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NORMALIDAD

Bruno entró en mi casa y se quedó mirándolo todo un rato con una sonrisa en los labios. Después se rio.

—¿Te gusta mi ratonera? —le pregunté.

—¿En serio vivías aquí con tu marido? No me extraña que os divorciarais.

—A veces tienes la mismita gracia que el zumo de limón en un ojo. —Me enfurruñé.

Bruno me cogió a pulso en brazos, sobándome el culo de paso.

—¡Cállate ya! —dijo riéndose—. Te he echado de menos… como un loco.

—Y yo a ti.

Nos besamos y caímos en la cama, donde él se dedicó a quitarme la ropa.

—Bruno… —gemí cuando metió uno de mis pechos en su boca y tiró suavemente del pezón.

—¿Qué haces cuando estás sin mí? ¿Quién te llena como yo? —murmuró con la mano derecha dentro de mis braguitas.

—Nadie… —contesté.

Nadie me hacía sentir lo suficientemente cómoda para ser tan sincera, tan apasionada y, sobre todo, tan explícita. Desde que estaba con él empezaba a plantearme las cosas de otra manera, incluso nuestra relación. Yo era consciente de que él tenía una vida que giraba en torno a su hija y nunca me planteé que esa situación cambiara. La acepté como natural y me preocupé por buscar el hueco que me correspondiera. Importante, sí, pretendía terminar siendo importante para él, pero nunca lo único de su universo.

Y durante la siguiente hora lo único que se escuchó en mi piso fueron gemidos, jadeos y blasfemias. Durante una hora de reloj.

Nerea volvió a coger la calculadora rebufando. A ver. Mil y doscientos, mil doscientos, más trescientos, mil quinientos, más quinientos…, dos mil. No había duda. Se había pasado mil euros del presupuesto y, mirara por donde mirara, no sabía por dónde cortar.

Cogió el teléfono y llamó a Carmen, que a esas horas debía de estar en el trabajo. Le contestó al tercer tono.

—¡Rubia!

—Hola, Carmen. Tengo un problema —dijo hablando muy deprisa.

—¿Qué pasa?

—La fiesta de Lola. Me sale por el doble de lo acordado. Y aun así me parece barato.

—¿Qué incluye?

—Pues todo. Y cuando digo todo es que Lola se va a morir del gusto cuando lo vea.

—A ver…

—Gorila para la puerta para revisar si estás en lista o no. Eso le va a encantar.

—Sí, le va a encantar —se rio Carmen.

—Y sale barato, no te creas. Es amigo de un amigo de… Bueno, da igual. También un photocall con el logo de mi empresa por todas partes; eso lo pago íntegro yo porque me lo voy a quedar y lo reutilizaré seguro. ¿Qué más? Ah, sí. Fotógrafo; es un chico que me ha recomendado la muchacha que me echará una mano esa noche. Catering y camareros; los pobres salen baratitos: son colegas de mi sobrina la mayor. Barra libre con carta de combinados, eso sale por una pasta. Vídeo conmemorativo. DJ, que cobra como un ministro. Luces. Tarta. Las invitaciones, que ya salieron por correo.

—Joder… Es una pasada.

—Ya te digo. Pero, claro, son dos mil. Yo estoy dispuesta a poner más, pero para ser sincera, no me puedo permitir hacer una inversión superior a…, no sé, ochocientos.

—¿Cuánto pone Lola?

—Seiscientos.

—Vale, ochocientos y seiscientos, mil cuatrocientos. Yo pongo trescientos y Valeria otros trescientos. Apañado.

—Pero, nena, tú vas a casarte, te hace falta el dinero… Te lo digo yo que estoy organizándote la boda.

—Y a Val tampoco le va a venir bien darlos, pero es una solución, ¿no?

—Sí. Supongo que sí.

—Dime tu cuenta. Te hago la transferencia ahora mismo.

Lola abrió la puerta y Rai entró cargando con uno de esos cuadernos grandes para dibujar que utilizan los artistas. Llevaba un sombrero gris, una chaqueta tipo militar de color verde y unos vaqueros que si hubieran estado más rotos no habrían podido llamarse pantalones.

Lola lo miró de arriba abajo y negó con la cabeza.

—Pero, vamos a ver, alma cándida, ¿adónde vas con ese sombrero?

—¿Qué? —dijo él con el ceño fruncido—. Ah, ¿este? Es mi borsalino.

—Pues tienes una facha… —contestó Lola.

Rai se quitó el sombrero y lo dejó sobre el sofá sin hacer más comentarios. No tenía demasiadas ganas de ponerse a pelear por si su atuendo era el indicado. Después se sentó mientras Lola iba a la cocina a por algo de beber.

—¿Te apetece una cerveza?

