DIARIO DE LLAMADAS
Miércoles 19 de enero
—¿Sí? —dije, contestando al cuarto tono.
—Seguro que estabas pensando: «Ojalá sea Bruno. Me haré la dura y contestaré al cuarto tono para que no note que estoy sentada junto al teléfono esperando a que me llame, porque besa tan bien…».
—Eres telépata. ¿Cómo va?
—Estoy aburrido. He releído cinco veces el mismo texto y sigue sin gustarme. Le falta algo.
—Tetas, seguro.
—Si quiero tetas me vuelvo al capítulo en el que tú me dejas que te las toque o me acuerdo de cuando te las toqué yo en el portal. Después, casi siempre, me entran ganas de tocármela…
—Creo que nunca te he dado estas confianzas. —Me reí.
—Oh, sí me las diste. Pero es que estaba oscuro y andabas con unas copas de más. ¿Qué te vas a poner la próxima vez que cenemos?
—¿Y tú?
—Pues no lo sé, pero espero terminar solo con un gorrito de plástico en…
—¡No termines esa frase! —me quejé, riéndome.
—Bueno, voy a volver al trabajo. Contigo me pongo muy tonto y esta tarde he quedado con Aitana.
—¿Quién es Aitana? —pregunté alerta.
—Uhmm. ¿Celosa? Me encanta. No te preocupes, fiera, Aitana es mi hija.
—¿Adónde la llevas?
—A patinar sobre hielo. Voy a morir degollado por una de esas afiladas cuchillas de los patines, lo sé. Teñiré todo el hielo con mi sangre y Aitana se convertirá en una asesina a sueldo para poder superar el trauma.
—No son afiladas, tonto. Nadie va a teñir el hielo con su sangre.
—Ya veremos.
—Haz fotos.
A las seis de la tarde recibí un email con una foto suya y de su hija. Solo ponía: «Tengo ganas de verte».
Viernes 21 de enero
—¿Sí?
—Oh, disculpe. He debido de equivocarme. Yo estaba llamando al party-line de Patty —dijo Bruno con sorna.
—Es aquí.
—Esperaba otro tipo de respuesta —contestó apenado.
—Es que este negocio por el día es una frutería.
—Claro, tiene sentido. Todo queda entre cocos, kiwis y plátanos. Bueno, bueno, finja que acaba de contestar, por favor. Me hace ilusión escuchar el mensaje de presentación.
—De acuerdo. —Me aclaré la voz—. Bienvenido al party-line de Patty. Si quiere hablar con Wendy, marque el uno, si quiere hablar con Patty, marque el dos…
—Disculpe, ¿quién es usted?
—Patty.
—Ah. —Escuché cómo pulsaba una tecla.
—¿Era el uno o el dos?
—El dos, el dos. ¿Qué lleva puesto, señorita Patty? —Me tiré en la cama muerta de risa y oí cómo se encendía un cigarrillo—. Sueño con que un día me contestes de verdad a esa pregunta —dijo tras expulsar el humo.
—Sigue soñando —contesté.
—¿Por qué te echo de menos?
Y cerrando los ojos, me derretí.
Sábado 22 de enero
—Anoche soñé contigo —susurró Bruno al descolgar el auricular.
—Tienes suerte de que viva sola y que reconozca tu voz, porque eso ha sonado a acosador.
—¿No quieres saber qué soñé?
—¿Es bonito?
—Y tanto… —Y lanzó una especie de gruñido, bajo y sensual.
—Creo que no quiero saberlo. —Pero apreté los muslos.
—Mejor. Así no tengo que compartir nuestros secretos nocturnos.
—¿Cuándo vienes?
—¿Tienes ganas?
—Tengo ganas de que dejes de llamar. —Me reí.
—Oh…
Colgó. Escuché un pitido intermitente y, sonriendo, colgué y marqué su número.
—¿Sí? —dijo.
—No me cuelgues. —Me quejé entre risas.
—Eso suena a acosadora.
—¿Cuándo vienes?
—El día 31 tengo una reunión allí.
—¿Irás y volverás en el mismo día?
—No. Me quedaré al menos una noche. Espero que no olvides nuestra fiesta de pijamas.
—No la he olvidado.
—Yo no dejo de pensar en ella.
—¿Me llevo los rulos y los pintaúñas? —pregunté.
—No, mejor tráete el twist. Jugaremos un rato.
