¿QUIÉN ES DON PERFECTO Y DÓNDE LO CONOCISTE?
YO TAMBIÉN QUIERO UNO
A las nueve y cuarto yo ya estaba en la puerta del local y en menos de diez minutos, en goteo, llegaron las demás. La última en hacerlo fue Nerea, que se plantó a la hora convenida, puntual como el minutero de un reloj.
No pude remediar echarles un vistazo con envidia. Lola llevaba el pelo recogido en una coleta despeinada, los labios pintados de rojo y una blusa negra con transparencias combinada con unos jeans y unos zapatos con tacón de infarto.
Carmen, con el pelo ondulado suelto, llevaba un jersey negro oversize con un cinturón que marcaba su silueta y unos vaqueros tobilleros slim fit, y unas pulcras bailarinas con print animal que yo misma le ayudé a elegir cuando aún me importaba no parecer recién sacada en Callejeros.
Nerea se había puesto un vestido camisero negro y unos zapatos peep toe con plataforma que dejaban entrever una pedicura impecable con el esmalte a la francesa.
Después me miré yo: camisola negra dada de sí, leggings con pelotillas y bailarinas descascarilladas cuya suela amenazaba con despegarse de un momento a otro. Por un instante me sentí hasta sucia, pero enseguida recordé que me acababa de dar una ducha caliente y que mi ropa olía a suavizante y mi piel a colonia de bebés. Poco sofisticado, pero aseado.
Respiré hondo. Iba a ser una noche genial a pesar de que mi pinta fuera… inquietante.
Además, nos encantaba aquel restaurante. Era íntimo, pero no romántico, sino de esos que invitan a hacer una confesión. Tenía unas mesas bastante pequeñas, donde siempre ondeaba la luz solitaria de una velita con olor a vainilla o a coco. Servían unos cócteles bien cargados y cocina creativa que resultaba barata y ligera. Tenía un ambiente muy agradable; como decía Lola: «Cool sin llegar a pretencioso».
Nos sentamos en nuestra mesa, al fondo del restaurante, en una especie de privado bastante accesible si reservabas veinticuatro horas antes; casi como Nerea.
Cuando el camarero nos sirvió las primeras copas de vino y pedimos la cena, todas las miradas se concentraron en Nerea, que cotorreaba sin parar sobre tonterías, mucho más pizpireta que de costumbre.
—Me encantan tus vaqueros, Carmenchu.
—¿Sí? Son nuevos. Aún no había tenido oportunidad de ponérmelos. Como no tengo vida social…
Carraspeé y Carmen sonrió.
—¡Ah! ¡Ya entiendo! ¡Estás intentando distraernos para no tener que contarnos esa maravillosa y truculenta historia que ocultas!
Tras dar un sorbo a su copa, sonrió ampliamente mostrando su perfecta dentadura y comentó:
—Hace dos semanas que no nos veíamos, ¡dejadme al menos que os diga lo guapas que estáis!
Me miré con disimulo y no dudé ni por un momento de que aquello era una estratagema, porque, viéndome, ¿quién podía atreverse a decirme que estaba guapísima? Por muy estupendas que estuvieran las demás, mi estado no animaba a hacer comentario alguno sobre el tema.
—¡Al grano! —increpó Lola acercándose hacia Nerea.
—A ver…, pues como Lola ya os habrá adelantado, he conocido a alguien. —Todas dimos un silbidito impertinente—. Bueno…, no os quise decir nada hasta que no estuviese segura de que me gustaba. Sabía que se iba a montar un circo, así que no quería que fuese una falsa alarma.
—Entonces, ¿te gusta para ir en serio?
—¡Oh, Carmen! ¡Por supuesto! —contestó Nerea entrecerrando los ojos como si estuviese contándonos un cuento de hadas.
Si no la quisiéramos tanto, la tacharíamos de ñoña y la quemaríamos junto con un montón de DVD de dibujos animados.
Todas bebimos de nuestras copas y ella prosiguió con su historia.
—Hace algo más de un mes —todas exclamamos, pero ella nos ignoró— fui a la fiesta de cumpleaños de uno de mis compañeros. No me apetecía nada ir, pero habría sido un detalle muy feo, de modo que me puse un vestidito mono y me fui con un tacón de vértigo, pensando que no llegaría a estar el tiempo suficiente como para que llegasen a dolerme los pies.
