A medida que transcurría el tiempo, era sólo el esbozo (el tejido y trenzado) lo que pertenecía a ella sola. En cuanto al resto, se convirtió en un collage, una síntesis de muchas contribuciones. Aunque el atrevido modelo dejen sobre el proceso esencial del pensamiento se hacía más intrincado con cada elemento añadido, la mayoría de sus piezas más nuevas procedían del enorme pozo de la propia Red.
Sus hurones trajeron algunos fragmentos. Pero últimamente los pequeños emisarios de software se perdían en el preocupante maelstrom que se agitaba en las bases de datos del mundo. La ayuda que conseguía venía ahora sobre todo en directo, de hombres y mujeres reales, colaboradores y colegas que conocían sus códigos de acceso y habían empezado como oyentes de su trabajo, pero pronto, intrigados, empezaron a ofrecer también sugerencias.
Li Xieng de Shangai había sido el primero en hablar, después de observarla mientras ellas construía su modelo durante horas antes de dar a conocer su presencia. Tras pedir disculpas, señaló un fallo que la habría obstaculizado si no lo corregía. Por fortuna, tenía una solución a mano.
El viejo Russum de la Universidad de Praga conectó luego con ella para hacer una sugerencia, y luego Pauline Cockerel desde Londres. Después de eso, los rumores se extendieron al rápido ritmo de los electrones, llamando la atención de especialistas situados por todo el globo. Valiosas aportaciones empezaron a llegar más rápido de lo que Jen podía localizarlas, así que delegó en sus colaboradores (tanto vivos como simulados) el trabajo de cribar el trigo de la paja.
Por supuesto, esto no era más que una onda en la marea de ansiosos comentarios que ahora mismo barrían la Red. Jen sabía que los otros y ella estaban pecando de soberbia. Tal vez no deberían concentrarse de forma tan exclusiva en un modelo abstracto mientras todos los canales chisporroteaban de angustia con cuestiones referidas a la supervivencia del planeta. Deberían prestar atención a las declaraciones de presidentes y secretarios generales y a los eruditos de los múltiples canales.
Sin embargo, momentos como éste se producían raras veces en el mundo científico. El trabajo de un investigador era sobre todo una lucha diaria parecida a la rutina de un panadero o un tendero. De vez en cuando sucedía algo glorioso, un cambio de paradigma o una revolución teórica. Jen y los otros estaban absortos en el impulso del avance creativo. Nadie sabía cuánto duraría el estallido de síntesis, pero por ahora el todo era mucho mayor que la suma de las partes.
… LA ELECCIÓN PRECONSCIENTE DE ASOCIACIONES DE MEMORIA SEMIALEATORIAS NO PUEDE SER DEMASIADO ESTRICTA, comentó Li Xieng en una línea de brillantes letras, arriba, a la izquierda. DESPUÉS DE TODO, ¿QUÉ SERÍA LA CONSCIENCIA SIN ESAS SÚBITAS MEMORIAS E IMPULSOS, APARENTEMENTE ALEATORIOS, PERO…?
El comentario de Li no era particularmente importante en sí mismo, pero el paquete de software que lo acompañaba sí lo era. Una rápida prueba de simulación mostró que no perjudicaría al modelo grande, y podría añadir algo a su flexibilidad total. Así que lo pasó al creciente conjunto y continuó.
Llegó una contribución de uno de los Laboratorios Bell, con la aprobación de Pauline Cockerel. Jen estaba a punto de evaluarla ella misma cuando un súbito remolino de color chillón llamó su atención a la zona izquierda de la pantalla.
¡Era otra vez aquel maldito tigre! Jen no podía imaginar qué representaba el animal o por qué insistía tanto. O por qué parecía más agotado cada vez que lo veía. Hacía tiempo que había asignado el símbolo para que sirviera como icono para su sistema de protección y criba, para que protegiera el nexo de su ordenador de cualquier extraño que intentara interferir sin su permiso. Pero ahora que su dominio de datos era mucho mayor, parecía en retrospectiva una precaución trivial.
El tigre, desde luego, tenía mal aspecto. Su pelaje incluso humeaba en un flanco, como quemado por alguna llama terrible. Heridas sangrantes parecían mostrar el reciente ataque de agudos espolones. Sin embargo rugía desafiante, volviéndose de vez en cuando a mirar algo que permanecía fuera de la pantalla.
El significado metafórico alcanzó a Jen pese a que estaba distraída. En algún lugar, en la pseudorrealidad de la Red, algo o alguien intentaba entrar, y no era uno de sus colegas.
