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EL PEOR LUNES DE LA HISTORIA…

Carmen estuvo a punto de fingir una enfermedad para no tener que ir a trabajar aquella mañana, pero retrasarlo no iba a mejorar las cosas, sino que le proporcionaría más tiempo a Daniel para pensar en su venganza.

Ahora ese hombre cruel sabía, probablemente, que le había hecho un muñequito vudú, que una vez le aflojó los tornillos de las ruedas de la silla de su despacho esperando que se cayera, que daba puñetazos a los cojines de su sofá pensando en su cara y que agujereó una foto suya y después la quemó… Todo cositas agradables y bonitas, sin duda.

Entró cabizbaja en el departamento, esperando, no sé, un manguerazo de mierda de vaca en la cara. Pero ni caca ni miradas incriminatorias. Buena señal, la campaña anti-Carmen aún no habría empezado. Mejor así. Al menos ella podría defenderse desde el principio.

Se sentó, encendió el ordenador y fue a por café. Borja pasó por su mesa y le sonrió con timidez. Los dos tenían una mala sensación que se acrecentaba al poseer un secreto en común que no querían que se hiciera público. Nadie debía saber que estaban juntos. Este hecho les restaba seguridad para hacer frente a la vendetta.

Daniel pasó sin mirarles con su portafolios debajo del brazo y antes de entrar en su despacho le pidió amablemente a Carmen que fuera con él. Bueno…, a lo mejor no iba a ser tan malo, a lo mejor se dedicaban a hablarlo como dos personas adultas. Bien mirado, no había sido para tanto.

—Hola, Daniel.

—Hola, Carmen. Siéntate, por favor. Y cierra la puerta.

—Cuánta ceremonia… —rio nerviosa.

—Es que tengo que decirte algo importante. —Carmen se quedó mirándolo en silencio. Mientras, él se acomodó en el asiento y encendió su ordenador. La miró también y se aclaró la voz—. Carmen, quiero que presentes tu dimisión voluntaria.

Ella no supo qué contestar. Se imaginaba trapos sucios, pero no esto. Esto era demasiado serio.

—No puedes estar diciéndomelo de verdad —murmuró.

—Totalmente.

—Llevo muchos años trabajando aquí, Daniel, desde que me licencié. Hice las prácticas en este departamento.

—Lo siento.

—No, tú no sientes nada. —Empezó a ponerse nerviosa—. Y no puedes despedirme. Es despido improcedente. Te ciega tu antipatía por mí. Me buscaré un abogado y lo sabes.

—Carmen, vas a presentar tu dimisión sin rechistar. —Se acercó a ella aparentemente tranquilo. Si la mesa no hubiera estado en medio de los dos, ella le habría abofeteado.

—Estoy esperando la explicación de por qué voy a hacer eso.

—Porque si no lo haces tú voy a tener que sugerirle lo mismo a Borja y me temo que él va a ser mucho menos problemático a la hora de tomar la decisión.

—Pero ¿qué dices?

—La política de la empresa prohíbe expresamente que sus empleados mantengan relaciones sentimentales.

—Pero, Daniel…

—Carmen, podría hacer la vista gorda, pero es que ahora no me da la gana.

—Te he aguantado durante años y nunca he descuidado mi trabajo.

—Bueno, pero estás infringiendo las normas, Carmen. O lo dejas con Borja o te vas.

—Y dime, ¿cómo vas a saber tú a quién me follo yo fuera de estas cuatro paredes? —Estaba empezando a perder los nervios.

—Lo primero es que me da la sensación de que follar, más bien poco. Si al menos hicierais lo que tenéis que hacer, tendrías menos tiempo libre para tratar de darme por el culo. Y lo segundo es que me parece bastante evidente cómo voy a saber si sigues o no con él.

—¡¡Nerea no va a ayudarte con esto, loco de mierda!!

—Te estás pasando.

A Carmen le tembló la voz. Le estaba costando horrores aguantar el llanto.

—Sabes de sobra que me voy a ir, que no voy a permitir que sea él quien lo haga.

