DESPERTANDO
Abrí un ojo. Pestañeé. La habitación se había llenado de una potente luz blanca que se tamizaba a través de los estores de la ventana. Me removí entre las sábanas revueltas y me paré a analizar algunas sensaciones físicas del momento. Estaba desnuda. Esa era una. Otra era que entre mis muslos empezaba a palpitar algo muy parecido a la lujuria. Víctor había despertado a la bestia, sin duda. Además, me encontraba un poco dolorida. No me extrañaba; no estaba muy entrenada para maratones amatorios y, la verdad, Víctor estaba muy bien armado. Jodido cabrón. Lo tenía todo.
Me paré a pensar en algo menos físico. Y es que, a pesar de todo, había podido conciliar el sueño durante un par de horas; no pude sino sentirme sorprendida. Había escuchado a mi marido con otra mujer en la cama y había terminado por darme cuenta de todas esas cosas que me escondía a mí misma sobre Víctor. Había follado con él tres veces, más de lo que había compartido con mi marido desde que habíamos estrenado el año…, y estábamos en junio. Y después de todo eso… había dormido. Ahora me despertaba sin sentirme azorada, ni acalorada, ni triste, ni culpable. Para más inri, los brazos de Víctor me tenían asida por la cintura y su respiración me removía el pelo de la nuca, tranquila y pausadamente. ¿Seguía dormida? ¿Había tomado algún tipo de opiáceo la noche anterior y aún me duraban los efectos?
Miré por encima de mi hombro y me atreví a quitarme su brazo de la cintura y salir sigilosamente de la cama. Lancé una miradita a Víctor y lo vi moverse despacio entre las sábanas, profundamente dormido. ¿Querría encontrarme allí cuando se despertara? Cogí mi bolso del salón y volví al baño a lavarme los dientes. Me peiné un poco, me lavé la cara y pensé en vestirme e irme…, pero… él se despertaría desnudo y solo. No. No era lo que quería hacer. Prefería averiguar en mis carnes si me quería o no allí. Quizá sería más fácil que se despertara y fuera un borde.
Volví de puntillas a la habitación, que olía a él, y tras dejar el bolso sobre el sillón negro de cuero, localicé mis braguitas, me las puse y me deslicé dentro de las sábanas nuevamente.
Víctor se movió y se colocó boca arriba. Escuché una respiración honda y se volvió a girar hacia el lado contrario. Yo me giré también y le pasé un brazo por la cintura, notando cómo se despertaba poco a poco. Pasados un par de minutos él también echó un vistazo en mi dirección, pero yo me hice la dormida. Después salió de la cama y se puso la ropa interior. Dio dos pasos en dirección al baño, pero se tropezó con el cajón que él mismo había tirado la noche anterior y se resbaló con uno de los tropecientos preservativos que habían quedado desparramados por el suelo. Para no caer braceó a la desesperada y se colgó de la cómoda mientras se cagaba en la puta en voz muy baja. Se dio un par de friegas en la rodilla derecha y siguió andando hacia el baño, cerrando la puerta tras de sí. Escuché el agua de la pila correr. En menos de tres minutos volvió con el mismo sigilo que yo y se metió de nuevo entre las sábanas. Me giré hacia el lado contrario tratando de que no se me notara que me aguantaba la risa. Todo me parecía tremendamente vergonzoso y ridículo. Él pasó el brazo alrededor de mi cintura y me abrazó contra su cuerpo fuertemente.
—Estás despierta —murmuró en mi oído.
—¿Es una pregunta? —repuse.
—No, más bien una afirmación.
Me giré y nos miramos.
—Buenos días —dije.
—Buenos días.
Nos besamos lánguidamente. Los dos sabíamos a pasta de dientes. Después, nos miramos y casi nos dio la risa. Estábamos avergonzados como niños que se gustan demasiado.
—Menuda noche, ¿eh? —añadió revolviéndose el pelo.
—¿Es una queja?
—Uh…, no. Creo que no. —Se rio y se colocó boca arriba.
