LA VIDA SIGUE
Carmen miró de reojo a Borja, que le sonreía de esa manera tan elocuente.
—Ni lo sueñes —le dijo contestándole a la sonrisa y poniendo sus pies en el regazo de él.
—No he dicho nada. —Borja volvió la mirada hacia el dosier que Nerea les había preparado para la organización de su boda—. ¿Has visto los precios de las cosas? Porque es amiga tuya, que si no pensaría que nos está timando. —Ella se puso a mesarse el pelo, mirando al techo—. ¿No vas a ayudarme? —suplicó él.
—Yo ya organicé mi parte de los invitados. Ahora sufre tú, mamón.
Se levantó del sofá bostezando y le dijo que iba a tender la ropa de la lavadora. Ni siquiera llegó a la cocina, como ya se esperaba. Borja la cogió por la cintura, la levantó a pulso y la subió encima de la mesa del comedor. Las braguitas le duraron puestas lo que él tardó en localizar la cinturilla.
—Por favor, Borja… —suplicó ella—. Póntelo.
Él frunció el ceño. Se desabrochó el pantalón y ella lo rodeó con las piernas, acercándolo.
—Por favor, cariño…
—Solo un poco… —susurró Borja.
La primera embestida le pareció deliciosa y le costó mucho pedirle que parara cuando ya empezaba a cogerle el ritmo.
—Para, para… —le pidió entre gemidos.
—Te juro que controlo. Me correré fuera…
La cogió en brazos, la dejó encima del sofá tumbada y se echó sobre ella. A Carmen le encantaba hacerlo sin quitarse casi ropa, así, en plan arranque pasional.
Él bombeó dentro de ella. Una, dos, tres veces. Echó la cabeza hacia atrás y gimió roncamente.
—¡Joder! —se quejó Carmen—. ¡No pares, no pares!
Borja le sujetó una pierna y volvió a colarse dentro de ella. Carmen cerró los ojos y se dejó llevar hacia donde él quería llevarla. Lo sintió palpitar en su interior, parar, reanudar el movimiento, parar y jadear.
—No pares, estoy a punto —dijo.
Carmen movió las caderas buscando a Borja y se concentró en las sacudidas de placer que empezaba a sentir. Gritó y él la acompañó con placer hasta que no pudo más; esperó a que ella terminara y después de sacarla, se corrió fuera… dejando el sofá perdido.
Ella lo miró jadeante de manera desaprobadora y él se mordió el labio.
—Perdón… —Hizo una mueca.
—La próxima vez te pondrás condón y no habrá no que valga.
Lola abrió las piernas con una sonrisa pérfida. Rai pestañeó, emocionado, y se inclinó hacia ella.
—Despacio… —le reprendió.
Él desplegó la lengua entre sus labios vaginales y Lola se revolvió. Asintió, dándole el visto bueno, y se acomodó mientras él hacía lo mismo con la cabeza hundida en su sexo. Le acarició el pelo.
—Me gusta… —gimió.
Él separó sus labios, le rozó el clítoris con la punta de la lengua y después empezó a rodearlo una y otra vez. Lola dio un respingo cuando él deslizó uno de sus dedos en su interior y después otro. Joder, qué buen alumno. Nada que ver con la primera vez que lo hizo. Aquello se le empezaba a dar muy bien.
—Sigue así…
—¿Me pagarás con la misma moneda? —preguntó él juguetón.
Lola echó la cabeza hacia atrás cuando Rai siguió soplando, lamiendo, mordiendo suavemente y succionando. Cuando arqueó los dedos ella explotó en un orgasmo de lo más sonoro que a punto estuvo de levantarla del colchón.
Rai alzó la cara, contento, sonriente y emocionado, y a Lola le pareció adorable. Se levantó, lo besó en los labios húmedos y le desarmó el pantalón vaquero. Lo apremió a que se pusiera encima de ella y a que se colocara el condón. Después le susurró:
—Úsame como quieras…
Rai empujó en su interior y comenzó con un ritmo violento que catapultó a Lolita hasta el infinito y más allá. Cuando él terminó con un gemido satisfecho ella había conseguido correrse dos veces más.
