A CUATRO MESES DE LA BODA
Carmen se subió a la tarima de la modista con aquel estúpido cancán y se sintió tan ridícula como de costumbre. Pero debía quitarse de encima todas aquellas manías o tendría que casarse en vaqueros.
Nerea, sentadita en un banco a su lado, le sonrió y le dijo:
—No tienes por qué preocuparte. Te prometo que de esta tienda no sales sin encontrar tu vestido. Y cuando digo tu vestido, imagínatelo con letras luminosas y con purpurina.
—Y dime, ¿en qué se diferencia esta de las otras tiendas de vestidos de repollo?
—En que los vestidos de esta te van a gustar. Me ha costado mucho encontrarla, así que a callar.
Pero en lugar de decirlo con los dientes apretados, esbozó una sonrisa radiante.
Unos pasos en las escaleras las avisaron de que bajaba alguien. Una chica muy mona, con el pelo recogido en una coleta tirante y vestida con una americana negra, una camiseta blanca, unos jeans tobilleros y unos zapatos de tacón altísimo, las saludó con un gesto de lo más amable.
—Hola, tú debes de ser Nerea. Encantada. —Se dieron la mano y Nerea aprovechó para pasarle una de sus tarjetas con un gesto elegante—. Oh, qué bonita.
—Muchas gracias.
—Bueno, me comentabas por teléfono que teníais una emergencia pequeñita, ¿no?
—Sí, verás, ella es Carmen. Es mi mejor amiga. Y mi mejor amiga ha resultado ser muy exigente con el tema del vestido; tanto que se casa dentro de cuatro meses exactos y aún no lo ha elegido. Necesitamos casi…, casi un milagro. Y si alguien puede hacer milagros, por lo que me han contado, esa eres tú, ¿no? —Las sonrisas de las dos se entrecruzaron y Carmen pensó que Nerea era muy hábil. «Le irán bien los negocios», se dijo—. Carmen, te presento a Helena Loizaga. Es una diseñadora novel que este año se ha llevado un premio muy importante por su colección de vestidos de novia. Y tenemos la suerte de que nos ha hecho un hueco.
—Oh… —dijo Carmen abrumada—. Ahora me siento…
—No te sientas presionada, cielo —dijo la tal Helena—. Creo que tengo por ahí un par de cosas que podrían gustarte mucho. Os va a echar una mano mi ayudante. Yo me tengo que marchar al taller, pero ha sido un placer.
—Muchas gracias por tu tiempo de todas maneras. Encantada de conocerte y espero que sigamos en contacto —contestó Nerea.
—Eso espero también. Jaime me ha dicho que conociéndote tu negocio va a arrasar. ¿Cuándo empiezas a funcionar?
—Según mis cálculos, para el mes de mayo tendremos la maquinaria a punto.
—¿No tendrás alguna tarjeta más por ahí?
Después de las despedidas corteses y de que se marchara, Nerea y Carmen se quedaron solas esperando unos segundos a la ayudante. Carmenchu miró de reojo a Nerea, que repasaba su manicura, y en un murmullo le dijo:
—¿Se puede saber cómo has conseguido esto?
—Es la mujer de Jaime.
—¿Jaime tu ex? —preguntó anonadada.
—Sí. Para más datos es la tía que se lo tiraba cuando aún estaba conmigo, así que…
—Pero… —contestó Carmen confusa.
—Ella me debe algo y lo sabe, aunque solo sea moralmente. Y, mira por dónde, me lo va a dar.
Compartieron una mirada y Carmen se quedó perpleja por la capacidad de Nerea la fría para darle la vuelta a la tortilla. La suerte es una actitud, sin duda alguna.
Carmen esperaba que aquello se convirtiera en otra tortura china y que terminaría frustrada, cansada y cabreada pero, sorpresas de la vida, no tuvo que esperar más que quince minutos para encontrar su vestido. ¡Su vestido! Y tal y como decía Nerea, de pronto la palabra «vestido» brillaba y tenía purpurina por todas partes. Lo supo en el mismo momento en que lo deslizaron por su cuerpo. Era precioso y lo mejor es que también le encantaría a su madre, con la que no tendría que pelearse.
Era blanco roto y tenía un amplio escote en U, muy favorecedor, y dos manguitas en farolillo. Debajo del pecho una cinta de color champán con unos bordados en hilo de oro que, no obstante, no lo hacían ostentoso. Sobre la falda, una especie de tul del mismo color blanco roto se partía por la mitad, creando un efecto que también la estilizaba.
No le pusieron velo. La ayudante, encantada, solo le recogió algunos mechones de pelo y le colocó un pasador con unos apliques muy parecidos a los que llevaba el vestido bajo el pecho. Cuando se vio en el espejo, tuvo ganas de llorar. Sí. Era su vestido. Era Carmen cosida en seda salvaje y tul. Tan sencilla…
—Estás preciosa —dijo Nerea conteniendo un puchero.