—Lo siento. No lo tengo.
—No te preocupes. Cogeré unas ceras y nos pintaremos círculos de colores a nosotros mismos. Amarillo y verde: ombligo y lengua, recorrido ascendente.
Tragué con dificultad.
—Para, Bruno…
—Azul y rojo: mano derecha a muslo izquierdo.
—Para…
—Sí, mejor voy a parar, porque estaba empezando a imaginar verde y rojo.
—Lengua con…
—Muslo izquierdo. Dirección ascendente. ¿Has vuelto a leer el email?
—Sí —confesé.
—¿Cuándo?
—Hace veinte minutos.
—Me has alegrado el día. Ya puedo colgar.
Domingo 23 de enero
—¿Cuánto rato llevamos hablando? —pregunté con la oreja dolorida.
—Creo que ya va hora y media.
—Espero que tengas tarifa plana —me reí.
—La tengo. ¿Por qué crees que te llamo? Porque me aburro.
—Pues más escribir y menos aburrirte.
—Ayer mandé el borrador. Poco me queda por hacer. Me esperan unas merecidas vacaciones.
—¿Y adónde te vas para celebrarlo?
—A verte —susurró.
—Aquí vienes a una reunión. —Y la cuestión es que me molestaba un poco saber que yo era su manera de aprovechar el viaje, pero no el motivo del mismo—. ¿Para qué es la reunión? —Me interesé.
—Estoy a punto de vender los derechos para que hagan una película con mi primera novela. Miedo me da. Si al final sale bien, pasaré al menos un par de meses por ahí.
—Qué bien —le dije.
—¿Te apetece?
—Claro.
—Después de esa tengo otra reunión. —Suspiró—. Una muy seria.
Arqueé las cejas. ¿Otra? Ahora sí que estaba empezando a impacientarme. Esperaba tenerlo casi todo el día para mí.
—¿Con la editorial? —pregunté con desgana.
—No, con una chica. Creo que vamos a definir este rollo que nos llevamos. Espero que termine en la cama, con ella encima, diciéndome que no puede vivir sin mí mientras me cabalga.
Cerré los ojos y me reí.
—Capullo.
—Ella suele decírmelo también… —Un remolino me llenó el estómago—. Oye, Valeria.
—Dime.
—Y ese chico ¿dónde está?
—¿Qué chico?
—Tu novio. Bueno, tu exnovio.
Víctor. Allí, otra vez. Como si su solo nombre llenara toda la habitación de un aire que no portaba oxígeno. Me llevé la mano al pecho.
«Vete, Víctor».
—No lo sé —contesté.
—¿Y fue dura la ruptura?
—No —contesté enseguida, para que no me pillara la mentira.
—Eso es que te has debido de entretener con algo por ahí. —Se rio.
Me eché a reír, pero con una sensación rancia en el estómago. El maldito Víctor me daba ardor.
—¿Crees que podrías encontrar en el mercado negro unas orejas de tu tamaño? —le dije.
—¿Y tú?
—¿Yo qué?
—¿Has pensado ya lo que te vas a poner cuando nos veamos? Porque yo no puedo pensar en otra cosa.
Miércoles 26 de enero
—¿Sí?
—Solo llamo para darte las buenas noches y para decirte que llevo todo el día pensando en ti —susurró Bruno.
Eso era lo que necesitaba. Más llamadas de ese tipo y menos quebraderos de cabeza. Menos «no sé nada de Jose y de ese trabajo que me iba a ayudar a encontrar». Menos «he echado mano de los ahorros por primera vez para hacer una compra tan básica como tampones». Menos «¿qué estará haciendo Víctor en este mismo momento?». Y ese último era uno de los pensamientos más recurrentes.
—¿Sabes? Yo también he pensado en ti —declaré resuelta.
—¿Iba vestido en tus pensamientos?
—Sí. —Me reí.
—¿Y terminaba vestido?
—Sí. Qué pesado.
—Es que… Me he estado acordando de esa falda que llevabas.
—¿Te gustaba?
—La falda me da igual. Lo que me gustaba era cómo te quedaba. Has nacido para que nos postremos a tus pies cuando llevas esa maldita falda —se rio.
—¿A qué hora tienes la reunión?
—A falta de confirmación por su parte, a las diez. A las doce estaré libre para la nuestra.
—¿Nos vemos a las doce y media en la puerta de tu hotel? Reservo mesa en algún sitio que esté cerca.