—¿Tienes una coca cola? —preguntó él mientras se acomodaba y se quitaba la chaqueta.

—Si prefieres te puedo poner un vaso de leche caliente con unas galletas de dinosaurios.

Rai puso los ojos en blanco y no contestó. Se quitó la chaqueta y la dejó sobre la mesita que Lola tenía justo detrás del sofá, separando el espacio de la entrada del «salón». Al hacerlo, unos papeles cayeron desparramándose por el suelo. Se levantó maldiciendo y los recogió. No pudo evitar echarles un vistazo.

—Como no me has contestado, te quedas sin galletas —dijo ella pasándole un refresco—. ¿Qué miras?

—He tirado sin querer estos papeles. ¿Qué son?

—Ah, pues papeleo. Cosas.

Rai se los acercó y los miró con interés, notando que Lola se ponía visiblemente nerviosa.

—Es una lista de invitados. ¿De la boda de tu amiga?

—No. De mi fiesta de cumpleaños —contestó ella con soltura.

—¿Vas a celebrar tu cumpleaños? —Rai puso carita de cachorrito abandonado.

—Sí. Mis veintitodos.

—Y… —Rai dejó la coca cola sobre la mesa y se metió las manos en los bolsillos—. ¿No pensabas invitarme?

—Bueno, como también es tu cumpleaños pensé que ya tendrías algo pensado para celebrarlo con tus colegas. Algún macrobotellón en algún polígono industrial…, ¿no?

—Pues… no. Pensaba que lo celebraríamos juntos.

—Vale, pues mira. —Cogió un boli y agregó el nombre de Rai a la lista—. Ya estás añadido.

Rai asintió, pero con un gesto que le decía a Lola que el asunto no iba a terminar allí.

—Y dime, Lola, a esa fiesta ¿voy como novio o como…?

—Ay, Rai. Novio, novio… Odio esa palabra —lo interrumpió ella.

—Eso soy tuyo, ¿no? Tu novio.

—Como quieras llamarlo —contestó ella con desdén.

—Pues sí, quiero llamarlo así. Entonces, ¿voy como tu acompañante o como el tío que te monta cuando no tienes otra cosa que hacer?

Lola se sorprendió al ver la dureza con la que hablaba él, pero quiso aclarar las cosas, aplacando las inesperadas ganas de gritarle.

—Es que habrá mucha gente, Rai. Mucha gente con la que tendré que estar y…

—Ya.

—¿Por qué no te traes también a un amigo? Así no te aburrirás.

—Claro, porque tú no vas a presentarme a tus amigos.

—Hombre, no me voy a pasar la noche de aquí para allá, presentándote a todo el mundo… No me daría tiempo de disfrutar de mi fiesta.

Rai suspiró hondo y cogió la chaqueta. Se la puso ante la atenta mirada de Lola y después, tras coger el bloc de dibujo y su sombrero, se fue hacia la puerta.

—Y ahora ¿qué pasa? —dijo ella levantando moderadamente la voz.

—Soy un crío. Soy un crío que te va a poner en evidencia. Mejor lo dejamos estar y lo hacemos a tu manera. Me llamas cuando quieras echar un polvo y cuando no te apetezca estar sola y después, para el resto, ya si eso me jodo. ¿Vale? ¿Lo hacemos así?

—¿¡Por qué te pones de esa manera!? —Lo miró extrañada.

—¿Que por qué…? Adiós, Lola. Es lo más sano. No quiero darle más vueltas.

—¡No te vayas!

Rai cerró la puerta y Lola salió al rellano detrás de él.

Increíble.

—Con estas reacciones no vas a terminar por demostrarme nada, ¿no lo ves? —dijo ella.

—¿Yo tengo que demostrarte algo? ¿Y tú? ¿Vas a demostrarme tú algo?

—¿Y por qué tengo yo que…? —Se señaló con el dedo en el pecho.

—¿Y yo? ¿Porque nací nueve años después que tú tengo que pagar el pato?

—Eres aún… Eres aún un niño, Rai.

—¿Sabes lo que pasa? Que la niña aquí eres tú. Cuando crezcas y decidas que lo que piensen los demás de las relaciones que mantienes te da igual, me llamas. En el sexo todo te da igual, pero si la cosa va de llamarme novio, ahí ya aprietas el culo y te escondes. Pues mira, puedes hacer lo que te plazca con tu vida, pero no cuentes conmigo.

—¡A mí ya me daba igual lo que pensaran los demás cuando tú ibas con pañales! —contestó molesta.

—¿Lo ves? —Rai se paró frente al ascensor—. Yo no hago estas cosas. Las haces tú. A ti te dará igual lo que piensen de tu lista interminable de follamigos. Pero yo no soy eso. Da más miedo, ¿eh?

Después, solo entró en el ascensor y se fue.