POR LOLA, NEREA Y CARMEN
Vagabundeé toda la mañana y parte de la tarde. Avisé a las chicas de que tenía que contarles algo muy importante y tal era la expectativa que contestaron enseguida que me esperarían en casa de Lola a las ocho. No hizo falta pedir audiencia con Nerea. El hecho de que hubiera escondido mi fogoso fin de semana en casa de Víctor las tenía alerta como un gato. No sé qué esperaban escuchar, pero lo único de lo que estaba segura era de que yo no me encontraba preparada para confesar ciertas cosas…
Sin embargo, antes de sentarme con ellas y poder permitirme el lujo de desmoronarme, tuve que hacer de tripas corazón y fingir ser mucho más fuerte de lo que era… y decírselo a mis padres. Fue el único momento en el que flaqueé y hasta me planteé que separarme era una respuesta exagerada. Visto lo visto con Víctor…, ¿realmente quería dar carpetazo a mi matrimonio? ¿Era por él? ¿Me separaba por Víctor? ¿O Víctor había sido solo la excusa para hacer algo con lo que Adrián y yo teníamos? Daba igual. Me separaba por mí y por mi salud emocional y mental. No más de aquella mierda.
Mis padres, como me esperaba, no lo entendieron, pero es que los pobres no tenían información suficiente para poder hacerlo. Callé cual mujer de vida alegre porque así era mucho más fácil para mí. Ni Adrián había perdido la cabeza en un hostal en Almería con una universitaria, ni yo había huido con alguien que luego había hecho un «donde dije digo, digo Diego» con todo su discurso romántico.
Después me fui a casa de Lola para terminar con la turné de noticias sobre mi lamentable vida sentimental. Me senté en el centro del sofá y ellas se colocaron todas a mi alrededor. Carraspeé.
—Bueno, chicas…, quería contaros que… Adrián y yo hemos llegado a la conclusión de que teniendo en cuenta nuestra situación actual lo mejor es separarnos, al menos temporalmente.
Nerea se tapó la cara. Carmen aguantó el aire en los pulmones sonoramente y Lola miró al suelo.
—Oye, Val, igual os estáis precipitando un poco. Este tipo de medidas son… —empezó a decir Lola.
—No. La verdad es que lo tendríamos que haber hecho antes. Lo cierto es que decir que nos separamos temporalmente es un eufemismo, porque la verdad es que no creo que volvamos a… estar juntos.
—Valeria, lleváis diez años juntos —dijo Carmen apretándome la rodilla—. Tenéis que pelear un poco más por solucionarlo. No tiréis tan pronto la toalla.
—Es tarde para solucionarlo. Hemos sido los dos unos niñatos. Creo que nunca fuimos lo suficientemente maduros para gestionar nuestra relación y ahora que empezamos a serlo está tan estropeada que no hay nada más que podamos hacer.
Tragué saliva. No quería contarles lo que había pasado con Víctor y menos aún su reacción posterior, así que todo me resultó mucho más complicado de lo que había pensado en un primer momento.
—Pero ¿qué ha pasado con Víctor, Valeria? ¿Es por eso? ¿Vas a separarte por lo que sucedió un fin de semana con otro hombre? —preguntó Nerea con esa vocecita aguda de cuando se pone nerviosa.
—No. Voy a separarme porque no soy feliz y Adrián tampoco lo es.
—Somos nosotras, Val. ¿Nunca nos dirás qué pasó?
Me encogí de hombros y quise contestar quitándole hierro. No estaba preparada para hablar de ello. A decir verdad, no quería ni siquiera recordar haber hecho las cosas de aquella manera tan irracional. Gracias a Dios, Carmen calló. Es por eso por lo que siempre la llamo a ella en situaciones de crisis emocional.
Recordé a Víctor pasando las hojas del periódico del domingo sobre la mesa alta de su cocina y noté un incómodo cosquilleo detrás de los ojos. Él me había dicho que querría seguir conmigo y yo le había creído sin más. Me froté un ojo. Suspiré. Me sentía incómoda. Después, una tos seca que se trasformó en un sutil sollozo. Valeria, la «responsable», había perdido la cabeza en un solo fin de semana. Por fin, dejé la mente en blanco y me eché a llorar. ¡Yo! ¡Que no lloraba desde hacía tanto tiempo que ni me acordaba!
No hubo más preguntas ni más dudas por su parte. Solo un abrazo y eso que siempre se dice:
—No te preocupes. Nos tienes a nosotras.
Menos mal que en esta ocasión era completamente cierto.
No quise quedarme mucho rato. No quería que nos bebiéramos una cervezas, dijéramos cosas como que los hombres son un asco y que se compadecieran de mí. Solo necesitaba estar sola y ordenar un poco mi cabeza y, sobre todo, el lío de sentimientos adolescentes que tenía en la boca del estómago.
Me despedí de ellas y anduve durante cuarenta y cinco minutos hasta casa, sola y de noche. Cuando llegué no quise mirar todas las cosas que faltaban allí; las cosas que Adrián se había llevado.
En lugar de eso, me senté en el ordenador y, me pasé la noche en vela escribiendo sin parar. Encontrar la verdad de lo que quería escribir había tenido un precio bastante alto. Fue algo así como un intercambio: la inspiración a cambio de Adrián. La musa se había fugado con mi marido, la muy furcia, pero en compensación me salvaría, como otras tantas veces, de volverme loca.
Dos días después terminé mi historia y se la envié al editor sin apenas echarle un vistazo. Ya habría tiempo de corregirla. Aún no estaba preparada para enfrentarme a todo lo que esa novela tenía que decir de mí. Me había costado mucho ponerme, realmente, en los zapatos de Valeria.