»Me separé del resto un momento para perseguir al camarero en busca de una copa cuando me tropecé con alguien y le derramé la bebida por encima. Imaginad la cara que se me quedó cuando el tío empezó a gritarme que le había manchado un traje de tropecientos mil euros. Me puse colorada y no sabía dónde meterme…, no sabéis cómo se puso. ¡Quise llorar!
—¿Ese es el príncipe del cuento, Nerea? —pregunté yo abriendo los ojos de par en par.
—No, ese más bien es el dragón —sonrió y siguió—. Entonces, cuando ya estaba a punto de darme la vuelta y echar a correr, alguien se acercó y muy educadamente le dijo a aquel tipo que había sido un accidente y que esas cosas pasan en cualquier parte. Le dijo: «Si usted hubiese tropezado con alguien sin querer, ¿le gustaría que se armara este escándalo?». El ogro reculó y desapareció de allí entre la gente, pero todo el mundo se había dado cuenta y hasta el chico que cumplía años se enteró. Por mucho que se acercara para decirme que no debía preocuparme, yo estaba muy avergonzada. Así que sin darle las gracias a…, bueno, al chico amable, me marché de allí confiando en ver pasar un taxi en dos segundos.
»Pero me alcanzó en la puerta y me preguntó si me encontraba bien. Le dije que estaba algo apabullada y que me agobiaba el ambiente del local y él se ofreció a quedarse conmigo hasta que estuviese mejor para volver a la fiesta y divertirme.
—Pero ¡qué majo! —dijo Carmen.
—Ya lo creo. Al final me lo pasé de miedo, a pesar del dolor de pies. Es muy divertido, ¿sabéis? Me sentí tan cómoda…, tan cómoda como con vosotras. Me acompañó a casa, me pidió el número y al día siguiente me llamó para tomar algo, y la siguiente semana, y la siguiente… Desde entonces nos hemos visto un montón y me ha invitado a cenar a su casa…
—¡Ahí! ¡Cuenta, cuenta! ¡Menos mal! Creía que solo ibas a decir cosas como que es tan fino que mea colonia. —Lola puso los ojos en blanco.
A punto estuve de escupir el vino que me estaba bebiendo.
—Vamos muy despacio. No quiero estropearlo todo adelantándome. Ya sabéis, me da miedo perder el interés… —explicó Nerea con las mejillas sonrojadas.
—Eso quiere decir que aún no se ha acostado con él. Hablemos de otra cosa —dijo Lola girándose hacia nosotras.
—¡No, cuéntanos cómo es! —la instó Carmen.
—Pues es alto, atlético —nadie más que Nerea podía utilizar en una conversación normal el adjetivo «atlético»—, con los ojos azules, así con el pelo como castaño…, es muy guapo y muy elegante. Y tiene unos brazos perfectos…, fuertes…
—Venga, ahora lo truculento, Nerea, que estás cogiendo carrerilla. ¿Cómo tiene el rabo? Enorme, ¿verdad?
Ella se echó a reír sonoramente. Los platos de comida llevaban unos minutos muertos de risa enfrente de nosotras pero ni siquiera habíamos reparado en ellos.
—Este carpaccio tiene una pinta buenísima —susurró Nerea.
—No te hagas la remolona —la increpó Carmen acercándose a ella.
—Lola tiene razón, no hay mucho que contar. La semana pasada estuvimos en su casa cenando, creo que fue el jueves. —Se interrogó a sí misma un segundo y asintió—: Sí, fue el jueves. Estuvimos mucho tiempo besándonos y, bueno, perdimos algo de ropa, pero no fue más allá. Esa es otra de las cosas que me encantan de él, que no le importa ir despacio. Y… ¡besa tan bien! No sé qué tiene, pero… me vuelve loca. Es tan…, no sé, es perfecto.
—Bueno, pequeña, perfecto no hay nadie, no vaya a ser que luego encuentres algún defectillo y pierdas la ilusión —dije con suavidad.
—Claro. Las verrugas genitales son feas, pero no tienen por qué ser contagiosas —sentenció Lola sin que ninguna entendiera de qué narices estaba hablando.