—Si alguien debe quejarse soy yo —le sonreí con picardía.
—Pues no entiendo por qué. —Me devolvió la sonrisa.
—El trato que recibí sobre la mesa de la cocina no me parece el más adecuado. —Fruncí el ceño.
—Pues no parecías muy mortificada.
—Es que finjo muy bien.
—Ya lo veo, ya…, dos meses haciéndome creer que no te gusto…
Me acerqué y nos besamos. Con fuerza, sus brazos me subieron sobre él, donde me acomodé, incorporándome y apartándome el pelo de la cara. Eran las once de la mañana y la luz entraba por la ventana con amplitud, de modo que mis pechos no tenían refugio alguno. Cogí mi pelo y lo coloqué sobre ellos.
—No te tapes —me pidió—. Quiero mirarte. Me gusta mirarte.
Sonreí al darme cuenta de que me daba igual y dejé caer los mechones hacia un lado, a la vez que me acercaba a él.
—Tú tampoco estás mal. Y estás muy guapo cuando te ríes. Creo que nunca me había atrevido a decírtelo.
—Ahora ya para qué callárselo, ¿no?
Al sonreír los ojos se le escondieron en unas arruguitas preciosas y le acaricié la cara. Cazó una de mis manos y la besó. Había estado pensando sobre cómo sería la mañana y no, no estaba acertando en nada. Esperaba a un Víctor mucho más esquivo.
—Dime, ¿le diste muchas vueltas a la cabeza? —susurró.
—No muchas —contesté.
—Eso está bien.
—¿Y tú? —Volví a incorporarme y apoyé las manos en su pecho. Dios…, ¿cómo podía estar otra vez cachonda?
—Pues alguna vuelta sí le di. —Sonrió.
—¿Llegaste a alguna conclusión?
—No, supongo que no. Y en realidad… no soy mucho de preguntar estas cosas la mañana después, pero… ¿qué crees tú que va a pasar ahora?
Bufé. No era lo que esperaba ni necesitaba escuchar. ¿Estaba tratando de sonsacarme cuáles eran mis expectativas? Me sonrojé. Quizá aquel era el momento de sacar a pasear una excusa brillante, algo como «no estoy preparado para nada serio». Podía hacerme la dura y decirle que no esperaba nada de nada, pero prefería seguir siendo yo misma, y como yo misma, debía admitir que las estrategias se me daban fatal. Así que, suspirando, confesé lo que pensaba:
—Tengo que ordenar mi cabeza. Debería levantarme e irme a casa.
Dibujó una sonrisa muy tímida y negó con la cabeza mientras sus manos me acariciaban los muslos.
—No creo que te vaya a dejar marcharte a casa.
—¿Por qué?
—Porque no creo que quieras hacerlo. —Y estaba tan guapo…
—¿Es un secuestro?
—No. Se secuestra a alguien reteniéndolo contra su voluntad.
—No sé qué intentas decir. —Me reí.
—Quédate. Quedémonos en casa todo el fin de semana. Podemos repetir. —Se rio.
Valoré su proposición. Llevaba una muda en el bolso y todos aquellos útiles necesarios en el kit de supervivencia femenino como para que me viera estupenda de la muerte. En aquella habitación (y en la ducha, y sobre la mesa de la cocina…) todo era tan agradable… Volver a casa, sin embargo, me devolvería de un tortazo a la realidad que, de todas formas, no se iba a ir sin mí. Seguiría allí el domingo.
—¿Crees de verdad que es lo mejor? —Arqueé una ceja.
—No sé si es lo mejor, pero es lo que me apetece.
Nos besamos entregadamente y me dejé caer de nuevo a su lado.
—Bueno…, entonces ¿cuál es el plan? —le pregunté.
—Valeria, deberías encender el móvil.
Joder, qué manía tenía la gente de soltar los asuntos serios sin previo aviso, como un cubo de agua helada desde el balcón.
—Humm. —Entrecerré los ojos, como si me molestase la luz—. No, creo que no. Quizá luego.
