27

¡A LAS BARRICADAS!

Mientras me arreglaba frente al espejo pensaba que quizá había sido un impulso algo suicida invitar a Víctor a la exposición. Podía habérselo pedido a mi hermana, aunque con lo avanzado de su embarazo tenerla horas de pie no era lo más indicado. Quizá…, quizá todo iría bien y Adrián entendería que Víctor solo era un amigo. Porque… solamente éramos amigos, ¿verdad?

Me encendí un cigarrillo y llamé a la persona más sensata que conocía. La pasión no le cegaría los ojos a la hora de darme su verdadera opinión sobre mi decisión.

—¡Hola! —dijo Nerea.

—Hola, pequeña.

—Me estoy arreglando. No quiero llegar ni un segundo tarde. Me he comprado un vestido para la ocasión que os vais a caer de espaldas —comentó emocionada.

—Estoy deseando verlo —murmuré.

—¿Qué te pasa? —preguntó extrañada.

—He tomado una decisión algo precipitada y necesito saber que…

—¿Qué?

—Ayer Adrián me dijo de manera un poco cortante que me buscara a alguien con quien ir a la exposición porque él iba a tener que estar más tiempo con Álex que conmigo.

—Y tú… ¿invitaste a Víctor?

—Sí. —Me maravillé de lo mucho que me conocía, la muy jodía.

—Bueno, nena… —susurró. Cerré los ojos, a la espera de una reprimenda de primera—. No lo veo para nada descabellado.

—¿No?

—No, así os verá con los demás y se lo presentas como lo que es, un amigo. No es como si le restregases un amante por la cara.

Menuda verdad a medias…

—Así visto…

—¡Claro! Es el día de Adrián. Lo importante es que no se sienta apabullado. Piensa en cómo fue la presentación de tu libro.

—Nerea…, la presentación de mi libro dio risa. Me la da solo de acordarme.

—Pero tú estabas como un flan.

—Bueno…

—Cada uno soporta la presión como sabe. Oye…, ¿y no está por ahí arreglándose?

—No, se llevó la ropa al estudio. Allí tiene un aseo. Creo que prefería estar solo… o con Álex. No sabría decirlo.

—No seas tonta.

Llamaron al timbre de casa.

—Gracias por el consejo, nena. Nos vemos allí.

—No le des vueltas —dijo antes de despedirse.

Pocas vueltas podía darle a algo que ya estaba hecho. Colgué y me acerqué a la puerta. Tras echar un vistazo a través de la mirilla descubrí que quien llamaba era un Víctor espectacular, algo inquieto.

—Estoy en bata —le dije.

—Me gustaría decirte que quería sorprenderte sin ropa, pero la verdad es que me adelanté y necesito… —se acercó a la puerta— mear.

Le abrí y le indiqué.

—Al fondo. No hay pérdida.

Corrió por allí tan rápido que ni siquiera aprecié cómo sorteaba los muebles de la habitación.

Me miré en el espejo. Estaba maquillada y peinada. Me había pasado la última hora rizando mi pelo largo con unas tenacillas y pintándome con un esmero que apenas recordaba. Solo me faltaba ponerme el vestido y calzarme aquellos tremendos zapatos rojos de tacón que me esperaban solícitos junto a la cama.

Escuché el sonido de la cámara del móvil disparar una foto y me quedé confusa mirando hacia la puerta del baño.

—¿A qué demonios le estás haciendo una foto ahí dentro? —pregunté, divertida. Vi salir a Víctor con una sonrisa pícara en la cara y reparé en las fotografías del cuarto de baño—. Oh, no… —me reí.

—Oh, sí, sí —dijo.

Se guardó el móvil en el bolsillo de la americana entallada, me miró de arriba abajo y silbó.

—Esas fotos tienen muchos años, en realidad no es el cuerpo que ves delante de ti —objeté.

—Bueno, creo que algo he visto y… este es mejor. ¿Vas a dejar caer la bata al suelo?

—Me parece que no. —Me acerqué a él sin poder evitarlo y palpé la chaqueta, dispuesta a encontrar su teléfono móvil y borrar la foto.

—Solo tirar de este lazo y… —dijo mientras alargaba la mano hacia el cinturón de la bata japonesa.

—No juegues… y dame el móvil. No quiero que tengas esa foto ahí.

—¿Qué más te da? ¿Tú sabes los buenos ratos que me va a dar? Ten misericordia, mujer.