¿Por qué narices iba a estar mal aquello?
Las visitas al ginecólogo no suelen ser demasiado agradables, en general. Vas allí, aguardas una eternidad en una sala de espera llena de revistas para embarazadas y cuando por fin te hacen pasar te desnudas, te pones una horrible bata abierta por todas partes y te espatarras en la cara de un desconocido. Y quien dice un desconocido dice un médico al que conoces desde hace años pero que apenas ve nada más que tus vergüenzas abiertas de par en par.
Son procesos que, además de no gustarme, me ponen visiblemente nerviosa, pero allí estaba, como todos los años, para cumplir con mi revisión anual.
El doctor Ignacio Pino era un caballero de unos treinta y muchos con planta de galán de Hollywood y una sonrisa impresionante que, por otro lado, resultaba bastante cara de ver, casi tan cara como sus citas. La primera vez que fui a su consulta fue por recomendación de mi hermana, a la que trataba casi desde que se licenció; pero el hecho de que fuera tan guapo nunca me gustó. Prefería una mujer o un señor que no pudiera interesarme jamás sexualmente. Ignacio Pino podría interesarme llegado el caso. ¿Que por qué seguí yendo? Por pereza. Total, me dije, es una vez al año. Pero qué mal rato al año, leñe.
Miré al techo con un suspiro y el doctor entró con su habitual rictus, entre profesional y aburrido. Lo comprendía; pobre hombre, todo el día viendo alcachofas…
—Hola, Valeria —me saludó y se puso los guantes de látex.
—Hola, doctor.
—¿Qué tal? —Acercó un taburete con el pie y hasta ese gesto me pareció sexi.
Volví a mirar al techo. ¿Podría él recetarme bromuro?
—Estoy bien.
—¿Sigues con la píldora?
—Sí —asentí nerviosa.
—Sube las piernas —susurró—. Así… acércate un poco más al borde.
Cuando me tuvo en el sitio volvió a mirarme a la cara.
—En realidad no sé si debería dejar de tomarla —le dije.
—¿Quieres quedarte embarazada? —preguntó cogiendo el ecógrafo.
Dios. Ahora era cuando venía todo el numerito de ponerle el condón y lubricarlo. Maldito ecógrafo con forma fálica y maldito Doctor Amor, como lo llamaba Lola, que también era paciente (aunque ella prefiere decir cliente).
—No. No quiero quedarme embarazada, pero me he divorciado y ahora mismo no tengo pareja estable.
Miré al médico y me sonrió. Vaya. Una sonrisa.
—Bueno, Valeria, a decir verdad no te recomendaría dejar de tomártela porque fue la manera de regular tus ciclos y…
—Sí, sí… —suspiré—. Solo quería consultárselo.
—Puedes tutearme. —Lo miré otra vez y se levantó, ecógrafo en mano—. ¿Y hace mucho que te separaste?
—No mucho. Poco más de seis meses.
—Vaya —se sentó de nuevo—. Relaja los muslos.
Me relajé cuanto pude y el hombre anteriormente conocido como doctor Pino, ahora Ignacio, me introdujo el ecógrafo y fijó los ojos en la pantalla, donde yo solo veía el fondo de una tele estropeada.
—Uhm… —dijo frunciendo el ceño.
—¿Pasa algo?
No contestó. Dejó el ecógrafo a un lado, se puso un poco de lubricante en los dedos y me exploró con diligencia.
—Tienes el cuello del útero inflamado.
Miré al techo con los ojos abiertos de par en par. El cuello del útero inflamado y sus dedos dentro de mí.
—¿Es grave? —pregunté.
—No, pero lo más probable es que tengas una infección… por clamidia. —Cerré los ojos. ¿¡Qué!?—. ¿Has practicado sexo sin protección?
