36

EL VIAJE…

Adrián no me despertó cuando se fue. Una pena porque me habría gustado poder darle uno de esos besos de esposa dedicada que pudiera recordar cuando la niñita tetona se paseara medio desnuda delante de él. Ya no tenía ninguna duda de que ella intentaría alguna treta… De lo que no estaba tan segura era de que Adrián fuese tan fuerte como pensaba. ¿Tenía derecho a esperar que me fuera fiel después de todo lo que yo había hecho en las últimas semanas?

Víctor me llamó a mediodía al salir del trabajo y me preguntó si tenía algún plan para aquella noche. Sabía que aquel fin de semana Adrián no estaría en casa. Le respondí que iba a estar en casa de Lola con las chicas y él se ofreció a comer conmigo, pero dado que, sinceramente, tampoco estaba segura de ser tan fuerte como para seguir soportando la tentación mucho más tiempo, mentí y le dije que ya me había preparado algo.

—Me pillas con el plato en la mesa. —Cerré los ojos, pues era consciente de que no se merecía que le mintiera y le mareara.

Tenía ganas de estar con él pero no podía ser…, no podía permitirme el lujo de flaquear.

—Pues ven a echarte la siesta conmigo. Eso aún no lo hemos hecho —susurró con un hilo de voz pedigüeño.

—Pues debe de ser de lo poco que no hemos hecho.

Víctor no contestó inmediatamente. Tras unos segundos musitó:

—Me quedé con mal cuerpo cuando te fuiste. Luego no llamaste y… solo tenía ganas de estar contigo. Es todo.

—Ya. —Me tapé la cara.

—¿Y tú?

—Víctor… —supliqué.

—Está bien. Bueno, esta tarde iré un rato al gimnasio. Luego, si te apetece, dame un toque y nos damos una vuelta, ¿vale?

Era incansable, como mis ganas de estrujarlo y besarlo hasta dejarlo sin aire. Bueno, y de que me follara hasta que se me olvidara el nombre.

Para hacer las cosas más interesantes, Adrián me llamó dos o tres segundos después de colgarle a Víctor para avisarme de que acababa de llegar a su hostal.

—No te llamaré esta noche. No sé a qué hora llegaré y creo que prefiero no molestar a esas horas.

—Como quieras. Pero échame mucho de menos.

—Garantizado.

Bueno, puede que no tuviera tan mala pinta…, puede incluso que yo fuera una perra mala que justificaba sus acciones moralmente reprochables escudándose en la vaga sospecha de que su marido estaba raro.

Sin embargo, conocía a Adrián y me conocía a mí. Aquello no iba bien. Todo sonaba falso, postizo y cogido con alfileres.

Lola remoloneaba en la cama. Eran las doce, pero no tenía ganas de levantarse. La casa estaba prácticamente impecable; solo la ropa que había llevado el día anterior tirada en el suelo. Le iba a costar diez minutos adecentarla y… se sentía tan rara… Tenía una suerte de intuición que no tardó mucho en materializarse en una llamada de teléfono. Consultó quién la hacía… Era Sergio.

—Sí.

—¿Te he despertado?

—No. Llevaba un rato despierta remoloneando.

—¿Puedo pasar por allí? Necesito hablar contigo.

—No sé, Sergio, estoy en pijama.

—No me importa. Necesito hablar contigo de verdad.

—Bueno, dame diez minutos.

Colgó. Se puso unos vaqueros, se recogió el pelo en una coleta y se lavó los dientes y la cara. Había llegado el momento de enfrentarse a los resultados de su plan.

Sergio subió los escalones de tres en tres. Lola lo hizo pasar y le ofreció café.

—No te molestes.

—No es molestia. Tengo la cafetera encendida, iba a tomarme uno yo.

Él negó con la cabeza y Lola se apoyó en la barra de la cocina, a la espera de que hablara. Como no arrancaba, le dio un empujoncito verbal.

—Bueno, tú dirás…

—Anoche rompí con Ruth. —Ella asintió—. Lola…, no quiero estar con otra persona que no seas tú.

La cafetera terminó y ella se sirvió una taza mientras en un suspiro intentaba ordenar ideas y sentimientos encontrados. Se moría por comerse un pepinillo. Cosas de Lola.

