¿QUIÉN ES ESE ALGUIEN?
Después de un forcejeo verbal de veinte minutos, Lola me convenció para darme una ducha, vestirme de persona y bajar a tomar café al bar que había debajo de mi casa. La ducha no suponía ningún problema, pero lo de vestirme de persona y salir de casa ya era harina de otro costal. No obstante, Lola puede llegar a ser muy insistente. Así, de paso, Adrián podría echarse un rato la siesta. La distribución de la casa no permitía la cohabitación de dos situaciones tan diferentes como él durmiendo y Lola y yo cacareando.
Carmen acudió a media tarde, al salir de trabajar. Para no faltar a la tradición venía hecha un asco, y no es que fuese un desastre, ni mucho menos. Pero a esas horas ya llevaba su precioso pelo ondulado hecho una maraña, la blusa manchada de algo que parecía café, el bajo de los vaqueros sucio y mojado, las uñas mugrientas y, sobre todo, un cabreo de no te menees. Aun así, para ser completamente sincera conmigo misma, seguía teniendo mejor aspecto que yo, que me había puesto lo primero que había pillado en el armario y me había recogido el pelo en una sosa coleta sin gracia.
Carmen nos dio un beso distraído y, antes de acomodarse con nosotras en una silla, se dispuso a ir al baño:
—Si me dejáis, antes de sentarme voy a lavarme las manos. Las llevo tan sucias que podría contagiaros la peste negra por lo menos. El cabrón de mi jefe me ha tenido encerrada en un almacén rebuscando en cajas del año setenta y seis llenas de roña. He luchado a cuchillo con una polilla y creo que he perdido.
No, Carmen no era un desastre, solo mantenía una compleja y malsana relación de odio recíproco con su jefe desde hacía cuatro largos años. Ambos se resistían a llegar a una tregua y ella había abandonado ya por orgullo la búsqueda de un trabajo que le permitiera ser feliz. Se negaba a dejar un puesto que merecía solo porque su jefe fuese imbécil. Eran el ratón y el gato, con la mala pata para Carmen de que fuera él quien tuviera la sartén cogida por el mango.
Nadie recuerda ya cómo comenzó la guerra. Al principio, tal y como ella contaba, eran dos personas que acudían a la agencia a trabajar sin más. Nunca fueron amigos, pero tampoco sabía explicar qué les había convertido en enemigos. Algo debió de pasar, o simplemente su relación se fue estrechando más y el estrés lo había malogrado todo. Los publicistas suelen vivir sometidos a un estrés infernal, ¿no? Al menos eso entiendo de la cantidad ingente de cigarrillos que fuma Don Draper en Mad Men.
Cuando Carmen volvió del cuarto de baño, suspiró fuertemente y añadió:
—Me odia, lo sé, me odia. Debe de irse a casa lanzándome mal de ojo todos los días. ¡Ya ni los lazos rojos en el sujetador me protegen! —Tiró del tirante de su ropa interior y nos enseñó el «amuleto».
—Carmen, tú le hiciste un muñequito vudú —contesté tiernamente.
—Ya, bueno, pero no llegué a pincharlo jamás. —La miramos sin creernos que pretendiera colarnos aquella mentira. Carmen chasqueó la lengua—. Pero ¡da igual! Es evidente que mi muñequito vudú no funciona. Aún no ha demostrado tener afecciones cardiacas, así que…
—A lo mejor le has provocado una almorrana del tamaño de esta silla y no lo sabes —susurró Lola al tiempo que se miraba las uñas pintadas de granate.
Una carcajada se atragantó en mi garganta mientras bebía café y empecé a toser como una loca.
—¡Qué bruta eres, Lola! —contestó Carmen haciéndose la ofendida.
—Pobre hombre… —La aludida movió la cabeza de lado a lado como muestra de desaprobación—. Yo lo vi un día, ¿sabes? Es bastante guapo. —Tosí y cogí aire. Volví a toser.
—Bueno, bueno, tanto como guapo… Es resultón, pero qué más da si es un rey feo en un castillo bonito. La naturaleza le ha dado esa apariencia para permitirle ser más mamón —dijo Carmen.
Tosí y tosí hasta que alargué la mano y alcancé el vaso de agua que Lola siempre se pedía junto con el café.
—Huy, Valeria, que te ahogas.
Sonreí mientras recobraba el aire.
—Entonces ¿es guapo? —pregunté con la voz ronca.
—A ver, sí. En conjunto está muy bueno —contestó Lola.
Carmen negó con la cabeza.
