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PARA MAYORES DE 18

Bruno tampoco era delicado en el sexo oral, ni falta que hacía. Su lengua, fuerte, y sus labios, hábiles, se movían humedeciéndolo todo a su paso, mientras sus manos me abrían más las piernas.

Tras respirar hondo me convencí a mí misma de que no pasaba nada, de que podría volver a vivir lo que sentí con Víctor en el pasado.

El dedo índice de su mano derecha se deslizó dentro de mí y arqueé un poco la espalda. «Para, Víctor, o terminaré», pensé. Oh, Dios, el jodido Víctor también estaba allí. No dije nada, retorciéndome mientras la lengua de Bruno hacía círculos y trazaba después líneas rectas dentro de mis labios hinchados.

—Para, por favor —le pedí por fin.

Bruno se incorporó, tiró de la pernera de su pantalón vaquero, que andaba por allí, lo alcanzó y sacó del bolsillo un puñado de condones. Vaya, qué bien preparado. Se puso uno sin apenas mirarme. Su expresión había cambiado, de la sonrisa socarrona y perversa a los labios entreabiertos y el ceño fruncido. Estaba claro que Bruno se tomaba muy en serio aquellas cosas.

Abrí las piernas cuando vi que todo estaba preparado y Bruno se echó sobre mí con la mano derecha entre nuestros cuerpos, para ayudarse a penetrarme. Lo sentí adentrándose tímidamente y se apoyó con los dos brazos sobre la alfombra. En un movimiento de cadera toda su erección se me clavó y me quedé sin respiración. Le golpeé el hombro con un quejido, pero él no se movió en unos segundos, hasta que mi cuerpo se fue acostumbrando a su tamaño.

—Ah… Dios. —Me quejé.

—Lo siento —jadeó—. Voy a moverme.

—No, no… —le pedí con pánico—. Sácala, sácala.

Habría llorado de no haber tenido tanta vergüenza.

—Shh…, mira… —Bruno se movió despacio, sacando su pene de dentro de mí y deslizándolo otra vez con más cuidado—. ¿Mejor?

—Sí —mentí, queriendo gritarle cosas como «saca esa cosa monstruosa de ahí dentro».

Apoyó los antebrazos en la alfombra y se balanceó. La fricción me pareció placentera. Cerré los ojos y me concentré en aquello. El dolor se iba. Casi como si fuera virgen.

Recordé que la primera vez que Víctor y yo nos acostamos también empezó doliéndome. Llevaba mucho tiempo sin hacer el amor. Él fue cuidadoso y muy dulce.

Víctor, vete de aquí.

Me di cuenta de que tenía que hacer algo para hacerle desaparecer, así que fui yo quien movió las caderas entonces. Bruno casi gruñó de placer y lanzó al aire un contundente: «La hostia puta».

Sonreí y apretando los dientes, me penetró haciéndome lanzar un grito agudo.

Giramos y me senté sobre él a horcajadas, pero con las piernas lo más abiertas que pude. Lo tenía tan dentro… Sus manos, grandes, me agarraron los muslos y, arriba y abajo, marcaron un ritmo que hizo moverse mis pechos sin tregua.

—No pares —gimió.

Apoyé las palmas de las manos en su estómago y me removí más despacio, ondeando la espalda y las caderas, provocándole sacudidas.

—Joder… —masculló—. Eres increíble.

Me aparté el pelo hacia un lado y seguí moviéndome sobre él. No sé si era su tamaño, el ángulo, la postura o todo junto, pero estaba conteniéndome continuamente para no acelerar y en dos embestidas más irme.

—¿Qué tal eso de que te follen mientras te limitas a mirar? —Levanté una ceja, sonreí y hasta sin verme supe que aquella sonrisa era perversa y una provocación.

Bruno dio la vuelta hasta terminar con mi espalda sobre la alfombra.

—¿Qué pasa? ¿Quieres más marcha y no sabes cómo pedirla? —jadeó.

—¿Tengo que pedirla?

La primera penetración me cortó otra vez la respiración, la segunda hasta me dolió, con la tercera pensé que no podría aguantarme y la cuarta me encantó. Le clavé las uñas en la espalda para demostrárselo y gimió tan fuerte y ronco que pensé que se iba.

Se echó hacia atrás y llevándome con él me encajó en su cuerpo, que estaba de rodillas. Aguantamos haciendo equilibrios en aquella postura un par de minutos más de lo que en un primer momento esperaba. Después se separó y yo, sin apenas darme cuenta, gimoteé, hambrienta, y me dejé caer de nuevo en la alfombra.