Nerea la miró de soslayo y después se dirigió a nosotras:
—No, lo sé, no hablo de perfección en términos absolutos, sino en lo relativo a mí. Estamos encajando tan bien…
Carmen se aseguró de que Nerea ya no iba a contar nada interesante y se levantó al baño, correteando por el restaurante hacia la puerta de los servicios. Nosotras empezamos a comer.
—Oye, Nerea, ¿a qué se dedica? —pregunté con el tenedor en la mano.
—Bueno, es algo así como analista de medios. No sé, una cosa complicada y moderna.
Una BlackBerry empezó a vibrar sobre la mesa y Nerea alargó su mano, con la manicura perfecta, hasta alcanzarla y consultarla.
—Mirad, es él. Le gusta enviarme correos a la BlackBerry cuando no nos vemos. ¿Os lo leo?
—¿Por qué todas tenéis esa dichosa BlackBerry? —vociferó Lola.
—Yo no —dije con la boca llena.
—Tranquila, Lola, tú no la necesitas, ya tienes tu agenda —y al decirlo, Nerea subrayó la palabra «agenda» como quien nombra un talismán.
Al intentar reprimir la carcajada, me atraganté con el carpaccio.
—Lee, lee. No te preocupes por Valeria, ya sabes, se atraganta con facilidad.
Quise reírme, pero no pude; ya tenía suficiente tratando de seguir respirando por la nariz.
«Hola, monada, espero que lo estés pasando bien con tus amigas. ¡Qué miedo me dan tantas mujeres juntas! ¿Sabes? Te echo de menos. ¿Me reservarás la noche de mañana? Prometo llevarte pronto a casa; solo una botella de vino… Mientras tanto te mando un beso que, buf, me muero de ganas de darte».
Carmen llegó en el preciso instante en el que Nerea guardaba de nuevo la BlackBerry en su bolso de mano. Se sentó un momento a mi lado, me dio un par de golpecitos en la espalda y, tras acercarme el vaso de agua, preguntó de qué estábamos hablando.
—Nerea nos estaba leyendo un mensaje de su novio y Valeria se ahogaba, como siempre.
—No somos novios, nos estamos conociendo —contestó Nerea.
—Yo también quiero un novio. Ahora mismo soy la única desparejada del grupo —gruñó Carmen mientras volvía a su parte de la mesa.
—No digas tonterías, ¿qué necesidad hay de encontrar un hombre? ¡Solitas nos bastamos! —dije recuperando el color de cara natural.
—No te ofendas, Valeria, pero tu palabra en este asunto desmerece un poco por el hecho de que llevas casi seis años casada con el hombre de tus sueños… —contestó Nerea.
—Bah —solté con desdén.
—¿Y el de tu curro? ¿Cómo se llamaba? —preguntó Lola a Carmen con la boca llena.
—Borja —respondió en su lugar Nerea, cuya memoria a menudo nos dejaba asombradas.
—Pues eso, Borja… —sentenció Lola—. ¿Qué tal con Borja? ¿Te ha tocado ya la alcachofa o sigue ahí, haciéndose el estrecho?
Todas la miramos. No sé por qué nos seguían sorprendiendo algunas virguerías lingüísticas de Lola, pero la palabra «alcachofa», desde luego, había captado la atención de las tres. Carmen decidió que era mejor obviarlo y contestó con naturalidad:
—Borja igual. No hay acercamiento, pero tampoco se aleja.
—Tienes que tomar el timón —opiné yo—. Invítale a salir, a hacer algo concreto. Una invitación en firme, ¿me entiendes? Nada como: «Un día de estos podríamos salir a tomar algo». Más bien algo como: «Me apetece muchísimo ir a ver esa película este fin de semana, ¿te animas?».
—O algo como: «Tengo la coliflor en su punto. ¿Añades tú la besamel?». —Y después de decirlo, Lola se dedicó a reírse de su propia gracia hasta que Nerea se contagió.
—Eres de lo que no hay… —susurró.
Carmen se sonrojó.
—No, no puedo hacer eso.
—Claro que no puedes. Debe invitarte él —dijo Nerea al tiempo que se servía ensalada.
—¿Cómo que debe invitarle él?
—Carmenchu, a estas ni caso… —susurró Nerea.
—Necesitaría una excusa más fundamentada… —nos contestó Carmen.
—Pues entonces tendremos que inventar un evento creíble al que tengas que ir acompañada. —Sonreí, mientras una idea vaga se formaba en mi mente.