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LA SEPARACIÓN

Adrián llegó a las dos de la madrugada y me encontró despierta sentada sobre la cama. No sé si esperaba encontrarme dormida y no tener que hablar sobre aquello en ese momento, pero lo cierto es que no dijimos nada durante un rato.

Después, se sentó a mi lado y me dijo que tenía razón.

—Lo sé —afirmé.

—No entiendo cómo hemos podido llegar a esto —dijo con la voz temblorosa.

—Estas cosas pasan.

Suspiró y asintió. Después de unos minutos añadió sin mirarme que tenía miedo. Me sorprendió. Adrián nunca tenía miedo de nada. Todo era sencillo para él, sencillo hasta tener ganas de abofetearle y preguntarle si había algo en el mundo que no le pareciera fácil. Y ahora tenía miedo.

—Y yo —contesté.

—Creo que sin ti solo seré un gilipollas. —Se encogió de hombros.

—A mí me da más miedo lo que puede pasar si no lo dejamos estar ya.

Asintió.

—Mañana recogeré las cosas y me iré.

—Vale —respondí abrazándome las piernas.

—¿Necesitaré… un abogado? —preguntó agobiado.

Un abogado. Joder. No me apetecía nada pensar en papeleo en ese momento.

—Quizá deberíamos esperar un poco para lo del abogado. —Tragué con dificultad.

—Vale.

—¿Dónde irás?

—Supongo que volveré a casa de mis padres una temporada. Luego alquilaré algo cerca del estudio.

Flexionó las rodillas y encogió las piernas hasta abrazarlas contra su pecho, como yo. Me recordó, de pronto, al chico que había sido cuando lo conocí, a los veintitrés años, tirado en la calle con nuestros amigos y la cámara de fotos colgada al cuello. ¿Cómo era posible que, con todo lo que nos habíamos querido, no quedara nada digno? ¿Significaba que nunca nos habíamos querido de verdad? Le miré y me respondió a la mirada con el pelo tapándole parte de los ojos.

—Adrián…, ¿por qué crees que nos ha pasado esto? No hago más que darle vueltas y sigo sin entenderlo. Nunca fuimos así.

—Yo lo comprendí hace un rato. —Chasqueó la lengua—. Hace mucho que perdimos el hilo. Dejamos de hablar de las cosas que importaban.

—Si te soy sincera, ni siquiera sé si me quieres.

—Claro que te quiero, joder. —Se revolvió el pelo.

Y por fin sonaba a él.

—Entonces, ¿por qué Álex? —murmuré.

—¿Por qué Víctor? —respondió.

—¿Cómo esperabas que supiera que me quieres? Nunca lo dices.

—Lo sé. Es algo que habrá que cambiar. —Asentí, confusa. Ya ni siquiera sabía si se podría cambiar o si yo estaría dispuesta a esperar—. ¿Cuánto tiempo…? —preguntó sin mirarme.

—No lo sé. Iremos viéndolo.

—No puedo evitar tener la sensación de que estás cerrándome la puerta y abriéndole a Víctor la ventana.

—No quiero hablar de Víctor.

Llevaba con Adrián desde los dieciocho años. Me enamoré de él enseguida. Siempre fue especial. Nos conocimos, nos enamoramos, hicimos el amor por primera vez, nos peleamos mil veces, nos licenciamos, nos casamos… y ahora nos separábamos. Sería lo último que haríamos juntos. Adiós a los hijos que nunca tendríamos y a esa casa que nunca compraríamos junto a la costa. Adiós también al viaje a China que habíamos estando posponiendo y para el que ya llevábamos dos años ahorrando.

Aquella fue la última noche que dormimos juntos, aunque creo que ninguno de los dos durmió. Lloramos mucho.

Fue la primera vez que vi llorar a Adrián en diez años.

Al día siguiente saqué el valor de la manga y dejé a Adrián sacando sus cosas de casa solo para encontrarme con Víctor y hablar con él, de veras. Supongo que lo que quería era evitar ver a Adrián marchándose, porque también se me encogía el estómago al plantearme lo que debía decirle a Víctor. No sabía muy bien qué esperar de él ahora.

Aguardé sentada en una silla de la recepción hasta que Víctor apareció por el pasillo vistiendo uno de esos perfectos trajes que parecían cosidos directamente encima de él. Al encontrarnos cara a cara, me besó en los labios y susurró que me había echado de menos. Esto me desconcertó y tardé un rato en reformular todo lo que venía a decirle. Entramos en su despacho, pero no nos sentamos. Nos quedamos de pie delante de la mesa, uno frente a otro. Alargó una mano, me agarró suavemente la muñeca y me acercó a él. Después, con la mano izquierda, me acarició la cara y me besó. Suspiré profundamente y apoyé la cabeza sobre su hombro, aspirando su olor. Tenía que decírselo, me gustase o no.

