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OPINIÓN

Lola se encontraba en la puerta de su piso despidiéndose con ahínco de Rai. Y cuando Lola se despide de alguien en la puerta de su casa amorosamente quiere decir que:

Ese chico le gusta a rabiar.

La ha dejado lo suficientemente satisfecha.

Tiene la lengua y las manos demasiado ocupadas como para hablar.

Así que allí estaba, morreándose con su chico de aún diecinueve años, a abrazo partido, como diría mi padre, y con una mano perdida en la bragueta de él.

—Para —le pidió Rai.

—¿Por qué?

—¿No lo notas?

—¿Entramos? —dijo ella con una sonrisa pícara.

—Me parece increíble que sigas teniendo ganas. —Se rio—. Pero ni me veo capacitado ahora mismo para hacerte algo digno ni creo que a tu amigo, ese al que estás esperando, le guste mirar mientras nos lo montamos.

—No me extrañaría que le fuera el rollo voyeur

Los dos se echaron a reír y volvieron a acercarse a la boca del otro.

Víctor salió del ascensor mascando chicle para encontrarse una escena seudopornográfica en la puerta del piso de Lola. Dio un respingo y pensó en volver a bajar en el ascensor, pero finalmente optó por carraspear.

Lola se giró hacia él sonriendo, con los labios hinchados y rojos, de tanto besuqueo. Él le contestó con una sonrisa y levantó la mano a modo de saludo.

—A tu ritmo, ¿eh?

Ella se giró y le susurró algo a su acompañante. A Víctor le llamó la atención su aspecto. Era grande para su edad. Alto. Y se podía decir que también fornido. Como si se tratara de un jovencito americano que es capitán del equipo de rugby. No obstante, era delgado.

Cuando por fin se despegaron, el chaval se acercó afable hacia él y le dio la mano, presentándose:

—Hola, soy Rai, su chico.

Lola, detrás de él, puso los ojos en blanco.

—Encantado, soy Víctor, un amigo.

—Mi mejor amigo —recalcó ella.

Los dos se sonrieron.

—Bueno, yo mejor me voy. Os dejo que os pongáis al día.

—¿No te quedas a tomar algo con nosotros? —preguntó Víctor solícito.

—Él ya se va con una buena ración de Lola, no te preocupes. Ahora te toca la tuya.

—Espero que no en el mismo sentido —sonrió Rai.

Todos se rieron y, tras despedirse, Lola y Víctor entraron en el piso.

—Qué educado, Lola —dijo él.

—¿Qué opinas?

—Que parece mayor. Nunca diría que no ha cumplido ni los veinte. Hasta te diría que… Coño, Lola, hacéis buena pareja.

—¿En serio? —le preguntó ella extrañada.

—Sí, supongo que sí. Toma.

Le pasó una botella de ginebra.

—Qué bien. Tengo tónicas en la nevera.

—Me la hubiera bebido hasta a morro, así que…

—¿Qué te pasa? —le preguntó ella mirándolo de reojo.

—¿Qué me tendría que pasar?

—Hombre, cuando yo quiero amorrarme a la botella de ginebra a palo seco, o bien tengo una resaca de mil demonios o es que estoy triste a morir.

Él negó con la cabeza, mascó y, abriendo el armario donde Lola guardaba el cubo de basura, tiró el chicle.

—Ni una cosa ni otra. Ponme una copa, por diversión.

—Bien. Seré tu madrina cuando vayamos a Alcohólicos Anónimos juntos.

Víctor le sonrió mientras se sacaba del bolsillo interior del abrigo la invitación del cumpleaños de Lola. Se la enseñó.

—¿Quieres confirmar en persona tu asistencia? —le preguntó Lola mientras preparaba dos gin tonics con esmero.

—En realidad creo que no debería ir.

Lola dejó la ginebra sobre el banco de la cocina y se giró hacia él, que la miraba con las cejas arqueadas y el labio inferior entre los dientes.

