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¿PREPARADA PARA EL VIAJE?

Aunque hubiera preferido olvidar ese detalle, el de la frase furtiva que se le había escapado a Adrián por teléfono y que yo había cazado furtivamente, no lo hice. Qué raro. Con lo rápido que parecía olvidárseme que Adrián existía cuando estaba con Víctor… Y lo peor es que haberlo pillado susurrando no me entristecía, sino que me cabreaba.

El día anterior a que Adrián tuviera que marcharse para Almería me vi con las chicas en mi casa y aproveché para contarles lo de las confidencias que mi marido se gastaba con su ayudante. Paradojas de la vida, de lo que había parecido olvidarme era de los revolcones con ropa que me daba en la cama con Víctor (con los que disfrutaba un rato, todo hay que decirlo) y el numerito del final, con discusión tipo pareja. Y para que conste en acta, a mí también me dolía. Mucho y en todos los sentidos, incluso el físico. No soy de piedra.

Nerea, que llevaba a Carmen de un lado a otro como si se sintiese responsable de que hubiera perdido el trabajo, me comentó que debía confiar en él.

—Estáis en un plan en el que parece que estáis esperando escuchar esas cosas para poder pelear. No sé, Valeria, quizá ese Víctor no te convenga mucho como amigo.

—¿Ahora la culpa es mía por andar con Víctor? —Me señalé el pecho indignada.

Claro, era mejor pensar que Adrián era el que estaba destrozando nuestro matrimonio aunque la realidad fuera que ninguno de los dos estaba haciendo nada productivo para arreglar las cosas. Más bien todo lo contrario.

—Hombre, es que te buscas unos amigos… Este asunto es un poco provocador… —siguió argumentando Nerea.

—Sí, Nerea, él está como un tren, pero ese no es el caso —intervino Lola.

—No, digo que es provocador el hecho de que vayan siempre como Pili y Mili. —Puso los ojos en blanco.

—¡Oye, que no le veo tanto! —me quejé mientras pensaba que si fuera por mis apetencias, en ese mismo instante estaría con él.

—¿Cuántas veces le has visto esta semana? —preguntó Carmen con una sonrisita reprobadora en los labios.

—Pues creo que dos.

—Sí, pero qué dos —dijo Lola riéndose.

—Joder, Lola, qué boquita de piñón tienes —me quejé, y me recosté sobre mi asiento.

—Si pides opinión, lo menos que debes hacer es dar todos los datos, ¿no? —contestó ella risueña.

—¿Nos hemos perdido algo? —inquirió Carmen frunciendo el ceño.

—Nada del otro mundo. El día que escuché la puñetera frase me cabreé y como me cabreé…, me fui a casa de Víctor.

—¿Y?

—Pues… —miré a Lola y la fulminé con la mirada— estuvimos jugueteando un poco.

—¿Jugueteando, Valeria? —se rio Lola.

—Bueno, pues eso…

—Define, Val… —suplicó Nerea.

—¿Haciendo manitas debajo de la mesa o follando? Hay una diferencia abismal entre una cosa y otra —afirmó Carmen atónita.

Lancé una mirada locuaz a las tres, dejando claro que no nos habíamos entregado al fornicio. Bien pensado, ya nos habíamos enrollado en el sentido adolescente de la palabra, pero eso no me convenía airearlo, sobre todo porque llevaba ya días tratando de olvidarlo. Después, cogí aire y confesé lo que más me pesaba:

—La cuestión es que me dio una charlita de lo más moralista sobre lo que estábamos haciendo. ¡Él!

—¿Del tipo «o dejas a tu marido o no me busques»? —preguntó Nerea abrazando un cojín.

—Bueno…, fue un poco críptico. Ya sabes cómo son los tíos. —Me revolví el pelo, nerviosa—. Pero yo creo que fue más bien: «Tú sabrás lo que estás haciendo, pero esto va a acabar mal».

—¡Cuéntaselo mejor! —protestó Lola.

