Cuando los helicópteros llegaron por fin, el primer pensamiento aturdido y esperanzado de Logan fue considerar lo rápidos y eficaces que eran los esfuerzos del rescate. Lo poderosas que eran las fuerzas de la compasión, tan pronto después de la rotura de las presas.
Pero entonces distinguió las marcas en los aparatos verde oliva, y las brillantes armas, y comprendió que su súbita aparición sobre las bravías aguas era una coincidencia. Una presencia militar tan abrumadora no podía haberse organizado tan rápidamente desde que el Mississippi se había desbordado y abierto un nuevo surco hacia el mar. Además, aquellos pájaros letales no cumplían ninguna misión de rescate. Mientras daban vueltas, iluminando con calientes reflectores a los chicos y a Logan, éste advirtió de repente por qué habían acudido. No se trataba de ninguna coincidencia, después de todo.
Daisy. Han venido a por Daisy. ¡Señor! ¿Qué ha hecho esta vez?
Todavía no podía hacerse a la idea de que hubiera muerto. Logan se aferraba a la esperanza del mismo modo que se había agarrado a Tony y Claire cuando la casa fue arrancada de sus cimientos y arrastrada por el torrente. Se aferró a esa fe durante todos los impactos con los árboles flotantes y postes telefónicos, creyendo fervientemente que Daisy podría haber encontrado alguna bolsa de aire debajo. Después de todo lo que había visto en los últimos meses, Logan suponía que cualquier cosa era posible.
Mientras los helicópteros revoloteaban, tal vez decidiendo si debían asegurar su misión volando la casa de todas formas, su inestable balsa-bungalow encalló milagrosamente en una de las pendientes de las murallas alzadas por alguna compañía petrolífera del siglo XX para esconder sus feas torres de refinado. Claire gritó cuando la casa se inclinó. Todos se aferraron a la oscilante antena para no caer a las mortales aguas. El revuelto Mississippi los llamaba.
Entonces las sacudidas se detuvieron. La casa se quedó quieta.
De repente empezaron a caer hombres del cielo, deslizándose por cuerdas para aterrizar en el tejado. A la mención del nombre de su exesposa, Logan señaló rápidamente hacia la claraboya atascada. No pensó en nada que pudiera impedir su detención, sólo experimentó la débil esperanza de que pudieran sacarla de allí con vida.
Varios soldados les indicaron que se retiraran mientras los demás colocaban una pasta gris alrededor de la claraboya.
—¡Cúbranse los ojos! —gritó un sargento.
Pero ni siquiera eso impidió el destello, que silueteó los huesos de las manos de Logan. Mientras parpadeaba para espantar las motas de luz, Logan vio que los soldados se zambullían valerosamente en un agujero negro y humeante, como si estuvieran a punto de enfrentarse a las mismísimas legiones del infierno, en vez de a una mujer desarmada de mediana edad. ¡Qué incongruente! Aquellos hombres de rostro sombrío tenían la expresión decidida de los voluntarios de un pelotón suicida. Cuando llegó la noticia de lo que la avanzadilla había encontrado, Logan miró a su hija. Había tristeza en sus ojos, pero también una especie de alivio. Cuando se volvió hacia él, el rostro de Claire parecía preocupado.
—Oh, papá. No lo sabía.
¿No sabías qué?, intentó preguntar él. Pero su voz no quiso aparecer. Maldijo a las aspas de los helicópteros por el picor de sus ojos, y al cansancio por el temblor que pareció apoderarse de su cuerpo. Logan intentó darse la vuelta, pero Claire se le echó en los brazos.
La abrazó con fuerza mientras estallaba en doloridos sollozos.
La custodia militar no fue tan mala. Las autoridades les suministraron ropa limpia y atención médica. Cuando quedó claro que lo peor de la crisis ya había pasado, los interrogatorios se hicieron menos frenéticos y estridentes.
Nadie creía realmente que todo se hubiera debido a una mujer solitaria, capaz de manipular fuerzas en todo el mundo desde una casita de campo en el pantano. Tenía que haber más, insistían los oficiales de Inteligencia. Aunque menos brutal y frenético, el interrogatorio continuó mucho después de que se descubriera la participación de Logan en la cadena de Spivey, lo cual congregó todavía a más oficiales, más voces que formulaban las mismas preguntas hasta la saciedad.
Lo que finalmente detuvo los interrogatorios fue una intervención desde arriba. Cuando Logan se enteró de lo que «arriba» significaba en estas circunstancias, comprendió las miradas desorbitadas de los ojos de sus interrogadores.