Adiós a la sonrisa. A lo mejor incluso tenía que volver a hablarle de usted después de este descubrimiento.
—Tuve otra relación. Consideramos que había confianza y…
—De todas maneras nos lo confirmará la citología. Los resultados nos llegarán en cuarenta y ocho horas. Aun así te voy a mandar un antibiótico y trata de no tener sexo mientras lo estés tomando.
Hola, Bruno. El cabrón hijo de la gran puta de Víctor me ha pegado una enfermedad de transmisión sexual. Huye, huye veloz como el viento.
—Te recomendaría que llamaras a todas tus parejas sexuales. Esto puede ser asintomático, pero es importante tratarlo pronto. —Me tapé la cara—. Valeria, no te preocupes. No tienes que avergonzarte. Te sorprendería saber lo que vemos los médicos.
—No es eso. Es que estoy tan enfadada…
Volvió a sonreír. Mi día de suerte. Dos sonrisas y una infección por clamidia.
Cuando salí de allí no sabía si llorar o estrangular a Víctor con una media. La segunda opción me apetecía sobremanera, lo juro. Pero, tranquilizándome, preferí hacer algo legal que me permitiera seguir con mi vida, aunque me proporcionara menos placer en el momento.
Alcancé el teléfono, paré un taxi y llamé a Víctor, que tardó una eternidad en contestar. Me imaginé la cara que pondría al ver mi nombre en la pantalla de su iPhone. Pero me daba igual. Esta no era, precisamente, una llamada de cortesía.
—Hola, Valeria. ¿Qué tal? —contestó muy serio.
Cerré los ojos. No esperaba que su voz siguiera afectándome tanto.
—Bueno…, aquí andamos —respondí.
—¿Qué tal las fiestas? ¿La familia bien?
¿Qué tal las fiestas? ¿La familia bien? Decidido: estrangulamiento con mis propias manos.
—Oye, Víctor, supongo que ya te imaginarás que no te llamo por el placer de charlar.
—Ya… —contestó.
—Necesito hablar contigo y preferiría hacerlo en persona. —Miré de soslayo al conductor, que parecía muy interesado en mi conversación.
—Creo que tengo un hueco el lunes que viene.
Arqueé una ceja. Después enterré la cara en mi mano, tratando de controlar las ganas de gritarle y estrellar el móvil contra su cabeza a pesar de la distancia.
¿El lunes que viene? Pero ¿quién narices se creía que era para darme esas largas? Y, además, ¡el lunes iba a ver a Bruno! Joder, puto Víctor.
—Me temo que no puedo esperar al lunes. Vas a tener que hacerme un hueco hoy. —Impuse.
Víctor no contestó en el momento. Se dio tiempo para rumiar una respuesta a la altura de la mía.
—OK. Te paso con mi secretaria. Buscad un hueco.
Hijo de la gran puta.
Su amable secretaria se acordaba de mí, así que tuve suerte. Encontró un hueco de media hora después de comer y me pidió que fuera puntual.
—No creo que necesitemos la media hora de todas formas. Será breve.
—Este chico… Qué lástima cuando se pone así. —La escuché susurrar.
Cuando Víctor entró en su despacho yo ya llevaba esperándole casi veinte minutos. Veinte minutos de dar vueltas, a fuego lento, a un cabreo que ya de por sí era mayúsculo. Cuando me vio, se quitó el abrigo a toda prisa y lo colgó en el perchero. Y a pesar de estar lo más enfadada que he estado en mi vida, algo me burbujeó dentro del estómago cuando lo miré. Él y un traje gris marengo, de tweed, con camisa blanca y corbata negra. Joder.
Joder, él y la puta de oros.
Tuve que obligarme a respirar hondo.
—Perdona, Valeria. He tenido una comida larga y tediosa con un cliente —se disculpó, pasándose una mano por el pelo, que traía desgreñado.
—Ya… —contesté con condescendencia. Una comida con un cliente o una clienta comiéndoselo a él.
