Retrato de la Tierra de noche.
Incluso a través de su cara oscura, el planeta recién nacido brillaba. El borboteante magma rompía su fina corteza y los impactos de los meteoros iluminaban el hemisferio en sombras. Más tarde, después de que el océano del mundo se formara, sus olas nocturnas brillaron bajo el brillo plateado de la luna. Durante la mayor parte de los siguientes dos mil millones de años, las espumas brillaron bajo las amplias aguas, y los rayos prendieron la resplandeciente fosforescencia de la vida que emergía.
La siguiente fase, que duró casi el mismo tiempo, tuvo como características los crecientes continentes salpicados de cadenas de fieros volcanes.
Por fin, grandes células de convección retuvieron el baile del granito. Sin embargo, la noche de la Tierra se volvió aún más brillante. Pues ahora la vida cubría la tierra con vastos bosques, y el aire era rico en oxígeno. Así, la luz de las llamas iluminaba un valle aquí, un prado allá, a veces una llanura entera.
En la siguiente fracción de tiempo, aparecieron diminutos fuegos de campamento, amenazas minúsculas al reino de la noche. Sin embargo, a veces, guadañas de hierbas ardían cuando los cazadores conducían a las bestias aterradas hacia los precipicios.
Luego, de repente, tenues manchas hablaron de la siguiente innovación: las poblaciones. Y cuando los electrones fueron domados, las ciudades de los hombres se convirtieron enjoyas resplandecientes. La cara nocturna se iluminó rápidamente. Las plataformas petrolíferas quemaron gas natural sólo para hacer más fácil la succión del petróleo. Las luces de pesca ribeteaban las costas. Los colonos prendieron fuego a los bosques. Cadenas de diminutos puntos de brillo trazaban las calas de atraque y las pistas de aterrizaje.
También había pozos oscuros. El Sahara, el Tibet, el Kalahari. De hecho, las zonas negras crecían. Las llamaradas de metano fluctuaron y se apagaron. Lo mismo sucedió con las luces de pesca.
Las ciudades también empañaron su extravagancia. Mientras su esparcimiento continuó, el antiguo resplandor del neón pasó como un recuerdo de la adolescencia. El espectáculo efervescente no había terminado aún, pero parecía difuminarse. Mientras la noche caía, cualquier público podía decir que el final llegaría pronto.
Pero cambiemos de tercio. Observemos la superficie del planeta, de noche, en ondas de radio.
¡Brillo! Radiante gloria. La Tierra rugía. Brillaba más que el Sol.
Quizá no había acabado aún.
No del todo.
■ Las naciones son reductos arcaicos de la época en que cada hombre temía a la tribu situada en la colina, una actitud que ya no podemos permitirnos. Miren cómo reaccionan los gobiernos a esta última situación, farfullándose misteriosas acusaciones unos a otros mientras mantienen al público ignorante por mutuo acuerdo. ¡Hay que hacer algo antes de que esos idiotas nos destruyan a todos!
¿Han oído lo que se propone en la Red sobre desobediencia civil en masa? Un caos completo, por supuesto. Ni siquiera los budistas o los IgNor Ga pueden organizar semejante cosa en tan poco tiempo. ¡Pero está sucediendo, por sí solo! ¡Ayer Han intentó detenerlo, se ordenó que todos los enlaces con la Red fueran desconectados, y descubrieron que no podían! Hay demasiadas rutas alternativas y formas de eludir las prohibiciones. Los enlaces cortados simplemente rebrotaron.
Pero ¿están prestando atención las naciones? Desde luego que no. Están haciendo lo de siempre: capear el temporal. Nos piden que seamos pacientes. Nos lo dirán el martes. ¡Bien!
¡Yo digo que es hora de deshacernos de ellas, de una vez y para siempre!
Sólo hay un problema: ¿Cómo las sustituimos?