—¿Qué pasa? —me preguntó.

—He dejado a Adrián.

Un silencio tenso recorrió toda la habitación de arriba abajo y de ancho a largo, como un zumbido. Víctor carraspeó, supongo que para bajarse las gónadas del cuello, y dio un paso atrás. Me dije a mí misma que tenía que conservar la calma y que fuera la que fuera su respuesta, estaría bien.

—Buf… —resopló. Acto seguido se apoyó en la mesa y se revolvió el pelo haciendo que un mechón le cayera sobre la frente.

Buf no era una respuesta que estuviera bien. Tuve que interceder.

—No me malinterpretes, Víctor. Solo quería que lo supieras. —La voz me temblaba—. No espero nada…

—Valeria… —Me miró y se mordió los labios por dentro—. No digo que no…, es solo que… —Volvió a resoplar, se pasó las dos manos por la cara y después cogió aire.

Sonreí con tristeza. Sin duda, aquella era una de las posibles respuestas que ya tenía asumidas.

—Me voy —dije.

—Espera, espera… —Me cogió de la muñeca—. Solo entiéndeme. Esto es…

—Un marrón. —Me reí tratando de parecer relajada y despreocupada.

—No es un marrón. Es que no lo esperaba.

—¿No lo esperabas? —Arqueé las cejas—. Pues no parecía que no lo esperaras el sábado pasado.

Víctor agachó la cabeza y miró hacia mí.

—Era una posibilidad que barajaba, pero las mujeres casadas, ya se sabe, siempre decís que…

—¿Las mujeres casadas siempre decís…? —Y su elección de palabras me pareció horriblemente desconsiderada—. ¿Te parece esta una situación de manual? ¿Has ido actuando tú según el protocolo establecido para este tipo de relaciones?

Y Víctor volvió a resoplar. Se pasó las manos, nerviosas, por el pelo.

—Sé que te dije que no respetaría tu decisión de no romper con él, pero creo que…, que necesitas tiempo para estar sola y…

Sonreí y le interrumpí.

—Ya te he dicho que no esperaba nada. Soy consciente de que, probablemente, esto termine con mi nombre en la lista de chicas con las que has follado.

Víctor me miró sorprendido.

—A ver, Valeria… —Movió las manos como si quisiera calmarme, cuando lo más probable es que tratase de calmarse él mismo—. Sabes de sobra que eres mucho más que eso. Pero es que, simplemente, tienes que darme tiempo.

Fui hacia la puerta. Ahí estaban todas esas cosas que uno se olvida de decir en el fragor de la batalla. «Oye, cielo, es muy probable que cuando tú decidas hacer algo, yo me cague de miedo». Suspiré y le miré.

—Ya nos veremos por ahí —murmuré.

—Pero no te enfades… —suplicó, y cerró los ojos—. Solo… entiéndeme.

—No me enfado, Víctor. Pero ahora necesito desaparecer y centrarme en entenderme a mí y a nadie más que a mí.

Él lo aceptó con una sonrisa suave y asintió.

—Esperaré a que me llames, ¿vale? Pero no me llames mañana ni pasado. Ya sabes lo que quiero decir —añadió con soltura.

—La pregunta es si lo sabes tú.

Arqueó las cejas.

—Me dijiste que no esperara nada de ti. Y sé que te dije que si lo dejabas con Adrián querría seguir con lo nuestro. No estoy diciendo que ya no quiera. Solo…, mírame, por favor. Solo quiero hacerlo bien.

—Yo también tengo mucho en lo que pensar —le aclaré.

—Por eso esperaré a que me llames, Valeria, pero no lo haré eternamente.

Poco a poco fue dibujando una enorme y sensual sonrisa en sus labios de bizcocho. Él ya lo sabía. Él sabía de qué cojones estábamos hablando y yo necesitaba aún un puñetero traductor. Ay, Víctor…, cuántas cosas tenía que enseñarme aún.

—Me voy.

—Bien —susurró—. Déjame que te acompañe.

Recorrimos el pasillo hasta la recepción en silencio y cuando llegamos a la puerta, delante de las visitas, de la secretaria y de su padre, tiró de mi muñeca y me acercó hacia él. Me sujetó el cuello y me besó apasionadamente envolviéndome con sus brazos, como si se fuera a terminar el mundo. Cuando separó sus labios de entre los míos, todo el mundo nos miraba. Apoyó la frente en la mía.

—Dame tiempo, pero llámame.

Parecía fácil, ¿no? Darle tiempo y después llamarle. Yo también necesitaba ese tiempo, pero… ¿quién me decía cuánto tiempo sería necesario? ¿Y si al volver él ya tenía otra chica en la cama? ¿Y si le llamaba cuando aún no estaba preparado?

Me acaricié los labios húmedos antes de irme.