Se acercó y al ver mi expresión se saltó el paso de los saludos amorosos entre «amigos». Rodeó la mesa y se sentó en su silla.
—Tú dirás.
—¿Sabes que eres un cerdo asqueroso? —solté.
Levantó las cejas.
—Esto…, ¿me he perdido algo? —preguntó ladeando la cabeza, contenido.
—No, la que se lo ha perdido soy yo. ¿A cuántas tías te follaste estando conmigo? Eres un hijo de…
—¿De qué narices me hablas? —Me interrumpió irritado—. ¿Por qué me llamas y me dices que tienes algo urgente que tratar conmigo y luego me insultas?
—Me has pegado la clamidia, ¿sabes? —Me mordí el labio, rabiosa.
—¿Qué dices? —contestó en tono incrédulo—. ¿Cómo te voy a pegar yo nada?
—¡Pues ya me dirás! Porque esta mañana el médico me lo ha dicho muy claro.
—Habla con los demás tíos a los que te folles, porque yo no tengo nada que ver con eso.
Cogí lo primero que alcancé a mano, que fue un bote de lápices, y se lo tiré con rabia. Ni me lo pensé. Víctor se levantó, apartándose.
—¡¡Me cago en la puta, Valeria!! ¿Qué haces?
—¿¡Los demás tíos a los que te folles!? ¿¡Tú crees que puedes tratarme así después de todo!? ¿Me lo merezco?
—¡¡Y yo qué cojones sé!! —irrumpió.
—¡Me has contagiado!
—¡¡Te digo que no he sido yo!! ¿No lo ves? ¡Es imposible! ¿Cómo te voy a pegar nada? —gritó.
—Pues porque…
—¡¡No, escúchame!! No he podido ser yo porque ¡¡eres la única a la que me he tirado sin condón en toda mi jodida vida!! ¿¡Cómo te voy a pegar nada!? ¿De dónde cojones lo habría pillado yo?
Seguro que su secretaria había sacado ya el paquete de pipas, para entretenerse mientras escuchaba la radionovela a gritos que se emitía desde el despacho.
—¿¡¡Y por qué me tengo que fiar de ti!!? ¡Encontré un sujetador en tu casa cuando aún estábamos juntos!
Se tapó la cara con las manos y resopló.
—Hostia con el puto sujetador… ¡¡¡Hostia con el puto sujetador de las narices!!! —gritó fuera de sí—. Sobre el puto sujetador de los cojones ya te di una explicación en su día, explicación que ahora no mereces porque ¡¡no eres nada mío!! Y ¿sabes otra cosa? ¡Yo no me acosté con otras estando contigo! Es la enésima y última vez que te lo digo, Valeria.
—Mejor no te digo de qué me sirven tus palabras —gruñí en un tono histérico.
—¡Pues no entiendo por qué coño te presentas aquí gritándome!
—¡¡Quería ver tu cara de cínico mentiroso cuando te excusaras mirándome a la cara como, por supuesto, has hecho!! ¡Eres un falso, eres…! ¡Eres lo puto peor! ¡Cómo me engañaste!
—Te lo vuelvo a repetir —dijo frotándose la cara—: ¡yo no te he pegado la clamidia! ¿¡Cómo mierdas iba a hacerlo!?
—Mintiéndome, como con el resto de cosas. Contigo lo único que he hecho es tragarme una mentira detrás de otra.
—Eso no es verdad —negó—. No es verdad y lo sabes.
—¡Oh, Dios! —Me tapé la cara—. ¿Cómo he podido creerte alguna vez? ¡Mírate, joder, mírate! Eres un maldito cabrón mentiroso.
—Cállate —dijo frotándose la frente y humedeciéndose los labios.
—¡No me da la gana! —repliqué en un grito—. Estás acostumbrado a que las chicas a las que usas como un kleenex se callen, pero yo no soy así, por mucho que me hayas tratado como una puta mierda, como a todas.
—Cállate. O mejor vete —me pidió, tratando de calmarse.
