EL DESCANSO DEL GUERRERO
Lola me miró con media sonrisilla y dejó caer sobre la mesa los dos folios impresos con el email de Bruno.
—Joder, me he puesto cachonda —dijo antes de estallar en carcajadas.
—Pues que sepas que te acabas de poner cachonda conmigo.
—Qué fuerte —dijo mientras volvía a coger las hojas y les echaba otro vistazo—. Sí que debes de besar bien, jodía. Fijo que se la ha cascado ya un par de veces pensando en ti.
—Haz el favor, Lola —me quejé con una sonrisa.
—¿Le has contestado?
—¿Qué le voy a contestar?
—Pues… ¡algo! Te ha mandado un relato porno sobre los dos follando. Este te tiene más ganas…
—Es parte de su novela —la interrumpí.
—Sí, pero no te ha enviado la parte en la que os conocéis o yo qué sé. Solo la parte donde te lo follas, diosa de la guerra. Este tío empieza a caerme bien. —Quise reprenderla, pero no pude más que reírme—. Grrrrr —dijo Lola—. Guerrera.
—Me voy a casa —dije riéndome.
—¿Puedo quedarme esta copia?
—¿Para qué? —La fulminé con la mirada.
—Voy a llamar a Carmen y a leérsela.
—Sí, bueno, pasad un buen rato riéndoos a mi costa. —Y queriendo cambiar de tema añadí—: Oye, ¿y Rai? ¿Ya has perdido el interés? Ya te acostaste con él, deduzco. —El gesto de Lola mutó de la sonrisa al estupor. Quiso recomponerlo pero ya era muy tarde. La había cazado—. ¿Qué pasa? —le pregunté.
—¿Te acuerdas de que me quería llevar a un sitio…?
—Sí. Supongo que adonde te llevó fue al huerto.
—Me llevó a una cabaña en la sierra el día antes de Nochebuena. Lo hicimos encima de una alfombra.
—¿Y? Vamos, que muy bien, me alegro y todas esas cosas, pero hay más, ¿no?
—Sí. —Y que Lola se mordiera las uñas no me dio demasiada confianza—. Pero…
—Pero ¿qué?
—Valeria, creo que Rai me gusta —dijo con las cejas arqueadas, como muy sorprendida de su propia confesión.
Sonreí espléndidamente.
—Oh, pero eso es muy bonito y me alegro mucho. Por lo que cuentas parece un buen chico.
—Valeria…, Rai me gusta mucho.
—Ya te he oído. ¿Cuál es el problema? ¿Es por Sergio? Lola, no puedes darme clases sobre superar lo de Víctor y después decirme esto.
—No es eso.
—¿Entonces?
—Rai no ha cumplido aún los veinte años. Le llevo nueve. ¡Nueve años!
Me volví a sentar en el sillón y me obligué a cerrar la boca. Joder con la gente, le había dado a todo el mundo por sorprenderme. Después, muy a mi pesar, me eché a reír sonoramente.
—Yo no me río, perra —se quejó.
—No me río, no me río… —dije mientras trataba de no hacerlo—. Solo es que… me sorprende.
—Más me sorprendió a mí. Yo pensaba que solo era un tío con poca maña. Pero, claro, ¿qué maña va a tener con esa edad? Hace nada estaba en la secundaria.
—Ay, Lolita… —suspiré—. Pero tú vas a poder enseñarle muchas cosas.
—De eso no tengo duda. Que soy una diosa del sexo lo tengo muy claro, pero… ¡aquí no se dan clases a domicilio! —dijo señalándose la entrepierna. Volví a echarme a reír sin poder evitarlo—. Eso, eso, tú ríete de tu amiga. Me he convertido en el centro de todas vuestras burlas. Tendrías que haber visto a Víctor cuando se lo conté. Me escupió todo el café encima.
Y de pronto ya no tenía ganas de reírme.
Víctor. Víctor con sus ojos verdes grandes y brillantes, confesándome en un susurro que me quería demasiado. El corazón dejó de latirme una milésima de segundo.
Lola se dio cuenta enseguida y cerrando los ojos me pidió perdón.
—Valeria, pichu, no pongas esa cara. Perdona. No debí haberlo mencionado.
—No, no, tranquila. Es mejor que tratemos el asunto con naturalidad —suspiré—. ¿Cómo está? ¿Qué tal le va?
Lola tironeó de su labio inferior entre sus dientes y meditó sobre si debía o no contestar a esa pregunta.
—Pues… le va.
—¿Qué quiere decir que «le va»?
—Pues que ha retomado su rutina, Valeria.
—¿Y eso es malo? —Me cogí un mechón de pelo y jugueteé con él, muy seria.
—Es malo porque eso no le llena. Da igual lo que me diga al respecto. Le conozco bien. A él ya no le gusta follar por deporte. No es esa persona que nos hace creer. En el fondo está hecho una mierda, pero quiere esconderlo.
Lo dejó él, me repetí a mí misma. Quise gritárselo a Lola. Gritarle que si estaba mal, se jodiera. Pero lo único que hice fue levantarme del sofá, darle un beso en la mejilla e ir hacia la puerta.
—¿Quieres que le diga algo? —preguntó desde los mullidos cojines de su sofá.
—No. —Sonreí cuanto pude, le lancé otro beso desde allí y me fui a casa.
Me fui a casa hecha una mierda. Lo único que me había cruzado la cabeza cuando ella se había ofrecido para decirle algo de mi parte fue «que le quiero».
