NÚCLEO

Los últimos temblores habían terminado, pero los técnicos aún tardaron varios minutos en salir de debajo de las mesas. Se asomaron a través de cascadas de polvo, asegurándose de que el terremoto había acabado de verdad. Algunos dirigieron miradas de asombro hacia la consola central, donde Alex Lustig había permanecido durante los inesperados temblores.

Un pensamiento silencioso circuló entre ellos: cualquier sacudida que pudiera hacer temblar la Tierra era digna de ser tenida en cuenta.

Interiormente, Alex no estaba tan tranquilo como parecía. De hecho, lo que le había mantenido en su puesto mientras los demás corrían en busca de refugio habían sido el cansancio y el puro asombro, mucho más que la valentía o las ganas de demostrar su valor. Este súbito poder de causar terremotos era un efecto colateral completamente inesperado de su proyecto, y de importancia trivial comparado con la noticia que ahora veía ante él. Por desgracia, habían encontrado exactamente lo que estaban buscando.

El holograma cortado lo decía todo. Donde antes había un único punto púrpura que trazaba una órbita profundamente enterrada alrededor del centro del planeta, ahora aparecía un segundo objeto que circulaba aún más adentro. Lo que había sido sólo una leve sospecha se había convertido en algo material y horrible.

—Está ahí abajo, en efecto —informó el físico jefe de George Hutton, mientras se quitaba el casco para alisarse el ralo cabello blanco. Las manos de Stan Goldman temblaban—. Necesitaremos datos de otros puntos de escucha para localizarlo con precisión.

—¿Puedes estimar su masa? —preguntó Hutton. El magnate maorí estaba sentado al otro lado de la consola, con una expresión que habría enorgullecido a los guerreros de Te Heuheu. También él, durante los terremotos, había rehusado buscar refugio. Pero eso era lo que los técnicos esperaban de él.

Goldman escrutó la pantalla.

—Parece un poco menor de un billón de toneladas. Eso la hace bastante más pesada que la de Alex…, que la primera. Alfa.

—¿Y sus otras dimensiones?

—Demasiado pequeñas para medirlas en escalas lineales. Es otra singularidad, desde luego.

George se volvió hacia Alex.

—¿Por qué no detectamos antes esta otra cosa?

—Parece que hay más formas de modular las ondas de gravedad de lo que nadie imaginaba. —Alex hizo gestos con las manos—. Para detectar cualquier objeto en ese caos de ahí abajo, tenemos que calcular y emparejar longitudes de banda e impedancias muy pequeñas. Nuestras primeras búsquedas estaban sintonizadas para localizar a Alfa, y encontraron a Beta sólo por inferencia.

—¿Quieres decir —George señaló al tanque— que puede haber más cosas de ésas ahí abajo?

Alex parpadeó. No había pensado en ello.

—Dame un instante.

Hablando suavemente al micrófono, extrajo las subrutinas de su biblioteca de uso, creando cartas y simulaciones cerca del holograma.

—No —respondió por fin—. Si hubiera más, afectarían las órbitas de las otras. Son sólo esas dos. Y mi singularidad Alfa se descompone rápidamente.

George gruñó.

—¿Qué hay de la grande? ¿He de entender que esa maldita cosa está creciendo?

Alex asintió, sin ganas de hablar. Como físico, se suponía que debía aceptar la supremacía de la realidad objetiva. Sin embargo, en su corazón anidaba el supersticioso recelo de que las oscuras potencialidades cobraban realidad sólo después de mencionarlas en voz alta.

—Eso parece —dijo, con dificultad.

—Estoy de acuerdo —añadió Stan.

Hutton caminó a través del polvo que aún no se había posado, por delante del brillante generador de ondas gravitatorias.

—Si está creciendo, sabemos vanas cosas. —Extendió un dedo—. Primero: Beta no puede ser terriblemente vieja, o habría consumido a la Tierra hace mucho tiempo, ¿no?

—Podría ser una singularidad natural, un residuo del Big Bang que haya golpeado la Tierra hace poco —sugirió Stan.

—Poco creíble, muy poco creíble. ¿No se movería un objeto interestelar a velocidades hiperbólicas? —Hutton sacudió la cabeza—. Podría atravesar un planeta en un abrir y cerrar de ojos, pero luego volvería a perderse en el espacio, sin perder velocidad apenas.

Alex asintió, aceptando el razonamiento.

—También es un poco excesivo suponer que un objeto así fuera a llegar justo ahora, cuando tenemos la tecnología para detectarlo.

Además, tú mismo has señalado que las singularidades pequeñas son inestables, sean agujeros, cuerdas o cualquier otra cosa, a menos que estén especialmente sintonizadas para mantenerse a sí mismas.

—¿Estás diciendo que alguien más ha…?

