40

HUY, QUÉ TONTITA SOY

A la hora de comer nos sentamos en un restaurante italiano minúsculo que solo tenía cuatro mesas. El olor a comida me obnubiló y no presté atención a Víctor hasta que me sirvieron el plato. Y ya era complicado no prestarle atención, que conste, porque se había puesto unos vaqueritos rotos, una camiseta negra y unas gafas de pasta con las que, por el amor de Dios, era un arma de destrucción masiva. Pero la verdad es que hacía tanto tiempo que no echaba tres polvos en una noche (a los que había que sumar el mañanero y lo de la ducha, que no estaba muy segura de lo que había sido pero tras lo que me había corrido también) que había olvidado el hambre que me entraba después y que me revolvía las tripas con un rugido ensordecedor. Cuando dejaron los platos sobre la mesa, Víctor se dedicó a mirarme cómo devoraba, muerto de risa.

—¿Qué? —le pregunté mientras masticaba.

—Tenías hambre, ¿eh?

Me reí, avergonzada, miré alrededor y me limpié la boca con la servilleta. Él siguió comiendo con una sonrisa apretada en su boquita de piñón.

—Jo, qué vergüenza. —Me reí—. Es que lo de anoche da hambre.

—Y lo de esta mañana también. —Me guiñó un ojo.

No pude evitar recordarle desnudo bajo mi cuerpo, dirigiendo con sus manos mis caderas, indicando el ritmo y la velocidad de mis movimientos, diciéndome «muy bien, nena…». Eso y la expresión que le invadía la cara cuando se corría, mordiendo su labio inferior.

—Víctor —dije al tiempo que me acercaba la copa a la boca.

—Dime.

—No es la primera vez, ¿verdad?

Él dejó los cubiertos y cogió su copa, sorprendido por la pregunta.

—Sí, no era virgen, me has pillado. —Fingió una mueca resignada.

—No, me refiero a que no es la primera vez que tienes un lío con una mujer casada, tonto.

—¿Y cómo lo sabes?

—Siempre se te ha visto demasiado desenvuelto.

—Pues no es algo a lo que dedique mi tiempo libre, pero parece ser que tengo mal ojo. —Se rio y luego aclaró—: Espero que la cosa salga mejor.

—¿Qué pasó? —pregunté con curiosidad.

—Come y calla, dice mi madre. —Sonrió mientras seguía comiendo.

—Venga, no te hagas el remolón.

Me tomó la mano por encima de la mesa.

—Pues la verdad es que era un chaval dominado por un millón de hormonas a pleno rendimiento a las que no supe controlar. Me colgué de una… —Se rio—. Me colgué de una profesora de mi facultad. Una asignatura de libre elección.

—Y al final ella se lo pensó mejor, te plantó y se acabó la historia, ¿no?

—No. Al final su marido, que era un personaje bastante curioso, me pilló saliendo de su casa un sábado por la mañana y me dio una buena tunda en el portal para mi escarnio público.

Me quedé mirándole, sorprendida.

—¿Te dio una paliza?

—Tanto como paliza no, pero me dejó hecho un Cristo. Pero lo peor fue al llegar a casa, cuando tuve que dar una mínima explicación de por qué un hombre que me sacaba veinte años me había dado semejante somanta de palos. Mi madre casi me abre la cabeza. Si hubiera sabido un poquito de la vida, le habría dicho que me habían atacado unos encapuchados o algo similar.

—Eras un seductor ya en la facultad.

—¡Pero si tenía diecinueve años! Era la segunda chica a la que tocaba y… ella sabía tanto… Latín, sabía. Me obnubilé. Me prometí a mí mismo que no volvería a andarme con esas cosas, que había demasiadas chicas guapas en el mundo como para cegarme con una mujer casada, pero… —Terminó y se abstrajo durante unos minutos mientras me miraba cómo comía. Ni siquiera noté el silencio hasta que no volvió a hablar—. Valeria…

—¿Sí? —contesté.

—¿Tienes un plan?

—No, no lo tengo. —Solté suavemente los cubiertos y le miré.

—Esto no es como cuando tenía diecinueve años. Esta vez he sabido dónde me metía…, creo. Al menos me lo pensé bastante bien.

—¿Y por qué te metiste, tonto? —sonreí.

—Hay cosas que uno no puede controlar, aunque quisiera.

