

—Vamos, capitana. Es usted una persona adulta. No se venga abajo ante las injurias. O, al menos, mantenga el listón alto. Llámeme exagerado, fisgón, o incluso gordo. Pero no diga que estoy loco cuando sabe que podría tener razón.

Teresa quiso mirar a cualquier parte menos a los oscuros y penetrantes ojos del hombre.

—¿Por qué no puede dejarlo en paz? Aunque todo lo que sospecha fuera cierto, han pagado por ello con sus vidas. Los únicos que resultaron dañados fueron ellos mismos.

—Y los contribuyentes, señora Tikhana. Me sorprende que los olvide. Y tal vez su programa espacial. ¿Qué pasará con este asunto durante las investigaciones?

Teresa se sobresaltó, pero no dijo nada.

—Además, aunque sólo ellos resultaran perjudicados, ¿excusa eso a sus jefes por violar los principios básicos de las leyes internacionales? Cierto, la mayoría de los físicos están de acuerdo en que los cavitrones no son realmente peligrosos. Pero hasta que un tribunal científico lo verifique, la tecnología está todavía en cuarentena. Conoce tan bien como yo las razones del Tratado de Nuevas Tecnologías.

Teresa sintió ganas de rebelarse.

—El tratado es un freno que nos arrastra…

Pero Manella disintió, interrumpiéndola.

—¡Es nuestra salvación! Usted, mejor que nadie, debería saber los daños que se hicieron antes de su promulgación. ¿Le apetecería salir al exterior sin protección? Nuestros abuelos podían hacerlo sin problemas, incluso en un día como hoy.

Ella miró a través de los cristales reforzados del restaurante. Hacía sol y no había ni una sola nube en el cielo. Mucha gente disfrutaba dando un paseo. Pero todos, sin excepción, llevaban sombreros y gafas protectoras.

Teresa sabía que el peligro de los UV se exageraba a menudo. Ni siquiera unos pocos días tomando el sol en la playa acortarían apreciablemente la vida media de una persona. La capa de ozono no estaba tan deteriorada todavía. Sin embargo, reconocía que Manella tenía razón. La ceguera humana había rasgado aquel velo protector. Igual que aceleraba los desiertos en expansión y los mares en ascenso.

—Los norteamericanos me sorprenden —continuó él—. Nos arrastran a todos los demás, gritando y pataleando, para que seamos conscientes de nuestro entorno. Ustedes y los escandinavos presionaron y coaccionaron hasta que se firmaron los tratados…, posiblemente a tiempo de salvar algo de este planeta.

»¡Pero cuando las leyes y los tribunales estuvieron en su sitio, fueron los primeros en quejarse! ¡Lloriqueando como niños frustrados por las restricciones a su derecho a hacer lo que les plazca!

Teresa no dijo nada, pero respondió en silencio. No esperábamos toda esa maldita burocracia.

Su resentimiento personal se basaba en la lentitud de los tribunales en dar vía libre a los nuevos diseños de cohetes, estudiando y luego reestudiando si este combustible o aquél produciría gases molestos o no. Cerraban demasiado tarde la puerta a un problema y cerraban al mismo tiempo la puerta de la oportunidad.

—El mundo es demasiado pequeño —continuó Manella—. Nuestra frágil y frugal prosperidad se precipita al vacío. ¿Por qué cree que me dediqué a cazar a ese pequeño aprendiz de Fausto de Alex Lustig?

Ella alzó la cabeza.

—¿Por los titulares?

Manella alzó el vaso de vino.

—Touché. Pero mi razonamiento sigue siendo el mismo, capitana Tikhana. Algo sucedió a bordo de esa estación. Dejemos a un lado el hecho de que fuera ilegal y hablemos de los secretos implicados en ello. Eso significaba que no estaba sujeto a los escrutinios y las críticas. Así es como suceden calamidades como las de Chernóbil, Lamberton y Tsushima. Y también por eso; aunque suene brusco, su marido está ahora mismo corriendo a velocidades relativistas hacia Sagitario.

Teresa sintió que la sangre le escapaba de la cara. Tuvo un súbito recuerdo, no de Jason, sino de la manera sibilina en que el coronel Glenn Spivey consiguió evitar el tener que testificar. Spivey debía de saber más, mucho más de lo que decía.

Oh, Manella era inteligente, desde luego. Hasta el punto de saber cuándo había hecho mella en su razonamiento, cuándo era mejor callar mientras su víctima se rebullía intentando escapar a la lógica de su trampa infernal.

Desesperada, Teresa no vio ninguna escapatoria. Tenía que decidir entre dos avenidas igualmente desagradables.

Podía ir con todo esto al inspector general. Las leyes y los tratados federales la protegerían. Su rango, su paga y bienestar estarían asegurados.