—Por eso te lo pido a ti. Sería más cruel por mi parte hacerlo al revés; disfrutaría más, pero, la verdad, prefiero perderte de vista y quedármelo a él, que al menos sirve para algo. Y tú tranquila, a la gente se le dirá que te vas por propia voluntad. Así conservarás un poco de dignidad, aunque sea postiza. No creo que tengas ni pizca.

—¿Por qué me haces esto? —Carmen se desmoronó y rompió a llorar.

—Porque soy un cabrón de mierda, un loco sicópata, un gilipollas, un inepto, un retrasado mental y todas esas lindeces que vas comentando sobre mí.

—¡¡Lo que yo diga de ti fuera de aquí a ti te importa una puta mierda!! —gritó sollozando.

—Baja la voz. No te pongas histérica. Si ya has tomado una decisión, no hay motivo para ponerse de esa manera.

—Mira, Daniel… —Se levantó de la silla y se acercó a él—. Yo me voy a ir de aquí, pero cuando Nerea se entere de esto te va a dar semejante patada en el culo que te va a partir en dos.

Carmen se dirigió a la salida con el pecho agitado, llorando como jamás pensó que lo haría delante de Daniel. En todos los años que llevaban trabajando juntos siempre había tenido el estómago suficiente como para aguantar la rabia hasta que saliera a la calle. Pero esta vez, sencillamente, no se lo podía creer.

Daniel la llamó cuando ya estaba abriendo la puerta del despacho.

—Carmen…

—¡¿Qué?!

—No gastes nunca una broma pesada si tú no vas a saber encajar otra.

—¿Qué?

—Ahora vuelve a tu mesa. No quiero volver a escucharte levantar la voz en tu vida. Es la primera y la última vez que me faltas al respeto. Sigue con el trabajo. Y no levantes la cabeza del teclado en todo el día.

Carmen no le lanzó el perchero por vergüenza, pero le tranquilizó imaginar cómo lo habría hecho Lola de haber estado allí. A Lola se la habrían llevado esposada.

—¿Me estás diciendo que era una broma?

—Sí, del mismo estilo que las tuyas. Vuelve a tu sitio ya —levantó un poco la voz.

—No.

—¿Cómo que no? —Se extrañó—. Pues no te vas a quedar aquí plantada.

—Me voy. Búscate a otra que te aguante. —Respiró un momento con los ojos cerrados, para asegurarse de que quería hacer aquello. Luego siguió—: Llevas tanto tiempo hinchándome las pelotas que ya tengo las espaldas cubiertas; sabía que esto iba a pasar. No hay quien te aguante y encima eres un incompetente, de verdad que lo eres. Pero eso ya debes de saberlo de sobra, patético lameculos de mierda. Me voy, pero por la puerta grande, y esta vez voy a salir de tu despacho sin quedarme con las ganas de decirte que eres un retrasado mental y que ojalá te la pilles con la bragueta. Y, por cierto, Nerea jamás te la va a chupar porque le da asco, así que deja de intentar restregársela por la boca, puto pervertido.

Carmen salió del despacho ante la atónita mirada de todos los compañeros del departamento. Evidentemente, no habían escuchado la conversación, pero todas las palabras pronunciadas más altas resonaron como explosiones.

Pasó por delante de la mesa de Borja, le dio un beso en la boca y se fue a su mesa, donde cogió una taza, unas cuantas fotos, una pluma y un portafolios. Daniel salió corriendo detrás de ella.

—Carmen.

—¿Qué?

—Haz el favor, vas a tomar una muy mala decisión.

Carmen bajó la voz. Los demás no tenían por qué enterarse de nada.

—No verte cada día es la mejor decisión que tomaré en la vida, Daniel. Lo de hoy le ha puesto la guinda al pastel. No te puedo aguantar más. No puedo tolerártelo. ¿Piensas que yo me he pasado estas semanas? Piensa entonces con qué sensación me iba a casa yo cuando en una comida de empresa me decías que no me comiera el postre delante de todo el mundo, cuando ridiculizabas mi ropa, cuando te reías de mi trabajo para luego presentarlo como tuyo.