Me cogió del antebrazo, me acercó y me abrazó contra su pecho, besándome la sien, la mejilla y el cuello mientras sus manos se deslizaban por la tela suave a la altura de mi espalda y mi cintura. Cuando bajaron hacia el trasero siguiendo la línea de mi ropa interior, bufé.

—Ay, Dios… —suspiré pegada a su pecho al tiempo que trataba de reprimir las ganas de quitarme de verdad la bata.

—¿No puedo abrazarte tampoco? —susurró juguetón con los labios por mi cuello.

—No así, por favor.

—Un día nos correremos solo con mirarnos, lo sabes, ¿no? —Di un paso hacia atrás y los dos nos reímos un poco avergonzados—. ¿Necesitarás ayuda para subirte la cremallera?

—No. —Alcancé un cable de encima de la cómoda—. Me he fabricado mi propio Víctor. —Se echó a reír—. Voy al baño a ponerme el vestido.

—No hace falta que te vayas. Ya he visto todo lo que tienes ahí debajo.

—No, no has visto nada —le sonreí.

—Ah, ¿no? Dime que debajo de esa bata estás desnuda.

No contesté porque si me apetecía decir algo era un desesperado «ven y quítamelo todo con los dientes». Mejor callarse. Cerré la puerta del baño y tras deslizar el vestido por mi cuerpo me di cuenta de que mi invento no era demasiado práctico. Leñe. Mecagüenla leche agria. Asomé la cabeza.

—Víctor…, mi invento no funciona. ¿Podrías…?

—Claro. —Se asomó—. Es mi momento preferido del día.

Bajamos las escaleras a caballito (ya se sabe…, los tacones) y la viejecilla que vivía en el primero nos aplaudió al llegar al rellano. Creo que lo confundió con Adrián, porque no le pareció extraño que otro hombre me sacara de casa en volandas. Pero, vamos, que me dieron ganas de bajarme y explicarle que de Adrián nada, que este al menos parecía tener aún libido en el cuerpo y sangre recorriéndole las venas.

Víctor me abrió la puerta del copiloto y, después de entrar rápidamente en el asiento del conductor, sacó de la parte trasera una flor roja preciosa, con un gran tallo.

—¡Oh! ¡Gracias! ¡Qué bonita!

—Bah, una tontería.

—¡Me combina con los zapatos!

Hubo un silencio sostenido dentro del coche. Víctor, que sonreía, me miró detenidamente. De mi pelo a mis ojos, de mis ojos a mis labios, de mis labios a mi pecho. Después levantó las cejas y, riendo por lo bajo, como en un suspiro, afirmó:

—Vas a volverme loco, de verdad…

Y nos miramos de reojo.

Aparcamos a una manzana de la galería y Víctor se ofreció a llevarme otra vez en brazos, pero antes de que pudiera obligarme nos cruzamos con Carmen y Borja, que se unieron a nosotros después de las presentaciones. Carmen lo miró durante un rato con la boca abierta. Evidentemente, Víctor no solo me parecía guapo a mí. Además, aquella noche estaba especialmente espectacular. Se había quitado la americana al salir del coche y la había guardado doblada en el maletero; ahora, con aquella camisa blanca arremangada parecía que tenía los ojos más verdes que nunca.

En la puerta, tal y como habíamos quedado, nos esperaban Lola y Carlos. Después de los saludos, los besos y los apretones de mano, todos entramos a la vez en la galería, que ya empezaba a estar llena de conocidos de los dos, colegas de Adrián e invitados que no había visto en mi vida.

Me abrí paso entre la gente hasta encontrar a mi marido, que estaba muy sonriente. Parecía que todo iba bien.

—¡Hola! —dijo sorprendido.

Me dio un beso

—¡Hola, cariño! —contesté.

—Estás muy guapa.

—Gracias. Tú también estás muy guapo.

—¿Con quién has venido? —Miró entre la gente.

—Pensé que debías conocerlo…, ya sabes, para estar tranquilo y… —Miré hacia donde estaban las chicas y llamé con una seña a Víctor, que me devolvió una mirada de incomprensión. Después, sin que me pasara por alto que suspiraba, estuvo allí en dos zancadas de sus largas piernas—. Adrián, este es Víctor.

Se dieron la mano.

—Encantado —dijo Víctor educadamente.

—Igualmente. Gracias por acompañar a Valeria esta noche. Yo no voy a poder estar con ella mucho tiempo.

—Ya, bueno, es normal. Es la noche del estreno.

Un silencio.

