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LA LLAMADA

—¿Valeria? —dijo Víctor entre el barullo.

—Víctor…, ¿dónde estás?

—Salí a tomarme algo con unos amigos. ¿Paso a recogerte? ¿Te apetece?

Escuché cómo el gentío y la música se alejaban.

—Quiero solucionarlo esta noche. Quiero…, quiero acostarme contigo de una maldita vez.

Víctor se quedó callado un momento y Carmen, Lola y Nerea contuvieron la respiración.

—¿Qué? —preguntó.

—Me has oído perfectamente.

—Valeria…, estos jueguecitos van a acabar conmigo. En serio, esto no está bien. Te lo dije el otro día. Yo…

Las chicas me miraban sin saber qué decir. Nerea se dirigió a Lola y le susurró:

—Todo esto es culpa tuya.

—Oh, sí, soy un agente patógeno peligrosísimo. ¡Venga ya! ¡Tú le diste el teléfono!

Nerea la miró ofendida.

—¿¡Y yo qué sabía!?

—¡Hombre, a Telepizza no iba a llamar!

Carmen se rio sin poder evitarlo. Yo las ignoré.

—No estoy jugando. ¿Quieres darme más tiempo y que me lo piense mejor?

—¿Dónde estás? —contestó muy deprisa.

—En casa de Lola, ¿sabes la dirección?

—Espera…, tenemos que hablar de esto.

—Estoy cerca de… —dudé.

Nerea volvió a mirar Lola y dijo:

—Te has acostado con él dos veces y no sabe ni dónde vives…

—Sí, Nerea, yo no necesito conocer los escudos heráldicos de su familia para que se me abran las piernas.

Seguí haciendo como si no las escuchara.

—Da igual. Iré a tu casa.

—Dame…, no sé, quince minutos. No creo que tarde más.

—Nos vemos allí.

Colgué y las miré a todas. Debía de haberse producido una alineación de los planetas del adulterio porque, como había pensado quedarme a dormir en casa de Lola, iba cargada con todo el kit de supervivencia femenino. Iba bien preparada. Saqué un pintalabios y un espejo y me retoqué con frialdad. Lola habló la primera.

—Valeria…, estas cosas no salen bien. De verdad, la venganza no es la solución. Quizá hayamos malinterpretado lo que se escuchaba.

Puse los ojos en blanco, realmente irritada.

—Sí, estaban haciendo spinning —murmuré.

—Es verdad, Valeria, la venganza no es la salida, mira Carmen —intervino Nerea.

—O al gilipollas de tu novio, ¿no? —le contestó la aludida.

—Adiós. No me llaméis. Voy a apagar el móvil en cuanto salga por la puerta.

Intentaron convencerme, pero cuando se dieron cuenta yo ya estaba en la calle parando un taxi. Se miraron entre sí.

—Lola, yo no es por meter más mierda en el asunto, pero estas cosas pasan por llevarse a una casada a esas citas múltiples que tienes.

—Oh, Nerea, es que no estaba enterada de que las casadas no pueden salir a bailar.

—¡Dejadlo ya! —exclamó Carmen—. Y, Lola…, haz algo.

Esta suspiró y buscó su móvil. No era partidaria de hacer esas cosas, pero…