—Sergio, yo…

—Tienes razón. La situación en la que estábamos era insostenible y yo… ya lo vi claro. No soporto pensar que otro hombre te tiene. No soporto que te alejes…

Lola pensó que ahí tenía lo que había estado esperando durante tanto tiempo. Podía engañarse y convencerse de que ella era de esas chicas que huían de una relación, pero no era verdad. Ella había querido a Sergio. Ella se había enamorado de Sergio.

De pronto se sintió desubicada y no supo qué contestar. Por primera vez en mucho tiempo, Lola realmente se quedó sin palabras.

—Lola, yo… sé que quizá sea tarde, pero soy un tonto…, tardé demasiado en darme cuenta.

—Quizá ahora estés equivocado.

—No. No lo estoy.

Ella se frotó los ojos y apretó los labios.

—¿Y ahora qué? —le dijo.

—Quiero que empecemos de nuevo. —Se acercó y la cogió de la cintura.

Lola sintió ganas de llorar. ¡Ella! ¡Ganas de llorar!

—Sergio, te das cuenta de que nosotros no podemos empezar de cero, ¿verdad?

—Pues empecemos en el punto en el que tú te sientas más cómoda. —Lola se rio sin ganas, como en un carraspeo—. ¿Qué? —preguntó Sergio.

—Es que… —Quiso ser sincera—. No puedo decirte que no esperara todo lo que me estás diciendo. Siempre tuve claro que te engañabas…, y aunque lo deseaba, ahora todo esto está tan viciado…

—Lola, no me hagas esto —suplicó Sergio buscando su mirada.

—Sergio, es que no puedo darte otra respuesta. Lo de Carlos… Ni siquiera me gustaba, solo quería darte celos y que vieras que no dependía de ti, pero… han cambiado tanto las cosas…

—No, no han cambiado. Tú eres Lola y yo Sergio.

—Eso en sí mismo ya es un problema. —Le acarició el cuello—. Y creo que ya no espero nada de ti. No quiero seguir contigo, Sergio. Creo que quiero estar sola.

—Esperaré lo que haga falta.

—No…, no es cuestión de tiempo y sabes que si lo fuera no tendrías paciencia.

Sergio rio entre dientes. Lola lo estaba abandonando. En el fondo sabía que se lo merecía.

—Lola, si estás haciendo esto para castigarme lo comprendo, pero no lo hagas si quieres otra cosa.

Ella negó con la cabeza. Se acercó más a él y le besó en los labios, con una dulzura que les supo rara a los dos. Negó nuevamente.

—No, Sergio. No soy la mujer que esperas y tú no puedes darme lo que quiero.

De pronto, Lola sintió que se quitaba un peso enorme de encima. Cuando Sergio cerró la puerta, se dio cuenta de que por fin después de tanto tiempo se quedaba sola con ella misma, sola de verdad, sin más fantasmas, sin planes, sin expectativas que la hicieran sentir insatisfecha.

Abrió su agenda y su nota para aquel sábado fue «Hoy empiezo otra vez». Después se sentó a hojearla con una sonrisa en la boca, como quien lee una novela cuyo final ya ha leído.

Cuando nos lo contó, nos quedamos con la boca abierta. Nunca hubiéramos esperado de Lola una reacción como aquella. Le pegaba mucho más un corte de mangas y un «jódete». Sin embargo, todas quedamos satisfechas y asentimos, orgullosas. Ella volvió a llenar todos nuestros vasos de licor y brindamos alzando la copa. Por la valiente Lola. Por mi nueva novela. Por Nerea y su cruzada por hacer posible el binomio Carmen-Daniel. Por Carmen y Borja. Pero brindamos con la boca cerrada.

—Suena un móvil —dijo Lola jadeando por el trago de alcohol.

—¡Es el mío! —comenté mientras alcanzaba mi bolso—. ¿Hola?

—Hola. —Era Adrián. Sonaba raro—. Te llamo para que te quedes tranquila. Voy de camino al hostal. Hoy no hay más que fotografiar.

—¿Estás bien?

—Ssssí —arrastró la sílaba.

—¿Estás borracho? —Todas me miraron.

—Nnno, no. Qué va, estoy cansado.

—Vale. Pues, eh…, descansa.

