PONERNOS AL DÍA ANTES DE SALIR DE VIAJE
—Entonces, por lo que veo, no has entrado en razón, ¿no? —dijo Lola viendo cómo terminaba de hacer la maleta.
—¿A qué te refieres con eso?
—A que no has cambiado de opinión sobre lo de irte a Asturias.
—Lo que no entiendo muy bien es cómo una persona como tú, y no me hagas definirte ahora porque ya sabes lo que quiero decir, me pone trabas a la hora de aprobar que me vaya unos días a Asturias a ver a un amigo.
—¿Un amigo?
—Aún es un amigo. Algún día podría ser más.
—¿Qué ha sido de eso del rollo?
Me giré hacia ella con los brazos en jarras y suspiré.
—Dime de una vez lo que tienes en contra de este viaje.
Lola frunció el ceño e hizo de sus labios un nudito, como siempre que los pellizcaba por dentro suavemente con los dientes.
—Valeria, yo no estoy en contra de que te vayas a donde quieras irte, solo sufro por ti.
—Pues ya te he dicho que no tienes por qué sufrir.
—Sí, ya te he oído, pero es que te equivocas. Sí tengo por qué preocuparme. Me preocupo porque el año pasado por estas fechas estabas… Estabas casada. Estabas casada con tu primer novio.
—Ya sé que no entiendo nada de hombres, pero la experiencia, dicen, es la madre de la ciencia.
—¿Y qué vas a hacer ahora? ¿Acumular equivocaciones? Eso es a lo que me refiero. No tienes por qué darte tanta prisa, ¿sabes? Necesitas tiempo para superar lo de Víctor.
—Esto no tiene nada que ver con Víctor y no tiene por qué ser una equivocación —le dije muy seria—. Y deja de darlo a entender. Ni siquiera conoces a Bruno.
—Es la primera vez que te veo con alguien del que no sé nada. Y por lo que te conozco, creo intuir que estás ilusionada. Solo es mi manera de decirte que te andes con cuidado.
—¿Lo has hablado con las demás? —pregunté mientras iba a la cocina y sacaba dos copas de Martini, una botella de vermut y unas guindas.
—No me des de beber sin comer antes. Es entonces cuando me multiplico, como los gremlins —dijo con media sonrisa.
Fui a la cocina y saqué dos platos, unas magdalenas de queso (compradas, por supuesto) y un bol con una ensalada de espinacas, queso y nueces.
—Qué bien preparada estás.
—Quedamos para cenar, ¿no? —pregunté algo tirante.
—Pero ¡no te enfades! —contestó sirviendo dos cócteles.
—No me enfado, pero me molesta que me trates como a una niña inconsciente a la que hay que salvar de sí misma. Y me da que Víctor siempre tiene algo que decir en nuestras conversaciones.
—No es eso.
—Lo dejó él, Lola. ¡Él!
—Ya lo sé, Valeria. No quería…
—No me has contestado. ¿Lo has hablado con las demás? —la interrumpí mientras nos sentábamos sobre unos cojines, en la mesa baja de mi «salita de estar».
—Sí. Claro que lo he hablado.
—¿Y?
—Nerea opina que te has debido de volver loca de atar y que esto no es más que una fase posdivorcio. Ella piensa que debiste callarte la boquita con Víctor y dejar que él mismo se diera cuenta de que en realidad teníais una relación convencional, de esas de las que tanto huía.
—Vaya con Nerea… Pero ¿no había dejado de ser victoriana?
—Ahora está en la fase de adaptación a la era moderna. Algunas cosas, como las relaciones personales, aún no las entiende muy bien.
—¿Y Carmen?
—Bueno…
—¿Qué dice Carmen? —Sonreí mientras le servía ensalada en su plato.
—Ella, evidentemente, como ya debes de imaginar por esa sonrisita que estás poniendo, piensa que hay que animarte y que Bruno no tiene por qué ser transitorio.
—Ajá.
—No me pongas mucho queso, que me da pedos. —La miré de soslayo y me eché a reír. Ella siguió hablando—: De todas maneras no te creas, que Carmen también tiene sus reservas. No está muy segura de por qué intentas esconder toda esta historia detrás de la idea de que es un rollo cuando todas sabemos que tú eres biológicamente incapaz de tener un rollo.
—No sé por qué pensáis eso.
Lola mordió una magdalena y levantó el pulgar, dando a entender que estaban muy buenas.
—Valeria, corazón —murmuró cuando pudo tragar—, no es solo que tú no tienes experiencia en ese tipo de relaciones informales… Es que ni lo buscas ni es lo que los hombres ven cuando te miran. Es así de simple. Eres una de esas rara avis que convierten una historia de cama en una de amor. Si en algo debo darle la razón a ese caballero que te describe desnuda y empapada en sangre de tus adversarios es en que si tú lo supieras, si tú realmente fueras consciente del efecto que causas en los hombres que se fijan en ti, podrías conseguir que se postraran a tus pies y besaran además la tierra a cada paso que dieras.
—No sabes lo que dices.
—Sí que lo sé. Y no hablo porque me lo imagine, sino porque he escuchado a un hombre hablar de ti, Val… —Nos miramos—. Pero no quieres saber nada de eso —se contestó ella misma.
—No es que no quiera saber nada, es que no me lo creo —expliqué.
Lola pestañeó despacio, paladeó un trago de su copa y después empezó a hablar muy resuelta:
—Que a veces sea imbécil, que lo es, no quita que sea capaz de besar por donde tú pisas, chata. Lo último que le escuché decir sobre lo vuestro es que fue amor de verdad, del que no se va si soplas fuerte.
—Vale, déjalo —le pedí.
—Te quiere.
Levanté una ceja y le aparté la copa.
—Deja de beber ya.
—¿Ya? Esperaba que tuvieras otra botella guardada de esto, porque… cómo me gusta esta mierda. —Se comió la guinda y sonrió.