—Sabes que no debería ir —añadió.

—Pero vas a venir. Porque es importante para mí.

—Nos vas a hacer pasar un mal rato.

Lola volvió a girarse para exprimir medio limón y repartir el jugo en las dos copas de balón.

—Hace ya cuatro meses que rompisteis. ¿Por qué ibais a pasar un mal rato? Los dos habéis rehecho vuestras vidas. Os saludáis civilizadamente y andando. Habrá más gente. No tenéis más que cruzar un saludo educado. Incluso puedes saludarla con la cabeza, eso que haces tú en plan chulito.

Víctor cogió la copa que le tendía y fue hacia el sofá, donde apartó una caja de condones y la agenda roja de Lola para sentarse. Nada de eso le extrañó. Lola salió de la cocina comiéndose un pepinillo.

—¿Quieres uno? —le ofreció.

—No. Preferiría un cigarrillo.

—Creí que lo habías dejado.

—Lo había dejado. ¿Me das uno? —Ella le señaló el paquete que había sobre la mesa de centro mientras terminaba de masticar y tragar—. Entonces… —dijo después de encenderse un pitillo— ¿ella ha rehecho su vida?

—Se ve con un tipo. No sé más.

—Sí sabes, pero no me lo quieres decir. —Víctor levantó las cejas, sonriendo comedido.

—Exacto. No me hagas sentir incómoda.

—Nunca. —Le palmeó la rodilla.

—¿Montaréis un numerito? Ese es el único caso en el que prefiero que no vengas.

—No creo. No te voy a negar que me molestó la manera que tuvo de pedir perdón por culparme de lo que le había pegado su ex…, pero…

—Por cierto, ¿tuviste que medicarte?

Asintió mientras daba una calada al cigarrillo y echaba el humo en una nube.

—Sí. Antibiótico y nada de sexo en una semana.

—¿Lo soportaste?

—Te sorprenderías.

—¿Te has vuelto un asceta y no sientes la llamada de la selva, querido Víctor?

—No. Ayer mismo me tiré a Virginia. Y sí, ya lo sé; sé que no la tragas.

—Supongo que ella sí que se lo traga todo.

Él se rio y se encogió de hombros.

—Hay una chica…, otra chica…, a la que veo de vez en cuando. Se llama Cristina. Es pelirroja y carnosa. —Le sonrió a Lola, que le devolvió el gesto—. Es una monada y una verdadera depredadora sexual. Nos lo pasamos bien. Pero… me siento aliviado cuando se va.

Hizo una mueca.

—¿No encuentras a tu chica, Víctor?

—Quizá no esté hecho para tener una chica. Quizá es así como debe ser… —Se quedó mirando el humo de su cigarrillo recorrer el pequeño salón del piso de Lola.

—Quizá es que ninguna es Valeria.

Él la miró de reojo.

—No vayas por ahí.

—Pues ven a la fiesta. Demuéstrame que no tengo razón. Porque si la tengo eres un verdadero gilipollas. Dejaste a la chica de tu vida por… ¿Por qué, Víctor?

—No te pega nada decir cosas como «la chica de tu vida».

—No me has contestado.

—Joder, Lola… —protestó de mal humor—. La dejé porque ella quería cosas que yo no podía darle. Y porque lo habíamos estropeado todo.

—Soy traductora y bilingüe también en «Víctor»-español. ¿Y sabes lo que significa lo que me has dicho?

—Sorpréndeme. —Y se llevó la copa hacia los labios con expresión apática.

Después Lola empezó a cloquear como una gallina y Víctor no pudo más que echarse a reír, escupiendo parte de la bebida sobre Lola.

—¡¡Cabrón, memo, malfollado!! —se quejó ella—. ¡Deja de escupirme cosas encima si no vas a hacerlo en plan erótico, joder!

—Iré a esa jodida fiesta… —añadió entre carcajadas, secándose a manotazos—. Pero solo para que veas cuánto te quiero, maldita hija de perra.