—Álex, ven. —¿Cómo? Víctor y yo nos miramos compartiendo una mirada de esas que dicen: «¿De verdad está pasando esto?»—. Álex, este es Víctor, un amigo de Valeria. Víctor, Álex es mi mano derecha. Bueno, a ella ya la conoces —dijo señalándome a mí.

—Sí. Encantada. ¿Qué tal? —sonrió ella.

Me quedé mirando a Álex con cara de tonta; en realidad no sé comportarme en ese tipo de situaciones. Encima, la jodida niñita tetona estaba impresionante; llevaba el pelo liso con la raya en medio y un vestido negro de corte ibicenco y mucho escote. Paradojas de la vida, lo primero de lo que me preocupé fue de averiguar si Víctor la estaba mirando, pero este me observaba a mí. No supe qué hacer. Lola se habría agarrado a Víctor, Nerea habría lanzado algún comentario educado e ingenioso pero de lo más ofensivo y Carmen se limitaría a hacer un corte de manga en condiciones, pero yo no sabía hacer nada de eso.

Víctor rompió el silencio por mí y se dirigió directamente a Adrián para decirle que eran unas fotografías preciosas.

—Me he quedado de veras muy impresionado. Creo que deberíamos incluso hablar de negocios… —sonrió, encantador.

Adrián le miró inexpresivo.

—¿Tienes una publicación?

—No; trabajo en un estudio de arquitectos y de diseño de interiores y en muchas ocasiones nos encontramos con la demanda de algunas cosas que no tenemos a mano. La fotografía decorativa es una de ellas y la verdad es que no conocía a nadie en el que poder delegar estas cosas.

—Bueno…, ya, fotografía decorativa… —Miró al suelo y sacó de su bolsillo una tarjeta de visita—. Llámame en caso de que tengas algo o mándame directamente a los clientes, como prefieras.

Jamás había visto a Adrián tan tirante. Y no es que en una situación normal fuera la alegría de la huerta.

—Encantado. Voy a dar una vuelta más por aquí… —Víctor cogió la tarjeta, se la metió en el bolsillo y sonrió de forma tirante antes de alejarse.

Bien.

Adrián me miró fijamente. Álex seguía plantada detrás de él, pero me acerqué y le rodeé con mis brazos. Ella desapareció en cuestión de segundos.

—Cariño…, ¿te ha molestado que me acompañe Víctor?

—No, pero es una situación un poco particular.

—Como aún no os conocíais… No pensé que fuera a molestarte.

—No es eso. Estoy algo nervioso. Va a venir un marchante y… —Se acarició la barbilla.

—Vale. —Le puse cariñosamente las palmas de las manos sobre el pecho y sonreí—. Oye, estaré dando una vuelta por aquí, con las chicas; si me necesitas búscame. No quiero atosigarte, pero… te echo un poco de menos.

Asintió y en cuestión de segundos volvió a estar acompañado por Álex. Parecían John Lennon y Yoko Ono y yo una groupie demasiado colocada como para ver que sobraba.

Víctor se acercó a mí con cara de circunstancias.

—¿Qué ha sido eso? Tienes un marido muy rarito.

—No es rarito. Está nervioso —contesté tajante.

—Bueno, cada uno soporta la presión como sabe… o puede.

—Has sido muy rápido, por cierto. —Le sonreí, indulgente.

—No me gustaba ese silencio. Era maligno. —Abrió los ojos expresivamente.

—Todo lo que puedas ofrecer que nos haga ricos estará bien. —Le guiñé un ojo.

Lola corrió hasta nosotros prácticamente fuera de sí.

—Valeria…, ¿invitaste a Nerea?

—Claro que invité a Nerea.

—¡Muy bien! ¡Muy bien! —dijo a modo de reproche.

—¿Cómo no iba a invitarla?

—¿Y con quién vendrá? ¿¿Por qué ninguna pensó en decirle que trajera a Jordi??

Abrí los ojos de par en par y busqué a Carmen.

—¿Qué pasa? —preguntó Víctor.

—¿Ves a Carmen por ahí?

—Pues no.

—Nerea está enrollada con el jefe de Carmen pero no lo sabe y ella… —Le miré—. Bah, es demasiado complicado para explicártelo ahora. Búscala y échala.

—Su impecable educación de seductor no se lo permitirá —dijo Lola.

Se miraron con una sonrisa.

—Contigo quería hablar yo… —susurró él.

—¿Por? —preguntó Lola entrecerrando los ojos.

—Por esa boquita de piñón que tienes.

—¡No es momento! —levanté la voz.