Pero no había ningún medio de que el IG pudiera proteger lo más precioso que le quedaba, su status de vuelo. Salieran como salieran las cosas, «ellos» encontrarían una excusa para no dejarla salir de nuevo al espacio.

La otra opción la estaba ofreciendo Manella clara e implícitamente. Teresa saboreó la media obscenidad: una conspiración.

Algo rozó la ventana. Ella miró hacia el exterior para ver a una criatura que chocaba contra la suave superficie del cristal: un insecto grande, extraño y sorprendente, hasta que lo recordó.

Una cigarra. Sí, la Red tenía historias sobre ellas.

La ciudad se había preparado para el regreso de las cigarras de cada diecisiete años, que desde tiempo inmemorial habían llenado un verano de cada generación con vida ruidosa y molesta, congregadas alrededor de los árboles y manteniendo despierto a todo el mundo hasta que por fin se apareaban, ponían los huevos y morían. Una molestia, pero tan espaciada y bien cronometrada que Washington lo convertía en todo un suceso, con estudios especiales en las escuelas y reportajes humorísticos en las revistas.

Sólo que este año algo había salido mal.

Tal vez era el agua, o quizás algo que se había filtrado en el suelo. Nadie sabía todavía por qué, sólo que cuando unas cuantas cigarras emergieron por fin de sus refugios de invierno, eran animalillos retorcidos y enfermizos, mutados y moribundos. Aquello traía recuerdos de la plaga del cáncer, o de los bebés de Calthmgite de hacía veinte años y conducía a hacer extrañas conjeturas sobre cuándo volvería a pasar a las personas algo así.

Teresa contempló al horrible insecto perderse entre los matojos, una víctima, otra más entre muchas sin nombre.

—¿Qué quiere de mí? —le preguntó al periodista en un susurro.

De algún modo, ella esperaba que sonriera. Se sintió alegre, incluso agradecida, de que fuera lo bastante sensible para no mostrar su regocijo abiertamente. Con una sinceridad que tal vez incluso fuera genuina, Pedro Manella le tocó la mano.

—Tiene que ayudarme. Ayudarme a averiguar qué está pasando.

■ El Registro de Predicciones Mundiales se enorgullece de presentar la vigésimo quinta ceremonia de los Premios de Pronosticación anuales, por los logros conseguidos en las categorías de análisis de tendencias, meteorología, predicciones económicas y aciertos casuales. Además, este año, por primera vez en una década, habrá una nueva categoría.

Desde hace algún tiempo en nuestra porción de la Red se viene desarrollando un debate acerca del propósito del registro. ¿Estamos aquí simplemente para cotejar las proyecciones de varios expertos, de forma que con el tiempo aquéllos que tengan puntuaciones más precisas puedan «ganar» de alguna forma? ¿O debería ser nuestro objetivo algo a más largo plazo?

Se puede argumentar que no hay nada más fascinante y atractivo para los seres humanos que la idea de predecir un camino de éxito a través de los riesgos y oportunidades que se extienden por delante. Las Red-vistas de entretenimiento están llenas de profecías de psíquicos, adivinos, astrólogos y analistas de bolsa, todo lo cual forma parte de un vasto mercado volcado en su sueño humano básico.

Algunos de nuestros miembros han propuesto la ampliación del registro para incluir también todas estas visiones para almacenarlas como hacemos con los modelos más académicos. Al menos, haríamos un servicio desenmascarando a los charlatanes. Pero también existe la posibilidad, aunque la mayoría de ellos no ofrezca más que sensacionalismo y caprichos, que algunos de esos videntes puedan conseguir grandes logros.

¿Y si algún chalado, sin saber cómo o por qué, tropezara con un truco tosco pero prometedor que le ofreciera una estrecha ventana al futuro que le espera? Hoy en día, bajo las presentes condiciones en que se halla el mundo, ¿podemos permitirnos ignorar cualquier posibilidad?

Por este motivo, en nuestras bodas de plata, hemos establecido la nueva categoría de «profecía al azar». Requerirá una base de datos mayor que todas las otras categorías combinadas. Además, en el departamento de aciertos casuales también aceptaremos predicciones anónimas bajo pseudónimo para proteger a aquellas personas que teman por su reputación.

Así que envíenlas, posibles Nostradamus, pero por favor, intenten no ser tan oscuros como el original. Al igual que en las otras secciones, parte de su puntuación se basará en lo explícitas y evaluables que sean sus predicciones.

Y ahora, las honorables menciones en la categoría de análisis de tendencias…

—Registro de Predicciones Mundiales. [■ AyR 2437239.726 IntPredReg. 6.21. 038:21:01.]