—Deberías tenerlo operativo por si llama Adrián.
Esto… ¿Deberías tenerlo operativo por si llama Adrián? A ver si era él el que había tomado opiáceos…
—Adrián no va a llamar y si lo hace, de todas maneras, no quiero hablar con él —dije resuelta.
—¿Y si no escuchaste lo que crees?
—Había muy poco margen de error en los sonidos que hacían.
—Da igual, contéstame, ¿y si no era lo que pensaste que era?
—Entonces me marcharé de aquí, me callaré para siempre esto y probablemente no vuelvas a saber de mí. Pero no tengo forma de saberlo, supongo. —Jugueteé con el lóbulo de su oreja.
—¿Y si te lo cuenta y está arrepentido?
—Yo también le contaré esto —dije sin creérmelo.
—Entiendo entonces que anoche me mentiste. —Levantó las cejas.
—¿Cómo?
—Cuando dijiste que Adrián nos había dado una excusa estupenda.
Me quedé callada mientras él me mantenía la mirada intensamente.
—No, no mentí. Pero eso tú ya lo sabes. —Relajó el gesto y sonrió—. Solo estás probándome —añadí.
—¿Y si es verdad pero jamás lo admite? —preguntó de nuevo.
—Pues… entonces es probable que vuelva a menudo. —Me encantó esa opción.
—Bueno, una posibilidad de entre tres…, no está mal.
Me reí y nos besamos.
—Pareces una solterona desesperada —le dije.
—Lo sé. ¿Me llamarás? —Fingió voz de mujer.
Una pausa y una confesión:
—Pues de mujer a mujer te diré que estoy bastante asustada.
Víctor levantó las cejas sorprendido. Bueno, al menos yo también podía verter comentarios sorpresa como un cubito en la bragueta, ¿no? Carraspeó y se acomodó en su lado de la cama. Ahí, definitivamente, lo había terminado de asustar, estaba segura. Sin embargo, en vez de levantarse y salir huyendo con cualquier excusa, siguió con las confesiones.
—Yo tampoco sé qué hacer. Me has pillado con la guardia baja y ya no sé si… —Puso los ojos en blanco y se revolvió el pelo—. Lo de anoche no fue lo que acostumbro a hacer con las chicas que…, ¿sabes?
Me incorporé un poco. Quería cambiar de tema.
—Menuda armaste ayer con el cajón…
—Lo sé. ¡Qué torpe! —Se tapó los ojos.
—Qué va…, te quedó muy sexi.
—Sí, como lo de los botones de tu camisa, que, por cierto, ahora buscaré para que puedas coserlos de nuevo.
—¿Yo? De eso nada. Los coserás tú.
Nos reímos a carcajadas.
—Lo de la ducha también estuvo bien… —Dibujó círculos concéntricos alrededor de mi ombligo.
—¿Sí?
—Podríamos repetirlo ahora si quieres.
Nos besamos otra vez. Algo me hormigueaba en el estómago cada vez que lo hacíamos.
—Oye, a lo mejor tú tenías planes para hoy… —musité.
—Pues pensaba ir al gimnasio, pero ¿sabes?, creo que hice ejercicio por dos esta noche. Me has agotado. —Levantó las cejas y me miró con una sonrisa en la boca.
—¿Ves? Debería dejarte solo para que descansaras. —Me incorporé de nuevo.
Me cogió de la cintura y en un giro me subió sobre él.
—Ahora no tengo en mente precisamente descansar.
—Oh… —logré decir.
Me acomodé a horcajadas sobre él, que estiró el brazo y alcanzó un preservativo de encima de la mesita de noche.
—¿Estás preparada ya?
—Yo siempre estoy preparada. —Y al decirlo, arqueé una ceja.
Después nos quitamos la ropa interior a zarpazos, Víctor desenrolló el preservativo sobre su erección matutina y yo misma fui deslizándomela dentro. Gemimos los dos y él esbozó una sonrisa que me puso la piel de gallina e irguió mis pezones.