EL TÍO DE LAS CLASES DE INGLÉS
Lola salió como alma que lleva el diablo de su aula. Como todos los lunes y viernes, tenía clase de chino y esperaba poder volver a ver a Rai. Menudo fraude de dedicada estudiante; pero era de suponer. Es Lola, por Dios santo.
Así que, estudiadamente, se apoyó en el punto exacto del muro donde se habían conocido y él no tardó en aparecer, con dos botes de coca cola y un cigarro entre los labios.
—Toma. —Le dio un refresco sin ceremonias.
Lola arqueó una ceja y se dijo a sí misma: «Así me gusta, al grano».
—¿Para mí? —preguntó mientras cogía la coca cola.
—Claro. Gracias por el cigarrillo del otro día.
—No fue nada. —Sonrió.
—¿Nos sentamos allí?
Lola se contoneó con sus vaqueros negros nuevos delante de él y luego se dejó caer en un banco de piedra, entre unos setos. Había mucha humedad y hacía un frío de mil demonios, pero ella hubiera aguantado sentada en aquella roca helada toda la noche si hubiera hecho falta, aunque se le congelara la «cococha», como más tarde me contó. Lola no necesita traducción ni mis mediaciones. Tal y como es ya resulta merecidamente interesante.
—Bueno, Lola, dime, ¿a qué te dedicas? —preguntó Rai mientras abría su refresco.
—Soy traductora.
—Vaya, de ahí lo de estudiar chino.
—Sí, estoy intentando ampliar currículo, a ver si me cambio de trabajo.
—¿Y eso?
—Bah, una larga historia. Me lié con mi jefe y ahora no lo aguanto. —Sonrió.
—Vaya con la traductora.
—¿Y tú?
—¿Yo? Buf… Soy uno de esos… sin oficio ni beneficio. Soy profesor de dibujo para críos en una academia, pero me quiero ir a Londres a buscarme la vida a ver si tengo suerte.
Lola asintió. Le pareció muy tierno. ¿Le gustaba o era demasiado tierno para ella? La antigua Lola no le hubiera dado oportunidad alguna, ni siquiera para conocerlo. Lo hubiera tachado de meacamas y lo hubiera olvidado en un par de minutos.
—Oye, Lola.
—Dime.
—A lo mejor esto te parece un poco precipitado, pero… ¿te apetecería tomar una cerveza mañana?
Meditó medio microsegundo.
—A lo mejor eres un sádico violador o un asesino. No te conozco de nada.
—Estaremos en un sitio público. —Sonrió él.
La antigua Lola no se hubiera preguntado nada más, pero la nueva Lola era un poquito pesada y puso cara de estar meditándolo mucho.
—Pensé que nos podríamos reír un rato de tus clases de chino y de mi inglés.
Lola asintió y después sonrió. Ya tenía una cita.
¡Gracias a Dios! El celibato no iba con ella, por mucha nueva Lola que fuera.