—Las hormonas otra vez.

—Esta vez no se trata de algo tan tangible, me temo.

Nos quedamos en silencio y con un gesto trató de enfatizar lo que había querido decir. Suspiré y me dije a mí misma que no me dejara cegar por las hormonas como el Víctor de diecinueve años, porque el que se hallaba ahora enfrente tenía algunos más y probablemente sabía más que yo de la vida.

—¿Qué vas a hacer cuando veas a Adrián? —preguntó.

—Pues no lo sé. No esperes demasiado de mí ahora, porque no quisiera defraudar a nadie.

—Tengo que decirte algo antes de que esta historia avance un poco más, porque quiero que tengas las cosas claras y hagas o deshagas con conocimiento de causa.

—Me estás asustando un poco —sonreí.

Víctor se apoyó en la mesa y me miró detenidamente antes de empezar a hablar. Después suspiró.

—Solo tienes que saber que yo…, bueno, ya lo imaginarás…, yo tenía un par de amigas recurrentes cuando te conocí, supongo que me entiendes. Pero dejé de verlas hace…, no sé, casi no te conocía y yo ya no… No quiero. No me sale tocar a nadie desde que estás ahí y menos después de lo que pasó anoche. Me he sentido tentado muchas veces porque no tengo muy claro qué es esto y si no será que me estoy metiendo en camisa de once varas… Lo que quiero decir es que si decidieras dejar a Adrián, yo… respondería. —Me quedé un poco noqueada con las palabras de Víctor. Esperaba más bien todo lo contrario. Siguió—: Y si lo dejaras con Adrián y quisieras estar sola, también… te esperaría.

—¿Y si no me separo de Adrián?

Se encogió de hombros.

—Me gustaría decirte que respetaría tu decisión, pero no lo haría. Esto no ha sido un aquí te pillo aquí te mato de esos que no se piensan. Al menos eso creo.

—¿Y qué es lo que crees, Víctor?

—Que aquí —nos señaló a los dos— hay algo. No dudo que le quieras o que le quisieras mucho en su día y que por eso creas que aún lo haces, pero tú no te habrías acostado jamás conmigo si yo no te hiciera cuestionar tu situación. No eres de esas. Yo sé que no soy una cana al aire y no sé hasta qué punto eso lo facilita o lo complica todo. —La familia de la mesa de al lado nos miró—. Mira, ahora soy el amante bandido —se rio.

—Tú no tienes la culpa. No tienes a nadie a quien dar explicaciones. —Le di una palmadita en el dorso de la mano y él la cazó y jugueteó con ella.

—Para ser sincero, me ha pasado muchas veces por la cabeza esa misma frase. Muchas veces me he sentido tentado a mandarlo todo a la mierda, llevarte al límite, echarte un polvo y quedarme a gusto. Pero…, mira, al final ha sido al revés. Creo que ahora me importas un poco más de lo que me gustaría confesar. Y… ¿cuál es tu opinión?

—Estoy tan enfadada que no puedo pensar. —Me reí—. Además, me atontas un poco.

Se levantó de su silla y se sentó en la que había a mi lado. Me cogió entre sus brazos y me besó en el cuello.

—Si ves a Adrián y dejas de estar enfadada, avísame. Yo no tengo nada que decir en ese caso. Pero dame un beso ahora, por si luego te lo piensas mejor.

Le sonreí y, tras acercarme a él, le llamé tonto; nos besamos. Quizá esa era la opción más fácil para los dos. Dejarlo todo en aquel fin de semana, en una cana al aire, sin más. Pero yo no era así. Si fuera de ese modo nunca me habría casado. Y que conste que no lo juzgo.

—Lo de anoche fue especial —susurró devolviéndome a la conversación.

—Lo sé.

—Jamás había disfrutado tanto tocando a una mujer. Acariciarte es como…

—Para, por favor. —Me apoyé en su hombro para esconder mi rubor.

—¿Cuántas Valerias diferentes más guardas dentro del bolso?

Su mano se deslizó de mi rodilla al interior de mis muslos, provocándome un saltito.

—Dos o tres. Las justas, supongo. —Le miré y me di cuenta de que con él no era la persona que solía ser.

—Te haría el amor ahora mismo, encima de esta mesa. Pero mejor voy a pagar y volvemos a casa…