Cuando llegué había tenido tiempo de pensar en todo aquello. Y estaba muy rabiosa. Víctor lo había dejado justo en el momento en el que deberíamos haber encauzado lo nuestro. Él lo había decidido. Él había tomado la decisión. Yo tenía que seguir con mi vida. Ya estaba bien de que otros decidieran por mí.
Así que, ni corta ni perezosa, cogí el teléfono de casa, busqué en mi móvil su número y lo marqué. El de Bruno, claro.
—¿Sí? —preguntó.
—Eres un cerdo —me reí.
—Ya creía que nunca me contestarías.
—¡¿Qué quieres que conteste a eso?!
—A mi editor le gusta. Le da un toque lo de tu muerte; ya sabes, la venganza y esas cosas. Te mandaré un ejemplar cuando la publiquen.
—Muy amable por tu parte.
—¿No te gustó? —Me pareció que todo aquello le resultaba tremendamente divertido.
—Era un poco subidita de tono, ¿no?
—Bueno, creo que la última vez que nos vimos la cosa iba en esa dirección. —Los dos nos reímos—. ¿Cuántas veces lo has leído?
—Una —contesté.
—Mientes —se rio—. ¿Cuántas?
—Tres —me reí también.
—Sigues mintiendo.
—Sí, pero no te daré el gusto de decirte que lo releo de vez en cuando.
—Es una lástima, pequeña diosa de la guerra, porque me apetece horrores volver a verte y sacarte por ahí, someterte a innombrables torturas para que confieses y esas cosas, pero estoy castigado hasta que termine esto.
—Por eso no has llamado.
—¡Oh! —Se descojonó—. ¿Impaciente?
—¿Quién te ha dicho que yo quiera repetir?
—La manera en la que se movían tus caderas encima de mí, frotándose. Ellas me lo dijeron.
Eso que sentía en aquel momento era deseo, ¿verdad? ¿Era posible sentirlo estando enamorada de otra persona? ¿Significaba que empezaba a no estarlo?
—Llama a un party-line si quieres conversaciones de este estilo. Hay profesionales para eso —le dije.
—Hasta mañana.
—¿Vendrás? —pregunté emocionada.
—¿Me tienes muchas ganas o me lo parece? —me eché a reír—. Mañana te llamo —dijo antes de colgar.
Lola estaba leyendo un libro pero no pudo resistirse a la tentación de alargar la mano y acercar el pequeño relato que me había mandado Bruno. Se puso a leerlo otra vez y una risita maligna brotó de su boca. Cogió el teléfono y marcó el número de Carmen. Le iba a encantar.
—¿Sí?
—¿Quieres escuchar una cosa para troncharse? —le preguntó.
—Claro —dijo Carmen emocionadísima—. Lo único… confírmame antes que eres Lola.
—Soy Lola. ¿Tienes tiempo? Es largo.
—Sí. Me pillas en casa rascándome la barriga.
—¿Y eso de ser la mejor en el trabajo y no descansar jamás?
—Ay, hija, se acaba de ir Borja y me ha dejado para el arrastre.
—Y luego dicen que el matrimonio termina con la pasión.
—Pues no será la de mi futuro señor esposo.
—¿Te lo leo?
—Sí, sí. ¿Qué es? ¿Algo de Facebook?
—Lo tuyo con Facebook es enfermizo —se rio Lola.
Cogió los folios impresos y se aclaró la garganta para empezar a leer, pero sonó el timbre de su casa.
—Espera, llaman al timbre. —Se asomó a la mirilla y después, apoyándose sobre la puerta volvió a colocarse el auricular en la oreja y susurró—: Te vuelvo a llamar en cuanto pueda.
—¡No me dejes así!
—La vida es cruel, las drogas matan y el fuego quema. —Y colgó.
Abrió la puerta y Rai le sonrió. Levantó una mano a modo de saludo y la dejó caer, haciendo un mohín.
—Hola —dijo ella—. Me pillas un poco mal.
—Ya. ¿Te pillo mal o es que no quieres verme porque tengo diecinueve años?
Lola apretó los labios y lo dejó pasar. Joder. Era demasiado mono para tener diecinueve años. Eso lo sabía todo el mundo de aquí a Lima.
—Creía que congeniábamos —dijo él.
—Con la edad que tienes, demasiado hemos congeniado ya. —Y Lola cerró la puerta de su casa.
—Hasta ahora no parecía importarte.
—No lo sabía.
—Bueno, tú no lo sabrías, pero yo seguía teniendo la misma edad. —Lola se mordió el labio inferior—. Mira, Lola, los años se cumplen. Solo es cuestión de tiempo. ¿Perderías esto por no tener la paciencia suficiente?
—¿Y qué es esto? —Sonrió muy sobradilla.
—¿Quién está siendo una cría ahora? —respondió Rai apoyándose en el sillón.
—Es que no creo que…
—Pero… ¿por qué estamos preocupándonos por esto ahora? —preguntó Rai.
—Mejor ahora que luego, ¿no?
—¿Y qué tal ni ahora ni luego? —Lola miró a Rai de reojo—. Y el caso es que quieres besarme, ¿a que sí?
Lola dibujó una sonrisita que no pudo reprimir, sabedora de que cada milímetro que su sonrisa se ensanchara sería el equivalente en metros del espacio que dejaba a Rai para colarse dentro de su vida. Pero… ¿qué demonios? De todas formas no creía poder controlarse. No es que Lola fuese conocida por su capacidad de contención.
Y vaya si lo dejó entrar en ella. Lo dejó entrar tres veces, porque si algo tienen los jovencitos es una capacidad de recuperación envidiable.