Carmen pasó por allí comiendo algún tipo de aperitivo y con una copa de vino en la mano.

—¡Carmen! —La abordé a las bravas y con voz de abuelo cazallero.

Ella se atragantó del susto y empezó a toser, poniéndose morada.

—Vaya, qué sorpresa… La que suele atragantarse es Valeria, ¿sabes? —comentó Lola tranquilamente mirando a Víctor.

Borja apareció de la nada y empezó a golpear la espalda de Carmen, que hacía unos esfuerzos sobrehumanos por respirar por la nariz; en ese momento Nerea entró en el local junto a Dani.

Nos encontraron enseguida. Allí no había tanta gente como para pasar desapercibidas y, además, todo el mundo nos miraba mientras le hacíamos cerco a Carmen.

—Oh, pero nena, ¿qué te pasó? —Corrió Nerea preocupada.

Daniel se quedó unos pasos por detrás de ella, mirando fijamente a Carmen y a Borja. En un segundo todo le encajó. Oh, oh… Adiós a la tregua que Carmen había planeado… ¡A las trincheras! Y no dijo nada, pero Lola y yo nos quedamos sin respiración cuando se encontraron con la mirada. A Borja le cambió por completo la expresión de la cara y Carmen habría preferido ahogarse con aquella croquetita antes que estar allí, con el culo al aire.

—Hola, Nerea… Valeria me asustó y me atraganté —dijo al tiempo que recuperaba el aliento y aceptaba el vaso de agua que una chica, solícita, le ofrecía.

Nerea me miró.

—No fue mi intención —aclaré.

—Mujer, ya me imagino… ¿Conoces a Dani, Carmen? —Miró a Daniel—. Esta es Carmen, una de mis mejores amigas. Y este es Borja, su novio.

—Vaya… —dijo Dani paladeando las palabras—. Encantado, Carmen. ¿Y dices que este es tu novio?

Nerea se quedó mirándolos un momento, seria. Esas cosas no le pasaban por alto por mucho que ninguno de los dos quisiera darle aquel disgusto.

—¿Os…, vosotros os conocéis?

—No. —Los tres al unísono: Dani, Borja y Carmen.

Nerea no añadió nada más. Esperaba las explicaciones. Carmen tomó la palabra. Lola, Carlos, Víctor y yo mirábamos asombrados.

—Nerea…, Dani es mi jefe.

—Y el mío —añadió Borja.

—Oh. —Se quedó callada y se llevó dos deditos hacia los labios—. Y… ¿desde cuándo lo sabes?

—Desde hace unas semanas. Quizá un mes.

Nerea nos miró.

—¿Tú sabías algo? —le preguntó a su novio.

—Me acabo de enterar —contestó Daniel.

No podía montar un numerito, porque no podía admitir delante de Dani que contaba a sus amigas algunos detalles íntimos que quizá debería callarse. Y acababa de darse cuenta de toda la información confidencial que procuraba en ambas direcciones.

—Bueno… —Una cara prefabricada de normalidad—. No pasa nada, nena. ¡A veces eres tan tímida! Qué coincidencia.

Se giró y buscó al camarero para tomarse una copa de vino mientras Daniel aprovechaba para acercarse a Carmen y decirle:

—No voy a poner al día a Nerea sobre las semanas que me has hecho pasar…, pero tú…, mejor voy a callarme lo que opino de ti.

Carmen suspiró con fuerza. Daniel siguió a Nerea y, tras besarla en la sien, la agarró de la cintura.

—Bueno, no pasa nada…, tenía que ocurrir. El cosmos se rige por sus propias normas y yo merezco un castigo —sentenció Carmen resignada.

—Yo no lo pensé… —contesté.

—No te preocupes. —Miró a Borja con apuro y él le dedicó una caricia—. ¿Os importa si nos marchamos?

—No, no, por supuesto.

—Voy a despedirme de Adrián.

Asentimos. Miré a Lola, que ya empezaba a aguantarse la risa tapándose los agujeros de la nariz, y le di un codazo sin poder evitar contagiarme un poquito.

Nerea tardó un rato más en disculparse e irse. Como no estaba al día de los castigos que Carmen le había infligido a su novio, no se mostraba demasiado molesta. A decir verdad, la copa de vino la había convencido de que aquello no tenía importancia y de que conseguiría hacer que Carmen dejara de odiar a su chico. A Daniel, por el contrario, parecía haberle dejado claro que ahora le tocaba a él, pero no parecía enfadado con Nerea, así que… Karma, le llaman.