Una vaga sonrisa se asomó a sus labios y, tras tumbarse sobre mí, me besó en los labios, apretados. Dimos la vuelta y me coloqué de nuevo sobre él. Bruno empezó a jadear rítmicamente y su sonrisa se agrandó mientras me miraba cabalgar encima enfermizamente. Me dejé caer con más fuerza en su regazo y se incorporó de golpe:

—Joder, la hostia… —Me miró a los ojos y añadió—: Fóllame, mi diosa.

Cerré los ojos. La última vez que me acosté con alguien, en el estómago seguía notando el revoloteo de unas ñoñas mariposas que me hacían sonrojarme. Hasta el polvo más salvaje, brutal y sucio con Víctor era hacer el amor.

Bruno despertaba otra Valeria, pero no esa. No era esa…

Un gemido me sacó del pensamiento y vi a Bruno, bajo mi cuerpo, conteniéndose. Me avisó:

—Si sigues moviéndote así voy a correrme.

—Espera… —supliqué sin dejar de moverme—. Espérame.

—No me voy a ningún sitio.

—Espérame…

Me empujó la espalda unos grados hacia atrás y levantó un poco más las caderas en cada embestida; acoplamos nuestros movimientos a la perfección.

Un cosquilleo me avisó de que estaba a punto de correrme e intensifiqué la fricción mientras él hacía lo mismo con la profundidad de las penetraciones. Abrí la boca para gemir pero no me salió la voz, a la vez que una oleada de placer explotaba en mi sexo y me alcanzaba las piernas de arriba abajo, la cintura, los pechos, el cuello, los brazos y la columna vertebral, centímetro a centímetro. Aquel orgasmo duró muchos más segundos de lo que estaba acostumbrada y hasta que no pasó, la voz no acudió a mi garganta.

Bajo mi cuerpo, Bruno miraba mi expresión, conteniéndose.

—Ahora tú —le dije exhausta—. Ahora tú.

—No sin ti. —Y sonrió.

Dimos la vuelta y agarré la alfombra con fuerza.

—Tócate —me pidió—. Tócate, joder, tócate…

Mi mano derecha se metió entre mis piernas, entre ambos cuerpos, y me acaricié al tiempo que percibía la contundencia de los golpes secos de su cadera. Notaba su erección candente y palpitante llenándome por completo y cuando mis gemidos empezaron a brotar de nuevo de mi boca, Bruno se corrió.

—¡Me cago en la puta! —soltó a voz en grito.

Y yo, simplemente, me corrí otra vez.

Aprendí muy pronto que cuando Bruno decía que era malhablado, no bromeaba. Lo comprobé ya aquella primera vez, pero él lo ratificó después en la segunda y la tercera, que fueron aquella misma noche. Había todo un arsenal de combinaciones posibles para lanzar en el momento en el que mis movimientos le hacían deshacerse de placer. Y que conste que aquella semana tuvimos muchos momentos para escucharnos decir esas cosas.

El día siguiente lo pasamos prácticamente entero en su habitación. Solo salimos para comer algo en la cocina, donde terminamos follando contra la pared. Era como si nos hubieran dado cuerda. Y sí, me acordé de que al principio con Víctor fue igual. Igual pero diferente.

Bruno tenía además la boca muy sucia durante el sexo y me descubrió todo un mundo de frases subidas de tono para lanzar en el momento álgido. Y le cogí el gusto, que conste. Al principio lo pasaba mal, pero me dejé llevar y me convencí de que solo éramos nosotros dos. Era una forma como cualquier otra de expresar lo mucho que disfrutábamos juntos. Bruno…, joder, Bruno. Bruno me descubrió que el sexo es divertido como deporte. Como deporte, que quede claro.

Lo hicimos prácticamente en todas las partes de su casa. Bueno, en todas menos en la habitación y el baño de su hija. Pero en el resto del recorrido sexual incluimos la escalera. Y lo de la escalera tengo que admitir que fue bastante interesante. ¿Y qué decir de su bañera? ¿Y de la ducha del cuarto de baño de abajo? ¿Y del sofá? ¿Y del banco de la cocina? Aunque lo más divertido fue su coche…

—¿Que nunca has follado en un coche? —me dijo con voz estridente—. Pero ¿¡cómo puede ser!? ¿Tú has tenido adolescencia? ¡Cómprate una vida!

Después, cuando ya empezaba a enfurruñarme por sus carcajadas, me cogió de la mano, me arrastró hasta el jardín delantero y abrió el coche desde allí.

—Quítate las bragas antes de subir.