—Y tú —contestó.

—Te quiero.

Pero nadie me escuchó. Colgó el teléfono antes de que pudiera oírme mendigar. Miré a todas las demás con el ceño fruncido.

—¿Esto qué ha sido?

Lola se encogió de hombros, Nerea apretó la boquita y Carmen miró hacia otro lado.

Adrián colgó el teléfono y lo metió en uno de los bolsillos de su vaquero, pero en vez de caer dentro, cayó al suelo. Al agacharse a recogerlo la cabeza le zumbó. Un zumbido que iba de un oído al otro, penetrando en el cerebro. Miró a Álex, miró la copa que sostenía en su mano y volvió a mirar a Álex, y se acercó a ella dubitativo.

—Álex.

La chica se aproximó a él y lo abrazó amistosamente.

—¿Te lo pasas bien?

—¿Has metido algo en mi bebida?

—¿Yo? No, no —negó muy seria—. Creo que te estás sugestionando.

—Debe de ser.

—Ven, sírvete otra copa.

—No, no, creo que me voy al hostal. Mañana quiero venir a primera hora a hacer fotos. Ya sabes…, el «después».

—No, venga, otra y te acompaño.

—Luego irás borracha o colocada o lo que quiera que empiezas a ir.

Ella se agarró a su cintura y le suplicó que se quedara un rato más. Adrián se encogió de hombros y se acabó el contenido de su vaso.

—Pero un ratito solo.

—Luego te prometo que te acercaré al hostal con el coche. No he bebido más que una copa. Puedo conducir.

Él asintió mientras movía la boca extrañado por el hormigueo que sentía en los labios. Parpadeó varias veces seguidas. Vio colores. No se encontraba bien, pero tampoco mal. Se sintió viejo entre todos aquellos amigos de Álex que apenas habían cumplido la veintena. Diez años. Era una década mayor que el resto. Quiso irse. Tocó el hombro de Álex y le susurró entre el gentío que se lo había pensado mejor y que se iba, que no hacía falta que lo acompañase, que cogería un taxi.

—¿Dónde vas a encontrar un taxi ahora, tonto? Yo te llevaré —sonrió.

—No quiero molestarte.

—Y no lo haces. A cambio tengo que pedirte un favor.

—Lo que quieras.

—¿Puedo darme una ducha en el hostal? Soy un poco marquesita y las duchas aquí…

—Claro, no te preocupes.

—Espérame, cogeré algunas cosas de la tienda.

Adrián recogió sus cámaras y las cargó a sus hombros. Álex se agachó para entrar en la tienda y la cinturilla de su vaquero dejó a la vista su escueta ropa interior. Adrián, de pronto, ardía y hervía por dentro. Hacía mucho tiempo que no se había sentido tan… excitado. Cerró los ojos y miró hacia la salida. La mejor idea era irse al hostal y dormir.

Álex condujo como siempre, temeraria, pero en esta ocasión Adrián no tuvo que pedirle que fuera más despacio, porque estaba alucinado con la sensación del viento que entraba por la ventanilla. Cada vez era más consciente de que había tomado algo… y que no lo había tomado voluntariamente.

—Álex —dijo mientras subían las escaleras hacia su habitación.

—¿Qué?

—¿Qué me has metido en la copa?

—¿Yo? Nada…, con esas cosas no se juega.

—¿Qué has tomado tú? —sonrió de lado.

—¿Yo? ¿Vas a decírselo a mis padres?

—No creo.

—Éxtasis líquido.

Entraron en la habitación. Él se apoyó en la cómoda esquelética que había frente a la cama.

—¿Y qué efectos tiene eso?

—Pues no sé. Cada uno lo siente de una manera. —Se acercó a él.

—¿Y tú? ¿Cómo lo estás sintiendo?

—Yo… —Carraspeó y se quitó la camiseta—. Tengo mucho calor. —Adrián no pudo despegar los ojos de su sujetador verde, que contenía, prietos y turgentes, sus dos pechos. Sintió que le faltaba el aire—. Y me siento, no sé, desinhibida, ligera y…

—¿Y qué más?

—Un poco cachonda.

Adrián asintió sin saber qué contestar. De pronto intentó salir de aquel jardín metiéndose más.