Lola quiso quedarse un rato más. Me veía un poco perdida y no había nada que le motivase a marcharse. Sabía que Carlos iba a ponerse pesado con subir un rato a su casa y a ella no le apetecía en absoluto; si se quedaba un rato más tendría como excusa que estaba cansada y que se había hecho demasiado tarde. Su segunda opción era darle una patada en los cojones y después, cuando estuviera en el suelo, pisárselos con el tacón. También era una buena opción.

Víctor parecía entretenido y yo buscaba sin cesar a un Adrián que me ignoraba. Qué planazo. Y encima me dolían los pies. Ya había perdido la costumbre de andar con tacones y aguantar carros y carretas por estar mona.

Cuando ya me preguntaba si no sería mejor marcharse a casa, el dueño de la galería y colega de Adrián llamó la atención de los que quedábamos allí; quería dedicarle unas palabras a la exposición. Todos le prestamos atención, y aunque hubiera querido estar junto a Adrián, él no parecía demasiado predispuesto a necesitarme a su lado. Quería respetarlo, pero empezaba a estar molesta. Álex se encontraba detrás de él y lo observaba con esa adoración con la que una adolescente mira a ese profesor del que está enamorada. La odié. Por ser tan mona y por estar tan cerca de mi marido.

—¿Quién es la morena? —escuché murmurar detrás de mí a Carlos.

—La ayudante del marido de Valeria —contestó Víctor con un tono neutral.

—Pues está bien buena. —Víctor no contestó—. Víctor, no me jodas, está para preñarle la boca.

Me giré hacia Lola, que sin duda también lo había oído. Ella puso los ojos en blanco y dijo entre dientes: «Subnormal». Víctor siguió sin contestar. Solo alargó la mano y la colocó disimuladamente en mi cintura. Su calor me reconfortó.

El director de la galería se deshizo en halagos en un discurso en el que situaba el trabajo de Adrián a la vanguardia de la fotografía artística actual. Decía de él que cosecharía éxitos que le llevarían por todo el mundo. Me pregunté si yo le seguiría y después me preocupé por que Adrián no viera lo cerca que estábamos Víctor y yo. Y, entonces, le cedieron la palabra.

Si lo tenían ya acordado, él no me había contado nada. Lo único que sabía es que Adrián odiaba hablar en público. Pero en lugar de declinar la invitación a dirigirse a todos los presentes, respiró hondo, me miró y miró a Álex que, a su lado, le dio una palmadita en la espalda que debía haberle dado yo. Me sentí fatal. Quizá debería haberle obligado a estar conmigo aquella noche, quizá me lo habría agradecido después… Quizá debí quedarme en casa. O debí ir a la de Víctor a tomar una copa de vino.

Adrián se aclaró la voz.

—Bueno, los que me conocéis ya sabréis que no estoy muy ducho en esto de dar discursos. —Se rio—. Pero no puedo dejar pasar la oportunidad de agradecerle a mi colega la ocasión que me brinda de inaugurar mi primera exposición seria. Esta experiencia enriquece mucho mi carrera y mi vida y le doy las gracias. Espero que las alabanzas no tengan nada que ver con el porcentaje acordado por la venta de las fotos. —Le sonrió directamente a él y se escucharon algunas carcajadas—. También querría daros las gracias a todos por estar aquí, especialmente a los que me apoyáis día a día en mi trabajo y más especialmente a alguien que sufre codo con codo conmigo todos los días los vaivenes de una profesión como esta. Muchas gracias, Álex, por todo. Nada más. Gracias a todos.

Lola me miró de reojo, supongo que para comprobar cómo me había sentado la patada moral en el estómago que Adrián me acababa de dar. Y yo debía de estar de color morado, porque me quedé sin respiración. Víctor también me miró disimuladamente mientras su mano dedicaba una sutil caricia al dorso de la mía, que colgaba inerte.

—¿Estás bien? —me preguntó Lola.

—Disculpadme un momento.

Me acerqué sigilosamente a Adrián. Quizá debía enfriarme, quizá debía irme a casa y esperarle…, pero ¡qué narices! No lo hice. Él no se lo había pensado mucho para humillarme y ningunearme en público, ¿no?

—Adrián.

—¿Qué?

Álex estaba adosada a su lado y se quedó mirándome con sus enormes ojos oscuros.

—Oye, niña, de verdad, ¿puedes dejarme hablar con mi marido con tranquilidad de una jodida vez, por favor? —dije de malas maneras.