—No estoy de acuerdo. Debe de ser que el odio me ciega, pero no estoy de acuerdo.
—Es raro que Carmen se lleve mal con un tío guapo —dije, divertida.
—¡Vale ya, hombre! ¡No bromeéis con esto, que me está jodiendo la vida!
—No seas melodramática. Tú odias a tu jefe, yo estoy harta de mi ligue, Valeria no escribe nada bueno desde hace dos meses y…
—Muchas gracias —susurré.
—¿Y Nerea? Dime que Nerea también anda jodida. —Carmen pestañeó esperanzada.
—Espero que sí —añadió Lola con malicia, buscándole el doble sentido a la frase.
—Ay, Lola, de verdad… —Me giré hacia Carmen—. Nerea ha conocido a alguien. Parece ser que está quedando con un chico, pero aún no tenemos más datos.
—¿Quedamos a cenar entonces esta noche? —Lola sacó su agenda del bolso.
—¡Vaya, ya hacía rato que no la veíamos pasear su ajetreada vida social! —se rio Carmen.
—Chicas, hoy no puedo. Mejor mañana. Quiero ver si soy capaz de escribir algo con sentido. Estoy agobiada.
—Bah, tranquila, Valeria, que eso en dos días lo reconduces.
—No sé si tiene arreglo… Estoy planteándome empezar de cero. Debería meterme en casa este fin de semana y no salir ni para tirar la basura.
—¿No decías que ser escritora era un sueño hecho realidad? —preguntó Lola en tono repipi.
—¡Sí, claro que lo es! Pero cuando tienes qué contar y no tienes apalabrado algo que no sabes si vas a poder entregar, con la consabida incertidumbre económica. La verdad, no sé si hice bien dejando el trabajo… Ahora tendría la excusa de que no tengo tiempo de escribir y a las malas siempre tendría el sueldo fijo.
—No seas tonta, es una racha —dijo Carmen rodeándome con el brazo—. Vete a casa, échate un rato con Adrián y busca tu musa.
—Sí, creo que sí. —Cogí el bolso—. Llamadme para mañana por la noche, ¿vale? ¡Y avisad ya a Nerea o no estará disponible!
Asintieron.
Pagué el café y salí de allí. Estaba poniéndose oscuro y tenía pinta de echarse a llover; en primavera los días podían estropearse en media hora, como el planteamiento de una novela. Subí andando las escaleras hacia mi casa y en el último tramo me senté. Me daba pena despertar a Adrián, así que me fumé un cigarrillo allí sentada.
Seguía pensando en quién sería ese alguien con el que andaba Nerea. Estaba contenta por ella y sorprendida. Y de un pensamiento a otro, fui dando saltos hasta que llegué a los personajes de mi novela y la absurda relación que mantenían. Me revolví el pelo agobiada y decidí entrar. Apagué el cigarrillo, saqué las llaves y me metí en casa, donde todo estaba en penumbra.
Adrián se movía sobre la colcha. Aquella mañana había madrugado mucho para hacer unas fotos al amanecer. Llevaba una semana trabajando como un loco, tratando de captar la luz perfecta sobre un lugar; no recuerdo bien dónde puñetas eran las fotografías ni para qué revista, pero sé que aquello le parecía importante. No solíamos hablar demasiado del trabajo porque no queríamos condicionar nuestra pareja a los agobios de las rutinas. Pretendíamos hacer de nuestra casa el hogar de la paz y el orden y que angustiarse allí dentro no estuviera permitido. No sé dónde nos habíamos equivocado, pero lo habíamos hecho de manera estrepitosa.
Me quité el pantalón vaquero sin más gracia de la historia, lo tiré sobre el sillón, me solté el pelo y me senté en la cama, arrastrándome cual gusano hasta él. Le abracé y él entreabrió los ojos sonriendo.
—Tenía miedo de que fuera Lola…, cada día está más loca —susurró.
—Creo que aún no ha llegado hasta ese punto. —Le besé en la frente.
—¿Qué te pasa?
—Nada, ¿qué me va a pasar?
—Pues no sé, estás muy… blandita. —Se estiró en la cama, desperezándose.
—Estoy un poco atorada con la novela.
—Cuanto más lo pienses, más agobiada estarás. A ver, cuéntame, ¿qué está pasando ahora?
—Pues… Gloria se ha encontrado con alguien con el que siente una extraña conexión.
—¿Y qué va a pasar?
—No lo sé. Ese es el problema…, que no sé por dónde coger esta historia.