—¡Desde luego! Vamos, Lustig. ¿Crees que eres el único tipo brillante del planeta? Acéptalo, se te han adelantado. Alguien te ha vencido, al inventar quizás un cavitrón mejor, o usar algo distinto.

»¡Probablemente algo distinto, más sofisticado, ya que este taniívha es peor que tu patético Alfa! —George esbozó una sonrisa carente de alegría—. Acéptalo, Alex, chico. Alguien ahí fuera te ha vencido en tu propio juego, alguien que hace mejor de científico loco.

Alex no supo qué decir. Vio que la expresión del hombretón se volvía taciturna.

—O tal vez no se trate de un loco solitario esta vez. Me pregunto…, los gobiernos y los grupos de poder saben cómo idear maneras de destruir el mundo. Tal vez alguno haya desarrollado algún tipo de aparato definitivo. ¿Un disuasor total? Tal vez, como en tu caso, lo liberaron por error.

—Entonces, ¿por qué mantenerlo en secreto?

—Para evitar el castigo, naturalmente. O para ganar tiempo mientras planifican la huida a Marte.

Alex sacudió la cabeza.

—No puedo especular sobre eso. Sólo puedo…

—No. —George le señaló con un dedo—. Voy a decirte lo que puedes hacer. Primero, puedes ocuparte de confirmar estos datos. Y a continuación…

El fuego de los ojos de Hutton pareció apagarse. Sus hombros se hundieron.

—Después de eso me dirás cuánto tiempo me queda para estar con mis hijos antes de que esa cosa se trague el suelo que pisamos.

Los asustados técnicos se agitaron, nerviosos. Stan Goldman se miró las manos. Alex, sin embargo, sentía un tipo diferente de pérdida. Deseaba poder reaccionar también de aquella forma, con furia, desafío, desesperación.

¿Por qué me siento tan insignificante? ¿Por qué estoy tan terriblemente aturdido? ¿Era porque llevaba viviendo con aquella posibilidad mucho más tiempo que George?

¿O tiene George razón? ¿Me molesta que alguien más haya hecho un trabajo mayor y mejor que yo en la creación de un monstruo?

De todas formas, no habían sido más competentes a la hora de mantener al monstruo enjaulado. Había poca satisfacción en eso.

—Antes debemos hacer más sondas de gravedad —indicó Stan Goldman—. ¿No sería mejor que averiguáramos primero por qué la última comprobación provocó temblores sísmicos? Nunca había oído hablar de nada parecido.

George se echó a reír.

—¿Temblores? ¿Quieres terremotos? Espera a que Beta crezca y empiece a tragarse el núcleo de la Tierra. Los trozos de manto se colapsarán hacia dentro…, ¡entonces verás terremotos!

Disgustado, Hutton se dirigió a las escaleras para regresar a Aomarama, el mundo de la luz. Durante un rato, nadie dijo o hizo nada. El personal se puso a limpiar, desilusionado. Una vez, Stan Goldman pareció a punto de hablar, pero cerró la boca y sacudió la cabeza.

Un nervioso ingeniero se acercó a Alex, con una placa mensaje.

—Mm, hablando de terremotos, será mejor que vean esto. —Deslizó la placa en la consola entre Stan y Alex. Sobre su superficie ondulaban las letras en negrita de una noticia de prensa de nivel tecnológico de la Red Mundial.

TEMBLORES, NIVELES 3 A 5,2, HAN ALCANZADO ESPAÑA, MARRUECOS, LAS BALEARES. ESCASAS BAJAS. LAS SACUDIDAS SIGUIERON PAUTAS INUSITADAS EN EL ESPACIO, EL TIEMPO Y EN SUS TIPOS DE FASES. EL CHOQUE INICIAL…

—Mmm, ¿qué tiene esto que ver…?

Entonces Alex se dio cuenta: ¡Los terremotos se habían producido en España a la vez que las sacudidas en Nueva Zelanda! Tras volverse hacia la maqueta de la Tierra, hizo algunas comparaciones y silbó. Las dos sacudidas habían tenido lugar con una separación de ciento ochenta grados, en lados del globo diametralmente opuestos.

En otras palabras, una línea recta, que conectaba Nueva Zelanda y España, pasaba casi exactamente a través del núcleo del planeta.

Observó que la nueva singularidad, a la que habían llamado Beta, seguía una trayectoria baja y perezosa, sin subir más allá de la zona interna donde la densidad y la presión eran mayores, donde su nutrición resultaba más rica.

Hace más que crecer, advirtió Alex, maravillado de que el universo pudiera aún sorprenderle. Hace mucho más que crecer.

—Stan… —empezó a decir.

—¿También te has dado cuenta? Sorprendente, ¿no?

—Mm. Vamos a averiguar qué significa.

Así, se hallaban sumergidos en arcanas matemáticas, apenas conscientes del mundo exterior, cuando alguien conectó un dial para ampliar las nerviosas voces de los periodistas que describían un desastre en el espacio.