Y lo que más me molestó fue que, antes de marcharse, mirara a Adrián a la espera de que él aprobara el hecho de que fuera a dejarnos solos. ¿Qué pasaba? ¿Yo no contaba? ¿Mi voz desaparecía como el viento o es que además de tía buena era imbécil de remate? Me contuve y volví a dirigirme a Adrián.

—¿Se puede saber qué te pasa? —espeté.

—Nada, ¿qué te pasa a ti?

—No entiendo por qué estás tan enfadado como para apartarme de ti y para mantenerme al margen un día como hoy.

—¿Era tu día y no me he enterado? —contestó con malicia.

—Eres muy ruin, ¿sabes? No se trata de celos ni ansias de protagonismo. Soy tu mujer. Esperaba que quisieras hacer esto conmigo; hacerlo juntos.

—Bueno, estás muy bien acompañada. Creo que no te hago falta hoy, ¿no?

—No entiendo si esto es por Víctor, es por Álex o es por ti y por mí. Creo que deberías hablar claro.

Resopló.

—Valeria, no es momento. —Miró al suelo.

—¿Quieres que me vaya?

—Sí, estoy enfadado.

—¿No vas a decirme por qué? —pregunté alucinada.

—Creo que ni siquiera yo lo sé.

—Y después de decir eso ¿crees que estás siendo justo?

—No, pero es lo que hay. Así que márchate.

—Sí, claro que me voy.

Me di la vuelta hacia donde me esperaban los demás, pero Adrián volvió a hablar:

—¿Te vas con Víctor?

—¿Es ese el problema?

—No entiendo por qué estás haciendo todo esto. ¿Es una pataleta?

—Lo traje para que lo conocieras, para que vieras que es un buen chico y que te respeta —mentí.

—Eres una cría, Valeria. Vete ya. —Se pasó la mano por la barbilla e hizo amago de girarse.

—¡Tú me dijiste que me buscara acompañante! Te recuerdo que yo quería estar contigo hoy.

—Pensaba en alguna de las chicas. —Se volvió de nuevo hacia mí.

—¿¡Y qué más te da!?

—Eso no es un amigo, Valeria, y los dos lo sabemos.

—¡Tú qué vas a saber! ¡Ni siquiera te has preocupado por averiguarlo! ¡Lo traje para que lo conocieras, para que te quedaras tranquilo! —insistí.

—Haz lo que quieras, pero vete. No quiero ponerme a discutir. No me esperes levantada. Luego iremos a celebrarlo.

—Si acabas celebrándolo con Álex en la cama, avísame para que deje de esperarte como una gilipollas, por favor. —Me di la vuelta y, muerta de rabia, fui hasta Lola—. Vámonos.

—¿Adónde? —preguntó.

—Me da igual. Vámonos. —Vacié de un trago una copa de vino.

Carlos y Víctor se unieron a nosotras en la calle, sin hacer preguntas.

—Valeria…, ¿adónde vamos? —inquirió Lola.

—Vamos a tomar una copa, por favor.

Me miró, preocupada.

—Valeria… ¿Por qué no vienes a casa? Puedes quedarte a dormir. Nos beberemos la botella que guardo en el congelador, ¿vale? —Me acarició la espalda.

Me tapé la cara. No sabía qué hacer.

—No, no, vamos por ahí. Vamos a hacer algo, vamos a…, vamos a hacer algo que no me permita pensar.

—Val, no creo que te vaya bien andar por ahí esta noche, en serio —insistió Lola.

—Necesita airearse. Yo la llevaré a dar una vuelta.

Las dos miramos a Víctor. Él se metió las manos en los bolsillos y, mirando hacia el suelo, le murmuró a Lola que no tenía de qué preocuparse.

—¿Quieres irte con él? —susurró Lola mientras se acercaba a mí.

Miré a Víctor confusa y me tendió una mano, con la palma hacia arriba. Alargué la mía hasta tocar su piel y sus dedos se cerraron alrededor de mi muñeca con suavidad.

—Me voy con él.

Lola se mordió el labio con desazón.

—Mañana te llamaré. —Y sin importar que mi mano aún estuviera cogida a la de Víctor, me abrazó y añadió en mi oído—: No hagas ninguna tontería, por favor. Deja las tonterías para la gente como yo. Tendré el móvil encendido. Llámame si cambias de opinión.

Asentí y la besé en la mejilla.

No miré hacia atrás cuando me marché rumbo al coche de Víctor de nuevo, con su brazo alrededor de mi espalda.