LA IMPORTANCIA DE LAS COSAS BONITAS…
Me pasé dos días tirada en la cama mirando al techo pensando en lo que le había sucedido a Carmen. Ella, después de la siesta inducida por cierta misteriosa pastillita, había resurgido de sus cenizas cual ave fénix y estaba resuelta a encontrar un nuevo trabajo más creativo y mejor pagado. Acababa de recibir la carta de recomendación y ya había arreglado todo el papeleo pertinente para poder cobrar el paro mientras encontraba otro empleo.
Todas nosotras pusimos nuestro granito de arena llamando a todos los conocidos que podrían hacer algo por encontrarle un hueco en una empresa de características similares. Carmen tenía un buen currículo que hablaba por sí mismo; lo único complicado era que, estando las cosas como estaban, las empresas se decidieran a contratar más personal.
Medité mucho acerca de por qué era tan importante aquello. Todos veíamos que lo era, pero… ¿por qué? ¿Se trataba de una cuestión meramente económica? ¿Era necesidad de reconocimiento? ¿Ambición? Iba mucho más allá. Pero ¿hasta dónde?
Al fin, al tercer día me di cuenta. Me vi allí tumbada con el ordenador en stand by, sin saber cómo contar lo que realmente quería contar, y lo vi. ¿Cómo hablar de lo que era real?
Mi trabajo anterior no era un mal trabajo; incluso tenía opciones de, con el tiempo, ir haciéndome un hueco. Se trataba de un trabajo tranquilo, con sus rutinas. Con un jefe carente de todo tipo de habilidad social y, además, chupaculos, pero supongo que todos los trabajos tienen uno de esos. Contaba con unas condiciones laborales realmente buenas, pero siempre me faltaba algo. Un vacío enorme en el pecho. Un vacío enorme y constante. Estaba harta de él, pero ¿por qué? No era cuestión de ambición personal, sino de vocación… ¿Podía permitirme estar allí tumbada, perdiendo días y días teniendo lo que siempre había querido tener? Una oportunidad.
Me senté delante del ordenador y abrí un nuevo documento. Miré las teclas unos segundos con respeto y tras un suspiro abrí comillas y pulsé la ese, después la e, un espacio y esta vez la eme… Los dedos empezaron a volar sobre el teclado y me acomodé en la silla. Sin darme apenas cuenta empecé a dar forma al proyecto que me había estado tratando de cazar desde que empecé a escribir. Él me perseguía continuamente, pero nunca antes logré darle forma. ¿Por qué? Porque cada cosa sucede cuando debe suceder.
Adiós a lo irreal, a lo que no era creíble. Podía hablar de la vida de verdad, porque me levantaba todos los días teniéndola alrededor. No sabía si resultaría, pero de repente los dedos acariciaban el teclado del ordenador con la misma pasión con la que lo hacían a las dos de la mañana, exprimiendo el tiempo, cuando el despertador era el que mandaba. De pronto, tenía una razón para escribir. Tenía algo que contar.