—Supongo que si puedes seguir mirándote al espejo es porque solo eres eso, lo que se ve reflejado.
Rebufó.
—No te lo pido más veces, Valeria… —Víctor jadeaba.
—¡Maldito el momento en el que me crucé contigo!
—¡Déjame en paz de una jodida vez!
—Mi vida es una puta mierda desde el segundo uno que pasé contigo. Eres lo peor que me ha pasado.
Víctor hinchó su pecho con una bocanada de aire y, cuando ya pensaba que volvería a pedirme cansinamente que me fuera, algo le cruzó por la cabeza, todo su gesto cambió y… simple y llanamente Víctor, mi Víctor, explotó:
—¡¡Me cago en mi puta vida, Valeria!! ¿¡Tu vida es una mierda desde que me conociste!? ¡¡Yo te quería, joder!! —gritó completamente fuera de sí—. ¡¡Te quiero!! ¡¡Te quiero, joder!! Pero ¡¡nada te sirve!! ¡¡¡Nada!!! ¡¡Nunca tienes suficiente!! ¡¡Vas a acabar volviéndome loco!! ¿¡Es lo que quieres!? ¿¡Dime!? ¿¡Es lo que quieres!?
Después, de un manotazo, tiró un bloque de bandejas para el papel y le dio una patada a la mesa que la hizo vibrar. Un bote de bolígrafos se volcó y los dejó rodar por encima de la superficie hasta el suelo.
¿Había dicho «te quiero»?
Me levanté de la silla, cogí mi abrigo por la manga y lo arrastré hasta la puerta, donde intenté ponérmelo.
—Espero tus disculpas pronto. —Suspiró entrecortadamente.
—¿O qué? —pregunté iracunda.
—O nada. Porque ya… Mira para lo que hemos quedado. —Y al decirlo pareció verdaderamente compungido—. Para gritarnos y faltarnos al respeto, que es lo único que nos quedaba por hacer. —No contesté y abrí la puerta del despacho para marcharme—. Llama a Adrián —dijo.
—¿Para qué narices voy a llamar a Adrián?
—Si mal no recuerdo, él sí se folló a otra estando contigo. Cierra cuando salgas.
Pegué tal portazo que no sé cómo no saqué la puerta de las bisagras.
—Hola, Adrián —dije muy seria.
—Hola, Valeria —contestó él en el mismo tono.
—Sé que teníamos intención de no hablar durante muchísimo tiempo, pero me ha surgido un problema y necesito tratarlo contigo. He estado esta mañana en…
—Yo también quería llamarte un día de estos… —me interrumpió.
—¿Y eso? —respondí alerta.
—Pues… El caso es que es un tema complicado, Valeria. Álex me llamó hace unas semanas para decirme que…, bueno, que tenía una ETS y que lo más probable es que me la hubiera contagiado. Deberías hacerte pruebas, Valeria…
Me tapé los ojos con vergüenza. Dios mío, después del numerito en el despacho de Víctor no, joder.
Y todo lo que quería decir aquello.
Se follaba a otra mucho antes de que yo ni siquiera lo sospechara. Se la follaba sin condón, como a mí. Y le daba igual.
Él era quien me mentía. Él era quien no me quiso.
No sabría decir si tenía más pena o más asco.
—Deberías haberme llamado antes. Me ha provocado una inflamación en el cuello del útero. —«Y he gritado e insultado a Víctor», pensé.
—Creo que los dos sabemos por qué no lo he hecho. Lo siento.
—A estas alturas ya tenía muy claro que habías estado con ella más tiempo del que decías.
—Lo de Almería solo fue casi el final. Álex y yo estuvimos juntos cerca de un año.
Me separé el auricular de la oreja y lo miré sin entender. Un año. Cerca de un año. Cuando aún juraba que me quería, cuando aún nos acostábamos, cuando desayunábamos juntos los domingos.
La única referencia sobre el amor que siempre creí clara en mi vida, destrozada.
Colgué el teléfono.