—Me muero por olerte y por hundir mi cabeza entre tus pechos y bajar…
Cerré los ojos.
—Para.
—Si me dices «para» de esa manera me crezco. Me da la sensación de que te gusta demasiado que te diga estas cosas.
—Venga, dame las buenas noches otra vez.
—¿Qué llevas puesto?
—Buenas noches —repetí.
Bufó.
—Sí, mejor. Buenas noches.
Colgué el teléfono y me quedé mirando el auricular en las manos. Estaba sentada en la cama, debajo de la colcha ya, con un libro en el regazo. Estaba releyendo Lolita, de Nabokov. Pero era el ejemplar que me compré cuando aún estudiaba, no el que le regalé a Víctor. Ese se lo llevó él un día, para terminarlo. Después, los que terminamos fuimos nosotros.
Aparté el libro, lo dejé en la mesita y me recosté, con el teléfono aún en la mano. Volví a mirar el auricular y… marqué rellamada.
—¿Sí?
—Un camisón negro de tirantes —dije como si me doliera seguir por ese camino.
Se echó a reír.
—Para que conste en acta, eres tú quien ha abierto la caja de Pandora.
—Aceptado.
—Y… ¿cómo es?
—Es corto. No logro controlar la calefacción central y en mi piso, como es tan pequeño, hace mucho calor.
—¿Y qué más? —Su voz se volvió susurrante.
—Tiene un poco de encaje en la zona del pecho y los tirantes. Unas bandas muy finas.
—¿Y debajo?
Me reí.
—Esto parece un party-line de verdad.
—Empezaste tú —aclaró Bruno.
—Unas braguitas a juego.
—¿De las bajitas?
—De las bajitas. ¿Y tú?
—No, yo no llevo braguitas bajitas.
Los dos nos reímos, avergonzados.
—¿Y qué llevas? —insistí.
—Aún llevo la ropa de calle. Estaba a punto de meterme en la cama ahora.
—¿Y qué llevas? —repetí.
—Unos vaqueros y un jersey gris. Ah, y una camiseta blanca debajo.
—¿Duermes con pijama?
—Contigo no. Así estaré más a mano por si quieres abusar de mí durante la noche. ¿Me esperas un segundo?
—Claro —contesté.
Se escucharon ruidos y, tras unos segundos, volvió a coger el teléfono.
—Pregúntame qué llevo ahora.
—¿Qué llevas puesto?
—Un camisón… —Los dos nos echamos a reír—. Me he quitado ropa —dijo—. Pero eso no importa porque solo pienso en quitártela a ti.
—Si estás tratando de seducirme para tener sexo telefónico debes de estar loco.
—¿Por qué?
—¡Porque sí!
—No puedo dejar de imaginarte como en lo que te escribí —susurró.
—¿Empapada de sangre de mis adversarios?
—No. Desnuda y húmeda encima de mí.
Me mordí el labio inferior.
—Vienes en cuatro días…
—¿Quieres que reservemos las fuerzas? Hace un mes que no te veo. Un mes da para pensar en muchas cosas. El lunes no voy a saber por dónde empezar —contestó.
—¿Y si el lunes no…?
—¿No qué?
—No surge. O no nos apetece. O yo considero que no…, que aún… —Que aún pienso demasiado en Víctor como para acostarme contigo, me dije.
—Sí, claro. —Se rio—. Como si pudiéramos evitarlo.
Tragué saliva.
—Voy a darme una ducha —dije, riéndome.
—Vale.
—¿Te conformas?
—¿Qué más puedo hacer?
—Algo puedes hacer. —Me reí.
—Voy a tener que hacerlo si no quiero quedar como un adolescente cuando me toques. —Cerré los ojos—. Pero me imaginaré que eres tú la que me toca —susurró.
—En serio, para…
—Venga…, todavía quedan cuatro eternos días. Es fácil. Solo coge tu mano derecha, métela dentro de tus braguitas y dime qué tal —susurró, medio en broma, medio en serio.
Me quedé mirando el techo y me sentí muy tentada a hacerlo. Después me dio un ataque de risa y dije:
—¡Buenas noches!
Y colgué el teléfono. Acto seguido apagué la luz y traté de dormir.
No pude hasta pasadas las dos y media y no antes de haberme dejado llevar, acordándome de Víctor.
«Jodido Víctor. Vete ya».