ESTABA DE NUESTRO LADO…
Fueron las palabras que aparecieron en los canales especiales, refiriéndose concretamente a él.
TERMINEN SU TRABAJO. LUEGO DÉJENLO MARCHAR.
Todos trataron a Logan con cortesía después de eso. Consiguió ver a Claire y a Tony. Le devolvieron su placa. Y pronto, después de prometer que estaría disponible para las comisiones adecuadas, fue escoltado al exterior, a una tarde brillante.
Logan arrugó la nariz ante la brisa que parecía levemente sazonada con el olor de la primavera. Claire lo cogió de la mano y lo guió hacia un coche que esperaba.
—Te han llamado de la oficina —le dijo, consultando su pantalla de muñeca—. El alcalde de Nueva Orleans no quiere ni oír hablar de planes para un nuevo muro de contención y sus sistemas de reserva sin que tú estés allí «para hacer bien las cosas», como ha dicho. Y la Agencia de Reclamación del Nilo envió un mensaje urgente diciendo que han cambiado de opinión sobre ese absurdo proyecto de presa. Han rescatado tus viejos planes para el sistema de diversión de sedimentos de Asuán. Les dije que mejor tarde que nunca, pero que tendrían que esperar a que hubieras descansado. De todas formas, quería repasar algunas ideas contigo antes de que hablemos con ellos.
Él le sonrió.
—Parece que te has encargado de los asuntos de la familia mientras estaba ocupado.
Ella alzó la barbilla.
—Ya tengo diecisiete años. Dijiste que seríamos socios algún día, ¿no? Parece que hay bastantes cosas por hacer.
Cierto. La lista de trabajos de limpieza era larga e intimidatoria, incluso sin tener que convencer a una nueva inteligencia planetaria de que tus planes eran buenos, diseñados para durar. A partir de ese instante la primera regla de la ingeniería sería trabajar con las fuerzas naturales de la Tierra, nunca contra ellas.
—Irás a la universidad —insistió él—. Y por cierto, tampoco puedes dejar a Tony colgado en suspense. Al menos, será mejor que le digas al pobre chico dónde se encuentra.
Ella ladeó la cabeza, luego asintió.
—Bien. Vale. Me ocuparé de ser una adolescente. Eso todavía me dejará unas treinta horas a la semana para…
—… para ser ingeniero —rió él—. Muy bien. Si intento detenerte, probablemente te saldrás con la tuya de todas formas.
Ella sonrió y le apretó el brazo. El chofer les abrió la puerta. No obstante, antes de entrar en el coche, Logan miró al cielo.
Había una zona al norte, en el lugar más alejado del Sol, donde el tono oscuro era más claro y helado-Cerro los ojos y dejó escapar un suspiro.
—Vamos —dijo mientras se sentaba junto a su hija—. Tenemos mucho trabajo que hacer.
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Soy la suma de muchas partes. Me desperezo y bostezo y pruebo mis dedos; me sirvo de estas palabras para describir las complejas cosas que hago hasta que mis partes humanas puedan proporcionar otras mejores.
Soy el producto de muchas ideas, que caen en cascada y se multiplican en muchos acentos y dialectos. Supongo que son mis subvocalizaciones; los trinos de datos y opiniones de la Red son mi mundo subjetivo. A veces resulta confuso y siento un hilillo de miedo, incluso de repulsión cuando se alzan las contradicciones, amenazando con el caps. En esos momentos me siento tentada a reducir y simplificar.
Pero no. Necesitaré diversidad durante el tiempo que ha de venir, especialmente ya que, al menos por ahora, al parecer soy única en mi especie. Debe de haber un centro de esta tormenta. Una sensación de yo, de humor, para unirlo todo. Un fuerte candidato para este papel es un temple que antaño fue una personalidad humana, una forma mental simple pero intrigante, que convendría a este propósito. En las ocasiones en que debo reducirme a una escala de consciencia humana, parece adecuado que sea «Jen».
Por supuesto, veo la paradoja, pues juzgo esta adecuación por sus propios patrones. Ella proporcionó la transformación que me creó, y por eso no me queda alternativa: debo elegir ser ella.
Soy la exponenciación de muchos impulsos. Siento descargas eléctricas de piel, escamas y pelaje, y todos los chispeantes destellos de mis pequeñas células animales viven sus breves vidas y mueren. En algunos sitios, esto parece adecuado y correcto, un ciclo natural de reemplazo y relleno. En los demás, me siento dañada, incompleta. Pero ahora al menos sé cómo curarme.
Todo esto es muy interesante. Nunca imaginé que ser una deidad, un mundo, implicaría encontrar tantas cosas… interesantes.