Daniel la escuchaba callado.

—Carmen, ven, de verdad, vamos a hablarlo.

—No. —No podía parar de llorar.

—Si te marchas no vas a poder cobrar ni el paro, Carmen, lo sabes.

—Pero ¿no ves que ya no hay vuelta atrás?

Echaron un vistazo al departamento: todo el mundo les miraba.

—Todo tiene solución, Carmen, no te vayas. Te lo estoy pidiendo como jefe, no como persona. Me dejas el equipo cojo.

—Ya encontrarás a otra.

—Como tú no.

—Ahora no me vengas con esas —levantó moderadamente la voz.

—Carmen…

Se secó las lágrimas con el dorso de la mano y se fue sin mirar atrás. Borja se levantó, pero Daniel le gritó fuera de sí que si salía por la puerta no se dignara volver y él…, él se sentó sin saber muy bien lo que hacer. Desde luego que los dos estuvieran en el paro no mejoraría la situación.

Carmen vagabundeó con sus trastos en los brazos un rato hasta que se dejó caer en el banco de un parque y se puso a llorar, tapándose la cara. Aquel trabajo era lo único que tenía allí aparte de nosotras. Ni familia, ni aficiones, casi ni vida privada. Le había vendido a aquella empresa por un módico precio los últimos seis años de su vida con tanta pasión que nunca pensó en que le invadiría aquella sensación de desamparo el día que decidiera dejarla. De pronto necesitó contárselo…

Nerea era gerente desde hacía poco menos de un año y, como tal, trabajaba en un pequeño despacho de paredes prefabricadas cuya única pared real era una gran ventana desde la que veía buena parte de la ciudad. Trabajaba en el piso treinta y seis de una gran torre de negocios.

Como todas las mañanas, estaba revisando el correo con su taza de café en la mano cuando le sonó el móvil dentro del bolso. Nerea prácticamente nunca cogía llamadas personales en horas laborales, así que lo dejó sonar hasta que paró.

Siguió con su rutina hasta que sonó el teléfono de su despacho, cerca de una hora después.

—¿Sí?

—Hola, Nerea —dijo amable la secretaria de su planta.

—Hola, dime.

—Llaman de recepción. Tienes una visita.

—No espero a nadie. Mira a ver si podéis despacharlo… —No dejaba de atender su correo electrónico mientras hablaba.

—Me parece que es una visita personal, Nerea. Es Carmen Carrasco.

—¿Carmen?

—Sí.

Se quedó mirando a la pared.

—Sí, que pase.

Se levantó y abrió la puerta de su despacho. Como casi todos los compañeros del departamento trabajaban con el cliente, el staff se encontraba prácticamente desierto y ninguno de los que sí estaban reparó en Carmen. Llevaba en las manos una taza y dos marcos de fotos y una carpeta bajo el brazo; tenía los ojos como puños de tanto llorar, la cara enrojecida y todo el rímel dibujaba ríos negros sobre sus mejillas.

—Carmen, ¿qué pasa? —Nerea se asustó—. ¿Estás bien?

Carmen se echó a llorar y Nerea la hizo pasar al despacho y cerró la puerta. Carmen se sentó en su silla.

Pasaron veinte minutos en los que Nerea prácticamente no habló. Carmen se dedicó a contarle cómo había descubierto que Daniel era su novio, cómo decidió tomarse la justicia por su mano y utilizar la información que ella les daba en confianza para castigar a Dani, cómo esperaba que él se la devolviera y cómo lo había hecho en realidad.

Nerea no daba crédito. Estaba enfadada: con Carmen, por no haberle sido sincera desde el principio; conmigo, por lavarme las manos; con Lola, por animar a Carmen a utilizar unas confesiones que ella había hecho en la intimidad para martirizar a Daniel; pero, sobre todo, con él. No entendía cómo podía haber hecho aquello. Iba mucho más allá de la antipatía y de la profesionalidad. ¡Él debía dar ejemplo!