—¡Es que no me acuerdo exactamente de lo que dijo! Además, no deja de darme la sensación de que lo que pasa es que está hastiado de este rollito adolescente sin llegar a meterla en caliente.

En realidad no me apetecía recordar nada porque iba adosado como una bomba lapa al recuerdo de la fricción y los gemidos y la posterior sensación de que me echaba de su casa. ¿Y no sería que me echaba para llamar a alguna amiguita con la que desfogarse? Él decía que no, pero… ¿por qué tenía yo que creerle? No nos debíamos nada. Y lo peor: dado que yo estaba casada, ¿por qué narices me iba a tener que importar a mí que él echara un polvo? Pero me importaba y mucho.

Lola miró a las demás y susurró que estaba sorprendida… Gracias. Al menos la intervención de Lola me sacaba de la recreación de la escena que se había desencadenado dentro de mi cabeza.

—No esperaba que Víctor reaccionara de esa manera. Yo pensaba que él iría a por todas, que se comportaría como el encantador amigo que te dice lo mucho que le gustas pero que luego, a la mínima, no tendría piedad. Y lo siento, Valeria, pero piedad está teniendo mucha. Ese chico se habría hecho un pinchito moruno contigo ya si hubiera querido.

—Cuánta fe en mí… —me quejé entre dientes a sabiendas de que tenía razón.

—A lo mejor se está enamorando de ti —dijo Nerea.

—Nerea, esto no es amor. Yo lo aprecio mucho, pero estoy de acuerdo con él en que es atracción sexual.

—Creo que en ningún momento te ha dicho eso; es más, dice que le gustas mucho y yo estoy empezando a no ponerlo en duda —añadió Lola—. Porque el Víctor que yo conozco no es el Víctor que me cuentas pero ni de lejos. Y yo también he tenido mi historia con él.

—Sí, ya, algo he escuchado…, pero no sé si quiero saberlo. Solo me faltaba saber que os prometisteis amor eterno —comenté tapándome la cabeza.

—¡Sí, hombre, amor eterno con ese jamelgo! Solo digo que…

—Mira. A lo mejor lo que está haciendo es fingir lo mucho que le importo para camelarme y luego largarse —dije mirándolas.

—¿Con qué fin? Voy a ser cruel, Valeria, pero… a Víctor no le hace falta currárselo tanto para follar un rato. Con salir, apoyarse en una barra y echar un vistazo tiene ya un par de candidatas. ¿O no?

Me mordí el labio. ¡Joder! ¡Maldita sea! Tenía razón. Entonces… ¿le gustaba, le caía demasiado bien, le sabía mal o era solo un reto?

—Estáis complicando el asunto mucho más de lo que merece. El problema no somos Víctor y yo, sino Adrián y yo, que es con quien estoy casada.

—Bueno… —añadió Lola—. Conozco a Víctor desde hace ya algunos años y jamás lo había visto ser así con nadie. Está muy diferente. He salido muchas veces por ahí con él y con el resto de la pandilla y la verdad es que nunca, nunca, se iba solo a casa. Ahora ya ni sale los fines de semana y cuando le preguntas, siempre salta el nombre de Valeria.

—El problema es Adrián —contesté yo queriendo creerme que si Víctor no salía por ahí era por mí.

—El problema eres tú —afirmó Carmen—. Aparte de que Adrián tenga o no tenga un rollo con la tetona esa, tú estás haciendo algo más que coquetear con Víctor. Yo ya no sé qué pensar. A veces da la impresión de que estás buscando una excusa para poder acostarte con él.

—Si quisiera acostarse con él lo habría hecho ya. Creo que ha demostrado una fuerza de voluntad que al menos yo no tengo —me defendió Lola.

—Gracias. —Incliné la cabeza en su dirección.

—Pero a lo mejor te estás cansando de ser tan fuerte.

Nerea, que llevaba un rato callada masticando pepinillos, pidió la vez.