Y Carmen, la misma Carmen que la última vez que le dijeron eso al verla vestida de novia las mandó a todas al cuerno, asintió y dijo:
—Es mi vestido.
—¿Os habéis comprado ya el vestido para la boda de Carmen? —pregunté yo hojeando una revista.
—Yo sí —contestó Nerea repantingada en mi sillón—. Es color verde botella, silueta new lady y palabra de honor. Ya me están haciendo el tocado a juego con plumas de pavo real.
—Ostras —dije con la mirada llena de pánico—. Lola, ¿tú también tienes el vestido? ¡¡Yo ni siquiera he empezado a mirar!!
—Yo lo que tengo son unas ganas brutales e insanas de que pase ya toda esta mierda de la boda. Odio las bodas. Las odio con toda mi alma. Lo único que me gusta es la barra libre y que siempre termino follando con alguien en el baño.
Nerea y yo la miramos.
—¿Cómo puedes tener ganas de que pase? ¡Es nuestra Carmen! —se quejó Nerea.
—Porque soy insensible. Nací sin corazón. Para vivir devoro las emociones ajenas. Soy un vampiro emocional.
—Mientes. Te hace mucha ilusión —dijo Nerea entrecerrando los ojos.
—Claro. Y llevaré a Rai como pareja. Pero cogido de la mano, para que no se pierda. Igual en el bolso de mano me caben también unos cuantos cochecitos de juguete para que se entretenga durante la ceremonia.
Estallé en carcajadas y ella esbozó una sonrisa mientras me miraba de reojo.
—Estás celosa —comentó Nerea—. Estás acostumbrada a ser el centro de atención.
—¿Yo? —dijo señalándose el pecho—. ¿El centro de atención?
—Sí, con todas estas historias tuyas tan truculentas de pitos y…
—Me confundes con Valeria.
—¡Oye! A mí dejadme tranquila. —Me reí, encendiéndome un cigarrillo.
—Estás celosa —repitió Nerea volviendo a su cómoda postura en el sillón.
—Quizá un poco —se rio Lola mientras me pedía el mechero con un gesto—. Pero no son celos. Si estuviéramos preparando una superorgía para Carmen no estaría así. Estaría emocionada y ya habría elegido la ropa interior.
—Eres de lo que no hay. —Me reí.
—Oye, eso me ha dado una idea.
—No, Lola, no vamos a ir a ninguna orgía y menos aún a una que organices tú.
—No, no, de eso nada. —Se incorporó y mirando a Nerea le dijo—: Vamos a celebrar mi cumpleaños por todo lo alto. Mis veintitodos. Y tú te sirves del asunto para hacerte publicidad. Invitaremos a todos nuestros amigos. Alquilaremos algún sitio. Contrataremos una barra libre y un DJ.
—¿Una barra libre? ¿Un DJ?
—Sí, mujer. Uno de esos que ponen música en Máxima FM. —Sonrió, emocionada—. A lo mejor tengo suerte, me lo calzo y después me hago su mánager o algo así.
—Lo primero —dijo Nerea con tono repipi—, tienes novio. No vas a calzarte a nadie. Lo segundo, ¿de dónde piensas sacar la pasta para pagar todo eso?
—¿Por cuánto puede salir?
—¿Quieres camareros? —preguntó Nerea con gesto desafiante.
—Vale. Y catering.
—¿Para cuántas personas?
—Cien.
—Estás para atarte. —Seguí riéndome yo.
—Pues la broma no va a salirte por menos de dos mil quinientos euros en un garito cutre y sin contar con los mil que te cobraría el DJ.
—Bueno, quizá tengamos que invitar a menos gente. Cincuenta estaría bien. En plan íntimo.
—Quítale el DJ famoso y el catering. Te lo consigo por mil.
—¿Por mil? ¿Estamos locas? —dije yo temiéndome que la cosa empezara a parecer de verdad.
—¿Por mil? Yo pago seiscientos y tú cuatrocientos —le respondió Lola.
—¿Y yo por qué tendría que pagar si es tu cumpleaños?
—Porque es tu presentación en sociedad. Es tu baile del clavel.
—De la rosa —puntualicé yo.
—De la flor que a ella le dé la gana. ¿Trato hecho? —Le tendió la mano.
—¿Qué día?
—Mi cumpleaños creo que cae en sábado.
—Un viernes te va a salir más barato.
—¿Viernes? Pues vale. Viernes 13 de abril.
—¡¿Viernes y trece?! Eso es jugar con el destino —bromeé.
—Te doy casi dos meses.