—Cuando la planteaste tenía muy buena pinta —respondió mientras se giraba hacia mí.
—Pero se ha dado la vuelta ella sola. —Me posé la mano sobre la frente y me revolví el pelo—. Es difícil de manejar. Se va hacia donde no quiero que se vaya y lo peor es que me esfuerzo por devolverla a la idea principal… pero nada. No le da la gana.
—Hablar de amor es así de complicado.
—¿Y si me equivoqué, Adrián? ¿Y si esto no funciona y se acaba todo aquí?
Adrián se levantó de la cama y subió la persiana. Empezaban a caer ya las primeras gotas y a él le encantaba esa luz gris, casi azulada. Cogió la cámara y, apoyándose en el quicio de la ventana en una postura muy suya, me disparó dos o tres flases. Después miró el resultado en la pantalla y sonrió. Qué guapo era. No pude evitar recorrerle el cuerpo con los ojos, despacio, disfrutando de cada una de las partes, desde el cuello espigado, los hombros bien torneados, el pecho firme, el vientre plano. Recordé la última vez que hicimos el amor. Fue sobre el sillón, pero no recordaba exactamente cuánto tiempo hacía. Meses. Bastantes, por cierto. Me recorrió entera con la lengua antes de follarme con fuerza. Me corrí dos veces.
Adrián por fin abrió la boca y añadió, sacándome de mis cavilaciones, que yo no necesitaba que nadie creyera en mí, porque mi trabajo era suficientemente bueno por sí solo.
—Eso no basta y lo sabes —me quejé entre risas.
—Si te alivia, te diré que estoy totalmente convencido de que esta es tu verdadera vocación. Saldrá bien, ya lo verás. El concepto de la creación no se puede medir en jornadas laborales, es caprichoso.
—Bueno, ya volverá mi musa —suspiré algo aliviada.
—Pero, como decía Picasso, que las musas te pillen trabajando… —Guiñó un ojo y se volvió a tumbar a mi lado.
Alargué la mano para coger su cámara digital pero un beso en mi hombro me desconcentró de mi propósito. Me giré para mirarlo; él sonrió y volvió a besarme el hombro mientras me abrazaba la cintura.
—¿Qué llevas puesto? —preguntó.
—Una camiseta —dije con la vocecita algo temblorosa.
—¿Has bajado solo con eso?
—No, me acabo de quitar los pantalones.
Su mano subió por el exterior de mi muslo y, rodeándome las caderas, llegó hasta mi culo. Contuve un jadeo cuando lo sobó. Me acerqué y nos besamos. Una vez, brevemente. Dos veces, atrapando nuestros labios el uno con el otro. Dios. Había que aprovechar. ¡Esa era la mía! Me quité la camiseta y me senté a horcajadas sobre él, que también se quitó la camiseta. Madre mía. Hasta se quitaba la ropa motu proprio. Esto prometía.
Tiré el sujetador por ahí y él se acercó hasta atrapar uno de mis pezones entre sus labios. Eché la cabeza hacia atrás y metí la mano dentro de la ropa interior con la que se había acostado. ¡Sorpresa! Un amago de erección. Moví la mano rítmicamente de arriba abajo y él apretó la mandíbula. Aceleré la caricia. La pulsera que llevaba puesta resonaba contra el reloj con el movimiento.
Adrián respondió endureciéndose y, cuando noté que estaba listo, me quité las braguitas y me senté encima. No hizo falta que me acariciara, que me follara con los dedos para prepararme. Necesitaba tenerlo dentro ya.
Estaba tan húmeda que no tuvimos problemas para que me penetrara, pero me encogí de dolor. Hacía muchos meses que no lo hacíamos. Me quejé con un gemido que él debió de interpretar de placer.
—Con cuidado, Adrián —le pedí.
—No recordaba que te gustase con cuidado —contestó con una sonrisa sensual y la voz jadeante.
Mejor cállate, no vaya a ser que decida parar, me dije.
Adrián se agarró a mis caderas y, con la cabeza hundida entre mis pechos, empezó a meterla y sacarla con un ritmo demasiado rápido. Estaba a punto de decirle que fuésemos un poco más despacio cuando empezó a sonar su móvil.
—¡Joder! —masculló.
Joder…, eso mismo pensé yo cuando en dos metidas más Adrián se corrió dentro de mí. Y, sin más, salió de mi interior, cogió el teléfono y se fue al baño mientras contestaba. Y yo me quedé allí, con los muslos húmedos.
Desde luego, como seductora no tenía precio…