¿Quién, entonces? ¿O qué?
Como si respondiera a su pregunta, el tigre alzó una pata. Clavada en una zarpa brillaba algo que parecía la brillante escama de un lagarto.
Jen sacudió la cabeza. No tenía tiempo para trivialidades. Su modelo seguía creciendo, ganando ímpetu. Necesitaba toda su atención para continuar, guiando aquí, ajustando allá…
—… tengo que pedirle que devuelva la memoria y los procesadores que ha tomado prestados, doctora Wolling. ¿Me recibe? ¡Esto es una crisis! Nos hemos enterado por Alex de que…
La nueva voz era de Kenda, que gritaba por el intercomunicador. Irritada, borró el circuito. ¡Vaya momento para interrumpir! ¡Jen tenía ya demasiada poca memoria! Incluso se había aprovechado de los ndebele y se había apropiado de espacio de los ordenadores de la ciudad del cantón de Kuwenezi. Gracias al cielo, era de noche. Por la mañana todo podría haber terminado, antes de que se viera obligada a tratar con enjambres de airados administradores.
En alguna parte del mundo real, oyó a Kenda y a su grupo gritarse mutuamente, esforzándose por conectar el gran resonador en línea a toda velocidad. Pero Jen apenas formaba ya parte del mundo real. A través del subvocálico y con delicados controles manuales, creaba programitas hambrientos, enviados diseñados en el remolino del momento para ir a conseguir más memoria donde pudieran encontrarla, con cualquier pretexto y a cualquier precio. ¡Todo podría ser devuelto un millón de veces si esto funcionaba!
No era un trabajo para simples hurones o sabuesos. Necesitaba algo tenaz que no aceptara un no por respuesta. Así que los nuevos enviados que imaginó fueron versiones diminutas de ella misma, y se rió ante la imagen que su ordenador sacó de su memoria: la vieja foto de la solapa de un libro que la mostraba con un sari de color tierra en algún ritual gaiano, con una sonrisa de paciencia maternal y absoluta determinación.
Los autoiconos resultaban intimidadores, desde luego. Un grupo de viejecitas imparables congregadas en el holo central cerca del conjunto principal, dispuestas a buscar más espacio para el creciente modelo.
Entonces, justo cuando estaba a punto de liberarlos, el suelo desapareció.
Si realmente existiera un enlace directo de mente a máquina, Jen podría haber muerto en ese momento. Incluso conectada por simples holopantallas y subvocálicos, lo sintió como si fuera un golpe físico. En el lapso de tres latidos, todo lo de su consola fue absorbido y enviado a través de líneas de datos hacia…, sólo el cielo sabía hacia dónde.
Se quedó sin aliento mientras observaba aturdida. Sus enviados, sus subrutinas, los comentarios de sus colegas… ¡Todo el maldito modelo se perdió como el agua de un baño por el sumidero! Las intrincadas pautas entrelazadas que la habían rodeado hacía tan sólo unos instantes giraban y se desvanecían en un agujero horrible.
Casi lo último en desaparecer fue su tigre. Aullando quejumbroso, clavó las garras, dejando rastros fosforescentes en una pantalla tras otra mientras era arrastrado hacia el abismo.
Por la izquierda, otra criatura simulada entró en su campo de visión cuando se marchó el tigre, aún mayor y todavía más sorprendente y formidable. En un instante de aturdida reflexión, Jen comprendió que se trataba de la entidad de software que su gato había estado combatiendo, una cosa que había conseguido entrar por fin, sólo para ser arrastrada al vacío con todo lo demás. El temible dragón le siseaba y le rugía, agitando una brillante cola parecida a la de un escorpión mientras aquella extraña succión lo arrastraba también al olvido.
Jen parpadeó. En un instante todo se acabó. Pulsó las teclas de reset, y al instante sus pantallas volvieron a cobrar vida, pero no quedaba ni una brizna de su trabajo. En cambio, destellaban grandes marcas brillantes del interior de la Tierra, el corte que utilizaba el equipo del resonador.
De modo que no se trataba de un fallo de energía. ¡No había alcanzado a los programas del grupo de Tangoparu, sino solamente a los suyos!
—¡Kenda! —gritó—. ¿Qué ha hecho?
Memoria. Vagamente recordó que Kenda le había pedido que le devolviera los depósitos del ordenador que había tomado prestados. ¡Aquel horrible tipo lo había cogido por su cuenta y había enviado su modelo directamente al infierno en el proceso!