—Me sobra —replicó Nerea haciéndose la chulita, y le apretó la mano a modo de acuerdo.
—¿Te sobra? Pues ale, viernes 13 de abril, para cincuenta personas con catering y barra libre.
—Habíamos dicho que sin catering.
—Te sobra el tiempo, ¿no?
—¿Qué has hecho, Nerea? Has creado un monstruo —me quejé.
—Podéis invitar cada una a diez personas. Yo, como soy la cumpleañera, invitaré a veinte.
—¿A diez personas? Si quieres invito a mis padres y a Adrián para hacer bulto —me reí.
—Bueno, pues tú invita a cinco. Yo me quedo con tus cinco sobrantes —replicó Lola emocionada—. Así que ya podéis buscaros modelito porque esa noche yo seré Paris Hilton y vosotras seréis como esa chusmilla que lleva alrededor que va siempre lamiéndole el culo.
—Yo me pido ser el perro —dije mientras levantaba la mano.
—Perra ya eres un rato —murmuró Lola.
—¿Y ahora yo qué he hecho?
—¿Le has contado a Nerea lo de tu escapadita de la semana que viene? —dijo levantándose a por otra cerveza.
—No —contesté alargando la o con la boquita pequeña.
—¿Qué escapada? —preguntó Nerea alarmada.
—La niña ha comprado en un arrebato de pasión unos billetes para ir a ver a ese amiguito suyo escritor —continuó Lola asomándose desde la cocina.
—Pero, Valeria… ¡Si no lo conoces prácticamente de nada!
—Sois un poco pesadas —refunfuñé.
—Víctor era de confianza y mira por dónde te salió el tío —se quejó Nerea otra vez.
—¡¿Queréis dejar de nombrar al maldito Víctor?! Bruno no es Víctor.
No. No lo era.
—¿Le has pedido ya perdón por el numerito de su despacho? —preguntó Lola bastante más seria que antes pero aún a gritos desde la cocina.
—Noooooo —contesté irritada—. Estoy buscando el momento.
—¿Quieres que le mande chocolate de tu parte? —preguntó Nerea abriendo la agenda con la que ahora iba a todas partes.
—¿Qué dice de chocolate? —inquirió Lola al volver—. Que yo sepa Víctor fuma porros muy de vez en cuando, no lo tiene por costumbre.
Las dos la miramos sin entenderla.
—¡Ah! ¡¡Chocolate para comer!! Ja, ja. Qué buenas sois —dijo, y se sentó en el suelo.
—En serio, Val, yo lo soluciono. Le mando una tarjeta de lo más aséptica pidiéndole disculpas y una fría cesta de chocolate.
¿Sí? ¿Estaba eso de moda?
—Lo del chocolate no me acaba de convencer, pero lo dejo en tus manos. Me harías un favor enorme, la verdad. No me apetece en absoluto tener ni que pensar en él.
Como si no lo hiciera habitualmente, unas veinte o treinta veces al día…
—Y Bruno ¿qué? —insistió Lola.
—¿Qué de qué?
—Por lo que cuentas es bastante listo el tío.
—Es inteligente, sí. Lo es. Y me gusta. El resto me da igual.
—A ver si… —empezó a decir Lola con tono de sermón maternal mientras encontraba su paquete de tabaco y lo blandía con mi mechero en la mano—. Aquí estás, pequeño mamón.
—A ver nada. Los dos tenemos muy claros los términos de nuestra relación. Punto y pelota.
—Te vas a chingártelo porque, por estrecha, la primera noche te quedaste con las ganas —sentenció Lola.
—Para chingar no haría tantos kilómetros. ¿A que no? —preguntó Nerea.
—¿Te ha contado el tamaño descomunal del pene de ese tío?
—Metro y medio —dije yo cansada—. No te jode poco.
—Poco no, te va a joder mucho. Igual hasta te ata a la cama y descubrimos tu cuerpo dentro de año y medio, muerto de agotamiento.
—O a ti sin dientes —le dije en un murmullo.
—Deja de amenazarme. Es que no conocemos de nada a ese tío, y sigo sin creerme eso de que solo es un rollo…
—Pero yo sí lo conozco y me parece que es lo que importa. Además, a Víctor lo conocías muy bien y mira… Nada es garantía.
Lola se quedó mirándome muy fijamente.
—Víctor no es un monstruo ni come niños.
—No estoy diciendo que lo sea —me defendí—. Pero me ha dejado bastante tocada, Lola.
—En su pecado tiene el castigo —añadió, y se encogió de hombros mientras le daba una calada a su cigarrillo.
Nerea, a la que los enfurruñamientos nunca le han gustado, dio una palmada y dijo:
—¿Por qué no traes a Bruno a la fiesta? ¡Eso le daría caché! Un escritor famoso…