—Pues a mí me deben de haber dado lo mismo…

—¿También tienes calor?

—Sí, la verdad es que sí.

Álex le ayudó a quitarse la camiseta. Él sacó todo lo que llevaba en los bolsillos del pantalón vaquero y lo echó sobre la cama.

—¿También estás cachondo? —Adrián se mordió el labio inferior y respiró agitadamente—. ¿No te atreves a decírmelo?

—Álex, esto no… —Cerró los ojos. Nunca se había sentido tan tentado a tocar a otra mujer.

—No está bien. Ya lo sé. Pero tampoco está bien que me des cancha, y me da la impresión de que llevas meses haciéndolo.

—No, no. Yo no…

—Deja de comerme con los ojos y fóllame. Deja de imaginarlo y hazlo.

Álex se quitó las zapatillas, los calcetines y finalmente los pantalones. Adrián gimió y se apoyó contra la pared. No sabía qué hacer. Se sentía tan raro… Tenía la boca tan seca…, estaba tan excitado…

Se humedeció los labios. Álex pegó su espalda al pecho de Adrián, le cogió una mano y se la introdujo dentro de la ropa interior. Adrián volvió a gemir. No podía, no podía, pero era incapaz de resistirse.

—Álex, yo estoy casado… y…

—Adrián…, me da igual y a ti también. Sigue tocándome, por favor.

Adrián no pudo ni supo sacar la mano de su ropa interior. La mano de Álex palpó por encima de sus pantalones, acariciándole. Él la alejó un poco y ella se dejó caer sobre la cama, encima de todas las cosas que Adrián acababa de sacar del bolsillo de su pantalón vaquero…, incluso el móvil, accionando sin querer la tecla de llamada y repitiendo la última que había hecho.

Adrián se quedó mirando a Álex mientras ella se quitaba el sujetador. Estaba tendida sobre la cama con aquella minúscula ropa interior y la piel color canela, tan tersa y suave… De pronto nada le angustiaba. Se decidió. No tenía por qué pasar por todo aquello. No tenía por qué decir que no. Ya no le preocupaban en absoluto las llaves de la habitación, la acreditación del festival, la cartera o el móvil que ella acababa de apartar de un manotazo. Se acercó y se besaron en la boca, escandalosamente, con lengua. Ella le desabrochó el pantalón y susurró en su oído que tomaba la píldora. No hubo más. Solo apartó su ropa interior y Álex recibió la primera embestida.

Mi móvil empezó a vibrar encima de la mesa donde nosotras charlábamos. Apagué el cigarrillo y me sorprendí cuando vi que Adrián volvía a llamarme. Dos veces seguidas, ¿qué pasaba? Contesté.

—Dime, cariño. —No hubo respuesta—. ¿Hola? —volví a decir.

Se escuchaba algo de fondo. Afiné el oído y les pedí a todas que se callaran. Algo me ató la garganta y una oleada de calor me enrojeció la cara. Estuve tentada de colgar y hacerme la tonta, pero era muy evidente que lo que se escuchaba eran susurros, gemidos y jadeos. Era sexo.

—Sigue, sigue, sigue… —escuché decir a una voz joven y jadeante—. No pares.

—Joder… —contestaba Adrián entre jadeos.

El móvil se me cayó encima de la mesa. Todas me miraron y con un manotazo le pasé el móvil a Lola, a la que le cambió la expresión cuando se lo colocó en la oreja. Carmen y Nerea repitieron la operación y esta última cortó la llamada. Me miraron, esperando verme reaccionar. Supongo que esperaban llantos y lamentos, pero yo solo miraba al vacío, moviendo mentalmente todos los engranajes que iban a hacerlo posible. Lo tenía tan claro…

—Dame el móvil —le dije a Nerea.

—No se lo des, Nerea. Valeria, haz el favor, mírame a mí, esas cosas no salen bien. —Lola me había adivinado las intenciones.

—¡¡Que me des el teléfono!! —grité fuera de mí.

Nerea me lo tendió y, mirando a las demás, dijo que yo ya era lo suficientemente mayorcita para tomar mis propias decisiones. Sorprendente comentario para alguien como Nerea, y más en un momento como aquel.

Y yo… busqué el número de Víctor y marqué…