—Hijo de puta, Kenda. Cuando le ponga las manos encima…
Por primera vez en horas, apartó los ojos de las pantallas y observó la consola donde los otros vigilaban magma y manto, corteza y núcleo. El gran resonador brillaba, encerrado en su cápsula sin fricción. En todos los demás puestos brillaban luces.
Pero no había nadie a la vista. Ningún ser humano.
—¿Kenda?… ¿Jimmy? ¿Hay alguien por ahí? —Se quitó el subvocálico y quedó súbitamente inmersa en el sonido real. Ante todo advirtió un fuerte alarido que recordó haber oído una vez antes, cuando los kiwis y ella se instalaron en estas minas abandonadas, cuando Kenda insistió en repasar todas aquellas malditas sirenas.
La alarma de evacuación.
Le resultaba difícil pensar, tras haber sido arrancada tan bruscamente de un estado meditativo profundo y glorioso. Jen lamentó la pérdida de su hermoso modelo. Unos instantes después consiguió concentrarse en preocupaciones más inmediatas, como por qué Kenda y los otros se habían marchado de forma tan repentina.
Todo parecía bastante pacífico. No olía a humo…
Jen paseó la mirada por la sala vacía y por fin se detuvo en el holo que tenía delante, y que ahora mostraba las entrañas de la Tierra cubiertas de brillantes huellas y símbolos extraños. En un instante comprendió por qué los otros habían escapado.
Un conjunto de rayos gázer… que se dirige hacia aquí. Los segundos transcurrieron inevitablemente.
A pesar de su distracción, Jen había aprendido lo suficiente viendo a Kenda en funcionamiento para percibir que tres resonadores anteriormente desconocidos se habían unido y cogido a los kiwis por sorpresa, superando su tardía resistencia. No hacían falta muchas ampliaciones para ver que el gigantesco resultado golpearía en cuanto quienquiera que fuese encontrara la resonancia adecuada.
De hecho, las ondas de gravedad recorrían aquel espacio mientras permanecía allí sentada. No se acoplaban todavía con la materia ordinaria de la superficie, pues sólo unas cuantas frecuencias e impedancias lo hacían. Pero pronto se encontraría un ajuste. ¡No era extraño que Kenda y los demás se hubieran marchado!
Jen observó los bucles y agujas que fluctuaban a tres mil kilómetros por debajo, donde minerales y metales se mezclaban y separaban en la interfase más violenta del planeta. En el holotanque, grandes prominencias de electricidad se cebaban en las lisas texturas. Hilos de efímera superconductividad latían y el quebradizo resplandor de Beta pulsaba al compás de esta arrogante intromisión humana.
Jen gruñó ante la ironía. Ahí ha ido todo mi trabajo… Kenda debe de haber tomado todo lo que había en el ordenador y lo echó de inmediato al resonador, en un vano intento de detenerlos.
Cuando eso falló, evacuó a todo el mundo.
Se echó a reír de repente. Aunque aquellos desconocidos enemigos fallasen, los pozos de las minas abandonadas se vendrían abajo. Kenda y los demás podrían escapar a tiempo, pero estaba claro que ahora era demasiado tarde para ella.
Supongo que, con el pánico, nadie se molestó con la irritante anciana del rincón, la que siempre daba la lata. ¿Ves, Wolling? ¡Te dije que tus malas costumbres podían resultar fatales!
El resonador zumbó, aparentemente enlazado todavía con la furiosa actividad de debajo.
Bueno, supongo que puedo ocupar el mejor asiento de la casa, pensó, y volvió a coger su subvocálico. Veamos qué clase de final me depara la Madre.
■ ¡Eh, esperad un nano! ¿Alguien de vosotros ha notado eso? ¡Pensaba que todas esas jodidas cosas dentro de la Tierra se iban a parar!
Sí, lo sé. Pero uno de mis hurones acaba de enviar noticias de un grupo de nuevos temblores. Venga amigos, anotad esto… Sí, de nuevos puntos. ¡Se extiende como el cáncer-IV!
… Buena idea. Dividámonos y volvamos a informar dentro de diez minutos. Lensman, comprueba las bases de datos sísmicas en línea. Chica de Yamato, mira a ver qué puedes oír de lo que recibe la ONU. Boris examinará los medios de comunicación mientras que Diamante engancha con el Centro de Rumor de la IgNor Ga. Yo me encargaré de ver qué han descubierto los otros grupos de hackers. Bien. Tal vez los verdes sepan algo. ¿De acuerdo? ¡Pues manos a la obra!