—¿Queréis que os diga mi opinión? Es evidente que Víctor está como un tren y que Valeria, por mucho que esté casada, es una mujer y tiene ojos en la cara. Si su relación con Adrián hace tiempo que empieza a hacerse rara, y no voy a entrar en por qué, es normal que le apetezca estar con un hombre que no le presente complicaciones.

Me sorprendió aquella opinión al venir de una persona tan cuadriculada como Nerea.

—Yo sí quiero entrar en el tema de por qué se enrarece tu relación con Adrián —dijo Lola—. Al principio pensaba que eran paranoias tuyas, pero después de la exposición, no sé. Me huele raro. Estoy segurísima de que Adrián no se acuesta con la niña esa, pero no sé…

Resoplé. Me estaba agobiando.

—Pobre Valeria. Aquí todas opinando sobre tu vida… —volvió a hablar Carmen—. No tenemos ningún derecho.

—Es vuestra opinión, no me estáis juzgando. Además, yo os la pedí. Lo que pasa es que a mí me da la misma sensación que a Lola y no me gusta escucharlo de una persona que no soy yo, porque reafirma mis sospechas. Adrián no se acuesta con Álex, pero puede que esté muy tentado.

—Pero ¿no te sientes tentada tú a hacerlo con Víctor? —preguntó Carmen.

—Sí, pero…

—Pero ¿qué? —me reprendió cariñosamente.

—¿Me estoy justificando? Ya ni lo sé. Pero yo no estoy rara con él. Es él quien está raro. No sé. Este viaje a Almería no me gusta.

—¿Por qué no te vas con él?

—¿Yo? Qué va, él sería el primero que me diría que no fuera. Va a ir a trabajar. De eso estoy segura porque ya ha vendido el reportaje, pero lo que pase cuando acabe el día…, eso ya no lo sé. Yo ya empiezo a plantearme…, yo que sé…, ¿y si ya no le gusto? ¿Y si…? —resoplé.

—No. No. Eso ni se te ocurra —atajó Nerea.

—No quiero ser su amiga. Quiero ser su mujer. Si él me tocara como antes…, ¿habría fantaseado yo con Víctor?

—Bueno, bueno, chica, que Víctor es Víctor —repuso Lola.

—Estoy empezando a creer que estáis hechos el uno por el otro —le susurré.

—Huy, sí, hombre.

—Es que… —rio Carmen— no te podrías haber buscado un amigo más tentador.

—Pues eso que no le habéis visto sin camiseta. —Me sonrojé solo con el recuerdo.

Nerea enarcó las cejas.

—¿Tú sí?

—Dormimos juntos la noche de la exposición —les recordé.

—¿Y?

—Que dormimos juntos la noche de la exposición. —Me reí.

—Nerea, está claro que tú y yo siempre somos las últimas en enterarnos de las cosas —replicó Carmen.

—Las últimas y mal. Aún no sé qué narices pasó la noche de la exposición.

Me levanté y fui hacia la cocina, poniendo tierra de por medio.

—Chicas, Adrián debe de estar a punto de llegar y tendrá que preparar las cosas.

Recogieron sus latas de cerveza, pasaron por allí a tirarlas y me dieron un beso.

—Mañana va a ser una noche rara…, aquí sola, dándole vueltas a la cabeza. Pensando si llamar a Víctor y que se pase por aquí, pero eso no lo dije.

—Mañana va a ser una noche genial porque acabo de decidir que voy a celebrar una fiesta exclusiva en mi casa —anunció Lola.

—¡Yo no puedo! —sollozó Nerea—. He quedado con… —Miró a Carmen—. Bueno, me apunto. Esta es una ocasión especial.

—Así me gusta. En mi casa a las nueve, ¿vale? Traed algo de alcohol.

—No sé si voy a estar yo con mucha chispa —comenté.

Todas me miraron.

—No hay excusa que valga —repuso Lola.

Adrián tardó apenas diez minutos en llegar. Me dio un beso distraído y me pidió ayuda para hacer la maleta. Luego se comió un sándwich delante de la tele y cayó rendido antes de las once y media. Sí, oficialmente éramos compañeros de piso. Pues nada…, a pensar en Víctor.