29

APUESTO A QUE…

Ahora me debato entre portarme bien, portarme mal o portarme regular —dijo con la voz muy queda, mirándome la boca.

—Explícate —pedí.

—Portarme bien sería charlar contigo, esperar a que te durmieras y marcharme al sofá. Como un buen chico.

—¿Y mal?

—Echarme sobre ti y hacer todo lo que llevo deseando hacerte desde que te conocí, que son cosas que no se le hacen a una señora casada.

Los dos nos sonreímos y Víctor acercó sus labios a la punta de mi nariz, donde dejó un beso distraído.

—Entonces, ¿regular? —Mi pierna izquierda se acercó a él y se enredó entre las suyas.

—Portarme regular sería quedarme aquí contándote todo lo que haría si te dejases y luego dormir contigo.

—La primera es la más lícita.

—Lo sé. —Su mano bajó un poco.

—Pero la última…

—Vas a tener que elegir tú.

—Estoy planteándomelo —sonreí.

—¿Quieres que me porte regular?

—No sé si quiero.

—¿Y en qué tono quieres que me porte regular? —Arqueó la ceja izquierda—. ¿Me pongo tonto o sigo siendo un caballero?

—Hazme un mix. —Me mordí el labio.

—Pues quiero quitarte la camiseta —susurró—. Y empezar besándote el estómago.

Me coloqué tumbada boca arriba y miré al techo, tragando con dificultad. Víctor me subió la camiseta hasta la mitad de mi estómago, dejando mis braguitas negras a la vista, y mientras se incorporaba me sopló en el ombligo, lo que me provocó una sacudida. Cogí aire y le pedí por favor que no siguiera, pero su boca me dio un beso húmedo en el vientre, muy cerca de la ropa interior.

—Quiero tumbarme sobre ti, lamerte los pezones y morderlos. Quiero lamer el interior de tus muslos. Tienes la piel tan suave… Quiero oler tu cuello. Saborearte. —No dije nada. Víctor se sostuvo sobre mí con sus brazos y después deslizó su nariz por el arco de mi cuello. Los dos miramos la zona de la camiseta donde los pezones se me marcaban exageradamente de nuevo—. Quiero —se acercó hasta que sus palabras se convirtieron en un susurro en mi oído—, quiero saber de verdad a qué sabes. Quiero quitarte la ropa interior y tocarte mientras aprendo qué es lo que te gusta. Quiero meter un dedo dentro de ti, saber si te hago ponerte húmeda. Y quiero follarte con mis manos, prepararte para lo que vendrá luego…

—Víctor…, por favor. —Su mano se deslizó desde mi rodilla hasta mis muslos por la parte interior.

—Quiero que me toques también. Estoy… —tragó saliva—, yo también estoy preparado. La noto dura, me duele y sé que está húmeda. Quiero que la toques y comprendas cuánto me gustas. Quiero escucharte gemir como lo haces cuando sueño contigo. Porque lo hago a menudo, ¿sabes? Soñar contigo. Con que te beso, con que te toco, con que me corro dentro de ti…, y es una sensación brutal.

—Víctor… —jadeé.

Un beso húmedo en mi cuello me puso la piel más de gallina si cabe y el peso de su cuerpo entre mis piernas me hizo soltar un suspiro al que él respondió con un jadeo.

—Sueño que te follo, que estás húmeda esperándome y que aprietas los muslos en torno a mis caderas. —Me besó el cuello otra vez y su mano me sobó una nalga por debajo de las braguitas—. Joder, Valeria…

Sí, joder…

—Creo que saberlo no… —empecé a decir.

—A veces sueño que estoy contigo dentro de la ducha. Me lames tan despacio…, me provocas hasta en sueños.

Me mordió uno de los hombros y nos rozamos un poco de cintura hacia abajo. Luego se dejó caer a mi lado, pero tan cerca que nuestras cabezas casi se tocaban y las piernas se enredaron esta vez más estrechamente. Sobre mi muslo tenía una erección de lo más tentadora. Y el pantalón liviano del pijama no escondía mucho, la verdad.

—Cuéntame lo que te hago mientras duermes al lado de tu marido… —gimió.

—No me hagas decírtelo. —Me mordí el labio inferior.