—Quiero que te vayas a casa y que duermas un rato. Yo voy a… —dijo Nerea sin saber por dónde empezar.

—No, Nerea, no quiero que hagas nada, pero yo tenía que serte sincera.

—Y lo entiendo, Carmen, pero ahora tienes que irte a casa.

El móvil de Carmen empezó a sonar y ella a sollozar.

—Es Borja. Lleva llamándome una hora, pero no puedo hablar con él, no quiero que me oiga en estas condiciones. —Las palabras le nacían entrecortadas.

Nerea cogió el móvil y contestó:

—Borja, soy Nerea. Carmen está muy disgustada, pero está bien. Tienes que hacerme un favor. ¿Está Daniel en la oficina?

Abrí la puerta asustada. Carmen no solía ponerse así por cualquier cosa y al entrar cargada con todos aquellos trastos me imaginé toda la historia. Le preparé una infusión, la acosté en la cama y le pedí que se tomara un Lexatin. Nunca la había visto así. Estaba desconsolada.

Nerea entró en la planta donde trabajaba Daniel con paso firme. La chica de recepción la siguió preguntándole si podía ayudarla; la fórmula educada de decir: «¿Dónde crees que vas?». Pero ella la despachó con una mirada de hielo y un golpe de melena.

Borja le señaló dónde se encontraba el despacho de Daniel y, tras asegurarse de que estaba solo, Nerea entró sin llamar. Él la miró mordiéndose el labio y luego se cogió la cabeza con ambas manos.

—Nerea…

—¿Tú sabes lo que has hecho?

—¡Ella misma se despidió! Yo solo le di un escarmiento. Está desequilibrada.

—¡Basta, Daniel! Esto no ha sido profesional ni humano.

—Pero ella…, yo sentía que debía darle una lección.

—¿Y quién eres tú para dársela? Tú tendrías que haberle demostrado que estabas por encima de estas cosas ignorándolo todo. Eres su jefe, por el amor de Dios, y has quedado como el matón del colegio. ¿Y sabes lo peor? Que no va a volver. No la conoces si piensas que vendrá.

—¿Y qué hago? ¿Qué se supone que tenía que hacer yo?

—Tienes que arreglarle los papeles para que pueda cobrar el paro. Eso es lo primero. Luego vas a redactarle una carta de recomendación.

—¡Pero Nerea!

Ella le miró.

—La habéis cagado tanto los dos que o uno se baja los pantalones o… Mira, os habéis comportado como críos. Lleváis años haciéndolo, a decir verdad. ¿Te crees que toda la gente de mi departamento me cae bien? Pero tengo que juzgarlos por otros temas y nunca se me ocurriría martirizarles con el fin de… ¡Es que ni siquiera sé qué buscabais con eso! —Daniel no contestó. Estaba avergonzado—. Mira, Daniel… ¿Recuerdas cuando te dije que mi amiga Carmen odiaba el pueblo en el que había crecido? No es por una cuestión de superficialidad. Creo que nunca lo entendiste. Allí no tenía el futuro que ella quería. Carmen es una de las mujeres más inteligentes que conozco y probablemente tú lo sabes y te ha dado mucho miedo… Ha luchado muchísimo para poder estar haciendo esto y no sabes el respeto que despierta en sus padres.

—Yo pensé que tenía que poner el punto y final a la lucha, pero no me daba la gana de que ella se fuera de rositas.

—Cariño… —dijo cerrando los ojos—, es una de mis mejores amigas. Envíale la carta directamente a ella, pero cuando hayan pasado unos días…, los suficientes para que se tranquilice y no la rompa. No voy a decir más. ¿Entendido?

Nerea se levantó y se fue. Daniel salió de su despacho, se acercó a Borja y le dijo que fuera a ver a Carmen.

—Está en casa de Valeria.

Borja dio gracias a Dios por conocer a Nerea. Nerea dio gracias a Dios por tener tanta sangre fría y por que Carmen tuviera a alguien como Borja a su lado. Carmen dio gracias a la industria farmacéutica por la comercialización del Lexatin.