—¿Hago que te corras?

—Sí. Y me despierto en mitad de un orgasmo.

—¿Qué hago?

—Dios…, muchas cosas. —Respiré hondo mientras su mano, aún debajo de mis braguitas, bajaba peligrosamente—. Me haces muchas cosas que me gustan pero que están tremendamente mal…

—Y que no voy a poder hacerte nunca.

—Jamás. —Y al decirlo no me lo podía creer. ¿Que jamás podría hacérmelas? Pero… ¿por qué?

—Qué pena. ¿No?

—Ahora sí me apena —dije mientras su mano salía bordeando la cinturilla de mi ropa interior de encaje—. Pero mañana me arrepentiría.

—Mañana no tiene que saberlo nadie más que tú y yo. —Empezábamos a estar desesperados y se notaba.

—Por más que me atraiga la idea…, yo lo sabría y eso sería suficiente.

—Quiero besarte en la boca. —Se acercó más—. Déjame besarte. Te prometo que solo te besaré una vez.

—No, por favor —supliqué cerrando los ojos.

La mano de Víctor se posó en mi nuca y me acercó hacia su boca. Debería haberme apartado, debería haberme resistido, debería haberme vestido y haberme ido a mi casa, pero no lo hice y noté cómo sus labios, que estaban calientes y eran suaves, se posaban sobre mi boca. Sentí su respiración algo agitada y me pareció adivinar una suerte de jadeo en su garganta. Me excité y respondí a aquel beso. Abrió la boca y atrapó mi labio inferior entre los suyos; lo saboreó y yo saboreé su saliva. Suspiramos y nuestras lenguas se acercaron tímidamente. Lo aparté un poco de mí y Víctor, antes de dejarse caer en su lado de la cama, se despidió con un beso corto. Luego volvió a apoyar la cabeza en la almohada y me miró con sus ojos verdes.

—¿Cuándo dejarás de probarme? —le pregunté mientras me tocaba los labios.

—Cuando no puedas más.

—¿Y si te digo que ya no puedo más?

Bajó la mano y me acarició la cadera, resbalando con sigilo hacia mi trasero. Nuestras piernas se apretaron.

—¿Tienes sueño? —me preguntó.

—No. ¿Y tú?

—No, pero ya no me dejas jugar más… —Me reí—. Me voy al sofá —dijo con rotundidad a la vez que se erguía.

—No, no te vayas. Iré yo —repuse totalmente avergonzada.

—No, eres la invitada.

—Pues… quédate. —Agarré su antebrazo con las dos manos.

Resopló mirando hacia el techo.

—Es la primera vez que tengo a una mujer en mi cama y que no pierde toda la ropa. —Levantó las cejas y pasó la mano por su erección, quizá tratando de mandarle que bajara de una vez.

—Eso no cambiará aunque te vayas al sofá.

—Pero al menos no te tendré tan cerca. —Tiré de su brazo más fuerte y se dejó caer de nuevo sobre mí, muy suavemente—. Me quedo, pero… ¿puedo abrazarte? —pidió.

—No lo sé —contesté—. ¿Puedes?

Víctor se acomodó a mi lado y me giré dándole la espalda; él se acercó hasta rodearme con el brazo por la cintura, sin más tacto que este. Sentí cómo me olía el pelo.

—Vas a hacerme perder la cabeza —suspiró.

—Y tú a mí.

—Nunca había sentido esto.

Y su mano se metió por dentro de la camiseta y me agarró la cintura, colándose entre esta y el colchón. Decidí no contestar. No. Valeria, cállate, porque lo próximo que digas va a ser algo de lo que te arrepientas seguro.

Tras unos minutos en silencio, creí que se habría dormido, pero se acercó más a mí y me llamó:

—Valeria.

—¿Qué?

—Me gustas mucho. Empiezo a…, a sentir cosas. Tienes que saberlo.

Silencio de nuevo. ¿Qué podía contestarle? Era lo suficientemente cobarde para callarme y esperar a que se durmiera, así que eso fue lo que hice. Su respiración, tras quince minutos, se regularizó, pero aunque tenía pensado irme a hurtadillas hasta el sofá, mis párpados pesaban tanto y era tan agradable sentir cómo me abrazaba…